Me gusta demasiado la televisión como para sentarme frente a
la pantalla más de cinco minutos, por eso prefiero ver programas por internet.
Desde luego, no vi todo el primer episodio de La dueña, del mismo modo que nadie se come un sándwich de mortadela
rancia entero para saber que está malo.
Mirtha Legrand, se sabe, vuelve a hacer ficción con La
dueña: pero todo el trabajo debe hacerlo el espectador, que tiene que creerle y
bancarle su cara de almuerzo en medio de una telenovela. Confirmé que es
cierto, que la Legrand, como dijo
Federico Luppi, “es una ignorante”, en principio, de su propio pasado. Cuesta
creer que la actriz que protagonizó films geniales como Pasaporte a Río
(Marcelo Tinayre, 1948) o El retrato (1947), del
gigante Carlos
Schlieper (y hay que decir que Schlieper ya decía que la Legrand era una
señora de su casa antes que una actriz y que buscaba el matrimonio), por
nombrar un par de las tantas que rodó, ignore ese legado para conformarse con
el de una anfitriona gastronómica que está todo el tiempo tragando las heces de
la tevé argentina.
Pero dejemos de lado la Legrand, que es lo mejor que puede
hacerse. La puesta en escena de La dueña
sólo tiene de fílmico-televisivo (ahora que todo el mundo está más o menos
formado con las magníficas series que se ven en la web) un trabajo decoroso de
edición que la salva de esas cámaras ebrias que no pueden mantenerse en un
plano. Lo demás no se acerca, no digamos a Los simuladores
(lo mejor que tuvo la tevé argie en las últimas décadas), ni a La Lola, cuyo desparpajo le pasa el
plumero. De los actores ni hablar, cierto que hay algunos excelentes, pero
incluir a Raúl Taibo entre los protagonistas es hoy un atentado.
En cuanto al desarrollo dramático y argumental, por llamarlo
de algún modo, La dueña padece del
mismo síndrome de la ameba de toda la tevé nacional: se da por supuesto que en
las muecas petrificadas, en las miradas cómplices, en los encuentros incómodos
se sobreentiende una trama que termina siendo eso, un sobreentendido y nada
más. No hay narración o, por lo menos, no parece que desde la producción o
dirección haya alguien que confíe en que se pueda hacer un relato con imágenes.
¿Para qué? Eso supondría un cierto trabajo sobre el desarrollo dramático de los
personajes que demanda dinero y talento. Se puede, parecen asumir los
creadores, trabajar sólo con la información: así, un personaje que es rico se
la pasa ufanándose de ello en toda la escena, en la que sobreabunda información
sobre su riqueza. ¿Y? Y, lo que tenemos es un almuerzo más con la señora, pero
de mentirita.
No tiene nada que ver, pero, sabías que en esa telenovela actúa Rodolfo Demarco?
ResponderEliminarpero ¡la gran siete! y me vengo a ensañar con esa telenovela, igual, no le hace mella. me voy a tener que tragar entero el segundo episodio para verlo a pagul
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