El viernes 15 de junio pasado Mariana Enríquez
estuvo en
Oliva Libros (el enlace lleva a la filmación registrada en una red social),
donde la entrevistó y la presentó Juan Pablo Dabove con el texto que se
reproduce a continuación.
Mariana
Enríquez y el gótico argentino contemporáneo
Mariana Enríquez es quizás la figura más importante de lo que
podríamos denominar el gótico argentino contemporáneo. Para limitarnos a la
literatura, podemos mencionar a Luciano Lamberti, a Diego Muzzio, a Samanta
Schweblin (en Distancia de rescate y
algunos de sus cuentos), a Patricia Ratto (en Trasfondo y, otra vez en algunos de
sus cuentos), a Celso Lunghi, Mariano Quiroz (y el gótico nordestino –variante
o ampliación del “gótico mesopotámico” del cual habló Mariana en algún momento,
a propósito de su cuento “Tela de araña”– en el que podríamos incluir a Carlos
Busqued, y a Miguel Prenz), a Tomás Downey, a Federico Falco quizás. Estos,
entre muchos otros. Por ejemplo, podríamos pensar en los contribuyentes a la
antología de Patricio Chaija Osario Común,
y en general, a los autores del catálogo de Muerde Muertos, una entre varias
editoriales que se dedica a publicar en el género. Desde luego, el gótico
argentino no es un fenómeno aislado: es parte del ascenso del gótico en América
Latina, en particular en México, Brasil y Colombia y desde luego, en el mundo
donde las ansiedades de nuestra época (en particular, ansiedades con respecto
al fin de lo humano como lo conocemos) se enuncian en el lenguaje del gótico,
en la ficción y fuera de ella: apocalipsis zombies y de los otros, distopías, colapsos
ambientales, epidemias, vastas conspiraciones secretas.
Lo que preferimos ignorar
Mariana
traslada esto de Maine a Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. El horror puede o
no estar más allá del ámbito de lo natural. Pero depende de la previa constatación
de que la experiencia urbana está gobernada por aquello que preferimos ignorar,
ignorancia que, si se despeja, sólo se despeja bajo la forma del horror.
Un
breve ejemplo, el cuento “Bajo el agua sucia”. Allí convergen temas sobre la
ecología, la desigualdad, la brutalidad policial, las construcciones de género,
articulados a partir de una trama que puede o puede no ser de horror cósmico:
la posibilidad de que Cthulhu, la más notoria de las creaturas de Lovecraft, no habite los
mares del Sur, sino el barro tóxico del Riachuelo, y que el barro tóxico sea,
en realidad, un sello para evitar la emergencia de la Bestia; esto es, no un
peligro sino una salvaguarda contra el cual se ha erigido un culto villero, con
un profeta, Ezequiel. Pero esta trama es posible a partir de una constatación
muy simple: cualquiera que vive en una ciudad grande de Argentina, vive más o
menos cerca de una villa, y esa villa, cercana geográficamente, es sin embargo casi
tan remota como el monte más inhóspito del Chaco, o los bayous de Louisiana
donde prosperaba el culto de Cthulhu en el cuento
original. La villa es un espacio, para nosotros, casi secreto, al mismo
tiempo ignorado y ubicuo, porque nunca estuvimos allí, pero sobre el que proyectamos
miedos, hipótesis, afectos relacionados con la política, la seguridad, la
sexualidad, la etnia y el destino nacional. Como el gótico es un arte de la
variación, no quita nada mencionar que ese precisamente es el descubrimiento
central de la primera novela del gótico urbano, el Penny Dreadful. The
Mysteries of London, de 1844, de Reynolds.
El gótico, se ha dicho, es un intento de
resacralizar el mundo, luego de la caída de la visión religiosa como
organizadora de lo social. Pero es una resacralización incompleta, donde no hay
Dios sino oscuras potencias, rituales, tabús, en un mundo que ha perdido
sentido. Como en las narrativas de vampiros: el crucifijo, pero no la oración a
Dios; el agua bendita pero no la teología. De esa resacralización fragmentaria nos
habla también Este es el mar, una
novela sobre fans, y estrellas y leyendas de rock, y la cultura global de
masas. Una novela de la luz, parece (sus protagonistas son las Luminosas).
Pero, como no podría ser de otra manera, siendo esta una novela de Enríquez, la
oscuridad vuelve, domina, es el origen de todo: el emblema del arte de James
(la runa, las alas de los fans) son el retorno espectral del trauma (las alas
de los Angelinos son las alas de las sesiones fotográficas con el pedófilo) y las
Luminosas son en última instancia tributarias de Hécate, la diosa de la noche,
de la brujería, de los fantasmas, y de la necromancia.
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