En 2013, cuatro años después de publicar su libro Realismo capitalista, Mark
Fischer escribía en un artículo para la revista Strike: “El realismo capitalista
podría verse como una creencia, la de que no hay alternativa al capitalismo, de
que, como lo señaló Fredric Jameson: es más fácil imaginar el fin del mundo que
el fin del capitalismo. Hay otros sistemas que pueden preferirse al
capitalismo, pero éste es el único que resulta realista. O puede verse como una
actitud resignada y fatalista de cara a la sensación de que todo lo que podemos
hacer es hacernos a la idea de que el capitalismo lo domina todo y limitar nuestras
esperanzas a la contención de sus peores excesos. Sería, antes que nada, una
patología de la izquierda, nunca mejor ejemplificado que en el caso de los nuevos
laboristas. Al fin y al cabo, lo que nos aporta el realismo capitalista es
la eliminación de la política de izquierda y la naturalización del
neoliberalismo.” (La traducción al español puede leerse acá.)
Celebrado por Slavok
Zizek y otros intelectuales, el libro de Fisher es acaso el más inteligible
y el más cruel de los diagnósticos sobre eso que llamamos neoliberalismo, no
sólo como sistema económico, sino como representación del mundo o, mejor,
representación de un mundo que ya no nos pertenece. Del mismo modo que se
repite a coro –la imagen
es de Hernán Ronsino– que era inevitable la actual fabricación de una
crisis argentina que sólo pagarán los trabajadores y sectores medios, que no
hay alternativa, lo que da al millonario Mauricio Macri y su gavilla vía libre
para seguir acumulando capitales en paraísos fiscales.
El realismo capitalista, a diferencia del socialista (al que
alude el título), no necesita ser propaganda. Se trata, como advierte temprano
Fisher, de “un giro de la Fe a la estética y del compromiso al espectáculo”. El
autor recorre varias escenas de la contemporaneidad para señalar esta fantasía
organizada según la cual no hay alternativa al modelo de exclusión y páramo que
trae el neoliberalismo: desde los jóvenes de los terciarios y secundarios
ingleses –de los que Fisher fue docente–, donde observa una “hedonía depresiva”
(incapacidad de sentir placer y a la vez, incapacidad de hacer otra cosa que
buscar placer) hasta los tratamientos de enfermedades mentales, reducidos a la
química de las farmacéuticas, que aíslan al paciente.
Imagen tomada de Nexofin.
La pequeña editorial porteña Caja Negra publicó hace un mes Realismo capitalista (¿No hay alternativa?),
el libro que Mark Fisher (crítico cultural, musical y ensayista británico)
escribió cuando se desarrollaba la crisis
de 2008. Caja Negra replica, de algún modo, el gesto de la editorial Zero Books, donde apareció la obra de
Fisher: un espacio en el que lo académico cede paso a esa discusión pública
inclasificable que tuvo su mayor esplendor en ciertos blogs, como el del mismo Fisher (reemplazada
por el discurso único y ciego de las redes sociales).
Lo que Fisher define como “realismo capitalista” es nuestra
propia contemporaneidad, la del neoliberalismo (que otros contemporáneos
asocian el Mal), y lo hace a través de películas recientes, como Los niños del hombre, o de músicos
que aún reverberan en nuestros oídos, como Kurt Cobain y Nirvana: la
desesperación de Cobain, señala, es “la depresión de una generación que había
llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos
anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano”.
Es allí donde se une al pasmo de su colega el crítico musical Simon Reynolds, quien escribió Retromanía, donde se pregunta, a propósito del boom revivalero de las últimas
dos décadas (con bandas que regresan tras veinte años de inactividad, con
nuevos músicos que rescatan figuras de los 60): “¿Qué ocurrirá cuando nos
quedemos sin pasado? ¿Nos estaremos dirigiendo a una suerte de catástrofe
cultural-ecológica, en la que los recursos de la historia pop se habrán
agotado?” Y, luego, retoma el interrogante de Huyssen: “¿Por qué estamos
construyendo museos como si no hubiera futuro?”
Realismo
capitalista cuenta cómo el tiempo del neoliberalismo es un
presente sin historia, en el que el pasado es el tiempo en el que ya sucedió el
acontecimiento, el “evento” que nos depararía el futuro.
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