“Mammon” significa,
en arameo y según su uso bíblico, “codicia”, riqueza mal habida. Se
nombra dos veces en el Nuevo Testamento, en Mateo 6:24 (“No se puede servir a dos señores”) y en Lucas
(16:30). Mammon
es también el título de una serie noruega que cautivó a los ingleses y tendrá su segunda temporada el año
que viene, además de una versión americana (en Fox), como otras series
escandinavas, entre ellas The Killing.
Foto de The Guardian.
En la
primera temporada (seis episodios en total con un final abierto) que emitió la
NRK noruega (están en los sitios habituales de descarga) la historia sigue los
pasos de Peter Verås, un periodista cuyo hermano Daniel es un alto funcionario
bancario y su padre, un pastor protestante. La presentación de la serie nos
muestra a los hermanos Verås corriéndose en el bosque de niños, enfrentados,
sin que sepamos quién agrede a quién y sentando una mácula en esa hermandad que
se propagará en la trama y la atmósfera de la serie como las marcas que han
dejado en la Biblia las peleas entre hermanos.
La historia, la anécdota de la serie es una investigación por enriquecimiento ilícito y fraude entre empresarios y prohombres de las finanzas gracias a información privilegiada. El escándalo –en principio– involucra a banqueros, funcionarios del gobierno y políticos.
La historia, la anécdota de la serie es una investigación por enriquecimiento ilícito y fraude entre empresarios y prohombres de las finanzas gracias a información privilegiada. El escándalo –en principio– involucra a banqueros, funcionarios del gobierno y políticos.
La fuente
de Peter, a poco de avanzar el primer episodio, es una misteriosa Sophia a la
que contacta vía chat. Lo que descubrirá pronto es que los mensajes provienen
de la computadora de su hermano. En la próxima escena, y mientras Peter
conversa con su cuñada y su sobrino espera en la vereda, nuestro héroe asiste
al suicidio de Daniel Verås.
Si algo nos han enseñado las series más intensas de los últimos años es que las intrigas más políticas, aquellas que de alguna manera responden a la pregunta por los tiempos que vivimos, no pueden correrse de la pregunta fundamental de la ficción: ¿quién soy? De modo que Mammon es también una interrogación sobre el lazo familiar entre ese padre religioso y esos hermanos que tomaron caminos tan diferentes (uno un alto economista a quien su padre rechazó, otro un periodista que vive de un magro sueldo). Será entonces el padre de Pater quien le mostrará un video de una cámara de seguridad de la iglesia en la que se ve al hijo suicida llegar la noche antes de matarse hasta el altar para gritarle a un cuadro que él mismo donó: “¡Abraham!”. Abraham, el nombre del patriarca bíblico, es el hilo conductor hacia una sociedad secreta –descubriremos luego que está vinculada a una universidad nórdica y a muchas otras instituciones públicas. La figura de Abraham alumbra el pacto de esa sociedad que exige el sacrificio de los hijos como pago por la revelación del secreto. Para probar su fe, según la escena bíblica, Dios encomienda a Abraham el sacrificio de Isaac, su hijo. (Hay que decir que las interpretaciones sobre este episodio son innumerables y constituyen una gruesa columna del pensamiento occidental –acá la charla con Silvana Rabinovich, de donde se desprenden más interpretaciones–.)
En Mammon hallamos
de nuevo, como en muchas series, que el territorio de la intimidad adquiere
unas dimensiones monstruosas a la vez que universales (son las dimensiones de
la escena de Abraham). Pero con Mammon es la primera vez que la codicia
y los modos (tramposos) de acumular capital se muestran con la crudeza y el
espanto que realmente acarrean, a través del sacrificio de inocentes; lo que
nos devuelve a la tierra no ya del padre ausente, sino del padre que devora a
sus vástagos.Si algo nos han enseñado las series más intensas de los últimos años es que las intrigas más políticas, aquellas que de alguna manera responden a la pregunta por los tiempos que vivimos, no pueden correrse de la pregunta fundamental de la ficción: ¿quién soy? De modo que Mammon es también una interrogación sobre el lazo familiar entre ese padre religioso y esos hermanos que tomaron caminos tan diferentes (uno un alto economista a quien su padre rechazó, otro un periodista que vive de un magro sueldo). Será entonces el padre de Pater quien le mostrará un video de una cámara de seguridad de la iglesia en la que se ve al hijo suicida llegar la noche antes de matarse hasta el altar para gritarle a un cuadro que él mismo donó: “¡Abraham!”. Abraham, el nombre del patriarca bíblico, es el hilo conductor hacia una sociedad secreta –descubriremos luego que está vinculada a una universidad nórdica y a muchas otras instituciones públicas. La figura de Abraham alumbra el pacto de esa sociedad que exige el sacrificio de los hijos como pago por la revelación del secreto. Para probar su fe, según la escena bíblica, Dios encomienda a Abraham el sacrificio de Isaac, su hijo. (Hay que decir que las interpretaciones sobre este episodio son innumerables y constituyen una gruesa columna del pensamiento occidental –acá la charla con Silvana Rabinovich, de donde se desprenden más interpretaciones–.)
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