Fotografía de Louisa Gouliamaki | AFP: protesta contra el ajuste en Atenas, febrero de 2012.
Veo que se puede leer online
El nuevo espíritu del capitalismo,
fascinante y a veces difícil libro de Boltanski y Chiapello que me señalara
hace tiempo Damián
Tabarovsky.
Leemos, muy cerca del principio: “La acumulación de capital
no consiste en un acaparamiento de riquezas, es decir, de objetos deseados por
su valor de uso, su función ostentatoria o como signos de poder. Las formas
concretas de la riqueza (inmobiliaria, bienes de equipo, mercancías, moneda,
etc.) no tienen interés en sí y pueden suponer incluso debido a su falta de
liquidez, un obstáculo para el único objetivo realmente importante: la
transformación permanente del capital, de los bienes de equipo y de las
distintas adquisiciones (materias primas, componentes, servicios...) en
producción, la producción en dinero y el dinero en nuevas inversiones
(Heilbroner, 1986).
“Este desapego que muestra el capital por las formas
materiales de la riqueza le confiere un carácter verdaderamente abstracto que
contribuye a perpetuar la acumulación. En la medida en que el enriquecimiento
es evaluado en términos contables y el beneficio acumulado en un periodo se
calcula como la diferencia entre los balances de dos épocas diferentes, no
existe límite alguno, no hay saciedad posible*, justo lo contrario de lo que
ocurre cuando la riqueza se orienta a cubrir las necesidades de consumo, incluidas
las de lujo.”
Y vuelvo a maravillarme con la cita de Charles Péguy (en L'Argent, 1913) que inaugura el libro:
"Llegamos a conocer, a tocar, un mundo (siendo niños
participamos en él), en el que si alguien caía en la pobreza se encontraba al menos
asegurado en ella. Se trataba de una especie de contrato sordo entre el hombre
y la suerte, un contrato del que la suerte nunca se ausentó antes de la inauguración
de los tiempos modernos. Parecía evidente que aquel que se dejase acompañar por
la fantasía y lo arbitrario, aquel que introdujese el juego, aquel que quisiese
evadirse de la pobreza lo arriesgaba todo. Introduciendo el juego podía perder.
Pero quien no jugaba no perdía. No podíamos sospechar que se aproximaba un
tiempo, un tiempo que ya está aquí y que es precisamente el tiempo moderno, en
el que quien no jugase perdería todo el tiempo y posiblemente más que quien
jugase".
* En efecto, como señala Georg Simmel, únicamente el dinero no
decepciona nunca, siempre y cuando no sea destinado al gasto, sino a la
acumulación como un fin en sí mismo. «Como cosa desprovista de cualidades, [el
dinero] no puede ni siquiera aportar aquello que contiene el más pobre de los
objetos –con qué sorprender o con qué decepcionar» (citado por Hirschman, 1980,
p. 54). Si la saciedad acompaña a la realización del deseo en el conocimiento
íntimo de la cosa deseada, este efecto psicológico no puede ser provocado por
una cifra contable permanentemente abstracta.
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