En esta entrevista publicada en el periódico californiano
The Nation, Noam Chomsky explica cómo
las élites de todo el espectro político han socavado las políticas sociales y
ambientales al restringir la participación popular bajo la retórica de la
libertad de mercado.
Durante 50 años, Noam Chomsky fue el Sócrates de Estados
Unidos, una plaga pública con preguntas que pican. No le habla al ágora de
Atenas, sino a una vasta aldea global dolida y ahora, parece, en peligro.
El mundo en problemas aún se abre camino hasta la puerta de
Noam Chomsky, aunque sólo sea porque durante tanto tiempo se manifestó con
franqueza sobre el torbellino que viene. No es que el mundo sepa qué hacer con
las advertencias de Noam Chomsky sobre la catástrofe, recordemos el famoso
fracaso del distinguido anfitrión televisivo William F. Buckley Jr. cuando se
encontró con la ira helada de Chomsky acerca de la guerra en Vietnam, en 1969.
Ilustración de Susan Coyne en The Nation.
Hay una cosa extraña sobre Noam Chomsky: “The New York Times”
lo llama “discutiblemente” el pensador público vivo más importante, aunque el
periódico rara vez lo cita, o discute con él, y menos lo hacen los gigantes de
las estrellas de la televisión. Y sin embargo, el hombre es universalmente
famoso y venerado a sus 89 años: es el científico que nos enseñó a pensar en el
lenguaje humano como algo incrustado en nuestra biología, no como una
adquisición social; es el humanista que se burló de la guerra de Vietnam y
otras proyecciones del poder americano, sobre bases morales antes que las
consideraciones prácticas. Sigue siendo una estrella de rock en los campus
universitarios, aquí y en el extranjero, y se ha convertido en una especie de
Estrella del Norte para la generación post-Occupy Wall Street que hoy se niega
a sentir el Bern-out (por Bernie Sanders, el político de izquierda que le peleó
la candidatura a Hillary Clinton entre los Demócratas).
Por desgracia, sigue siendo una figura extraña en los
lugares donde se hace política. Pero en su casa en el MIT (la universidad de
Massachusetts), es un viejo profesor notablemente accesible que responde a su
correo electrónico y recibe complacido a los visitantes como nosotros.
La semana pasada visitamos a Chomsky con una misión de final
abierto en mente: buscábamos el relato alternativo de nuestra historia reciente
de un hombre conocido por decir la verdad. Le habíamos escrito que no queríamos
oír lo que él pensaba, sino cómo. Nos respondió que el trabajo duro y una mente
abierta tienen mucho que ver con eso; también, en sus palabras, una “disposición
socrática a preguntar si las doctrinas convencionales están justificadas”.
—Todo lo que queremos que haga es que explique en qué punto
del mundo estamos en este momento.
—Eso es fácil.
—[Risas] Cuando tanta gente estaba al borde de algo, algo
histórico. ¿Hay un sumario de Chomsky?
—¿Un breve sumario?
—Sí.
—Bueno, en breve, creo que si echas un vistazo a la historia
reciente desde la Segunda Guerra Mundial, algo realmente notable ha sucedido.
Primero, la inteligencia humana creó dos enormes mazos que podían terminar
nuestra existencia –o al menos la existencia organizada–, los dos en la Segunda
Guerra Mundial. Uno de ellos es familiar. De hecho, ambos ya son familiares. La
Segunda Guerra Mundial terminó con el uso de armas nucleares. Fue
inmediatamente obvio el 6 de agosto de 1945, un día que recuerdo muy bien. Era
claro que pronto la tecnología se desarrollaría hasta el punto en que
conduciría a un desastre terminal. Los científicos ciertamente entendieron
esto.
En 1947 el “Boletín de Científicos Atómicos” inauguró su
famoso Reloj del Juicio Final. Ya saben: qué tan cerca estaba la aguja del
minutero de la medianoche. Y empezó con siete minutos para la medianoche. En
1953 se había movido a dos minutos para la medianoche. Ese fue el año en que
los Estados Unidos y la Unión Soviética explotaron bombas de hidrógeno. Pero
resulta que ahora entendemos que al final de la Segunda Guerra Mundial el mundo
también entró en una nueva época geológica. Se llama el Antropoescénica, la
época en la cual los seres humanos tienen un impacto severo, de hecho quizás
desastroso, en el ambiente. El reloj se movió otra vez en 2015, otra vez en
2016. Inmediatamente después de las elecciones de Trump a finales de enero de
este año, el reloj fue movido otra vez a dos minutos y medio de la medianoche,
es el más cercano desde el 53.
Así que esas son las dos amenazas existenciales que hemos
creado –que en el caso de la guerra nuclear podría quizás borrarnos; en el caso
de la catástrofe ambiental, crean un impacto severo.
Una tercera cosa sucedió. A partir de los años 70, la
inteligencia humana se dedicó a eliminar, o al menos debilitar, la principal
barrera contra estas amenazas. Se llama neoliberalismo. Hubo una transición en
esa época de lo que algunos llaman “capitalismo reglamentado”, los años
cincuenta y sesenta, el gran período de crecimiento, el crecimiento igualitario,
muchos avances en la justicia social y así sucesivamente.
—La socialdemocracia ...
—La socialdemocracia, sí. Eso a veces se llama “la edad de
oro del capitalismo moderno”. Eso cambió en los años 70 con el inicio de la era
neoliberal en la que estamos viviendo desde entonces. Y si usted se pregunta
qué era es ésta, su principio crucial es socavar los mecanismos de solidaridad
social y apoyo mutuo y el compromiso popular en la determinación de la
política.
No se lo llama así. Se lo llama “libertad”, pero “libertad”
significa una subordinación a las decisiones del poder privado concentrado,
irresponsable. Eso es lo que significa. Las instituciones de gobierno –u otros
tipos de asociación que podrían permitir que las personas participen en la toma
de decisiones– son sistemáticamente debilitadas. Margaret Thatcher lo dijo
bastante bien en su aforismo: “No hay sociedad, sólo individuos”.
En realidad, inconscientemente, sin duda, parafraseaba a
Marx, quien en su condena a la represión en Francia decía: “La represión está
convirtiendo a la sociedad en un saco de patatas, sólo individuos, en una masa
amorfa no se puede actuar juntos”. Se trataba de una condena. Para Thatcher, es
un ideal, y eso es neoliberalismo. Destruimos o al menos socavamos los mecanismos
de gobierno por los que las personas –al menos en principio– pueden participar
en la medida en que la sociedad sea democrática. Así, al debilitarlos, al
socavar los sindicatos y otras formas de asociación, se deja un saco de patatas
y, mientras tanto, se transfieren las decisiones a un poder privado
irresponsable, todo en la retórica de la libertad.
Bueno, ¿qué haces con eso? La única barrera a la amenaza de
destrucción es un público comprometido, un público informado y comprometido que
actúa en conjunto para desarrollar medios para enfrentar la amenaza y responder
a ella. Eso ha sido sistemáticamente debilitado, conscientemente. Quiero decir,
volvamos a la década de 1970, probablemente hemos hablado de esto. Había mucha
discusión de la élite en todo el espectro sobre el peligro de demasiada
democracia y la necesidad de tener lo que se llamaba más “moderación” en la
democracia, para que la gente se volviera más pasiva y apática y no perturbara
demasiado las cosas, y eso es Lo que hacen los programas neoliberales. Así que
pongamos todo eso junto y ¿qué se tiene? Una tormenta perfecta.
—Lo que todo el mundo nota entre las cosas que salen en los
titulares, incluyendo el Brexit y Donald Trump y el nacionalismo hindú y el
nacionalismo en todas partes y Le Pen, todos dando patadas más o menos juntos y
sugiriendo algún fenómeno mundial.
—Es muy claro, y era predecible. No sabías exactamente
cuándo, pero cuando impones políticas socioeconómicas que conducen al
estancamiento o el declive de la mayoría de la población, socavan la
democracia, eliminan la toma de decisiones de las manos populares, vas a tener
ira, descontento. El miedo toma todo tipo de formas. Y ese es el fenómeno que
se llama engañosamente “populismo”.
Neoliberales: Pinochet, Martínez de Hoz, Reagan, Thatcher y Macri.
—No sé qué piensa usted de Pankaj Mishra (ensayista y
novelista indio nacido en 1969), pero disfruto de su libro “Age of Anger” (“La
era de la furia”, 2017) y comienza con una carta anónima a un periódico de
alguien que dice: “Deberíamos admitir que no sólo estamos horrorizados, sino
desconcertados. Nada desde el triunfo de los vándalos en Roma y el norte de
África ha parecido tan repentinamente incomprensible y difícil de revertir”.
—Bueno, eso es culpa del sistema de información, porque es
muy comprensible y muy obvio y muy simple. Tomemos, digamos, Estados Unidos,
que en realidad sufrió menos de estas políticas que muchos otros países.
Tomemos el año 2007, un año crucial justo antes del derrumbe.
¿Cuál era la maravillosa economía que entonces se elogiaba?
Era una en que los salarios, los salarios reales de los trabajadores
estadounidenses, eran en realidad más bajos de lo que eran en 1979, cuando
comenzó el período neoliberal. Eso es históricamente sin precedentes excepto
por algún trauma o guerra o algo así. He aquí un largo período en el que los
salarios reales habían disminuido literalmente, mientras que se creó algo de
riqueza, pero en muy pocos bolsillos. También fue un período en el que se
desarrollaron nuevas instituciones financieras. Usted se remonta a los años 50
y 60, una llamada Edad de Oro: los bancos estaban conectados a la economía
real. Esa era su función. Tampoco hubo derrumbes porque había regulaciones
impuestas por el New Deal.
A comienzos de los años 70 hubo un cambio agudo. En primer
lugar, las instituciones financieras explotaron en escala. Para 2007 tenían en
realidad el 40 por ciento de los beneficios empresariales. Además, ya no
estaban conectados con la economía real.
En Europa, la forma en que se socava la democracia es muy
directa. Las decisiones se ponen en manos de una troika no elegida: la Comisión
Europea, que nadie elige; el FMI, que por supuesto no es elegido; y el Banco
Central Europeo. Ellos toman las decisiones. Así que la gente está muy enojada,
están perdiendo el control de sus vidas. Las políticas económicas en gran medida
los están perjudicando, y el resultado es ira, desilusión, y así.
Lo vimos hace dos semanas en las últimas elecciones
francesas. Los dos candidatos estaban fuera del establishment. Los partidos
políticos centristas se han derrumbado. Lo vimos en las elecciones
estadounidenses de noviembre pasado. Hubo dos candidatos que movilizaron la
base: uno de ellos un millonario odiado por el establishment, el candidato
republicano que ganó la nominación, pero todos notan que una vez que el que
está en el poder es el antiguo establishment, que es el que está manejando las
cosas. Uno puede ir en contra de Goldman Sachs mientras está en campaña, pero
debe asegurarse de que manejan la economía una vez que uno está adentro.
—Entonces, la pregunta es, en un momento en que la gente
está casi lista... Cuando están listos para actuar y casi listos para reconocer
que este juego no está funcionando, en este sistema social, ¿tenemos la
capacidad como especie para actuar, para pasar de esa zona de perplejidad a la
de acción?
—Creo que el destino de la especie depende de ello porque,
recuerde, no es sólo la desigualdad, el estancamiento. Es un desastre terminal.
Hemos construido una tormenta perfecta. Esos deben ser los titulares más
chillones todos los días. Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos creado dos
medios de destrucción. Desde la era neoliberal, hemos desmantelado la manera de
manejarlos. Esa es nuestra pinza. Eso es lo que enfrentamos, y si ese problema
no se resuelve, hemos terminado.
—Quiero volver Pankaj Mishra y la “Era de la Furia” por un
momento.
—No es la era de la ira. Es la Era del Resentimiento contra
las políticas socioeconómicas que han perjudicado a la mayoría de la población
durante una generación y han minado conscientemente y en principio la
participación democrática. ¿Por qué no habría ira?
—Pankaj Mishra lo llama –es una palabra nietzscheana– “ressentiment”,
que significa este tipo de rabia explosiva. Pero él dice: “Es la característica
definitoria de un mundo donde la promesa moderna de la igualdad choca con las
disparidades masivas de poder, educación, estado y…”
—Que fue diseñado de esa manera, que fue diseñado de esa
manera. Volvamos a la década de 1970. En todo el espectro, el espectro de la
élite, había una profunda preocupación por el activismo de los años 60. Se lo
llamó el “la época de los problemas”. Civilizó el país, lo cual es peligroso.
Lo que ocurrió es que gran parte de la población –que había sido pasiva,
apática, obediente– trató de entrar en la arena política de una u otra manera
para presionar sus intereses y preocupaciones. Se les llama “intereses
especiales”. Eso significa minorías, jóvenes, ancianos, agricultores,
trabajadores, mujeres. En otras palabras, la población. La población son los
intereses especiales, pero su tarea era simplemente observar tranquilamente. Y
eso era explícito.
Dos documentos aparecieron a mediados de los años 70, que
son absolutamente importantes. Vinieron de extremos opuestos del espectro
político, ambos influyentes, y ambos llegaron a las mismas conclusiones. Uno de
ellos, del lado de la izquierda, fue por la Comisión Trilateral: los
internacionalistas liberales, los tres principales países industrializados,
básicamente la administración Carter, de donde proceden. Esa es la más
interesante [La Crisis de la Democracia, un informe de la Comisión Trilateral].
El relator estadounidense Samuel Huntington, de Harvard, recordó con nostalgia
los días en que, según él mismo, Truman podía dirigir el país con la
cooperación de unos pocos abogados y ejecutivos de Wall Street. Entonces todo
estaba bien. La democracia era perfecta.
Pero en los años 60 todos estuvieron de acuerdo en que se
convirtió en un problema porque los intereses especiales comenzaron a intentar
entrar en el acto, y eso causa demasiada presión y el estado no puede manejar
eso.
—Recuerdo bien ese libro.
—Tenemos que tener más moderación en la democracia, decían.
—No sólo eso, se revirtió la línea de Al Smith. Al Smith
dijo: “La cura para la democracia es más democracia.” Y se aseveró: “No, la
cura para esta democracia es menos democracia”.
—Era el establishment liberal. Hablaba por ellos. Esta es
una visión de consenso de los internacionalistas liberales y las tres
democracias industriales. Ellos –en su consenso– llegaron a la conclusión de
que un problema importante es lo que ellos llamaban, en sus palabras, “las
instituciones responsables del adoctrinamiento de los jóvenes.” Las escuelas,
las universidades, las iglesias, no están haciendo su trabajo. No están
adoctrinando adecuadamente a los jóvenes. Los jóvenes tienen que ser devueltos
a la pasividad y la obediencia, y entonces la democracia estará bien. Ese es
lado izquierdo.
Ahora, ¿qué hay en el lado derecho? Un documento
muy influyente, el Memorándum Powell, salió al mismo tiempo. Lewis Powell, un
abogado corporativo, más tarde juez de la Corte Suprema, produjo un memorándum
confidencial para la Cámara de Comercio de Estados Unidos, que ha sido
extremadamente influyente. Esto más o menos desencadenó el llamado “movimiento
conservador” moderno. La retórica es una especie de locura. No lo estudiamos,
pero el cuadro básico es que esta izquierda que ha caído en el poder se ha
apoderado de todo. Tenemos que usar los recursos que tenemos para derrotar a
esta nueva izquierda que está socavando la libertad y la democracia. Como
resultado del activismo de los años sesenta y la militancia del trabajo, hubo
una caída de la tasa de ganancias. Eso no era aceptable. Así que había que
invertir la caída de la tasa de ganancias, había que socavar la participación
democrática, ¿qué viene? El neoliberalismo, que tiene exactamente esos efectos.
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