Imagen tomada de The Washington Post.
La quinta temporada de la serie House of Cards, con la que
idóneos y neófitos accedieron a la ilusión de correr el telón de la trastienda
de la política imperial, puede verse completa en Netflix desde el miércoles
pasado.
Si las temporadas anteriores desarrollaron las estrategias
de Frank Underwood y su esposa para mantenerse en el poder a costa de crímenes,
lobbies y zancadillas, en esta la estrategia es el terror. En el último
episodio de la temporada anterior Underwood desestimaba el daño que podían
causar unos terroristas islámicos en suelo estadounidense con la frase:
“Nosotros somos el terror”. Una buena síntesis del método argumental de la
serie: confirmar eso que sospechábamos del imperio y la política, cerca de la
realidad pero lejos de los matices y la ironía de la historia, como aquella vez
que Franklin Delano Roosvelt declaró sobre Anastasio Somoza, el dictador
nicargüense: “Es un hijo de perra, pero es ‘nuestro’ hijo de perra”.
Con el arrasamiento político que significa la irrupción del
terrorismo y la declaración de guerra que Underwood busca en el Congreso estadounidense,
queda atrás la pantomima política de buenas intenciones con las que el
protagonista de la serie intentó seducir al electorado en temporadas
anteriores: todas cotejadas de algún modo con la realidad política de Barack
Obama, que en 2015 –cuando se emitió la tercera temporada– llegó a tener unos
nueve millones de desocupados.
Fue entonces –en la tercera temporada– que Underwood armó un
plan para generar empleo que llamó “America Works”
(“Estados Unidos Trabaja” pero, también; “Estados Unidos funciona”).
Lo presentó, en síntesis, con
estas palabras: “Esta noche les diré la verdad. Y la verdad es ésta: el
sueño americano les falló. ¿Trabajar duro? ¿Seguir las reglas? No tienen garantizado
el éxito. Vuestros hijos no tendrán una vida mejor que la que han tenido
ustedes. Diez millones de vosotros no pueden conseguir un trabajo por mucho que
lo intenten. Hemos estado inmovilizados por la Seguridad Social, Medicare,
Medicaid, por el estado del bienestar, por los subsidios. Y esta es la raíz del
problema: los subsidios. (…) Déjenme ser claro. No tienen derecho a nada.
América fue construida en el espíritu de la industria. Tú construyes tu futuro.
No te será regalado. Y el problema con Washington es que no les dimos las
herramientas para construirlo. Y esto es exactamente lo que yo pretendo hacer.
Nada de donativos. Trabajos. Trabajos realmente remunerados”.
Ni siquiera en la ficción se impuso el programa que, sin
embargo, fue analizado por expertos economistas que le bajaron el pulgar en Forbes y el Washington
Post.
Básicamente se trataba de un programa que cambiaba empleos
de baja calidad por derechos.
La semana pasada vimos cómo una convocatoria a una suerte de
“feria”
de empleos impulsada por el gobierno nacional en los que se rifaban unos 10
mil puestos de trabajo convocó a unos 150 mil jóvenes en Buenos Aires.
Hace muy poco, en la revista española Ctxt,
el economista británico Guy Standing señalaba que los únicos empleos que pueden
generarse son de los de baja calidad. “Hay una inmensa confusión –decía Standing– entre empleo y trabajo. Debemos defender la capacidad y la libertad
de las personas para elegir qué trabajo y a cambio de qué salarios y
condiciones quieren ofrecerse en el mercado de trabajo”.
A las múltiples farsas con las que se repite la historia hay
que sumar las que repiten farsas originales como la de House of Cards.#HouseofCards Resumen: es el drama de unos guionistas que crean una serie con un villano presidente de USA hasta que llega Trump— Pablo Makovsky (@bigmakovsky) 31 de mayo de 2017
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