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lunes, 16 de enero de 2012

zavalla por bellessi

Una de las obras poéticas contemporáneas más intensas de Argentina se publicó en Buenos Aires en 2009 bajo el título de uno de los libros que la integran, Tener lo que se tiene, de Diana Bellessi. Decir algo breve de ese libro es decir nada: con una naturalidad que no cabe en palabras Bellessi habla de sí, de sus lecturas, de sus parientes, de ciudades inmensas o perdidas bajo el cielo de los continentes, de la isla donde vive. Bellessi encuentra unos secretos pequeños y preciosos, o encuentra sus huellas en las cosas y los convierte en parte del mundo.
Tener lo que se tiene (ese libro en particular, el último) trata con el silencio, el frío y la mirada. “No vemos lo invisible/ más bien vemos lo que ya no existe”, dice un poema. Con esa sabiduría poética que contrasta signos hallados en el silencio, escenas que el poema extrae del el invierno (“…verlo sin irme en su temible belleza”, escribe), con esa sabiduría de estar en una orilla y mirar hacia el otro lado, Bellessi escribió Zavalla, con Z, que la Editorial Municipal de Rosario distribuirá en breve. Zavalla es una crónica de la poeta sobre su pueblo natal, a mitad de camino entre Casilda y Rosario, y viene a sumarse a la constelación de la ciudad ilustrada por sus escritores, que es a fin de cuentas lo que despliega la hermosa Colección Naranja de la EMR, por la que ya pasaron Elvio Gandolfo, Daniel García Helder, Sergio Delgado, Beatriz Vignoli o Sonia Scarabelli.

 Vicente en el Parque Villarino.


 Diana Bellessi en el Festival de Poesía de Rosario de 2009.

La infancia “eterna” de Bellessi en el campo, en la chacra que arrendaban sus padres, donde su madre le enseña la primavera llevándola a oler las flores; las compañías de radioteatro que parecen poblar toda la niñez. La poeta, mientras escribe nuestra crónica, apunta: tres o cuatro veces en total. En fin, la autora interpela la memoria y es esa misma interpelación lo que reverbera en la escritura. El tono coloquial, la mención casi al pasar de tías y amigos (algunos que ya conocíamos en su poesía, como Asunta), el cruce de edades y episodios de ese pasado rural, entre el peronismo y el onganiato, son como un eco de esos poemas suyos montados sobre cierta oralidad oralidad. Bellessi dice que nos va a contar, y dice también “para qué contar”. Bellessi procede como en su ars poetica: vuelve a la “antigua epifanía, cuando habla/ lo mirado, no quien mira”. Y entonces el pueblo, la Zavalla en la que convivieron los colonos arrendatarios y los ricos de siempre, con su fundación Parque Villarino que nunca le pagó el trabajo al padre; el pueblo, decíamos, se nos hace carne y fantasma (como los dos relatos de aparecidos que refiere); entonces Bellessi viene y va: la vemos incómoda de mujer adolescente en esa sociedad de hombres chismosos y la vemos de regreso en las calles que transita Martita, la amiga de la infancia, “¿Cómo es que perdimos esa amistad tan intensa, la mejor la infancia?”, escribe.
Amistades, novios, las profesoras del secundario de Casilda (“esa pequeña ciudadela conservadora”, escribe), los primeros años en Rosario: Bellessi juega a que cuenta, pero no cuenta del todo, porque lo que importa es su voz, lo que importa es ese milagro por el cual un lugar cabe en los labios de quien lo menciona, lo que importa es esa inminencia de cosas que van a ser narradas, como si dijéramos, el habla de las cosas. Zavalla tiene Sociedad Italiana y un club que nació como Terror do Mundo, una plaza y un parque como un arca de Noé, con especies de todas partes, acaso nacido “de las tensiones entre la naturaleza y la cultura humana”, según define Bellessi la aldea. Y este cruce entre la aldea que no fue Zavalla y sus fantasmas, esa carnadura de pueblo visto en su materialidad humana es lo que ilumina la crónica de la poeta. Los padres de Bellessi quisieron poner a su alcance “el vasto mundo –declaró Bellessi en 2003–, no para perderme, sino para volver a casa”.
Había que ir a Zavalla a conocer el parque, ahora Zavalla puede ir a cualquier parte con este jardín de la palabra.

2 comentarios:

  1. Barbaro tu definicion, clara y conscisa de un pueblo y su gente me parece verte en la juventud nuestra, y en el campo de tus tios al cual yo iba con mi primo Jose,, mi nombre Oscar el heladero

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  2. Oscar, muchísimas gracias. Exagerado halago, pero acepto. Supongo que será sencillo, la próxima vez que ande por ahí, preguntar por la heladería de Oscar. Y dar con ella, claro. Un abrazo

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