En diciembre
de 2004 Edgardo
Zotto le contaba a Osvaldo Aguirre, en una entrevista publicada en el
suplemento Señales, que había dejado al política, en 1989, para dedicarse a la
escritura y para apartarse del menemismo, que había copado la escena. Hasta
entonces había pasado por varios cargos en el gobierno de Víctor Reviglio:
subsecretario de gobierno, de Seguridad Social, secretario de Seguridad Pública
y ministro de Gobierno. Fue el funcionario que puso la cara ante la prensa
cuando Rosario vivió los saqueos de 1989.
“Escribo
desde muy chico, pero como una cosa secreta, clandestina”, decía en esa
entrevista. Su primer libro, Memoria de Funes, apareció en 1998: el título es
un juego para lectores en el que se mezcla aquél conocido cuento, “Funes el
memorioso”, y los recuerdos de la quinta que Zotto tenía en Funes. Desde
entonces y hasta su muerte publicó media docena de libros, todos de una poesía
breve, alusiva e introspectiva, en la que un detalle íntimo es capaz de
iluminar una esquina, una calle, una ciudad.
Edgardo murió
a fines de 2014. El año anterior una dolencia que apareció súbitamente le quitó
días de su memoria y a partir de entonces se abocó a la tarea de completar sus
libros de poesía. Culminó Lo que sé del fuego, que en 2014 salió publicado en
Mansalva y Mayo del 68 y Diario del regreso, que la editorial Iván Rosado
publicó de forma póstuma este año y en los que colaboraron, respectivamente,
Osvaldo Aguirre y Sonia Scarabelli.
“Tengo veinte
años,/ mi padre está muriéndose”, comienza el poema “Mayo del 68”, que a su vez
da título al último libro que Zotto concluyó en vida. No es una casualidad que
un hombre que tuvo una vida pública vinculada a la política titule su libro con
esa ambigüedad: el descomunal acontecimiento que llamamos Mayo del 68 –con su
epicentro en Francia y ecos occidentales– se disuelve en esa escena íntima en
la que el joven del poema acompaña a su padre en su lecho de muerte.
Los poemas de Mayo del 68 recuperan la memoria personal de la familia, desde el abuelo que
lee las cartas que llegan de Italia a los paisanos analfabetos a los juegos de
juventud en las calles del barrio en la zona sur de Rosario. Mezclado con
lecturas e influencias que llegarían con la madurez, como la del poeta Aldo
Oliva, a partir de cuyo encuentro rememora a un tío y, a partir de allí, anota
una línea que podría leerse como el ars poetica de Zotto: “Una infancia
ardua/ que sólo el tiempo fue capaz de embellecer”.
Diario del
regreso, en cambio, es un libro que Zotto escribió en paralelo a Mayo, según
lo relata Sonia Scarabelli, quien ordenó los poemas del volumen. Muchos de esos
poemas fueron escritos en un cuaderno espiral de tapas azules que una de las
hijas le llevó a Zotto durante su primera internación. Por eso el poeta había
agrupado esos textos bajo el título Diario del colapso.
Cierto, la
circunstancia ominosa que trae el título –es el regreso de la internación, es
el intermezzo entre una vuelta y la partida sin regreso– ilumina estos textos
con una luz cenital, así los poemas se leen también en la sombra que proyectan.
El texto que
acompaña la contratapa está firmado por Diana Bellessi y recuerda el único
encuentro con Zotto, al que abrazó con la amistad que ahora perdura en la
poesía. Tampoco es casualidad: Bellessi es quien nos enseñó a rezar junto a un
lecho de muerte en La edad dorada. Hay un esbozo de gracia y piedad que Zotto
ensaya con recursos mínimos y totales. Leemos en “Gloria”: “La noche laica,/
devota de la Virgen de Fátima,/ que Viene del Fisherton pobre,/ lee y, muy alta
la madrugada,/ me dice: ‘Duerma, Edgardo,/ sólo tiene/ que cerrar los ojos y
dormir’./ Le digo: ‘Lo hago,/ pero no me duermo’./ ‘Pídale a Dios’, me dice./
‘No me contesta’, digo./ ‘Él no habla, obra’, dice./ Y me duermo.”
En el poema
final que da título a su libro “Lo que sé del fuego”, Zotto anotaba: “y acá
estamos otra vez/ asombrados de esta proximidad”. La poesía de Zotto explora
esa sabiduría: la del permanecer cercano.
Diario
del regreso y Mayo del 68 se presentan este sábado (24 de octubre) a las 19
en Club Editorial Río Paraná, en Catamarca 1427 local 9.
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