por Mariela Mangiaterra
A mi antes me gustaba más viajar. Hasta me veía distinta. Se me coloreaban los cachetes de la cara, el pelo se ponía mas brillante.
Cada vez me asimilo más al grupo de los que se quedan.
Como la primera generación de los que nos hospedan acá, sin ir más lejos.
A eso de las 10 uno de ellos cruza delante de la casita donde paro con una botella vacía. Cruza la acequia haciendo equilibrio entre las piedras. Y va a reunirse con otro viejo y dos viejas en lo más alto de la finca. Una es la mamá de Pablo, el chico que nos alquiló por internet.
Por la tarde escucho que el viejo les dice a los otros tres: "Damas y caballeros, si me disculpan, ya es la hora", y hace el camino inverso hasta la última casa, más abajo, y se sienta en la galería a mirar el cerro.
Un mediodía me acerco hasta la reunión de ancianos para pedirle un mantel a la mamá de Pablo. La encuentro refunfuñando y quejándose de los otros tres. Me dice que el que cruza delante de mi casita y la otra mujer son sus hermanos y el otro viejo, que me mira como una tortuga, es su marido.
"Todos me dan trabajo! Por ejemplo ahora no me dicen si quieren que haga la rúcula".
Me parece una locura toda esta gente grande moviéndose sólo unos metros entre parientes.
También me gusta el proyecto del viejo. Cuántas visiones del cerro sobreimpresas pueden ser almacenadas? Cuántas coloraciones? Cuántas iluminaciones?
Me gusta el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.