Y Ber Stinco presentó Los fusibles quemados del amor, su
cuarto disco, en Plataforma Lavardén el sábado pasado junto con su banda La
Asociación Rosarina del Rifle.
De algún modo, todo el disco es cita de cita, “el eco de otros
ecos”, como dice la letra de “El carbón”. Eso es algo, porque ya nos enseñaronlos maestros que la canción es una y tiene una torre –“Tower of Song”–, de modo
que cada canción tributa a ese único reino en el que se reconstruyen los
puentes, el fuego vuelve a arder.
Con 32 años, en el camino entre La Carlota (Córdoba) natal y
Rosario, Ber Stinco parece haber entendido eso, que la canción ironiza y
reflexiona sobre la canción misma, y que el amor es la piedra filosofal de ese
credo. “En la fiesta me dijiste que ya no querías seguir. Recordamos el
principio. Nos mentimos sobre el fin”, canta en “Dos”: esas idas y venidas en
el tiempo, el dejo de sarcasmo con que se recuerda el dolor, todo un universo
que pertenece al universo folk –un universo hecho del tránsito por lugares cuya
geografía es el mismo lenguaje– de las canciones, hecho de palabras sencillas,
de historias simples de parejas que se separan y en las que se abre un pasaje, un
hueco hacia otro lugar, como si reconstruir ese quiebre trajera a la vez una nueva
luz.
Pero letristas sobran en la ciudad. Lo que Stinco trae, sin
embargo, es una particular manera de impostar la canción: un modo de acompañar la
respiración misma de la lengua en la que están cantadas esas letras.
De allí que lo que escuchamos, por momentos, no sea tanto la
totalidad de la letra como las salpicaduras que en la voz provocan ciertas
palabras: “Señorito”, “Camboriú”, como en su disco anterior (“Todos somos el
conurbano de alguien”, 2013) había ensayado el “ahijuna” y otras expresiones
provenientes de las canciones de Jorge Cafrune o José Larralde –autores a los
que confiesa haber frecuentado.
Ecos de Andrés Calamaro, de Indio Solari, por eso de Dylan
–el Dylan que incorporamos como El Quijote: lo conozcamos o no, como parte del
paisaje musical contemporáneo–, pero en canciones que hablan de Bombal, en una
lengua que juega a ser extranjera y no puede ser más de acá.
Después de Coki Debernardi, junto con Julián Venegas –aunque
con estilos muy distintos– Ber Stinco es de los pocos en “inventar” una manera
de cantar que no es otra cosa que un modo de revisitar lo que hay en su memoria
musical. Nos deja así estos “fusibles quemados del amor” desparramados en
canciones que son eso: los tapones que saltaron cuando se abrió una herida.
Stinco, autodefinido en MTQN como “escritor,
cantautor y twittero”, contó que este es el primer disco que “está como quería
que esté” y que admira al difunto autor porteño Rodolfo Fogwill.Gracias, Nico Manzi.
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