A mediados de
2001 el compositor inglés Luke Haines
(Londres, 1967) lanzó sus dos primeros discos como solista, Christie
Malry’s Own Double Entry –que reunía la música de una película basada
en un comic– y The Oliver Twist
Manifesto, en el que el músico coqueteaba con las técnicas de
producción del hip hop. La aparición de este último álbum fue entonces
acompañada de un llamado a la huelga nacional del pop, un silencio de radio que
se extendería durante una semana por el Reino Unido y clamaría el indulto por
todos los crímenes cometidos en nombre del pop.
Los álbumes de
2001 sólo confirmaron la carrera solista de Haines, quien desde fines de los
80, primero con su grupo The
Servants y, luego, con The Auteurs, Baader Meinhof
y Black Box Recorder, había entregado ya al repertorio de la música popular
británica un puñado de melodías sólidas y virtuosas en la tradición del Elvis
Costello pop, de Ray Davies y los Kinks o del mismo Paul McCartney con Wings. A
su vez, el llamado a la huelga fue una operación estética acorde a un artista
que encabezó algunos de sus discos con citas de Guy Debord y desplegó en su
obra una mirada en la que la ironía se cruza con las clases sociales, la
política, el sexo y los estilos de vida de la ciudad y el suburbio. Una melodía
de Haines, escribió uno de sus
críticos fervorosos, “es el equivalente a recibir un puñete en la puerta de
alguien que apareció ofreciendo caramelos; pero una letra de Haines es el
equivalente a descubrir que el caramelo fue entregado por el chotacabras”.
“La industria de
la música trata acerca de cómo perder dinero”, o “Blur y Oasis son
entretenimiento ligero”, son algunas de las frases con las que Haines azuzó a
la prensa especializada y, sobre todo, a sus pares en la escena pop británica,
entre ellos a Radiohead, asombrado del tiempo que se tomó el cuarteto para
preparar y lanzar un disco.
Escéptico pero
rara vez cínico, Haines canta en “Future Generations” (Las generaciones
futuras): “Esta música podría destruir una nación” y, en “Discomania” (sin
acento y pronunciado “discoménia”, porque es el original en inglés) alardea:
“Esta es la historia de adictos a la Pepsi Cola. ¿Quién de nosotros va a asesinarnos?”
En el álbum The Oliver Twist Manifesto Haines
anuncia en la primera línea de la canción: “Esto no es entretenimiento”.
“Quería salirme de esta idea –diría después el compositor– de que si escribo
una canción eso me convierte en un showman. ¿Por qué debo ser un showman?
¿Quién dijo eso? Por esa razón The Oliver
Twist Manifesto fue el comunicado de una brigada furiosa”.
La relación de
Haines con Inglaterra –de la que confiesa que le cuesta salir– suena
literaturesca y recuerda la de Martin Amis o la de J.G. Ballard con
Gran Bretaña: en los tres el crimen es el gran capital simbólico sobre el que
el imperio vuelve a refulgir sobre sus restos. Los títulos de algunos de sus
discos –de sus distintas formaciones– son elocuentes: Back With the Killer (De nuevo con el asesino, The Auteurs, 1995), After Murder Park (The Auteurs, 1996), England Made Me (Inglaterra me hizo, Black
Box Recorder, 1999).
Inglaterra es, en
realidad, el tema de la mayoría de las canciones de Haines. “Mientras Inglaterra se aproxima cada
día más a la idea de la cultura de las celebridades, donde todo el mundo es
famoso durante quince minutos, me gustaría ser el último de los hombres en
volverse famoso. Debería ser un objetivo para la gente evitar la fama”, declaró
Haines a la prensa. Por eso, las figuras de sus canciones son menos la imagen
de una cultura –la inglesa– que sus tropiezos, sus fallas, sus espacios vacíos,
ya sea a través de la
historia de las hermanas Mitford (en la canción “The Mitford Sisters”), un
bastión decadente del fascismo que en los años 30 bregaba por la unión de
Inglaterra con el Eje; ya sea a través de sus ídolos caídos, como el cantante
del glam rock Gary Glitter.
Anunciado en
muchas publicaciones y weblogs argentinos, los discos de Haines, de quien se
conoció en 2006 Off My
Rocker At The Art School Bop, no están editados en el país pero se
comparten a través de la red. Entre ellos, hay dos compilaciones Das Capital, un doble que reúne lo mejor
(The Best of, según la fórmula discográfica) de The Auteurs y Luke Haines is Dead (según el
latiguillo con el que los iniciados creían escuchar la noticia sobre la
suerte de McCartney en Sgt. Pepper
Lonelyhearts Club Band), una edición de tres discos compactos en el que el
compositor reinterpretó sus canciones con arreglos de cuerdas y creó nuevas
versiones, muchas de ellas, como “Showgirl”, superiores a la original.
Las clases
sociales, los negocios de ropa usada, el trabajo diario, el decadente mundo del
espectáculo y la frágil vidriera en la que hombres y mujeres fortalecen un monstruo
mediático de mil caras son los disfraces más frecuentes en las canciones de
Haines, quien a fines de los 90 unió sus esfuerzos con el creador de The Jesus
and Mary Chain, John Moore, para formar Black Box Recorder (una banda en la que
la voz cantante la llevaba una mujer, Sarah Nixey).
“Comencé a hacer
discos –dijo Haines– porque ya había escuchado la mayoría de la música que me
gustaba. Fui un niño precoz y a los 12 años ya había recorrido la discografía
de (David) Bowie; a los 13 escuchaba a Captain Beefheart. Cuando se llega a ese
punto y uno está a mitad de los 30, para ser honesto, es raro que uno se
interese en los «yeah, yeah»”.
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