En la microbiografía que lo presenta en la
Revista Crisis, de Alejandro Galliano –cuya primera nota en ese medio se
publicó en septiembre de 2015– se dice: “(Tigre, 1978) Hijo de la clase
trabajadora y egresado de Filosofía y Letras. De día trabaja en los mal
iluminados nichos de la industria educativa argentina y de noche dibuja y
escribe como Bruno Bauer. En twitter es @bauerbrun.” Entonces no había
publicado aún su primer libro –junto con Hernán Vanoli– “Los
dueños del futuro. Vida y obra, secretos y mentiras de los empresarios del
siglo XXI”, en cuya contratapa leemos: “Cualquier argentino medio pone una
parte de su vida en las poderosas y casi invisibles manos de los dueños del
futuro. Viaja por calles o rutas construidas gracias a la toma de deuda estatal
negociada por el joven banquero Federico Tomasevich. Compra productos en alguno
de los supermercados de Federico Braun, que luego acompaña con otros productos
de soja desarrollados con semillas diseñadas por Don Mario, la compañía de
Gerardo Bartolomé. Si se enferma, quizás consuma alguno de los componentes
fabricados por Hugo Sigman en sociedad con el Estado chino. También puede
intentar comprar o vender en MercadoLibre, la empresa de Marcos Galperín, o
visitar algún sitio web desarrollado por GlobAnt, y ofrecer así bienes o
servicios finalmente comprados por alguien que vive en alguno de los
incontables inmuebles que Eduardo Costantini ha desparramado por Buenos Aires.”
En esta entrevista Galliano dice que escribir ese libro lo
llevó a replantearse su propia idea del futuro tras escuchar la que tienen en
su cabeza los empresarios más prósperos de Argentina. Y que eso lo llevó a
seguir escribiendo y explorando posibilidades que pocos –entre ellos el
historiador rosarino Ezequiel Gatto– desarrollan en el amplio campo cultural
argentino.
—Escribiste una nota
en una revista digital basada en un modelo que se publicó a su vez en otro
medio digital, Jacobin, ¿cómo percibís
esta expansión de esto que podría englobarse en el periodismo digital, donde
hay tanto opinión como un renovado discurso sobre la política?
—Son cosas diferentes allá (en medios estadounidenses o
británicos) y acá. Jacobin, como New
Statement, son como voceras de una nueva izquierda anglosajona en un país
como Estados Unidos, que no tiene una tradición fuerte de izquierda, aunque
tienen publicaciones e intelectuales, y aprovechan los soportes digitales como
para vertebrar eso. En el caso de Inglaterra hay una tradición más sólida pero
se está reciclando con Momentum y
todo lo que se generó alrededor de (Jeremy) Corbyn, en fin, creo que todo se
puede encuadrar en lo que The
Economist llamó “socialismo millenial”, que tiene que ver con un nuevo
consumidor (si tenés un socialista millenial no podés esperar que lea un diario
en papel pero, al mismo tiempo, la necesidad de que no sea algo fugaz, de
captarlo y darle contenidos. Acá en Argentina de alguna manera es algo más
crepuscular, creo que está en retracción todos esos medios que aparecieron en
el tercer gobierno kirchnerista, como ArtePolítica,
LosTrabajosPrácticos y no tenían una adscripción política tan clara, al
contrario de lo que pasa con Jacobin, que es como el vocero del socialismo
encarnado en (Bernie) Sanders. Acá, estos medios trataban de tomar distancia de
las dos fuerzas políticas, incluso de la grieta, es el caso de PanamaRevista que salió a terciar en
ese terreno en el 2013, y no se pueden despegar de la crisis que en paralelo
estaban sufriendo los medios tradicionales. Crisis financiera y de
credibilidad. Y para muchos fueron un refugio, como yo, que no escribía en
ningún medio, y estaban los otros medios, integrados por periodistas que ya no
encontraban ni lugar ni financiamiento. Allá está en plena ebullición, aunque
muchos no pudieron sostenerse. Acá está en retracción porque muchos no lograron
solvencia financiera y también porque cambiaron las pautas. Hoy existe el
podcast o un canal de YouTube, que transmiten mejor que un blog.
—Sí, el fetiche de la palabra escrita. Tengo 40 años y sigo
prefiriendo escribir. Pero si estamos hablando de llegarle a un millenial, de
ampliar el público… Porque estos blogs terminan compitiendo con los medios
tradicionales escritos que siempre van a tener más herramientas, mientras que
un podcast no se propone competir con un medio tradicional porque le habla a
gente que prefiere otra manera de comunicarse. De hecho los medios
tradicionales escritos se están diversificando, de hecho La Nación ya tiene un
podcast.
—Y hablando de medios
tradicionales, hasta hace un tiempo costaba asimilar la idea de que ciertos
medios como Clarín o La Nación instalaron el discurso del gobierno actual,
aunque se insistía con que eso era lo que había sucedido.
—No es mi tema, hay gente como Martín Becerra que lo estudia
mucho mejor. Era algo que se discutía mucho con el kirchnerismo y quizás yo era
mucho más escéptico antes que ahora: Me parece que durante el kirchnerismo
había como una sobredimensión del poder de los medios, pero hoy por hoy veo un
encuadramiento mucho más político. Igual cambió la modalidad, porque el
kirchnerismo prefería tener sus propios medios, estatales o muy sostenidos
desde el estado y desde ahí oponerse a las empresas mediáticas más grandes, y
daba la impresión de un empate, por eso uno podía ser escéptico. Me parece que
ahora esos medios e desfinanciaron y este gobierno no apuesta a tener sus
propios medios y tiene muy de su lado a las grandes empresas mediáticas, con lo
cual el paisaje cambió.
—Escribiste “Cuatro futuros”, pero
también tu libro (junto con Hernán Vanoli) se llama “Los dueños del futuro”,
hay un interés tuyo en analizar lo que vendrá que no es frecuente entre los
analistas.
—En el futuro están pensando todos, sobre todo en un año
electoral. Lo que intenté hacer en esa nota es abstraer un poco esa visión del
futuro de lo estrictamente electoral, aunque es importantísimo, obvio, y de las
políticas específicas que se tomen en este año y en el siguiente y enganchar a
la Argentina en unos procesos más globales, y eso no se hace mucho acá. Hay un
historiador, investigador, Ezequiel Gatto, que sacó un libro que se llama “Futuridades”,
que es de los pocos que se ha dedicado a eso en Argentina. Después hay quienes
se dedicaron a las tecnologías, los consumos, la cuestión medioambiental, pero
no hay una sistematización y una abstracción como la que sí se hacen en otras
partes del mundo. De hecho, cada vez que escribo sobre estos temas medio que
tengo que excusarme y decir ‘Bueno voy a hacer algo que tomé de aquí o de allá,
son todos autores extranjeros y después adaptarlo a Argentina’. No se piensa en
la tecnología ni la cuestión medioambiental, salvo algunos sectores, como el
grupo de Maristella Svampa, o la economía feminista, eventualmente (Juan)
Grabois. Todos dentro de lo que podríamos llamar el futuro de la escasez: todos
piensan en un futuro en el que van a faltar recursos y va a haber que
organizarse para eso. Bueno, hablo de cómo está la sociedad argentina, donde no
hay estímulos para pensar el futuro en términos largos.
—Es una imposibilidad
en los términos de Mark Fisher, que en “Realismo capitalista” advertía esto de
que “no hay alternativas” al capitalismo.
—Creo que el furor que se generó hace cinco o diez años por
estudiar el futuro –y en parte a partir de productos culturales, como la
ciencia ficción, series, películas– tiene que ver con ese diagnóstico que no
sólo hace Fisher, también (Franco) Berardi, muchos, François Hartog, que
hablaban del presentismo ya desde fines de los 90, como respuesta a (Francis)
Fukuyama –quien predijo “el fin de la historia” tras la caída de la Unión
Soviética–, muchos que detectaron que faltaban visiones del futuro y todo eso
explotó en 2008 y me parece que es una respuesta a eso. Y no es casualidad que,
a pesar de que muchas veces son visiones apocalípticas, muchas provienen de la
izquierda, como la de Jacobin, creo que están recogiendo el guante que tiraron
Berardi, Fisher, Hartog. En Argentina es diferente, y creo que tiene que ver
con el cortoplacismo. Es todo muy urgente en el país, es muy difícil proyectar,
muy inestable, nunca sabés qué va a pasar. Pero cada país incuba sus debates,
sus temas, no tiene por qué estar todo el mundo discutiendo lo mismo. Pero eso
hace que haya cosas muy tratadas, por ejemplo, la discusión feminista en
Argentina tiene una intensidad notable y es recogida por otros países mientras
que otros temas no se discuten. Entonces siempre vas a tener superávit y
déficit en todos esos debates. Tampoco me parece trágico que no se trate el
futuro a largo plazo, creo que así se configuró la agenda. Sí es sintomático. Y
si me corrés un poco diría que es cederle ese imaginario a sectores más
conservadores, fijate que hoy articula mucho mejor una idea de futuro el
gobierno que la izquierda.
—Bueno, los siete
empresarios retratados en “Los dueños del futuro” tienen una idea clara del
futuro que pretenden.
—Sí, tienen la idea del gobierno, son tipos en general muy
optimistas. Hay un economista que se llama Andrew McAfee que prácticamente es
un vocero de Silicon Valley y ese tipo empresas y articula un discurso de
futuro promisorio, de que la tecnología va a resolver todos los problemas,
incluso los ambientales y para eso hace falta más inversión y más clima de
negocios para los empresarios y lo que tiene que hacer la sociedad es saber
adaptarse. Ese tipo de discurso que expresa muy bien McAfee en sus libros y sus
charlas TedX es el que manifestaron casi todos estos empresarios con matices.
Viste que en el libro hay matices: Constantini era un poco más pesimista,
Bartolomé o Tomasevich más optimistas, pero de algún modo todos confían en que
si Argentina se adapta la economía tiene algunos polos muy dinámicos, incluso
la tecnología, y que por ese lado vamos a salir, es el discurso de Galperín y
creo que este gobierno lo articula muy bien, incluso sabe usarlo con sectores
populares. Con la nota yo traté de decir que ese es uno, hay por lo menos tres
más.
—¿Cómo accedieron a
estos empresarios? En un momento, en el capítulo que le dedican, hay una
conversación en la que Federico Braun les dice que su familia le había
advertido que no hiciera la entrevista. ¿Qué pasó cuando salió el libro?
—A Braun le gustó el libro. Fue con quien más proximidad
tuvimos porque nos dio tres entrevistas, también fue el más sincero. Los
empresarios, todos tienen algún agente de prensa. Galperín no quiso hablar con
nosotros, Sigman tampoco. Se cuidan más, tienen sus medios. No es casualidad
que ellos dos no hayan querido hablar, que son personas que tienen una
proyección mediática muy cuidada. Son personas muy inteligentes, pero como no
hay en Argentina una cultura del empresario hablándole a la sociedad –el
empresario por lo general es mal visto y esto se sabe de los dos lados,
empresario suena a explotador, a garca–, y eso hace que a los empresarios les
falte gimnasia comunicacional, no saben hablar, se van de boca, cometen
sincericidios, son muy frontales pero hacen que la comunicación sea bastante
catastrófica. Incluso una persona que es mucho más proclive a expresarse, como
Galperín, muchas veces parece ser como el vocero más brutal de los planes del
gobierno: ‘Hay que hacer esto porque si no todos los capitales se van a
Brasil’. Nadie se anima a hablar así. El otro, Sigman, es casi todo lo
contrario: de ideología casi progresista, pero tiene una proximidado con el
grupo Prisa de España y también con La Nación en la Argentina, donde tiene
entrevistas muy cuidadas y columnas que firma con un tono muy mesurado. Eso
hace que cuide muchísimo con quién va a hablar y de qué.
—Es muy intenso en el
libro la genealogía que se hace de cada uno de estos empresarios.
—Sí, yo me encargué de hacer esa genealogía. Lo contrario
sería ser teleológico, entender que hay un final preestablecido. Entendí que en
diferente medida arrastran los rasgos fundacionales: la industria farmacéutica
surge en determinadas condiciones y todavía trabaja en esas condiciones que son
como de vacío legal. El “real state” (inversión inmobiliaria) en Argentina es
el resultado de determinadas distorsiones y todavía opera sobres ellas. Porque
es fácil culparlos pero ellos también son resultado y causa del proceso
argentino: supieron adaptarse a esa inestabilidad de la que hablamos, ese
cortoplacismo, y eso hace que lo reproduzcan.
—¿Y después del
libro?
—Después empecé a escribir sobre estos temas, sobre el
futuro, sobre lo que antes no escribía. Hablar con personas que tenían una idea
de futuro me obligó a mí a repensar qué idea tenía yo y qué idea está bailando
en la discusión pública. Y eso me hizo ir a buscar autores afuera porque acá
son muy pocos y bastante convencionales, y eso lo detonó este libro. Hablar con
los empresarios me hizo recalibrar la idea que uno tiene de la economía y sobre
todo la pertenencia a la izquierda de uno, porque siempre el empresario es el
otro y está bueno conocerlo.
—El libro también ata
circunstancias históricas, personajes, interpretaciones que uno leyó en otros
lugares.
—Es un libro raro. Demasiado erudito para ser
periodístico, demasiado periodístico para ser erudito. A veces un poco
abstracto pero no tiene una conclusión teórica fuerte y al mismo tiempo
demasiado abstracto para ser una mera crónica. Creo que es un libro que no tuvo
un público claro. No nos pusimos a pensar quién podía leerlo. Lo leo y me
gusta, pero no satisfacía ninguna demanda masiva, porque a la izquierda no le
interesa saber mucho de los empresarios y a la derecha no le interesa esa
mirada. Y al periodismo no le interesa hilar tan finito y a los intelectuales
no les interesa el discurso periodístico. Pero aún así me parece que mezclar
tantos recursos era lo mejor que podíamos hacer para no quedarnos cortos. Si no
hubiera sido una colección de entrevistas a empresarios o un largo alegato
progre contra los empresarios. El libro de (Luis) Majul, “Los dueños de la
Argentina” sí respondía a una demanda, era una colección de entrevistas a
empresarios en el momento en que eran vistos como quienes se habían aprovechado
de todas las crisis argentinas y estaban en la cúspide con el menemismo, que
era un gobierno que los refrendaba. Y contribuyó mucho a su demonización ese
libro. Pero nosotros agarramos un clima intermedio, el principio del macrismo,
y la demanda social era otra.
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