La corrupta e inepta presidencia de Donald Trump ha disparado
sin darse cuenta el tiro de gracia al imperio estadounidense: la retirada del dólar como la
principal moneda de reserva del mundo. Las naciones de todo el mundo,
especialmente en Europa, dejaron de confiar en una actuación racional de
Estados Unidos, y mucho menos en su capacidad de liderar en temas de finanzas
internacionales, comercio, diplomacia y guerra. Estas naciones están
desmantelando silenciosamente la alianza de siete décadas con los Estados
Unidos y construyendo sistemas alternativos de comercio bilateral. Esta
reconfiguración del sistema financiero mundial será fatal para el imperio
estadounidense, como lo señalaron el historiador Alfred McCoy y el
economista Michael Hudson.
Disparará una espiral de muerte económica, que incluirá alta inflación, va a
requerir una contracción militar masiva en el extranjero y hundirá a los
Estados Unidos en una depresión prolongada. Trump, en lugar de volver a hacer
grande a Estados Unidos, se ha convertido, sin saberlo, en el sepulturero más
tenaz del imperio.
Imagen de Mr. Fish.
La administración Trump saboteó caprichosamente a las instituciones
globales, incluida la Otan, la Unión Europea, las Naciones Unidas, el Banco
Mundial y el FMI, que proporcionan cobertura y legitimidad al imperialismo
estadounidense y a la hegemonía económica mundial. El imperio estadounidense,
como señala McCoy, siempre fue un híbrido de imperios pasados. Desarrolló,
escribe, “una forma distintiva de gobierno global que incorporaba aspectos de
imperios precedentes, antiguos y modernos. Este imperio único de los Estados
Unidos era ateniense en su capacidad para forjar coaliciones entre aliados;
romano en su dependencia de las legiones que ocupaban las bases militares en la
mayor parte del mundo conocido, y británica en su aspiración de fusionar
cultura, comercio y alianzas en un sistema integral que cubría el mundo”.
Venezuela y China
La intervención de los Estados Unidos en Venezuela, la potencial
guerra comercial con China, la retirada de los acuerdos internacionales sobre
el clima, el abandono del Tratado de las Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio
(INF), la parálisis en Washington y el cierre perturbador del gobierno y el
aumento de las hostilidades con Irán influyen en Estados Unidos. La política
exterior y financiera estadounidense es rehén de los caprichos extraños de
ideólogos atrofiados como Mike Pompeo, John Bolton y Elliott Abrams. Esto
asegura un mayor caos global y un mayor esfuerzo por parte de las naciones de
todo el mundo para liberarse del estancamiento económico que Estados Unidos
efectivamente estableció después de la Segunda Guerra Mundial. No es cuestión
de si el dólar será dejado de lado, sino de cuándo no. Que sea Trump, junto con
sus colegas ideólogos de la extrema derecha, quien destruya las estructuras
internacionales establecidas por los capitalistas globales, en lugar de los
socialistas –por quienes que estos capitalistas invirtieron enormes recursos
para aplastar– es francamente irónico.
El historiador Ronald Robinson arguyó que el gobierno imperial
británico murió “cuando los gobernantes coloniales se habían quedado sin
colaboradores indígenas”. El resultado, señaló, fue que “la inversión de la
colaboración en la no cooperación determinó en gran medida el momento de la
descolonización”. Este proceso de alienación de aliados y colaboradores
tradicionales de los EEUU tendrá el mismo efecto. Como señala McCoy, “todos los
imperios modernos han confiado en sustitutos confiables para traducir su poder
global al control local y, para la mayoría de ellos, el momento en que esas
élites comenzaron a girar, responder y afirmar sus propias agendas fue también
el momento en que se supo que el colapso imperial estaba en la partida de
cartas”.
El dólar, dada la deuda astronómica del gobierno –ahora en 21
trillones (según la denominación inglesa: miles de miles de millones), una
deuda que será aumentada por los recortes de impuestos de Trump –que costarán
al Tesoro de los Estados Unidos 1.5 trillones de dólares durante la próxima
década–, se está volviendo cada vez menos confiable. La relación deuda-PBI es
ahora más del 100 por ciento y resulta una luz roja intermitente para los
economistas. Nuestro enorme déficit comercial depende de la venta de bonos del
tesoro en el extranjero. Una vez que esos bonos disminuyan en valor y ya no se
consideren una inversión estable, el dólar sufrirá una gran devaluación. Hay
señales de que este proceso está en marcha. Las reservas del banco central
tienen menos dólares que en 2004. Hay menos pagos SWIFT –el intercambio de
transferencias de fondos interbancarios–, en dólares que en 2015. La mitad del
comercio internacional se factura en dólares, aunque la participación de los
Estados Unidos en el comercio internacional es solo el 10 por ciento.
“En última instancia, tendremos monedas de reserva distintas del
dólar estadounidense”, anunció el presidente del Banco de Inglaterra, Mark
Carney, el mes pasado.
El 61% de las reservas
en moneda extranjera están en dólares. A medida que estas reservas de
moneda en dólares sean reemplazadas por otras monedas, la retirada del dólar se
acelerará. La imprudencia de las políticas financieras de Estados Unidos solo
exacerbará la crisis. “Si los préstamos ilimitados, financiados mediante la
impresión de dinero, fueran un camino hacia la prosperidad”, dijo recientemente
Irwin M. Stelzer, del Hudson Institute, “entonces Venezuela y Zimbabwe serían
los mejores de las tablas de crecimiento”.
Reservas
McCoy explica cómo sería un orden financiero mundial no
vinculado al dólar:
“Para la mayoría de los estadounidenses, es probable que los
años 2020 se recuerden como una década desmoralizadora de precios en alza,
salarios estancados y pérdida de competitividad internacional. Después de años
de crecientes déficits alimentados por guerras incesantes en tierras lejanas,
en 2030 el dólar estadounidense pierde finalmente su estatus especial como la
moneda de reserva dominante en el mundo.
“De repente, hay aumentos punitivos de precios para las
importaciones estadounidenses, desde ropa hasta computadoras. Y los costos de
todas las actividades en el extranjero también aumentan, lo que hace que los
viajes para los turistas y las tropas sean prohibitivos. Incapaz de pagar los
crecientes déficits mediante la venta de bonos del Tesoro ahora devaluados en
el extranjero, Washington finalmente se ve obligado a recortar su inflado
presupuesto militar. Bajo presión en el país y en el extranjero, sus fuerzas
comienzan a retirarse de cientos de bases en el extranjero hacia el perímetro
continental. Sin embargo, un movimiento tan desesperado llega demasiado tarde.
Frente a una súperpotencia en decadencia, incapaz de pagar sus facturas, China,
India, Irán, Rusia y otras potencias desafían provocativamente el dominio de
los EEUU sobre los océanos, el espacio y el ciberespacio”.
El colapso del dólar significará, escribe McCoy, “el alza de los
precios, el desempleo cada vez mayor y la continua disminución de los salarios
reales a lo largo de la década de 2020, las divisiones domésticas se amplían en
choques violentos y debates divisivos, a menudo por cuestiones simbólicas e
insustanciales”. Una profunda desilusión y una rabia generalizada le darán una
oportunidad a Trump, o a un demagogo similar a Trump, para atacar, tal vez
incitando a la violencia, contra chivos expiatorios en el país y en el
extranjero. Pero para entonces el imperio de los Estados Unidos estará tan
disminuido que sus amenazas serán, al menos para los que están fuera de sus
fronteras, en gran medida sin sentido.
Es imposible predecir cuándo tendrá lugar esta salida en bandada
del dólar. En la segunda mitad del siglo XIX, la economía de los Estados Unidos
había superado a Gran Bretaña, pero no fue hasta mediados del siglo XX cuando
el dólar reemplazó a la libra esterlina y se convirtió en la moneda dominante
del comercio internacional. La participación de la libra esterlina en las
reservas de divisas entre los bancos centrales internacionales se redujo en
alrededor del 60 por ciento a principios de los años cincuenta y llegó a menos
del 5 por ciento en los años setenta. Su valor disminuyó desde unos 4 dólares
por libra al final de la Segunda Guerra Mundial a casi la paridad con el dólar.
La economía británica entró en picada. Y esa sacudida económica marcó para los
británicos, como lo será para los estadounidenses, el fin de un imperio.
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