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viernes, 7 de diciembre de 2012

mediterráneos

Imagen tomada de ancaq.

Lara Pellegrini me dice que estuvo leyendo a Rodolfo Kusch (me lo dice a propósito de algo que conversamos) y que Kusch observa que el mar no está en la cultura popular argentina, lo que me recuerda largas conversaciones sobre el carácter "gringo" de la gran mayoría de los pueblos de la costa atlántica argentina, a diferencia de los del este uruguayo, donde todo se construye de cara el mar. El libro de Kusch se llama Geopolítica del hombre americano (el enlace lleva a la versión digital en Scribd) y fue publicado por la Editorial García Cambeiro en Buenos Aires en 1976. (La conversión a texto de la imagen de las páginas la hice mediante Online OCR.)
En la página 59 (el capítulo "El punto de vista geocultural"), como me señala Lara, leemos: «Es curioso que el mar no haya constituido un problema para la cultura argentina. Las menciones que se hacen del mar durante la colonia son en general de un tipo centralizante. Se trata de defender la colonia de invasiones y entonces había que tomar las medidas del caso. De ahí los viajes de Biedma y del piloto Villarino. Pocas veces se hacen concesiones para la explotación del mar propiamente dicho, o para ejercer sobre él un dominio. Esto hace pensar que hay dos formas de referirse al mar, una se refiere a su condición de simple lugar de fácil acceso, y la otra es tomarlo en sí mismo como un ente explotable o de instrumento de soberanía.


En general ha predominado siempre el primer criterio. ¿Por qué? Seguramente por la formación de la cultura popular en Argentina. Ante todo, lo tecnológico depende evidentemente de lo cultural. Si lo cultural es eso que tiene raíces en la vida cotidiana y que alberga gestos y actitudes y a partir de ahí da pautas para nuestro quehacer superior, esa cultura así entendida forzosamente habrá de condicionar incluso el comportamiento de la nacionalidad frente al mar.
Pero entre nosotros hay que pensar los fracasos a partir de una escisión entre una cultura popular y otra que no lo es. Y nuestro comportamiento nacional depende de una cultura mediterránea, y no es otra que la popular. Es más, nuestro país está constantemente presionado por la cultura popular.
La Argentina tiene sus raíces culturales en su mediterraneidad, mal que nos pese a nosotros los porteños. Al principio fue el eje del litoral que termina por encontrar su sede en Asunción. En segundo término el que se aglutina en torno a los valles calchaquies, y, finalmente, el que penetra por Chile y se ubica en Cuyo y que tiene serias injerencias en los anteriores. Los tres ejes condicionan la geocultura argentina, especialmente la popular, y repercuten en todo sentido a través de toda la historia argentina. Constituyen el sostén principal del federalismo, se eclipsa después de 1853, pero vuelve a darle el poder a Roca, para que, luego de varias vicisitudes, reaparezca con la fuerza principal del peronismo.
Recién con el cuarto centro geecultural, o sea Buenos Aires, se concreta la fisonomía que consideramos hoy como Argentina. Promovida desde los virreyes borbónicos en adelante, convertida en una empresa aduanera, y sometida a los intereses internacionales, inicia, como es natural, un ritmo contrario a la cultura popular. Mejor dicho, se convierte en el factor culturalizante y colonizante por excelencia, que termina por dominar los resortes más importantes de la República. Desde Rivadavia que proclama en 1812 “el pleno goce de los derechos del hombre en sociedad”, pero en el sentido iluminista, como si perteneciéramos a la sociedad francesa de la época, pasando por Sarmiento con su criterio específico sobre la civilización, hasta Roca o el desarrollismo moderno, todo ello está condicionado por el cuarto eje geopolítico Buenos Aires.
A raíz del incremento que empieza a tener Buenos Aires se convertirá en un país híbrido. Y digo híbrido porque a partir de la injerencia de Buenos Aires, transformada en centro geopolítico, comienza a perderse la coherencia interna de la nacionalidad y se produce una distancia irremediable entre clase dominante y clase popular. Ya no hay diálogo entre la propuesta civilizadora y el lenguaje que habla el pueblo. Si el pueblo sigue su ritmo biológico de una cultura mediterránea, Buenos Aires a partir de 1853 habla de un ritmo mecánico de asimilación progresiva de formas culturales extrañas con las cuales la cultura popular no tiene nada que ver y que incluso rechaza. La irrupción que ejerce Buenos Aires y su sentido distorsionante se advierten en que no logra un diálogo armónico entre la propuesta de civilización tal como la exigía la burguesía occidental y la infraestructura de la Argentina en ese tiempo. Pensemos que el concepto de “frontera” o de “desierto” que debe ser “conquistado”, era una creación de Buenos Aires, cuando indica el grado de ruptura de la falta de conexión con la infraestructura. Se trataba del criterio de una minoría fuertemente impactada por la segunda revolución industrial europea, y que estaba dispuesta a imponer su criterio aun cuando no hubiera posibilidad de hacerlo. Lo que, por ejemplo, en la época de Rosas era entendido aún como una posibilidad de armonía, ya no lo es en época de Roca.»

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