Sobremesa en el XVII FIPR, con Alan Mills, Carlos Ríos, Marcelo Díaz, José Eugenio Sánchez y Yanko González. Fotografía de Giselle Marino.
Una entrevista a nuestro amigo Alan Mills en la que refresca cosas
que hablamos acá:
—Hemos visto mucho en
sus poemas. Nos hemos preguntado acerca de su propia identidad en “El indio no
es el que mira usted”... ¿Es ese indio específico o es ese indio “intercambiable”
por cualquier etnia?
—Lo raro es que sea considerado un poema tan “guatemalteco”
y que al mismo tiempo haya sido el primero que tradujeron a varios idiomas. Me
pregunto: Si es tan guatemalteco, ¿por qué lo quieren leer en otros lugares? A
lo mejor el indio sería un “otro móvil”. O como sugiere Levinas, no “un otro”,
sino “varios otros”. Pero también se alude al “pequeño otro” lacaniano, a ese
espejo ahumado que nos va creando una identidad. La palabra “indio” desde el
inicio ya era un error. Es la designación de un equívoco cartográfico. Los
conquistadores pensaron que habían llegado a Las Indias. Desde su origen ese
concepto es una deriva que implica múltiples posibilidades. El indio no es de
la India. Y ahí ya tienes la paradoja.
—Una traducción del
taller decía “Indianer”, y esta traducción se descartó por considerarse que no
se estaba aludiendo al indígena norteamericano.
—¿Y por qué no? Algunos autores aseguran que uno solo puede
definirse a través de la “autoasignación”. Si yo digo que soy indio, entonces
soy indio. Allí surge mi idea de que la identidad es plástica. Esto lo exploro
en un ensayo que se llama “Literatura
hacker y el nahual del lector“ (2012), en donde señalo que las identidades
son hackeables. Uno puede extraer el código, entrar a un ciberespapacio étnico
distinto, o a un ciberespacio literario
distinto, siempre y cuando uno conozca el código. La primera codificación es el
idioma, el lenguaje. Luego vienen otras y el juego se vuelve complejo. Si
quieres hackear una cultura, tienes que conocer su tradición, sus costumbres,
su lengua. Por eso yo diría que todavía no soy un escritor indígena. Porque no
hablo quiché, pero lo voy a hablar. Lo voy a aprender después del alemán.
—¿Esto de hackear
sería entonces penetrar la cultura para conquistarla, apropiársela y asumirla?
—A mí me interesa hackear como open source, crear código
abierto, decir: “Miren, encontré esto y si lo usan así, lo pueden usar todos”.
Yo leí el Popol Vuh de los maya quichés y encontré estas maravillas. Y si lo
leemos de una nueva manera, entonces lo podremos leer más personas. También
quiero decirle a los indígenas: “Leamos a Borges desde aquí. ¿Por qué no leemos
a Borges a través del Popol Vuh? Nos puede ayudar, puede ser más fácil y más
divertido. ¿O por qué no leemos La divina comedia de Dante comparándola con los
niveles del inframundo de los quichés?”. Le facilitas la vida a dos comunidades
y las acercas. Simplemente uso la ética de este tiempo, que es la ética del
hacker. La ética de crear conocimiento abierto.
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