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lunes, 13 de marzo de 2017

mutaciones

Pocas cosas envejecen tan rápido como el futuro. Es cierto lo que dice Guillermo Piro, Julio Verne debería ser considerado un autor de “política ficción”: en su época estaba “notablemente familiarizado con el conjunto de las tensiones políticas del planeta”. Pero de alguna forma muchos escritores de ciencia ficción lo estuvieron. Y cito tres casos que nos interesan: Philip K. Dick, J.G. Ballard y Cordwainer Smith (este último, seudónimo de Paul Lineberger, especialista en guerra psicológica norteamericano). El futuro de Dick y de Ballard, más allá de algunas ambientaciones espaciales del primero, es ni más ni menos que el actual, el del mundo sumergido: en Dick, la sumersión en lo que llamamos virtualidad; en Ballard –su segunda novela se llamó The Drowned World: El mundo sumergido, literalmente, ahogado–, el hundimiento en “la quietud terminal de mundo satisfecho” (la descripción es de Marcelo Cohen). Cordwainer Smith (1913-1966), en cambio, es una rara avis, con un futuro que aún sigue siendo futuro, es decir, conserva cierta promesa irrealizada, incluso corrida de esa cosa decimonónica que confundía futuro con progreso. De todos modos, su procedimiento es el de tantos fabulistas, sitúa sus historias en lo remoto del porvenir, catorce mil años allá adelante, cuando la humanidad se ha lanzado a la conquista definitiva y total del universo. Lo que nos inquieta de semejante fábula no es tanto la epopeya futurista (nuestro autor despliega su obra de modo elíptico y fragmentario, a través de cuentos que saltan de un a otro milenio), sino algunos detalles, por ejemplo, que para tamaña aventura el hombre deba mutar, unirse al animal como en los tiempos primigenios. 

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