Hay una película –acaso muy visitada por intelectuales– que
se llama Invasión, dirigida por el argentino Hugo Santiago en base a una idea
de Borges y Bioy Casares y estrenada en Buenos Aires en 1970. Allí, un invasor,
un pulcro hombre ejecutivo con aspecto de tecnócrata, enfundado en un traje
claro, le espeta a un miembro de la resistencia –traje oscuro, apegado a
ciertas tradiciones porteñas–: “Nosotros traemos lo que la gente quiere”. Es de
señalar la frase, porque quien la dice se mueve ajeno al interés popular o ciudadano,
pero en el concepto “gente” logró aislar una tendencia, una demanda que tiene que
ver con la mediocracia y el mercado y que llega para imponerse sobre esa “gente”.
Así, “lo que la gente quiere” es mucho menos la
cristalización de un deseo específico que el hallazgo de un medio para formular
o “editar” una demanda. No sé lo que quiero, pero espero poder expresarlo en
140 caracteres. No sé lo que quiero, pero me sumo a la cadena de Facebook que
despotrica contra el gobierno. No sé lo que quiero, pero voy a narcotizarme con
videos en YouTube que me muestren funcionarios en situaciones incómodas.
Y en este terreno, en el que lo importante es que las cosas
fluyan con “naturalidad”, la derecha –el grupo político que cuenta
históricamente con el beneplácito de los dueños del capital– juega con ventajas.
Ningún otro sector supo convertir en “naturales”, lógicas o razonables medidas
que de sólo pensarlas escandalizan: reducir en tiempos de crisis el salario de
los trabajadores en beneficio de la provincia (cuando las grandes empresas y la
dirigencia política de principios del 2000 no perdieron un centavo), pagar por
el saneamiento de un banco que va a privatizarse casi el doble de lo que cuesta
esa venta, y así.
Tanto el peronismo como socialistas y radicales agrupados en
el Frente Progresista piden ahora un debate. Se entiende, quieren debatir ideas
con el gran ganador de las primarias del domingo, Miguel Del Sel, cuyo
vocabulario político se reduce a dos o tres palabras: corazón y gente.
Es una impresión personal con la que deseo equivocarme, pero
me temo que debatir ideas no va a cambiar el panorama. Quien escogió darle su
voto a Del Sel no lo hizo por sus ideas. Acaso porque el votante sólo se
informa por televisión –donde el debate político suele estar ausente– o por las
redes sociales, donde los algoritmos de las redes agrupan intereses como si se
tratara de una perversa y degradada comunión de conceptos, Del Sel gana porque,
como el tecnócrata de Invasión, “trae lo que la gente quiere”. Incluso la
palabra “idea” –en estos tiempos en los que el ex presidente de Boca Juniors,
Mauricio Macri, se mofa de que llega al fin del “relato”– no goza de gran
aprobación.
Pretender que el Pro es sólo una fuerza arribista que encara
un gobierno de manera improvisada también sería un grave error. El macrismo
logró instalar en los barrios centrales de Buenos Aires un vecinalismo activo,
incapaz de formular conceptos ideológicos, pero con la suficiente decisión y
expeditividad como para provocar pequeños cambios en el barrio, en los espacios
acotados donde se mueve el vecino. La “militancia” de clase media del Pro se
parece mucho a la de las viejas comisiones vecinales, hallaron un espacio allí,
en la micropolítica, en la política de lo cotidiano, porque para las grandes
ligas están Mauricio, Patricia Bullrich y otros nombres destacados, con sus
negocios inmobiliarios millonarios y sus campañas bendecidas por los grandes
medios.
Pretender que el Pro va a
cambiar algo, por otro lado, también sería un error. Esta gente ya gobernó. Más
allá de la diferencia entre el público que rodea un podio de Fórmula 1 y el que
va a un show de Midachi, la formación de Del Sel no difiere mucho de la de
Carlos Alberto Reutemann.
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