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martes, 22 de abril de 2014

fantasía encarnada

Aunque nacida en Rosario en 1975, Carolina Musa pasó su infancia y adolescencia en Orán, Salta, que es el lugar o, mejor, “la zona” –como si se tratara de la irradiación de un espacio– donde transcurren los cuentos de En el cuerpo quién sabe, su primer volumen de narrativa (publicado este mes por la editorial rosarina BaltasaraEditora).
Musa, cuyo nombre dispara los retratos más variopintos en el buscador de imágenes de Google, es conocida por sus intervenciones en el ámbito de la poesía (publicó el libro de poemas Acústico en 2011 y participó en al menos tres antologías, además de haber sido invitada al Festival Internacional de Poesía y haber asistido a cursos con Marcelo Cohen y Daniel García Helder, entre otros).

Los relatos de En el cuerpo quién sabe suceden en una atmósfera provinciana sin costumbrismo, y los personajes, como en una película de John Carpenter, sufren transformaciones en el cuerpo que los dejan como en otra vida. En esa “otra vida”, creemos, habitan los fantasmas que la joven Musa dejó en el norte del país y conjura en estos cuentos que a veces rozan –por su precisión formal, sus simetrías y analogías– el guion fílmico, ese que trae en una imagen cotidiana una revelación hecha de asombro y melancolía.
—Hasta ahora habías publicado libros de poesía y transitaste bastante ese mundo, el de la poesía, ¿qué encontrás en la narrativa a diferencia de la poesía?
—Me divierto más, eso seguro, porque el tiempo de la escritura dura más. En general mis poemas son respuestas a estímulos puntuales y después los corrijo mucho, voy quitando, depurando palabras, versos enteros. No escribo poesía con un programa previo, aunque sí entiendo que los poemas que tienen la misma pulsión se van reuniendo casi por contigüidad. En cambio en la narrativa tengo una conciencia desde el principio de los elementos formales del texto. Pienso mucho en los personajes, hago esquemas de sus posibles pasados, de sus frustraciones, trato de captar esos momentos que pueden definir la vida de una persona, todo un laburo de búsqueda del que queda muy poco en los textos.
—¿Existe la tentación de “poetizar” la prosa? ¿Cómo ves esa cuestión (pensada, digamos, en relación a Saer, con su Arte de narrar que consiste en poemas)?
—No. No. Bah no sabría cómo hacer eso. ¿Qué es poetizar una prosa? A veces un personaje viene con la poesía a cuestas, un viajero, supongamos, puesto a monologar quizás se permita cierto lirismo. Al narrador yo no se lo permito. A llorar a misa. Pero a veces sí. Son esas cuestiones que como aprioris no me importan, salvo que lo demande el personaje, el paisaje, la trama, o algo.
—Hay siempre elementos de algún modo misteriosos y hasta fantásticos en los cuentos (“Emergencia sanitaria” es para mí una actualización á la creole de Invasion of theBody Snatchers), ¿encontrás allí una genealogía, un interés particular a partir de ciertas lecturas? ¿Cómo definirías ese elemento extraño que aparece en las narraciones?
—Sí. Efectivamente. Hay zombis, enigmas sobrenaturales, aparecidos y sucesos sin explicación racional. Y sin embargo son parte del verosímil de ese paisaje. No creo que pueda trazar una genealogía a partir de la literatura fantástica, más bien veo en estos elementos una reacción al recetario que nos dejó más de un siglo de realismo. (Es que soy muy mala cocinera, no puedo lidiar con una cantidad exacta de ingredientes dispuestos en forma mecánica)
—Cuál es la relación biográfica y “formal”, literaria, con Orán y esos pueblos de provincia que aparecen en los cuentos? ¿Qué es lo que te habilitan esos escenarios al escribir ficción?
—Esto me interesa muchísimo, porque –más allá de cualquier posicionamiento literario– para mí es el escenario, el paisaje mismo que habilita en estos cuentos la irrupción de lo fantástico. Hay una mixtura de creencias religiosas (católicas o no) que enrarecen no sólo la conversación sino también las conductas. La mujer muerta que aparece en un árbol y habla, por ejemplo (en “Mal agüero”), no se presenta como una opción fuera del verosímil, sino al contrario.
—¿Cómo es ser escritora hoy en Rosario? Hay muchas editoriales, encuentros, hay un ambiente, ¿cómo te movés en todo eso?
—A mí este ambiente me dio muchos amigos, gente que comparte este delirio tuyo (es decir: mío), con la que podés hablar de libros sin hacer alarde de erudición o tener que impresionar a un docente.
¿Te sentís más cómoda en la poesía o en la narrativa?
—Me fastidian un poco las recetas y me aburren los cánones de escritura, en poesía y en prosa. Me siento cómoda buscando, explorando. A veces hay algo que me deslumbra y yo siento que tengo que ir por ahí. Por ejemplo: desde hace algún tiempo vengo probando con una serie de poemas para chicos, y en ese conjunto había algunos, muy narrativos, que no me convencían para nada. Entonces los pasé a prosa y crecieron de un modo muy hermoso, brotaron diría, encontraron su forma.
—Tenés un hijo: ¿cómo ve él tu actividad, cómo la compartís con él?
—Lautaro tiene 12 años, cuando empecé a leer en público iba re contento a los bares, después se cansó y no quiere ir más. Pero a veces va, y nos llevamos una linda sorpresa de escucharlo reír a carcajadas en una lectura de Santiago Pontoni.
—¿Cómo nació la idea de un taller literario para niños? ¿Cómo resultó eso? ¿Conclusiones?
Yo me divierto muchísimo con los pibes. Siento que esos espacios habilitan el juego y la risa, y trato de construir ambientes desprejuiciados. Supongo que parte de esta idea surge de mi incapacidad total para lidiar con un grupo de adultos (corrijo muchos textos de adultos, pero siempre uno a la vez).

En el cuerpo quien sabe se presenta el sábado 26 de abril a las 19.30 en el bar Bienvenida Casandra (Sarmiento 1490).

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