Páginas

lunes, 19 de febrero de 2018

carnicería americana


Los estadounidenses tienen una notable tolerancia para la matanza de niños, en especial cuando se trata de asesinatos en masa de hijos de otros. Esta indiferencia emocional se manifestó vívidamente después de la revelación de la Masacre de My Lai (Vietnam del Sur: el 16 de marzo próximo se cumplirán 50 años de esa masacre), cuando docenas de infantes y niños vietnamitas fueron asesinados por los hombres de la Compañía Charlie: sus cadáveres diminutos, descuartizados, fueron apilados en zanjas. Después de que el teniente William Calley fuera enjuiciado, más del 70 por ciento de los estadounidenses creía que su sentencia era demasiado severa. La mayoría se opuso tajantemente a cualquier tipo de prueba. Al final, Calley estuvo menos de 4 años bajo arresto domiciliario por su papel en la ejecución de más de 500 aldeanos vietnamitas.

Veinticinco años después, las actitudes estadounidenses hacia las muertes infantiles se habían agudizado aún más. Cuando se reveló que las sanciones de Estados Unidos contra Iraq habían causado la muerte de más de 500.000 niños iraquíes, la Secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, argumentó fríamente que las muertes “valían la pena” para avanzar en la política estadounidense en el Medio Oriente. Pocos estadounidenses protestaron contra este salvajismo oficial hecho en su nombre.


Masacre de My Lai, fuente WikiCommons.

Ahora las armas se están volviendo contra los propios niños de Estados Unidos y los ríos de sangre que salen de las escuelas del país apenas provocan una sacudida en nuestra política. Si el tiroteo de Columbine (1999) fue una tragedia, ¿qué palabra podemos usar para describir el tiroteo número 436 en una escuela desde entonces?

domingo, 4 de febrero de 2018

ya es la hora

por Mariela Mangiaterra

A mi antes me gustaba más viajar. Hasta me veía distinta. Se me coloreaban los cachetes de la cara, el pelo se ponía mas brillante.
Cada vez me asimilo más al grupo de los que se quedan.
Como la primera generación de los que nos hospedan acá, sin ir más lejos. 
A eso de las 10 uno de ellos cruza delante de la casita donde paro con una botella vacía. Cruza la acequia haciendo equilibrio entre las piedras. Y va a reunirse con otro viejo y dos viejas en lo más alto de la finca. Una es la mamá de Pablo, el chico que nos alquiló por internet.
Por la tarde escucho que el viejo les dice a los otros tres: "Damas y caballeros, si me disculpan, ya es la hora", y hace el camino inverso hasta la última casa, más abajo, y se sienta en la galería a mirar el cerro.
Un mediodía me acerco hasta la reunión de ancianos para pedirle un mantel a la mamá de Pablo. La encuentro refunfuñando y quejándose de los otros tres. Me dice que el que cruza delante de mi casita y la otra mujer son sus hermanos y el otro viejo, que me mira como una tortuga, es su marido.
"Todos me dan trabajo! Por ejemplo ahora no me dicen si quieren que haga la rúcula".
Me parece una locura toda esta gente grande moviéndose sólo unos metros entre parientes.
También me gusta el proyecto del viejo. Cuántas visiones del cerro sobreimpresas pueden ser almacenadas? Cuántas coloraciones? Cuántas iluminaciones?
Me gusta el tiempo.

sábado, 3 de febrero de 2018

vergüenza italiana

“¿De qué se avergüenzan los italianos?” –se preguntaba el filósofo Giorgio Agamben alrededor de 1993, mientras en Italia un fiscal y un puñado de jueces encaraban el proceso conocido como “mani pulite” (manos limpias) que terminó con varios dirigentes políticos tras las rejas y el presidente del partido Socialista prófugo. Y seguía: “En los debates públicos como en las discusiones por la calle o los cafés, sorprende con cuánta asiduidad, apenas se eleva el tono, sale a relucir la expresión ‘¿no le da vergüenza?’, como si esta en todo momento contuviera el argumento decisivo (…) Si el arrepentimiento modela la relación que los italianos tienen con el bien, la vergüenza domina su relación con la verdad”.
“Desde este exilio. Diario italiano 1992-1994” es el último de los textos que componen el libro Medios sin fin, un conjunto de ensayos escritos por Agamben en la primera mitad de los años 90, mientras desarrollaba uno de los tomos decisivos de su obra, Homo sacer. El poder soberano y la vida desnuda (la editorial Adriana Hidalgo, que publica Medios sin fin editó el año pasado ese tomo en Argentina).

Ese “diario” breve, que suma observaciones y las contrapone con los conceptos que Agamben desarrolla desde entonces (la distinción, clave, entre vida desnuda –zoé– o pura vida, y vida política –bíos–, por ejemplo), avisora el futuro que hoy conocemos de Italia: ese reinado de la justicia penal sobre la política que terminaría coronando en el poder a Silvio Berlusconi.