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viernes, 25 de noviembre de 2011

el lago de los botes

Sonia Scarabelli me devolvió hace unos días El lago de los botes, el libro de Edgardo Dobry. Así que ahora encontré un lugar para ese poema y estas fotos. Antes quiero agregar que este poema lo escuché por primera vez una noche de ¿mayo? de 2004, cuando Martín Prieto organizó una pequeña tertulia en su casa (entonces en calle San Lorenzo), con el argumento de que tenía un living vacío y una mesa, y qué mejor que sentar a la mesa a alguien que tuviese algún texto nuevo para compartir y llenar el living con gente que quisera escucharlo.


El lago de los botes
Edgardo Dobry, en El lago de los botes, Lumen, Barcelona, 2005.
Una vez al año lo vaciaban
–pues de lo artificial se burla la Natura
tocando con su vara de hediondez y podredumbre.
Entonces se podía caminar
hasta la isla que había en medio
en un Éxodo apenas estorbado
por los abotargados vigilantes del parque.

Se iba allá a remar: era el lago de los botes.

Cuando de veras lo anegaban
la diversión entera consistía
en dar vueltas en torno de la isla,
en pellizcar los largos plumerillos
y agachar la cebeza justo a tiempo
de esquivar el puente o en tirarse
migas de sándwich entre una nave y otra.
Era un anillo oscuro entre los yuyos altos,
un agua tan opaca que parecía profunda,
tan quieta que el miedo alimentaba
a su fauna de larva y renacuajo.

Al lado del embarcadero, rodeado de columnas
con capiteles corintios que no sostienen nada,
empedrado de losas
de moho maculadas y de charco verde,
un cisne rechoncho de cemento,
el cuello de alambre ya pelado
y retorcido varias veces.
Era toda nuestra mitología
en una ciudad sin más historia
que una decrépita promesa de fituro.
Los botes de los besos primos
y en todas las casas siempre había
el rústico retrato de una boda,
el laguito en el fondo del paisaje.
Algodón de azúcar pringado en la memoria,
manzanas confitadas de un domingo,
se iba allá a remar, era el lago de los botes.









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