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jueves, 31 de marzo de 2011

el colaboracionista

1. El miércoles 30 de marzo, a última hora, fui a cubrir el escrache a Ricardo Pedro Bruera en la entrada de su casa, en el edificio de Córdoba 603 (Rosario). Había unas  chicas paradas en la vereda del Monumento a la Bandera, en Córdoba y Juan Manuel de Rosas, y me preguntaron qué había hecho la persona a la que estaban escrachando. “Fue el ministro de Educación de Videla”, les dije. Y de inmediato aclaré: Jorge Rafael Videla, el primer presidente de la última dictadura cívico-militar. “¿Y qué hacía?, nosotras vivimos en ese edificio, es vecino nuestro”, preguntaron las chicas mirando hacia enfrente, donde nadie se asomaba a los balcones. Ricardo Pedro Bruera, el hombre al que un grupo de estudiantes secundarios agrupados en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), acompañados por militantes de la agrupación HIJOS y del Movimiento Evita, estaban escrachando, fue el responsable de la “Operación Claridad” entre 1976 y 1977, que llevó la represión al ámbito educativo, señaló docentes y alumnos opositores a un régimen que en ese entonces sembraba el país de campos clandestinos de concentración, secuestraba personas y saqueaba las casas y las familias de sus víctimas como si fuesen botines de guerra.
Las chicas también me dijeron que cruzaban siempre a la nieta de Bruera, “esa gente —dijeron— que se creen que están en otro nivel porque tienen dinero”. Me recordó la cita de Léon Bloy: “El dinero es la sangre del pobre”, pero me reservé el comentario.
En el edificio había una fuerte custodia policial que cuidaba la entrada detrás de unas vallas. Su número era apenas inferior al grupo de jóvenes que llegó hasta allí.
“Es necesario mostrar a los criminales para que la sociedad reflexione y juzgue —comenzó hablando por un viejo megáfono un estudiante de tercer año de la escuela Leónidas Gambartes (Paraguay y Mendoza, donde funciona la primaria Mariano Moreno), miembros a su vez de la UES—; aquí vive uno de los principales responsables de la destrucción de la escuela pública”.
Le siguió un compañero de quinto, de la misma escuela, que como él arrancó con un “Acá estamos”, y continuó con las consignas del escrache: “Mientras viva —le espetaba a Bruera, invisible y mudo allá en su décimo piso—, sonará en sus oídos nuestra palabra. Señores como éstos van a escuchar nuestras voces”.
 Fotos: gentileza Prensa Movimiento Evita.

Hoy en día Bruera —como figura en internet— es director de Aprodece, del Centro de Didáctica Experimental (Cedie) anexo al Colegio y director general del complejo educativo Colegio Rosario.

2. Como me ha pasado en otras oportunidades, cuando tuve que estar en este tipo de actos —ya sea para cubrirlos o porque quise participar—, me asalta una “cercanía” del pasado o, mejor aún, la dimensión de contemporaneidad del pasado: haber estado allí sin haber estado del todo. Como dice la recurrente canción de Leonard Cohen: “the feelthat this ain’t exactly real, or it’s real, but it ain’t exactly there”. Ser contemporáneo de algo que sucedió mientras estaba en otra parte.
Y vuelvo, pero en los libros.
En 1967, Hety S., una alemana de unos 50 años, le envía una carta al escritor Primo Levi (con quien había iniciado su correspondencia después de leer Si esto es un hombre) en la que le cuenta una escena con su empleada doméstica, cuyo esposo había muerto en la Segunda Guerra, cuando peleaba con el uniforme alemán: “Cuando mi marido vino con permiso de Polonia me contó: «No hemos hecho casi nada más que fusilar judíos, todo el tiempo fusilando judíos. De tanto disparar me dolía el brazo». Pero ¿qué podía hacer si le habían dado aquella orden?”. Hety cuenta en su misiva que despidió a la mujer. El fragmento pertenece a la sección “Cartas de alemanes”, la última de Los hundidos y los salvados, el libro con el que Levi cerrara la trilogía sobre el campo de exterminio de Auschwitz, donde estuvo prisionero un año y medio, hasta el fin de la guerra. En ese mismo capítulo, Levi reseña la epístola de un tal “señor T.H.”, en palabras del autor: “un nazi no fanático pero sí oportunista, que se arrepiente cuando es oportuno, tan estúpido como se requiere para hacerme creer su versión simplificada de la historia reciente”.
Esa correspondencia me recuerda a los habitantes del muy santafesino y muy ficticio Malihuel, donde transcurre El secreto y las voces, la novela de Carlos Gamerro. En esos textos hay ciertos clisés, ciertos lugares comunes del decir, ciertas afirmaciones con las que los personajes se sacuden su complicidad de ese crimen sin cuerpo del delito que instaló para siempre la última dictadura cívico-militar argentina.
El secreto y las voces, como bien advierte el título, es la historia de un secreto a voces. La historia de las versiones de un hecho del que gran parte del pueblo de Malihuel fue cómplice: la ejecución, en 1977, de Darío Ezcurra y su posterior desaparición en manos del jefe de policía: Armando J. Neri, que pide el aval de los personajes más notorios del lugar para proceder a secuestrar y matar a Ezcurra. “El crimen perfecto –dirá allí un personaje– es justamente aquél que se comete a la vista de todos: porque entonces no hay testigos, sólo cómplices”. El secreto y las voces es un experimento del lenguaje, en el que el horror, la complicidad, los recuerdos falsificados y las excusas atraviesan el discurso y pretenden pasar desapercibidos en sus lugares comunes.
Pienso en esto, ahora, mientras leo las referencias a Bruera en internet: todas destacan su dedicación en el ámbito educativo y, aunque citan fechas (1976 es un año que a nadie escapa), la indolencia con la que abordan la especificidad del colaboracionista (un técnico en educación) son también una clara muestra de lo terriblemente encubridores que resultan los discursos instrumentales.

3. El mismo edificio de Córdoba y Juan Manuel de Rosas, en 1976, cuando Bruera asumió su cargo en el ministerio de la dictadura, tenía enfrente el Monumento a la Bandera, aunque no estaba aún el pasaje Juramento y las estatuas de Lola Mora, ni estaba allá al fondo, en el parque, el monumento a los Caídos en Malvinas, último acto criminal de un Estado que había preparado a sus soldados mientras los cuadros superiores secuestraban y torturaban civiles.

miércoles, 30 de marzo de 2011

simon says

Mi amigo Diego Giordano me pasó Después del rock, una recopilación de artículos de Simon Reynolds que leo con alguna inquietud: en lugar de recurrir al diccionario debo consultar permanentemente Grooveshark para saber de qué habla. Y eso que, si bien no me considero ningún especialista, estimo que algún conocimiento sobre bandas pop inglesas de los 80 hasta —el menos— fines de lo 90 tengo. Claro que los aportes que hicieron en estos años Diego, Andrés Conti, me resultan utilísimos ahora para avanzar en la lectura de Reynolds.
Se trata, en estos textos de Reynolds, de señalar ese punto en el que el desconcierto viene a ser como el punto de equilibrio. Desconcierto al escuchar la música contemporánea de la escena pop —a la que Reynolds colaboró con muchísimas definiciones de las que no tuvo inconveniente en arrojar a la papelera una vez que se volvieron un cliché— y, a la vez, cierto "desconcierto discursivo": no haciendo lo que hacen los que se inclinan por el análisis emotivo de las letras y las influencias, nio lo que hacen los académicos o filo-académicos, desconcertados o comprensivos ante la aparición del hip-hop, el dance, el dub-techno, whatever. 
Los parámetros de Reynolds suelen ser Roland Barthes, la Kristeva o Jacques Derrida, que están muy bien pero, vaya a saber por qué, a mi me cuesta un poco relacionar con cierto "éxtasis" del que habla nuestro autor cuando se refiere a grupos como Arctic Monkeys.
Otro asunto que no puedo dejar de mencionar de este libro es que lo prologa y edita Pablo Schanton, a quien conocimos el año pasado, en una de las excelentes reuniones de Estéticas de la dispersión, que organizó Franco Ingrassia en el CCPE. No sé si es la traducción o la familiaridad con Schanton, o qué, pero cuando Schanton usa las mismas referencias —aquellos autores franceses citados antes— lo encuentro más cercano, como si las citas, las referencias gravitaran con mayor liviandad en el argentino, lo que lleva la lectura a otra parte o, mejor dicho, la convierte en una lectura. 
Seguiremos leyendo.



joe pino

Le bajé a Vicente la primera temporada de 31 minutos, que alguna vez vimos en televisión. Anoche me quedé mirando con él una compilación de los videos musicales del programa, en el episodio Los Policarpo Top Top Awards, y gastamos el tema "Yo opino", de Joe Pino.
Me pregunto por qué la televisión argentina no tuvo nunca programas para niños como 31 minutos, en el que evidentemente el goce no sólo consiste en entretener al niño, es decir, el goce no es sólo la satisfacción económica del adulto que fabrica el producto para el niño (cfr. César Aira: "Estas lecturas infantiles nunca son pueriles: no las han escrito niños, y los niños que las leyeron se volvieron adultos garcias a ellas, gracias a que ellas los ayudaron no sólo a pasar el tiempo sino a ganarlo. Lo pueril es más bien lo que se margina del circuito del dinero. Y la literatura para niños se hace sólo por dinero"), sino que se ponene en juego allí las propias sistemas de goce estéticos cuyo resultado es directamente ético —cosa que hemos aprendido de Luis Pescetti—: el niño es invitado a disfrutar junto con el goce del padre, que encuentra en el humor de 31 minutos un lenguaje que puede compartir con su hijo.

martes, 29 de marzo de 2011

the mountain goats

El anuncio de la canción del día de la NPR nos trajo hoy este tema y estas líneas de Stephen Thompson:
«Con frecuencia, John Darnielle, de The Mountain Goats, escribe un himno virulento que nos viene al pelo para enronquecer a los gritos después de que todo lo que uno sostenía cerca se pulverizara: “No children”, “This year” y muchas otras resultan mejor para gritar que para cantar. Y “Estate Sale Sign” —una gema de puñetazos pálidos del nuevo álbum All Eternals Deck— es particularmente cáustico: toma dos vidas enteras y las reduce a una chatarra inservible.
«Explora una relación en la que los hitos más codiciados fueron descartados y olvidados, en la que los sujetos de las fotos están “dressed up like unloved icons, gathering dust up on the wall” —“vestidos como íconos desamados que juntan polvo en la pared”—: Darnielle recuerda el naufragio con una pequeña nobleza falsa y preciosa. Acá no hay villanos ni victorias, no hay dónde poner la culpa ni tantos que apuntar. En ese sentido, “Estate Sale Sign” es tan brutalmente triste como suelen serlo las canciones de ruptura: ya no quedan batallas que ganar o perder, ¿qué queda entonces? Una vez que el polvo de las largas peleas que ya se olvidaron se asentó en un mundo indiferente, no queda otra que rememorar la guerra, destilar el vacío en una canción y aullar en la distancia.»

The Mountain Goats. Foto de Chrissy Piper.



Escuchar Estate Sale Sign en NPR

lunes, 28 de marzo de 2011

any bit you like

Bob Boilen, en nuestra frecuentada NPR, postea una breve entrada en la que dice: "Siempre me asombra lo que la gente hace con su tiempo". Y ofrece los videos de YouTube que reubicamos acá de Brad Smith (músico y analista de sistemas que trabaja en la industria de los videojuegos). Smith reversiona los temas de The Dark Side of the Moon usando una placa de sonido Nintendo de 8 bits. El álbum cumplirá este año 38 pirulos.



powerup peronista

Germán de los Santos me pasó la nota en el Cronista donde leí que “la liturgia peronista desembocaba en el negocio de los videojuegos”. De ahí me fui al sitio de la Asociación de Desarrolladores de Videojuegos Argentina (Adva) y leí sobre el concurso “Codear” para la creación de juegos por desarrolladores independientes.
 Un "survival"  peronista.

“En este certamen los participantes deben hacer un juego cuyo sujeto sea Perón o cualquier concepto o persona relacionada”, dice el lema. Los proyectos se votan en el mismo sitio —previo registro— y se discuten y comentan en el foro.
La idea era revisar el “imaginario” del peronismo en la generación que desarrolla estos juegos, que ronda los 25 años. Es decir, una generación ajena al peronismo clásico y, también, a las lides políticas.
Por “imaginario” puede entenderse las fantasías en torno al peronismo, o el sedimento narrativo de los mayores que sobrevive en los jóvenes, o simplemente un sedimento. Lo que al fin y al cabo encontré son las viejas ideas en torno al asistencialismo y la política que tenía “Doña Rosa”, aquel pobre personaje que barría la vereda y se educaba a través de un periodista.
Así, “Costumbres Peronistas”, cuya música de fondo es la marcha peronista cantada a capella y en alemán, es descripto: “Pobreza, una vía, un tren, Evita, Perón y un hombre humilde en una balón. ¿El objetivo? Mientras Evita, desde un tren, tira cajas con regalos (maquinas de coser, pelotas, triciclos) y Perón tira choripanes para alimentar a los que los siguen, nosotros en una vieja bicicleta con un carrito atrás pedaleamos con todas nuestras fuerzas para  agarrar el mayor números de regalos que la querida pareja arroja hacia un costado de la vía”.  
Con un poco más de imaginación —porque por lo general la imaginación en la mayoría de los juegos de todo tipo se reduce al hallazgo de un sonido para un control, a una música de fondo con sonidos midi—, “El péndulo peronauta” es una de las cimas intelectuales de la propuesta. Los desarrolladores estudiaron al menos las críticas más frecuentes del peronsimo y, en plan de captar votantes, el jugador debe optar, por ejemplo, en “El balcón”, por estas tres alternativas: “Dar un discurso revolucionario”, “Dar un discurso conservador” y “Dar un discurso ambiguo”.
En “Evita y Perón contra los gorilas” un colectivo llega a Plaza de Mayo y deja a un Perón que deberá enfrentarse a unos gorilas que vienen de todas partes. Los desarrolladores lo describen con más estilo: “Manejás al zombie de Perón con el objetivo de rescatar a los trabajadores del campo que se usan como mano de obra esclava y llevarlos a un camión con chori y coca para ir a Plaza de Mayo. Cada tanto vas a poder ser ayudado por Evita a modo de PowerUp y destruir a todos los gorilas en pantalla, o usar las manos de Perón para destruir más rápido a tus enemigos. Pero todo no termina ahí. Antes de cantar victoria vas a tener que matar al gorilón, quien querrá vengarse por tu osadía”.
Tanto en éste juego, como en “The Rise and Fall of Mecha-Perón”, nos encontramos con uno de los hitos del periplo del cadáver del líder: las manos robadas.
En “Mejor que Zozobre y no que Fafalte”, los desarrolladores nos cuentan con algunos tecnicismos de qué va la cosa: “Se trata de un arcade con toques de ingenio, en donde le objetivo es evitar que el barco se incline mucho hacia un lado o el otro y zozobre (osea, se hunda). Para eso controlaremos a Peron, quien tiene que agarrar las cajas, maletines, cofres y cajas fuertes que van cayendo sobre el barco, y las tiene que acomodar. A medida que jueguen, las cajas caerán a un ritmo mayor...cuanto tiempo pueden durar, y cuantas riquezas  rob.. , eh, quiero decir, acumular?” 
Pero el que mejor resume el lenguaje hi-tech y las fantasías sobre el peronismo de las nuevas generaciones es “Perón Rising. Choripán Commando”, donde leemos: “es un clásico survival. Tenés mucha gente que se te viene al humo y tenés que atender, con choripanes por supuesto. También podés utilizar powerups como bolsones, que atraen la atención de la gente lejos del jugador. En fin, en breve vamos a estar subiendo una demo de este sci-fi/retro/bizarre/shooter/topdown survival peronista”.
La nota en Cruz del Sur.

domingo, 27 de marzo de 2011

realismo mágico

A mí me gusta lo que escribe Daniel Link, me divierte, encuentro una sintonía en las cosas que le gustan y, además, me parece que su escritura tiene cierto "vilo", como un borde por el que me hace desfilar al leerlo —soy blade runner leyéndolo. Sin embargo, no siempre comulgo con sus ideas.
Había leído su post sobre Strigoi, así que me fui a buscarla
Lo que hallé al verla, contrariamente al éxtasis que me provocan algunos capítulos de Fringe sobre los que luego leo en Linkillo, es una especie de realismo mágico á la rumana —sí, la historia transcurre en Rumania y el strigoi (Link hace una espléndida genealogía del término) es un vampiro, pero mucho más ajustado al folklore regional.
Realismo: si para Bajtin el realismo es aquello que reclama el nombre propio (cito de memoria), a diferencia de las narraciones de la "alta cultura" anteriores a la novela, en la que el nombre era una alusión, una alegoría; en el realismo mágico ese nombre, como el apellido Buendía de la saga de García Márquez, vuelve a desplazarse hacia el concepto o la alegoría. Así, el protagonista de Strigoi se llama Vlad y lo que viene  a mostrarnos el film, que dirige Faye Jackson, es, además de esta reseña folclórica en torno al muerto vivo, al que volvió de la muerte y se alimenta de la sangre humana, es algo así como las lides identitarias de ese rincón rumano: sí, claro que hay momentos magníficos; por ejemplo, Vlad descubre que su abuelo le chupa la sangre mientras duerme: lo descubre en un sueño, porque aquí los sueños son como el lado lúcido del mundo. "Estás tomando mi sangre", le reclama el joven. "Te la estoy dando", le dice su abuelo. Pero son sólo momentos, el resto es una suerte de película tipo Kusturica, con las ventajas de una directora norteamericana que sabe no caer en el ridículo (aunque una película con actores rumanos, en Rumania, y un baile con música de Beirut no deja de ser "osado", para decirlo con simpatía).
Estos rumanos bravos que soportaron a comunistas, gitanos y vampiros se distienden escuchando la voz de Zach Condon en Beirut.

Otra curiosidad, Link declara en su entrada sobre Strigoi que detesta a Francis Coppola, a propósito de su versión de Drácula. En Bloodline, el episodio 18 de la tercera temporada de Fringe, que transcurre en el universo paralelo, uno de los agentes de Fringe Division, ante un taxista que llevó a la Olivia de este universo en su taxi, lo llama "Travis Brickle". Su compañero no entiende y el primero le dice: "¿No recordás la película? ¿El nombre de Coppola no te dice nada?", señalando ese parentezco fundamental entre Taxi Driver (que dirigió, al menos en este universo, Martin Scorsese) y la obra de Coppola. Tanto Brickle como el capitán Willard en Apocalypse Now, son los encargados de llevarnos de un mundo a otro.


Ortodoxia y poco lujo, como debe ser una película rumana.

El vampiro es una figura contemporánea porque en él hace carne el sexo virtual, patológico, cruel, posesivo. Strigoi dota al vampiro de una historia provinciana, quitándole su carga lujuriosa y haciéndolo más político.

sábado, 26 de marzo de 2011

el agujero en el mosquitero

Nora Avaro escribió este texto genial sobre dos libros de los que hablamos: El hombre que amaba a los perros y la biografía de Trotsky de Jean-Jacques Marie. Le pongo ese título en el post aprovechándome de una línea, ya al final, que roza la iluminación —y digo "roza" porque aludo a esa iluminación, y toda alusión es un roce; no porque este ensayo no lo sea. Cierto, me nombra —de nuevo esto del egosurfing: lo siento, lo siento mucho—, y eso le da cierto vértigo a la lectura. Descubro que estuve ahí, que fui contemporáneo de algo una vez que leo: ver es haber visto, como decía el poeta. 
Bajo el título Los mosquitos del joven Trotsky, Nora descifra también (o, mejor, cifra) el nombre del padre: esa morada del sentido. 

Trotsky en el exilio en Siberia, 1900. Todas las fotos de The Leon Trotsky Archive.

Los mosquitos del joven Trotsky

por Nora Avaro, en Bazar Americano.

El día de mi cumpleaños número 50 mi papá me contó la batalla de Stalingrado. Meses antes, para el regalo de su cumpleaños número 75, yo había dudado entre dos libros, ambos consejos de mi amigo Pablo Makovsky que tiene un padre trotskista: una biografía de Trotsky de Jean-Jacques Marie y El hombre que amaba a los perros del cubano Leonardo Padura. Me decidí por la biografía de Trotsky porque a mi papá le interesan las vidas reales, si son rusas mejor. Si son imaginarias, sólo las que contaron los mismos rusos o, en su defecto, los franceses en el siglo XIX, esto incluye a Marcel Schwob porque mi papá cree que el buen gusto y las buenas opiniones siempre ponderan su error. Mi papá nunca va más allá del siglo XIX si se trata de imaginación y de novelas, y algo de razón lleva. Su comienzo favorito de la literatura universal es el de Tiempos difíciles de Dickens: “Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.” Si se trata de realidades, en cambio, su punto personal de culminación histórica es la batalla de Stalingrado. La batalla de Stalingrado le exonera apenas al Stalin de su juventud, a quien supo aceptar, para su pesar ulterior, durante un tiempo considerable hace ya mucho tiempo, cuando yo cumplía 3, 4 o 5 años y no 50.

La batalla de Stalingrado en la versión de mi papá se parece un poco, pero sólo en gasto de entusiasmo, a la del poema de Neruda, con la diferencia central de que la Stalingrado de mi papá está llena de precisiones históricas, las necesarias en la vida: ¡hechos, sobre todo hechos!, y la del poema de Neruda está llena de bobadas del limbo comunista: “Tu Patria de martillos y laureles, / la sangre sobre tu esplendor nevado, / la mirada de Stalin a la nieve / tejida con tu sangre, Stalingrado.” De todos modos, mi papá recitaba con fervor miliciano los endecasílabos de Neruda, y de hecho me sé, desde no puedo saber cuándo, muchos de memoria, tanto como todos los de “La libertaria” de González Tuñón, un poema muy superior de otro gran asunto histórico de mi papá, la guerra civil española: “Ven, catalán jornalero, a su entierro, / ven campesino andaluz a su entierro, / ven a su entierro yuntero extremeño, / ven a su entierro pescador gallego”.

Stalingrado: 50 kilómetros de ciudad a la orilla derecha del Volga. Durante más de seis meses nazis y soviéticos combatieron casa por casa, cuerpo a cuerpo, en un espacio cuya tierra de nadie estaba reducido al breve y corto lanzamiento de una granada: de una ventana a otra, de un cuarto a otro, de un piso a otro. Sangrientas y larguísimas pequeñas batallas, medidas en semanas y en centímetros, por cada habitación, cada plaza, cada taller, cada suministro de agua, cada vía del ferrocarril, cada muro, cada fábrica, cada calle, cada estación, cada sótano o cada montón de escombros. Fábrica Octubre Rojo, ciudad jardín Barricadas, centro comercial, fábrica Tractor, cabezas de puentes sobre el río, ciudad jardín Spartakova, Estación Central. 40.000 civiles muertos bajo 600 bombarderos alemanes en cifras de un solo rato el día 23 de agosto de 1942. Constantes avances y retiradas, escasez de municiones y alimentos, raciones diarias de 250 gramos de harina por persona, epidemias, hielos en el Volga a 30 grados bajo cero. La colina Mamai, el punto más elevado de la ciudad, objetivo decisivo de la batalla, pasando de un bando a otro infinidad de veces en pocas horas, de modo tal que al final de cada jornada se ignora qué tropa, ¡qué soldado!, gana transitoriamente el lugar. Calles y plazas desiertas al acecho de francotiradores, vueltos héroes de la propaganda soviética: Vasili Záitsev abate uno por uno a los 242 alemanes que un mal día asomaron su cabeza al día entre el cataclismo de piedras.

Mi papá asegura que la épica de la batalla de Stalingrado radica en la combinación brutal de distancia corta y período largo: semanas combatiendo por los dos metros por cuatro de un dormitorio en el que cualquier ruso durmió las noches del pacto de no agresión entre Hitler y Stalin. Quizá exagere, pero una vecindad tan minúscula, tan casera, tan sigilosa en el fragor amplio e impersonal de la guerra, enfrenta al tirador con la precisión de su tiro y su blanco en un duelo íntimo, a bajísima escala, que parece exceder cualquier idea, no digamos de patria ni de causa, sino de mera obediencia militar (aun bajo la amenaza inaudita de la ultimación a desertores —¡los propios soldados!— que Stalin ordenó a su tiempo). Los desprolijos aviones alemanes bombardeando la ciudad son, según mi papá, lo impropio de Stalingrado, la feroz generalización del nazismo en su versión más antiépica.

En cuanto al poder exterminador de la guerra aérea (“la aniquilación más completa del enemigo con todas sus propiedades, su historia y su entorno natural”), el alemán Sebald, en sus conferencias de Zurich Sobre la historia natural de la destrucción, eligió una forma literaria al tiempo testimonial y ética para el relato que le cabe. Se refiere allí especialmente al bombardeo de la ciudad de Hamburgo (entre otras muchas ciudades alemanas destruidas: tal, la Dresde de Vonnegut) por la Royal Air Force apoyada por la Octava Flota Aérea de los Estados Unidos, el 28 de julio de 1943, y a la incapacidad de la literatura alemana de tomar a cargo ese cuento.

En contra de toda alegoría, fabulación, novedad, procedimiento vanguardista, artificio, lenguaje secreto, en contra de todo misterio, lo que se resiste al afán descriptivo, aquello imposible de describir no por su hermetismo sino por su absoluta claridad, debe ser descrito en los términos más sencillos y directos, incluso tipológicos. Porque el atavismo, cultural, económico, clasista, permanece, para Sebald, aún en la excepción fulminante de la catástrofe: “los individuos y grupos afectados —escribe— son incapaces, aun en medio de una catástrofe, de evaluar el grado real de una amenaza y apartarse de sus papeles prescriptos”. El valor del sencillismo aquí, en los contornos históricos del desastre, radica en devolverle a la ruina instantánea su potencia testimonial en detrimento de los estereotipos testimoniales inflamados de retórica, figuras y aumentativos, Sebald lo llama “pura facticidad” y elige, para su demostración, más que uno trágico, un detalle de cuño costumbrista, ya que es justamente la costumbre la que está bajo estado de emergencia. El escritor “Nossack cuenta cómo escribe Sebald— al volver a Hamburgo unos días después del ataque vio a una mujer que en su casa, ´que se alzaba sola e intacta en el medio del desierto de escombros’, estaba limpiando las ventanas”. La casa única entre las ruinas y la sobreviviente limpiando su ventana como es costumbre, absolutamente ciega a la claridad del entorno, es de carácter imposible, es el imposible detalle real de la indiscriminada destrucción aérea.

El corresponsal de guerra inglés Alexander Werth inició su viaje a Stalingrado a principios de enero de 1943, en “las horas de la capitulación”, y lo contó en su libro De la invasión a Stalingrado. En Leninsk, a 50 kilómetros del último frente que cercaba en una “bolsa” a los alemanes, Werth conoció a la enfermera rusa Nadia con quien mantuvo esta conversación:

“—No soy enfermera realmente —aclaró— sino especialista en estadística médica agregada a este hospital.

—Pues seguro que habrá tenido ocasión de ejercer su oficio durante el pasado otoño —sugerí.

—Ya lo puede creer —repuso la chica—. Vivía habitualmente en el número 24 de la calle Frunze.”

La mención de un domicilio particular provoca en Werth una sorpresa de alto grado (“Parecía tan extraño que alguien pudiera darnos una dirección en Stalingrado…”). Una dirección, es decir, la existencia milagrosa de una casa concreta de una calle concreta de una muchacha concreta en el bombardeado presente de la ciudad, tiene una fuerza de arrasamiento mucho mayor aquí, en la previa de lo inimaginable, que cuando Werth poco después se enfrente a los escombros y chatarras de la colina Mamai o a los sótanos de los almacenes Univermag, donde más de doscientos prisioneros alemanes se extinguen de hambre y gangrena.


Póster de Trotsky demonizado por los rusos blancos reaccionarios. (Ca. 1917.)

Para mi papá, que impugna, por diversas razones y no sólo las humanitarias, los bombardeos alemanes de Stalingrado, como los bombardeos aliados de Dresde, y se admira de las emboscadas y camuflajes de la batalla urbana en la que los rusos vencieron la capacidad terrestre de los tanques y la aérea de la Luftwaffe nazi, hay en Stalingrado una epopeya del detalle que quizá tenga en términos de firmeza la misma apoyatura poética que sostiene, en la ventana de Hamburgo, la actividad sencilla de la alemana; en la exacta calle Frunze 24, la casa de la rusa Nadia; y en Nijne-Ilimsk, los mosquitos del joven Trotsky.

Aunque finalmente le regalé a mi papá la biografía de Trotsky de aquel académico francés, ambos también leímos El hombre que amaba a los perros de Padura, novela que recrea, por un lado, el último exilio de Trotsky (el definitivo, el de Stalin) y, por otro, la vida de Ramón Mercader, su asesino, en los tiempos de la preparación y ejecución del asesinato. Y bien digo por un lado y por otro, porque la novela intercala capítulos de una y otra historia, y de una tercera, bastante menor y ficticia, que es la del cubano que las narra. ¿Qué puede hacer el destino de cualquier narrador-personaje más o menos anónimo, por más cubano que sea, ante los fabulosísimos destinos de Trotsky y de Mercader? Poco y nada ante la atracción magnética orbital que sujeta al criminal y a la víctima, y a ambos, a una distancia de estepa rusa pero con una influencia propia de la ley de gravedad, a Stalin: el motor inmóvil del mayor asesinato político del siglo XX.

Dos virtudes tiene la novela de Padura. Una, alimentar casi sin declive y por casi 600 páginas la potencia de esa gravitación entre el español y los dos rusos y lograr que se agigante, a cada episodio, en una contienda seglar y planetaria. La otra, sostener el impulso novelesco sin traicionar la “pura facticidad”, de modo tal que la presencia de los personajes se dinamiza en detalles vivenciales sin perder jamás su estatura política y sin que eso implique para ellos esa funesta reserva moral tan propia de la novela histórica. Precisión en la data documental, brillo en los pormenores, tensión narrativa de largo aliento, tres valores que mi papá no podía dejar de apreciar en esta novela del siglo XXI que se parece a las del XIX.

 Con su esposa Natalia y su nieto Leva en México, en 1940.

En cambio, la biografía del académico francés fue rechazada, y si no fuera por los mosquitos del joven Trotsky que dejaron en mi papá y en mí algún aprendizaje —y cualquier hijo sabe qué grado de importancia le dan los padres a los aprendizajes, más los padres con pasado ruso—, podría agregar aquí: rechazada “de plano”.

Jean-Jacques Marie escribe 590 páginas de hechos sobre la vida política de Trotsky con una escrupulosidad aletargante, “los hechos tomados en su mal sentido y no en la fuerza de avance de sus detalles”, dice mi papá. Una suma de fechas, desplazamientos, cárceles, destierros, polémicas, cismas, organizaciones, alzamientos, mitines, traiciones, muertes que, en su escalada inflacionaria, atascan los caminos narrativos de la revolución y de los revolucionarios. Lenin y Trotsky, en octubre de 1917, parecen nombres en un expediente burocrático stalinista cuya generalidad bombardeara hasta pulverizarlo cualquier deslinde singular e insurgente, justamente aquel que hizo excepcionalmente únicos a Lenin y a Trotsky. Pero la falla no está en la cantidad de información, ¿quién no agradecería páginas y páginas sobre la innumerable vida de Trotsky?, sino en la pérdida del vínculo magnético entre la precisión del dato y su línea de abundancia (Stalingrado: 242 alemanes caídos en la puntería de Záitsev). Otra posibilidad a seguir en su libro, entre las infinitas de Herbert Quain, era la de los mosquitos del joven Trotsky, pero Marie la desechó por mera devoción a la sumatoria documental.

En mayo de 1900, a los 21 años, Trotsky parte a su primer exilio en la Siberia oriental con su primera mujer Aleksandra y su pequeña hija Zinaida. El viaje en tren, en trineo y en barco dura cuatro meses “salpicado de escalas en las prisiones de tránsito”. De Ust-Kut, donde hay muchos mosquitos, la familia se muda poco después a Nijne-Ilimsk, donde hay muchos mosquitos más. “Nijne-Ilimsk es el infierno en la tierra —escribe Marie—. El burgo vive bajo el asedio constante de una espesa nube de mosquitos. Todas las casas cuentan con densos mosquiteros y una doble puerta; los habitantes sólo salen enguantados y con la cabeza y los hombros cubiertos por una doble red de malla apretada. El distraído que olvida hacerlo tiene al cabo de algunos minutos la cara y las manos picadas y llenas de sangre y todo el cuerpo arde.” Este dato ambiental extremo de Nijne-Ilimsk, en una línea narrativa entre otras que trazara los numerosos destierros de Trotsky, tendría que haber marcado para Marie la piedra de toque de su biografía. Insignificante adversidad ambiental multiplicada por trillones de mosquitos. Trillones de sempiternos mosquitos zumbando en la cabeza del joven tenedor de libros, el joven tenedor de libros luchando contra los mosquitos mientras lee a Maupassant, la doble puerta de su casa, las redes densas para salir al exterior, las picaduras, la sangre de las picaduras, las ronchas del futuro creador del Ejército Rojo. ¿No es un dato extraordinario en su insignificancia? Porque qué es el ataque de unos mosquitos, aunque vengan en masa, entre las batallas que le esperan a Trotsky. Sin embargo, la oceánica concentración de mosquitos, no tres o diez mosquitos que se puedan pasar por alto en la habitación de Zinaida, sino nubes materiales de mosquitos ¡en Siberia!, temprano adelanta un dato prodigiosamente singular que Marie sabe anotar pero desaprovecha: no habrá en lo que sigue, en el mosquitero narrativo del francés, malla de tamaña densidad literaria. “Una por la que el sentido”, dice mi papá, “aunque no sepamos bien cuál es, invade el mundo”.

Trotsky de uniforme, en 1918.


(Actualización marzo-abril 2011/ BazarAmericano)

Nora Avaro en El interpretador: Barón Biza | Benesdra. En la columna de Bazar Americano. En Transatlántico.

miércoles, 23 de marzo de 2011

rosa de fukushima

El próximo lunes The New Yorker dedicará su edición a Japón.

Imagen vía Fogonazos.

msn protestante

El 26 de julio de 2002 mi amigo Juan Pablo Dabove, en Boulder, Colorado, estaba conectado en el Messenger (los dos usábamos msn por entonces) e iniciamos esta conversación que arreglé apenas un poco para publicar acá. Me gusta —de la charla— la facilidad con la que creamos esa "distancia" necesaria —según el recurrente Aira en Copi— para la correspondencia, para la carta, aunque esto no sea una carta, sino una conversación instantánea en la cual conversamos mediante el teclado. Me gusta también el modo en que nos metemos a hablar de la cosa protestante de Estados Unidos a partir de unos libros que leímos a principios de los 90, cuando Juan Pablo estaba en Rosario, y del intercambio de unas impresiones contaminadas por esas lecturas. Lo demás es como egosurfing, pero ¿qué no lo es a esta altura en este lugar?



Fotograma de The sum of all fears (Pánico nuclear, 2002): los tres monitores mastodontes eran high-tech hace sólo 9 años.


La conversación:


Io:
juan pablo, me hice adicto a esta porquería. es legal, no?
Amici:
hasta ahora. hasta que descubran que Al Qaeda la usa
Io:
hace poco vi que la usaban en una película en la que salvaban el mundo
Amici:
cual?
Io:
me avergüenza decirlo The sum of all fears
Amici:
ah... que bodrio, eh. la vi. bueno, aca la quisieron disfrazar de ficicon patriotica. lo cual es aun peor
Io:
sí, algo de eso corrió por acá
Amici:
y esa condescendencia que hay ahora con los rusos, me da por las bolas
Io:
bueno, pero usaban el messenger, no?
Amici:
ah, los presidentes... si los presidentes de USA y rusia deben usar el messenger estamos jodidos. el mundo libre esta perdido
Io:
el mundo libre
Amici:
a lo mejor nos lo merecemos
Io:
no sé
Amici:
ya fue la boda?
Io:
me cuesta horrores tener "reflexiones" políticas
Io:
ah, la boda
Amici:
en politica no hay reflexiones, hay flexiones. mal chiste
Io:
la boda-boda es el domingo
Amici:
hoy es el civil, verdad?
Io:
sí, fue hoy, ella andaba inquieta anoche, con el tema del vestido
Amici:
bueno, ese es un ritual del casamiento. para darle un poco mas de dramatismo a la cosa, que ya en el siglo XXI le queda poco
Io:
te parece? Queda poca tragedia, pero no sé si dramatismo
Amici:
buena distinción. estoy de acuerdo. si vieras lo que son los casamientos aca. vomitarias
Io:
ah, sí, los casorios allá
Amici:
hay un canal de tele que solo se dedica a casamientos
Io:
en serio?
Amici:
y revistas
Io:
yo pensaba hacer una página web con eso
Io:
y con recién nacidos
Amici:
hay un canal para partos
Amici:
Io:
y hay algo de eso de lo que se pueda hablar o va de lleno a lo obsceno?
Amici:
bueno, es todo obsceno y protestante a la vez. no se ve nunca una vagina. la borronean
Io:
eso es...
Amici:
pero se ven cataratas de liquido amniótico, mujeres berreando
Io:
impresionante
Amici:
llantos, un asco.
Io:
qué fácil te salió la relación protestantismo-obscenidad. te acordás de greene?
Amici:
me acuerdo, claro
Io:
Amici:
el otro dia me acordaba de The Quiet American. Esa vez, nunca fue mi favorita. creo que lo hablamos alguna vez
Io:
Amici:
ah...esa me la prestaste
Io:
No es tu favorita Quiet American?
Amici:
Esa si.
Io:
cuál no?
Amici:
The End of the affair no es mi favorita. con respecto a Moira
Io:
Sorry for you. sí, Moira
Amici:
me acuerdo que tu comentario de la novela me parecio mas memorable que la novela. pero debe ser mi ignorancia. o a lo mejor, no era la novela para ese momento, nunca se sabe. Moira no me gusto. Me gusto tu comentario. The End no me gusto altogether. The quiet american me encanto. y habia algo alli que tenia tanto que ver con mi propia desesperación. La otra que me gusto mucho era esa que transcurria en haiti
Io:
Amici:
esa!
Io:
casi perfecta, no sé si no es de las mejores
Amici:
probablemente
Io:
greene elude toda esa perorata (que me encanta) en torno al catolicismo y se dedica a contar esa historia, tan sublime en el más cabal sentido del término
Amici:
exacto
Io:
bueno, pero lo de obscenidad-protestantismo está un poco en Moira
Amici:
Green era protestante?
Io:
el protestantismo es obsceno porque es moral. Julien era católico. [los protestantes] borronean las vaginas pero se fascinan con ese espectáculo de los líquidos amnióticos. es un festín para exégetas católicos
Amici:
escribite algo. tendriamos que hacer una revista juntos para escribir sobre estas cosas
Io:
totalmente
Amici:
no no, una revista
Io:
a ver
Amici:
para proponerle a la ministra de cultura esposa de tu amigo
Io:
sí, una revista sobre lo obsceno que es el protestantismo? el leit motiv sería: “En este país matamos gente…
Amici:
No, sobre “esas cosas”, estudios culturales, ensayo, esas cosas. no me tomes el pelo, boludo
Io:
pero no borroneamos las vaginas”
Amici:
te hablo en serio
Io:
ta ta
Amici:
ves, los protestantes hablan uno a la vez. los catolicos hablan todos al mismo tiempo y milagrosamente, se entienden
Io:
de eso se trata... Los protestantes es como que desconocen Babel
Amici:
es verdad, ellos hubieran efectivamente construido la torre. dicho sea de paso
Io:
El catolicismo es la construcción de una casa, para entenderse después de babel
Io:
Amici:
viste los proyectos para el sitio del World Trade Center?
Io:
algo
Amici:
Todos contemplan construir un edificio mas alto que las torres gemelas. eso es lo que tiene el imperio. una prepotencia tan inocente, y a la vez tan entusiastica, que no pude dejar de ser eficaz. como si dijeran:  nos tumbaron una? ahi tienen otra para que se la metan en el orto. es dificil no admirar eso, verdad? o no envidiarlo
Io:
claro
Io:
Pero también es demasiado
Amici:
claro, claro y finalmente, es evil pero saben manejar las narrativas
Io:
totalmente, pero se ofrece a los ojos con una transparencia que me resulta sospechosa... no sé
Amici:
transparente, exacto pero eso es protestante también. la transparencia
Io:
claro... es que recuerdo mucho todo un análisis de weber que hizo gruner en un librito, por eso se me ocurrió el término transparencia
Amici:
bueno, Weber escribio (seguramente lo conoces) La etica protestante y los origenes del capitalismo
Io:
sí, de eso hablaba gruner
Amici:
Marx decia: como los catolicos creen en la salvacion por las obras, fueron incapaces de inventar el credito, no como los protestantes, que creen en la salvacion por la fe.
Io:
pa!, eso decía Marx?
Amici:
aja
Io:
es genial
Amici:
verdad que si? tan simple, tan iluminador
Io:
de haberlo leído lo hubiera puesto en mi nota sobre Frank McNamara, el inventor de Diners Club
Amici:
bueno, aca tu identidad social es algo que se llama “credit history”, que no depende de cuanto ganas, sino de que tan cumplidor seas con las deudas