Sigo a Ivana Romero en
su blog, donde suele publicar sus artículos de Tiempo.
Ahí escribió hace un mes una columna, luego de visitar el museo macro de
Rosario. Pone: «Su curador, Ernesto Ballesteros, escribió: “A veces, mirando
una obra de arte, uno puede percibir el riesgo que supuso su despliegue”. Allí
se expone la foto de un culo abierto con la leyenda “mi hemorroides cumple
siete años”. Ese trabajo fue hecho hace, al menos, unos ocho años atrás, cuando
hablar de uno mismo (eso que se llamó “giro autobiográfico”) era novedoso. Ya
no lo es. Mostrar el culo tampoco es una gran hazaña: hasta Violencia Rivas lo
hace. Y en todo caso, Charly García ya había hecho escuela mostrando el suyo a
comienzos de los ochenta mientras decía en la revista Acción “durante la
dictadura, el enemigo estaba claro; ahora el enemigo es el aburrimiento”. Ya no
nos asustamos ante eso que forma parte del paisaje cotidiano de cualquier
pantalla. Quizás porque demasiado culo despolitizado, que se muestra por
mostrar, no erotiza ni interpela. Atrás vendrá algún entendido a explicar que
en ese agujero monstruoso que se exhibe en un museo, hay una denuncia, una
herida que supura para evidenciar las lacras del capitalismo, la regresión que
padece una sociedad que se cree sofisticada. Sin embargo, el gesto visceral
necesario para diferenciar una obra de una foto cualquiera, no aparece por
ningún lado.
«Salí del lugar pensado que un tipo, por más artista que se considere (o justamente por eso), no tiene derecho a jorobarte y me metí en una librería. Ahí encontré un ejemplar de Mi vida, la autobiografía de Marc Chagall. Leí cómo Chagall se desesperaba ante el llanto de su hija recién nacida. Paradójicamente, el aire fresco no vino de un artista que se proclama contemporáneo sino de uno del siglo pasado. Quizás porque el arte realmente conmovedor no tiene épocas sino convicciones y puede ser irreverente en base a inteligencia más que a efectismos. Un artista capaz de confesar su rechazo por su hijo recién nacido es mucho más revulsivo y riesgoso que un culo con hinchazón. Porque, quién más quién menos, todos debimos recurrir alguna vez a una crema calmante. Pero pocos admitimos lo monstruoso que nos habita, que nos acecha mientras de la piel hacia fuera parecemos tan normales, tan proclives a no arriesgar nada aunque proclamemos lo contrario.»
Me pareció necesario esparcir esas palabras.
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