1. Para terminar con Believe: Los niños con poderes, desplazados de familias disfuncionales, tuvieron
un relativo auge en el cine y la televisión de los últimos años. Los mejores
ejemplos en tevé han sido Dark Angel
(2000-2002), sobre una adolescente modificada genéticamente y desertora de un
programa para crear el soldado perfecto, producida por James Cameron, y Joan of Arcadia
(2003-2005), alusión a Juana de Arco: una joven que habla con Dios. El caso más
irritante y aburrido acaso es Touch (2012), la serie protagonizada por
Kiefer Sutherland, que compone su personaje del mismo modo que el histérico Jack
Bauer de 24, sólo que esta vez está a
cargo de un niño autista que parece conectado con la humanidad entera. Todos
vendrían a ser una suerte de derivados de X-Men, sin los uniformes y las danzas
de moles de acero en el aire, se entiende: todos estos niños “especiales”
vienen por un lado a desterrar la idea de que pueda haber algo revelador en la
vida cotidiana, en las personas “regulares”; por otro, a afirmar que ya no hay
padre, que eso que regía la ley y el orden se ha ausentado.
2. Otro de los temas recurrentes en la ficción del cine y la televisión
actual es el de los muertos que no mueren, ya sea porque reviven como zombies o
porque reaparecen tal como habían dejado el mundo hace un tiempito: unos
zombies civilizados. El año pasado la televisión francesa estrenó una serie de
doce episodios –prometedores por el clima que generaron sus primeros capítulos,
cosa que no bastó para sostener el relato hasta los últimos– con este tema, Les revenants, los muertos de un
pueblito alpino comenzaban a volver a casa sin saber que habían expirado. Brad
Pitt, al frente de un equipo de gente más o menos conocida, formó la productora
Plan B para producir Resurrection,
que se estrenó el domingo 9 de marzo último. El argumento es más o menos el
mismo, sólo que los muertos, en lugar de volver a Los Alpes regresan a Arcadia,
Missouri. Y sí, además de los muertos tenemos al sheriff, a un agente de la
Agencia Federal de Migraciones y a una médica joven, bella e inteligente.
En distintos medios y sitios de internet (la entrada de Wikipedia,
entre otros), se insiste en que las dos series (la francesa y la flamante
norteamericana) están basadas en novelas diferentes, cosa cierta en los
detalles pero no en los grandes rasgos del argumento. Es probable que al no
haberse demorado en tanta pincelada ambiental, Resurrection, la serie norteamericana, consiga un final más logrado
para su primera temporada. Si no, nos perderemos incluso de las lindas
postales.
El zombie es el monstruo de la biopolítica, metáfora de los caídos del
sistema, el ser degradado, sin entidad civil; el refugiado, el apestado por la
pobreza y la exclusión. Estos revividos, en cambio, son otra cosa: una laguna
que el mundo contemporáneo no termina de llenar ni de vaciar. Son un vacío en
espejo, radiación de la vida virtual que llevamos, en la que las cosas no
terminan de irse, pero tampoco vuelven; nos conectamos con ellas a condición de
que se mantengan en ese tiempo sin tiempo de la conexión.
Si alguien apreciado viniera a preguntarnos si
vale la pena ver estas dos nuevas series, que reúnen a cabezas tan
sobrevaluadas en su ejecución (Cuarón, Brad Pitt o Abrams), le diríamos que hay
otras en curso mucho más valiosas. Pero si la pregunta fuese qué series resumen
mejor las fantasías de la época, no dudaríamos en alentarlo a perder un par de
horas semanales.
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