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lunes, 30 de marzo de 2015

ingeniero

Ya en sexto año del Politécnico, Tomás acudió la semana pasada a su primera entrevista de trabajo, según el plan de pasantías de la escuela. Lo hizo en una fábrica de productos eléctricos de Rosario donde fue admitido luego de una larga perorata de la persona encargada de entrevistarlo que comenzó la charla así: "Un país se hace con ingenieros, olvidate de los que escriben libros y se dedican a esas cosas". 
Construcción de la Torre de Babel por Athanasius Kircher (1679). Tomado de La biblia de los pobres.

Lo primero que le dijimos a Tomás es que nuestro hombre de la fábrica está en lo cierto: este y todos los países le deben más a ingenieros y proletarios que a mucha de la gente que escribió libros. Pero, de nuevo, la cuestión es desde cuándo aparece esa deuda. 
Entonces, es necesario de nuevo recurrir a la inevitable cita de Paul Valéry en su prólogo a las Cartas persas de Montesquieu: “El orden exige, pues, la acción de presencia de cosas ausentes, y resulta del equilibrio del instinto por los ideales.” “Mas las sociedades reposan, por el contrario, sobre las Cosas Vagas; al menos hasta ahora se han fundado en nociones y entidades bastante misterio­sas como para que el alma rebelde esté nunca segura de haberse desembarazado de ellas, y vacile en temer tan sólo a lo que ve. Un tirano de Atenas, que fue hombre profundo, decía que los dioses fueron inventados para castigar los crímenes secre­tos.”
Un país puede construirse a partir de la mediación de ingenieros y proletariado una vez que ciertas "cosas vagas"--en términos de Valéry-- comienzan a operar: la idea de una burguesía nacional (como en el primer peronismo), la de una nación (como en la Generación del 80) o la de una esencia telúrica nacional y su consecuente pacto de clases, como en la Vuelta de Martín Fierro, son algunas de las cosas vagas que generan realidades, recién entonces llegan los ingenieros. Una vez que las fuerzas simbólicas establecieron las necesidades simbólicas (no las básicas, sino las que ingresan en el discurso; las que permiten, por ejemplo, que un sector beneficiado por un régimen político se vuelva en contra de ese régimen porque cree que está más allá de ese régimen: el eterno conflicto del peronismo), los ingenieros encuentran su campo de acción y trabajo. 
Antes de que las gigantescas y erráticas movilizaciones de diciembre de 2001 encerraran a la clase política y la obligaran a reaccionar (camino en el que tuvieron que disciplinarse los gobiernos de Eduardo Duhalde y, luego, de Néstor Kirchner), un ingeniero era algo así como un taxista de lujo. En un país que había sucumbido al relato de las empresas de servicios y la eficacia privatizadora (la privatización del Banco de Santa Fe, uno de los mayores crímenes económicos santafesinos perpetrado por el ahora macrista Juan Carlos Mercier, le costó a la provincia mil millones de dólares de saneamiento, casi el doble de lo que les costó a dos narcotraficantes hacerse con el banco provincial, que las arcas provinciales terminaron de pagar hace poco más de un año), un ingeniero no tenía para hacer mucho más de lo que hoy puede ofrecer un asesor de márketing. 
Porque esa "acción de presencia de cosas ausentes" que menciona Valéry se gesta no en la acción específica sobre el mundo material, sino sobre el único mundo en el que realmente estamos inmersos de principio a fin de nuestra vida, el del lenguaje. Un mundo que, claro está, transitan los ingenieros, aunque muchas veces prescinda de su trabajo.
Por ;ultimo, para evitar citar literatura, acá un ejemplo de cómo nos movemos en ese peligroso mundo discursivo: la entrevista de Santiago O'Donnell a Julian Assange.

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