El viernes pasado estuve de vuelta en la ex ENET 1 General Ingeniero Manuel Nicolás Savio, donde me gradué como Técnico Químico en 1982. Me había invitado a decir unas palabras en el acto por los 95 años de la institución Sergio Gardella, con quien compartimos promoción y dirige hoy la escuela.
Me emocionó muchísimo encontrarme con unos alumnos atentos, comprometidos con la escuela. Y quedé maravillado con los nuevos laboratorios en la planta baja, donde antes, cuando era aún una escuela nacional, funcionaba parte de la UTN.
Fui con mis hijos, a quienes quería hacer conocer esa escuela y me acompañaron para que pueda hacer de un momento de nostalgia una conversación compartida.
Más tarde, en el grupo de WhatsApp que tenemos con Walter Alvarez y Gustavo Ng, hablamos del asunto y nos preguntamos cómo es que en nuestra época (y me parece que ahora tampoco) no había un relato de esas cosas que nos rodeaban. Por ejemplo, nadie nos contó entonces quién fue Manuel Nicolás Savio. Lo que intenté transmitir en esas palabras fue eso, que debemos hacer propio el relato de la ciudad, cosas así.
Acá ese discursito:
Quisiera exponer tres pequeñas ideas sobre esta escuela ya cercana al centenario. Aquí hice el secundario, y aunque no continué con ninguna carrera técnica, industrial, también conocí la ciudad a través de la escuela. Como estudié Letras y me dediqué a escribir, pensé muchas veces en esto: cómo una escuela nos vincula con la ciudad y cómo ese vínculo con la ciudad y la escuela termina configurando nuestra relación con el mundo.
La primera idea es “urbana”, llamémosle así: urbana, se refiere a un proyecto de ciudad. Este edificio, esta escuela ubicada en la segunda cuadra de la avenida que lleva por nombre una de las mayores voces de la revolución de Mayo, Mariano Moreno, es en sí misma una ciudad, o es el emblema de una ciudad. Recorran San Nicolás, van a encontrar pocas obras de arquitectura como ésta. Este edificio único es ya una declaración de principios: aquí se erigió un plan nacional de educación industrial. En esta escuela, en este bellísimo edificio habita la urbe industrial desde la que podemos apreciar ese otro San Nicolás, la ciudad colonial, clásica, decimonónica, la de las quintas, la del proceso migratorio del interior. Por eso la arquitectura de la Escuela de Educación Técnica 2 tiene su correlato en la del Barrio de Somisa y otros edificios nacidos bajo el sueño industrial, como el hotel San Martín o la planta de agua potable de Savio y Falcón.
La segunda idea tiene que ver con lo que concebimos como industrial, con el dispositivo industrial. En estos días la EET 2 celebra 95 años de su nacimiento como Escuela Nacional de Artes y Oficios. Si no me equivoco fue a partir de 1959, con la creación del Consejo Nacional de Educación Técnica (Conet, desaparecido en los tristes años 90), que se convirtió en la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1 General Ingeniero Manuel Nicolás Savio. Noten esos dos nombres “Artes y Oficios” y “Educación Técnica”, hay una revolución de por medio entre los dos. En uno sopesamos la imagen del artesano, el carpintero o el herrero, protagonistas de un trabajo necesario y hasta constitutivo de la pequeña comunidad. Sin embargo en “Educación Técnica” encontramos un concepto mucho más amplio: no se trata ya de crear artesanos para la comunidad, para la aldea, sino de una vasta población de técnicos que pongan en marcha la industria nacional, un hecho que es en sí un proyecto social y soberano. Ese proyecto de país que es la industria se expresa a través del término “Educación Técnica”.
Y pensé en principio que la tercera idea es "personal". Pero preferiría que ese término quede entre comillas, porque la persona que soy es también el resultado del paso por esta escuela, de lo que aprendí y lo que recorrí mientras cursaba en la ex ENET 1 y también después. Uno se educa de muchas maneras: los libros, sí, que eran la Internet entre fines de los 70 y los 80, pero también las personas con las que uno trata, los caminos que propone una institución como ésta y, claro, los afectos, los amigos entrañables que continúan décadas más tarde.
Hubo un escritor y filósofo de la primera mitad del siglo XX que pensó las ciudades como un laberinto, no tanto por lo intrincado de sus calles o lo enredado de sus recorridos, sino porque nos metemos en una ciudad y también transitamos su historia, las ciudades son también laberintos de tiempo, porque una mujer, un hombre es también un laberinto de tiempo: no sabemos cuántas de las cosas que nos suceden ahora van a tener un significado distinto dentro de una o tres décadas. En aquella esquina donde somos incapaces de interpretar los signos de un edificio estamos perdidos, hay algo que otras generaciones quisieron transmitirnos y se desvanece.Como ex alumno de esta maravillosa escuela quisiera decir que aquí aprendí los rudimentos para interpretar el laberinto, aquí, como en el mito griego del laberinto de Creta y el Minotauro, recibí el carrete de hilo dorado como el que Ariadna le entregó a Teseo.
Hay un chiste de los hermanos Marx –busquen en Google quiénes fueron– que puede ilustrar algo difícil de expresar. Groucho Marx estaba sentado en su sillón y entra su hermano Chico corriendo. “¡Groucho, Groucho –le dice–, hay un tesoro enterrado en la casa de al lado!”. Y Groucho, sorprendido, responde: “¡Pero si al lado no hay ninguna casa!” A lo que Chico responde: “Eso no importa, construiremos una”.Siempre tuve la sensación que de esta escuela fue esa casa que construí para encontrar un tesoro.
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