¿Qué es este libro? ¿Una colección de ilustraciones de la vida entre los indios de Santa Fe y Chaco de un jesuita en el siglo XVIII o una historia personal de la vida cotidiana en estas tierras hace más de 250 años? ¿O es un catálogo de obras de arte cuyo parangón podría estar entre El Bosco y Joan Miró? Hacia allá y para acá, el libro del sacerdote jesuita Florian Paucke (1719-1780) que acaba de publicar la secretaría de Producciones e Industrias Culturales de Santa Fe (primero de la serie Signo Santafesino que conmemora el Bicentenario) es todo eso y aún más. Es un trabajo delicadísimo y enorme, para el que los editores (Pedro Cantini y Nora Avaro) contactaron con el convento austríaco de Zwettl, donde se conserva el original de Paucke para lograr unas reproducciones impresionantes de esas acuarelas e ilustraciones con las que el cura describió con el recuerdo el día a día de la colonia.
Las más de 150 ilustraciones, a todo color (170 páginas), están acompañadas por fragmentos de las memorias de Paucke —que acompañan enteras el libro en un cedé, en formato digital— y vuelven a esas imágenes, cómo decirlo, algo así como la ilustración de una noticia fantástica. Y es que eso es de alguna manera este tomo increíble, publicado desde el Estado, una noticia antigua que aún irradia sorpresa y maravilla.
Las imágenes de Paucke son el primer paisaje retratado de Santa fe y también unas de las primeras imágenes del territorio argentino en gestación.
Hacia allá y para acá (reedición de la traducción que hiciera a mediados de los 40 Edmundo Wernicke), el libro es un testimonio, un paisaje remoto, un delicadísimo conjunto de obras que el ojo moderno puede disfrutar como una galería de arte. Paucke (cuyo espíritu lúdico y curioso nos vuelve, felizmente, un poco niños con su lectura) estuvo 20 años en este territorio (de 1748 a 1768). En 1773, cuando ya había sido disuelta la Compañía de Jesús, en Europa, Paucke comenzó a recordar, a escribir y a ilustrar esa memoria —como William Hudson, como el también polaco Witold Gombrowicz y tantos otros—, su obra y su conocimiento debieron revisar el recuerdo, darle cuerpo. Por eso el título de Paucke lleva su propia congoja: “hacia allá, amenos y alegres; para acá, amargados y entristecidos”.
Se repartió en bibliotecas, escuelas, museos, centros culturales, instituciones públicas. No hay que leer este libro, sólo hay que meterse en él, y salir de vez en cuando.
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