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viernes, 7 de diciembre de 2012

fallas personales



Con Germán de los Santos charlamos no hace mucho de este tema de los escándalos que suelen acabar con la carrera de un político o un alto funcionario estadounidense, por lo general despúes de que esta persona haya acabado por su cuenta en otro lado. Esta semana charlamos de Homeland, serie que seguimos con fascinación en principio y ahora vemos desbarrancarse por caminos parecidos a los de aquellos argumentos.
Germán observaba que el escándalo era siempre el motivo de expulsión, y comparábamos el caso del vicepresidente ficticio de la serie: bombardeó en un pasado próximo una escuela de niños iraquíes (cosa que está en el origen de la trama y la justifica: un terrorista quiere acabar con él y dar un gran golpe en EEUU a modo de venganza), pero cuando el hijo de ese vicepresidente atropella a una mujer y la deja tendida en la calle, todos divisan en el horizonte los nubarrones que podrían acarrear el fin de esa carrera.
El escándalo es, en todos los casos, privado, compete a las acciones de un hombre, un ciudadano, incluso aquél que inviste la presidencia, y señala su propia caída, su falta. Bombardear escuelas iraquíes, en cambio, compromete a todo un sistema: político, militar, social, económico. Los hombres pueden fallar, no el sistema. Eso es lo que vislumbramos en 2001: que no hay un sistema ajeno a las decisiones de ciertos hombres y que su falla es siempre un arrasamiento.
Bien, los últimos capítulos de Homeland se acercan previsiblemente a esa falla, esta vez argumental: la relación amorosa entre el doble agente Brody con la agente Carrie Matheson, más la venganza personal entre el terrorista Abu Nazir y el vicepresidente parecen agitar por el momento un giro que degrada la trama, en la que habíamos visto la "intimidad" de la biopolítica, es decir, ese momento en que el acto más privado de una persona (la relación de Brody con su hija cuando ella descubre que él es musulmán y lo acompaña a enterrar su Corán) es ya una cuestión de Estado, algo que los compromete y los involucra en la guerra global y total contra el terror. Todo eso se reduce, en el último episodio, a decisiones y caídas personales. Incluída la conversación entre Carrie y Nazir, en la que él, pese a la vulgaridad del libreto, le dice una verdad en la que conviene reparar: los musulmanes tienen la Fe.
Sin embargo, conviene recordar las anotaciones de André Bazin sobre el western: "La policía y los jueces benefician sobre todo a los débiles. La fuerza misma de esta humanidad conquistadora constituía su flaqueza. Allá donde la moral individual es precaria, sólo la ley puede imponer el orden del bien y el bien del orden. Pero la ley es tanto más injusta en cuanto que pretende garantizar una moral social que ignora los méritos individuales de los que hacen esa sociedad. Para ser eficaz, esa justicia debe aplicarse por hombres tan fuertes y tan temerarios como los criminales. Estas virtudes, lo hemos dicho, no son apenas compatibles con la Virtud, y el sheriff, personalmente, no siempre es mejor que los que manda a la horca. Así nace y se confirma una contradicción inevitable y necesaria. Con frecuencia, apenas hay diferencia moral entre aquellos a quienes se considera como fuera de la ley y los que están dentro. Sin embargo la estrella del sheriff debe constituir una especie de sacramento de la justicia cuyo valor es independiente de los méritos del ministro. A esta primera contradicción se añade la del ejercicio de una justicia que, para ser eficaz, debe ser extrema y expeditiva (menos, sin embargo, que el linchamiento) y, por tanto, ignorar las circunstancias atenuantes, así como las coartadas cuya verificación resultara demasiado larga. Protegiendo la sociedad corre el riesgo de pecar de ingratitud hacia los más turbulentos de sus hijos, que no son quizá los menos útiles, ni incluso tampoco los menos meritorios." En otras palabras, de lo que se trata es de la excepcionalidad de la ley y los individuos, origen y fin de esa dupla moral y legal del héroe "americano".
He visto de algún modo el mismo planteo en la muy inferior serie Last Resort, o mejor: no el mismo planteo, sino esto de la excepcionalidad. Acá lo que está en juego es la fantasía en torno al imperio guerrero y su policía global (la tripulación de un submarino nuclear de la armada estadounidense queda abandonada a su suerte en una isla que vagamente recuerda los primeros episodios de Lost cuando se niega a ejecutar la orden de disparar una bomba atómica contra Pakistán y es atacado por su propio país): ser un imperio, el imperio, significa depositar en cada individuo la totalidad de ese imperio que ya no es la estrella del sheriff, como en el análisis de Bazin, sino el hongo nuclear, y así.
Last Resort ("último recurso") no es buena sino en sus digresiones: una tripulación que ha perdido el rumbo en todo sentido y se hunde en la confrontación en torno a la obediencia o no de las órdenes, enseña de a ratos, y no siempre del modo más feliz, los sacrificios personales para acceder a la cadena de mandos.

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