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viernes, 30 de septiembre de 2011

terra nova > storia vecchia

Terra Nova es la nueve serie de Fox, estrenada el lunes 25 de septiembre en Estados Unidos, esperada para el 3 de octubre en América latina y, desde luego, online desde su estreno. De nuevo, como en Falling Skies, Steven Spielberg es el productor ejecutivo. Y esto se nota en el planteo fabulesco del argumento, en el despliegue de dispositivos que no terminan de encajar en la trama y sólo aportan cierta atmósfera, como las tarjetas de identificación, etcétera.
El piloto, de dos horas de tevé (casi una hora y media real), nos muestra el planeta en 2149, al borde del colapso poblacional y bajo una densa y permanente nube global de polución. El modo de poner al televidente en situación (de decirle: la vida acá es una porquería) es propia de una película clase B, no de una serie como las actuales, no sólo desoye las lecciones magistrales de Lost o Fringe en términos de elipsis narrativa, sino que nos hace sentir unos idiotas: Jim Shannon (Jason O’Mara, el protagonista) llega con una naranja a su hogar y se la muestra a su familia, que no ven algo así en años. Entonces llega la policía (Shannon es también policía) a controlar que no haya un tercer hijo en la familia, cosa que está prohibida. Claro que hay un tercero, la más tierna y pequeña, que de inmediato es secuestrada. El padre va preso y, en breve, su esposa le provee un súper láser del tamaño de un pendrive con el que asumimos que se escapará de una prisión de alta seguridad para aparecer en una suerte de portal a lo Stargate que transportará a la familia al pasado de los dinosaurios, 85 millones de años atrás.
Bien, zafamos entonces de esa bochornosa introducción con esos rápidos recursos narrativos y entramos en Terra Nova, un proyecto para salvar a la humanidad dándole un nuevo comienzo. En Terra Nova nos espera el comandante Nathaniel Taylor, ni más ni menos Stephen Lang, el malo de Avatar, que acá es una suerte de sheriff como muchos de la ciencia ficción. Así queda mezclado el western con Jurassic Park. Incluso el hecho de que Shannon sea un fugitivo y un policía ayuda con esta premisa básica del western según la cual en manos de los marginados hallaremos la justicia.
 
Incluso el comandante Taylor tiene su lado oscuro, un hijo desaparecido y un lugar sobre una gran cascada en la que hay unas extrañas marcas de escritura. A decir verdad, el episodio piloto no escatima el paquete básico del folletín: amor adolescente, peleas, peligro, ataques de bestias, en fin, ese artificio del relato que llamamos aventura y que Spielberg dosifica con momentos de recogimiento moral.
La primera conclusión es que el hombre que nos divirtió con Indiana Jones debería hacer algún curso sobre series de tevé en la primera década del siglo XXI. La segunda, que va a hacer falta algo más que indicios de una conspiración para que la trama comience a enredarse al modo que ejemplarmente lo hacen las series de hoy en día (desde las de ciencia ficción como Galactica o Fringe a las más realistas o, mejor, de crítica histórica, como Breaking Bad, etcétera). Porque la flamante Terra Nova ya tiene un enfrentamiento entre los “sixies” (por los primeros seis peregrinos que arribaron a la isla, que recuerdan a los padres peregrinos de la fábula histórica original norteamericana, el Mayflower y todo aquello) y el comandante Taylor, a cargo de esa colonia en el tiempo. “Para dominar el futuro –de donde viene esta gente–, es necesario dominar el pasado”, dice uno de los personajes ya al final. Bien, sería bueno que ese dominio se ejerciera también desde el relato televisivo (fílmico, si se quiere), de modo que el espectador vea de algún modo desafiada su inteligencia antes que su capacidad de escuchar los discursos de unos seres ficticios.

martes, 27 de septiembre de 2011

conversaciones

Con Lalo Barrubia hablamos de los hijos, de su hijo de 20 años, que vivió con ella en Suecia durante diez años (Lalo partió a Europa tras la crisis uruguaya de 2001) y ahora volvió a Montevideo, acaso presa de una suerte de crisis identitaria nacional. Hablamos del Uruguay, sin hablar del todo del Uruguay. Ese modo en el que se crean sobreentendidos, con nombres de lugares, de personas, cosas así. Como si hablar de eso, del país, fuese una forma de habitarlo, de hacerlo palabra, que es a fin de cuenta la única forma en que lo habitamos.
Llegamos al Monumento a la Bandera –es la primera en ese breve tour que parte del hotel República, que al ver de lejos los fastos de la torre y el propileo exclamará “fascismo”– y recuerdo que fue uno de los primeros lugares de Rosario que visitamos con mi madre y mi hermana en 1975. Que era mi madre, cuando aún vivíamos en Paysandú, la que advertía, ante un viaje a Concepción del Uruguay, que en Argentina había que andar con cuidado porque eran “muy respetuosos” de la bandera. En ese “respetuosos” yo escuchaba un dejo de condena: la condena de una mujer de izquierda que ve en el chauvinismo ajeno un signo de fanatismo. Le cuento a Lalo que al lado de la llama votiva que hay en el propileo me emocioné mucho la vez que llevé a mi hijo a un desfile por el Día de la Bandera y recordé a mi generación argentina, la que fue a Malvinas. Le cuento que a la larga uno termina presa de ese gesto de desempolvarse de los hombros la desdicha progresista de los padres que no hallaron sus banderas.

Con Niels Frank nos sentamos la primera tarde en Pasaporte y charlamos de todo un poco. En un momento hablamos de los idiomas, de lo difícil que resulta el danés y su traducción. Recuerdo que acaso Freud había aprendido español para leer el Quijote y el danés para leer a Kierkegaard (el sábado, durante la fiesta del Festival, menciono el intercambio a un amigo que enseguida me responde con una carcajada y reafirma su idea de que la invitación de extranjeros por lo general lleva a que se sucedan esas conversaciones ridículas). Le digo a Niels que mi conocimiento de Kierkegaard, como el que tienen muchos de mi generación, se reduce a la lectura argumentativa que hizo Borges, una lectura que teje ficciones con las tramas del pensador danés. Para mi sorpresa, Niels me dice que encuentra difícil traducir a Kierkegaard, sobre todo, traducir su tono irónico permanente. Me cuenta que en su época Kierkegaard era tenido por ridículo en Copenhague, por su forma de vestir, por su prédica interminable en las plazas y calles de la ciudad, por su pelea eterna contra Hans Christian Andersen, su contemporáneo. Me dice que sin embargo, no hay hoy día una plaza que lleve su nombre. Respondo: “¿De modo que Kierkegaard construyó su obra predicando en las calles?” No sé si es mi inglés o qué, pero no se entiende. O acaso no se entiende porque es una conclusión, una interpretación, no una pregunta. Pero la distancia que encuentro entre ese ser ridículo, vestido con algo así como unos pescadores decimonónicos y un sombrero, que predica su personal Jesus en Copenhague, y las páginas de Temor y temblor que leí con devoción y recogimiento en 1984, es un abismo que acabo de sortear en esa charla.

Con Nicole Brossard también llegamos hasta el Monumento (“Fascism”, exclamó) a través del pasaje Lola Mora (se sorprendió de que una mujer realizara semejantes esculturas). Le señalo la catedral a un costado, la municipalidad al otro y, allá, al fondo, la nave monumental que recuerda el primer izamiento de la bandera. Le digo, poniéndome ridículo (no como Kierkegaard, pero quién sabe), que el catolicismo argentino está también interferido por esa gesta civil sobre la que también pesa una liturgia, una iconografía. Ya en el Monumento señalo las imágenes, los escudos, las estatuas, y observo que el fascismo, por lo menos el de la arquitectura alemana, del que vi muchas fotos, difícilmente abunde en tantas imágenes. La caminata sigue por el paseo ribereño, donde hablamos de Canadá: me dice que en la embajada en Buenos Aires hay un retrato de la reina de Inglaterra, que es ni más ni menos la jefa de estado de Canadá. “Did you know that?”, me pregunta Nicole. Claro que no.
Hablamos luego del hacer poesía, de los tiempos que vivimos, de las cosas que han mutado. Me dice, en unas líneas de diálogo que apenas retengo y quisiera reproducir por completo, que hoy día todos comparten, en términos de lenguaje, el “present tense” de los poetas, lo que vuelve el oficio poético más difícil y extemporáneo.

Hoy encontré con grata sorpresa una breve crónica personal del Festival en el blog de Corina.
Richard Gwyn, detrás: Carlos Pardo y Juan Dicent, y Niels Frank en la entrada del CCBR, el viernes 23 al caer la tarde.

 
 


De arriba a abajo: Frank, Barrubia flanqueada por Dicent y Damián Ríos, Brossard y yo (que leo los poemas de Gwyn, o de Frank). Fotos de Giselle Marino. Moi, en el Monumento a la Bandera. Foto de Nicole Brossard.

puerperio

En este ridículo estado de puerperio es difícil no sólo hacer unas anotaciones aquí, sino saber cuándo se harán, afilar el lápiz para hacerlas. Mientras tanto, algunas imágenes de ese encuentro increíble que fue el Festival de este año.





Primera trasnoche, la previa, en el bar Pasaporte, el miércoles 21. Fotos de Giselle Marino.

lunes, 19 de septiembre de 2011

the walking post

Está en Roma y escribe: “Las sandalias romanas que traje pensando que serian lo más acorde para transitar el cien por ciento de estas calles adoquinadas quien sabe de cuándo, no han resultado ser lo ideal y me turno entre eso y un par de ballerinas de animal print que son la mismísima muerte y además no pegan con nada. Cualquiera diría que es una frivolidad pero se equivocan, Roma se merece lo mejor y además no hay nada más deprimente que ver ese espanto de «equipito de vacaciones» con los que la gente sale en las fotos. Concluyo que los romanos tomaban mas carroza de lo que caminaban, al menos en verano”.
Foto de Charlotte.

Por chat le recuerdo la indignación con la que recibíamos a un miembro de la banda que usaba joggings con el argumento de que eran cómodos. Como si la comodidad fuese un argumento para “una raza que eligió vestirse” (parafraseo la frase de Pessoa). Me dice también en el chat: “Esta ciudad es demasiado bella para estar zaparrastrosa. Mirar el David a los ojos mal vestida es un crimen que debería estar penalizado”.
Claro que estoy de acuerdo. Y acá hay un asunto que no hace tanto al buen vestir como al vestirse (más allá de lo que cada uno entienda por hacerlo “bien”): debe entenderse, como en la fábula zen, que lleva toda una vida aprender a vestirse, lo mismo que lleva aprender a desnudarse. Es tanto cuestión de apreciar el arte, como lo contrario: una obra Bella nos interpela en eso con lo que hemos descendido del Paraíso, en eso con lo que atinamos a cubrirnos una vez perdida la inocencia (recuerdo, sí, la leyenda jasídica que recoge H.A. Murena en La metáfora y lo sagrado que puede leerse acá). Lo Bello, claro está, será siempre el recuerdo de algo que no tuvimos, del mismo modo que con la ropa, con el vestido, dibujamos otro cuerpo en el cuerpo.
Este acercamiento fantasmagórico y sublime a cosas que nuestra mirada apenas dimensiona repele cualquiera de las tendencias del caminante profesional que se calza un par de Columbia, Merrell o Dios sabe qué cosa.
Los recuerdos encadenados de su última entrada, ya en Buenos Aires, confirman la gravedad de estas afirmaciones. 

the truth is out there

Radar publicó este domingo esta magnífica revisión de X-Files (firmada por nuestro amigo Piro) con motivo de su reposición en un canal de cable. La podemos ver también a trevés de muchos otros sitios (los enlaces los puse yo).



Cuando la serie Los expedientes secretos X fue emitida por primera vez, allá por 1993, el panorama televisivo era, naturalmente, otro. Fox Mulder (David Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson), poco a poco, fueron convirtiéndose en iconos de la cultura popular y sus diálogos dieron lugar a una larga serie de batería de citas que aún hoy son usadas con bastante naturalidad por sus seguidores. Algunas de ellas son célebres: “No voy a preguntar si dijiste lo que creo que escuché porque creo que escuché lo que dijiste”; “El mejor lugar para guardar una verdad es entre dos mentiras”.

Como sólo ocurre con los clásicos, incluso quienes jamás se adentraron en los meandros de la serie conocen casi a la perfección en qué consiste: en el primer capítulo la agente del FBI Dana Scully es destinada a una pequeña oficina que investiga casos calificados como “Expedientes Secretos X” y que consisten en fenómenos paranormales, avistamiento de ovnis, aparición de criaturas extrañas, cosas así. Sucesos que al parecer tienen lugar, pero que nadie confía en que efectivamente hayan sucedido, o bien temen en las implicancias un tanto imprevisibles que pudieran tener hacerlos públicos. La pareja Mulder-Scully encarnaba la perfección dialéctica: Mulder estudió Psicología en la Universidad de Oxford y lo que verdaderamente lo motiva es conseguir esclarecer el caso de abducción por extraterrestres de su hermana Samantha, cosa que ocurrió cuando él era niño. Tan obsesivo se muestra en relación con estos casos que se ha ganado el mote de “Siniestro” entre sus compañeros del FBI. El es el que cree. Scully, en cambio, es la “escéptica”: doctora en medicina forense. Se le asignó el trabajo junto a Mulder con el fin de que “supervise” y elabora informes sobre sus actividades (para lo cual el FBI destina fondos). Ella es quien encuentra a todo una explicación científica. Una de las grandes atracciones de la serie consistió siempre en presenciar ese momento en que Scully cede finalmente a la evidencia y se pase al club de los creyentes, integrado exclusivamente por Mulder. La otra gran atracción es la que a falta de otro nombre podemos llamar “la tensión Moonlighting”, esto es la tensión sexual entre sus dos protagonistas –el nombre alude a la tensión parecida que se desarrollaba en la serie Moonlighting, protagonizada por Bruce Willis y Cybill Shepherd entre 1985 y 1989–. Es cierto que los guionistas de Los Expedientes Secretos no fueron tan cuidadosos y dejaron deslizar más de un beso entre los protagonistas. Por ejemplo en un capítulo de la séptima temporada, donde al comienzo se da a entender que Mulder y Scully pasaron la noche juntos, y durante el desarrollo del episodio se muestran las circunstancias que condujeron a eso. Todos cometemos errores, y el de los guionistas fue sin duda ése.
El atractivo principal de la serie, sin embargo, no era ése, sino la batalla frágil entre el pensamiento racionalista de Scully y la paranoia extraterrestre y paranormal de Mulder. Scully conseguía filtrar sus explicaciones cientificistas aun a costa de cualquier evidencia que demostraba que esta vez sí, sin duda, estaba en presencia de algo que solamente era explicable recurriendo a las explicaciones paranoicas de Mulder. Pero no había caso. Scully resistía.
Cada episodio comienza con una introducción donde se presenta algún suceso misterioso que desencadena la trama y que Mulder y Scully se dedicarán a investigar. Le sigue el célebre tema de apertura compuesto por Mark Snow y los créditos. Estos terminan generalmente con la frase “The Truth Is Out There” (“La verdad está ahí fuera”), pero a veces aparecían otras frases (“Todo muere”, “No confíes en nadie”, “Niégalo todo”, “E pur si muove”, y muchas más). La serie siguió el formato estadounidense de cuatro actos, pautados mediante cortes comerciales para cada episodio después de la introducción. Cada acto tenía una duración aproximada de 10 minutos y la duración media de un episodio es de entre 43 y 44 minutos.
Durante la filmación de la primera temporada, Gillian Anderson se enamoró de uno de los directores artísticos de la serie, Clyde Klotz, con el que se casó en 1994 en el hoyo 17 de un campo de golf en una ceremonia oficiada por un sacerdote budista. Al poco tiempo de casarse quedó embarazada, lo cual supuso un problema, dado que este aspecto no podía ser incluido dentro de la trama de Los Expedientes Secretos X. En un principio, los guionistas consideraron que esto era lo peor que les podía haber pasado, pero con el tiempo se dieron cuenta de que gracias a esta situación podían crear el arco argumental más importante de la serie: la abducción de Scully.
El punto de vista de Scully es el punto de vista del programa. Y por eso el programa tenía que ser construido con una sólida base científica, para que Mulder pudiera partir desde allí... La ciencia es buena, el punto de vista de Scully es válido, pero es Mulder quien tiene que convencerla de que sus argumentos ya no sirven y ella está obligada a aceptar lo inaceptable. Siempre hace falta un conflicto.
Mulder le tiene miedo al fuego y casi nunca duerme en su cama (prefiere el sofá). Le gusta el béisbol y la pornografía y vio la película Plan 9 del espacio exterior, de Edward Wood –considerada una de las peores de la historia del cine–, 42 veces. Como casi todos nosotros, sólo que un poco antes, Mulder no puede vivir sin su teléfono celular a mano, hasta el punto de que en una ocasión Scully le dice: “Mulder, si tuvieras que estar sin tu teléfono móvil durante cinco minutos caerías en una esquizofrenia catatónica”. Scully, por su parte, es pelirroja, sonríe muy pocas veces, estuvo enamorada de un vampiro y tiene una de las narices más perfectas jamás vistas.
Por todo eso vale la pena volver a ver Los Expedientes Secretos X. Y además Gillian Anderson es una de las tres mujeres en el mundo con la que llegué a tener fantasías sexuales. No voy a decir quiénes son las otras dos.

El 19 de septiembre, TCM pondrá al aire la serie Los Expedientes Secretos X, cuyos capítulos podrán verse de lunes a viernes a la medianoche.

malena

El viernes 9 de septiembre pasado hacía mi caminata habitual por el parque Scalabrini Ortiz cuando escuché en Radioactividad, el programa favorito de todas las mañanas, que era el cumpleaños número 100 de Nelly Omar. Pedí un tema y lo pasaron, y caminé hasta Puerto Norte escuchando "Amar y callar" (con esas sublimes guitarras de José Canet). Como finalmente no sacaremos en 32 Pies la nota que había escrito sobre ese "dato" (Nelly Omar+100 años+Malena), la pongo acá.

 Foto diario La Capital.

Una noche calurosa de la primavera de 1992 fui al Auditorio Fundación de Rosario a ver por primera vez a Nelly Omar. Acaso mi experiencia, llamémosle generacional, con el tango estuvo interferida por su decadencia estelar, su convite televisivo, su olor a antipolillas en ese vestuario maravilloso de los buenos viejos tiempos. Como saber, sabía de qué trataba el tango y su ambiente. Pero jamás, hasta que entré a esa sala, había sido tocado por los efluvios de ese rito popular con el que los hombres de antes se iniciaban en la filosofía de la vida, la valoración de unas reglas nunca del todo claras, pero firmes; la adoración, por último, de una mujer que se paraba delante de un semicírculo de guitarras y desgranaba unas melodías y unas palabras que se amasaban en un Olimpo cercano.
Nelly Omar: esa noche asistí a un ritual que irrumpía desde tiempos remotos, para el que el Auditorio, con su decorado de Mozarteum, se convertía en un montaje funambulesco, alucinado. Los hombres, algunos unos vejestorios encantadores a los que les temblaban los pies cuando se paraban, le gritaban piropos, le preguntaban cosas de su vida, le declaraban su admiración y su amor; recordaban cosas. Fue esa noche que alguien, creo que una mujer, le pidió que cantara “Malena”. No entendí, porque no sabía que se dice que ella es la Malena del tango, por qué la respuesta de Nelly Omar fue que no los haría (dijo algo así como “Ustedes saben que no voy a hacer esa canción”) y por qué, en un tono de festejada complicidad, todos la ovacionaron.
Quince años más tarde, Nelly Omar me decía al teléfono —cuando la entrevisté para un diario que ya no existe—: “Sí, Malena soy yo”. Me hablaba desde su casa de la calle Medrano, en Buenos Aires. Y decía también: “El amor de Manzi fui yo, pero Manzi no fue mi amor. Él no cumplió su promesa. Yo entonces estaba casada; él también estaba casado y me dijo que se iba a divorciar, que íbamos a ir a casarnos al Uruguay. Por eso nunca convivimos, después él se enfermó de cáncer y murió”.
Manzi es Homero Manzi (1907-1951), autor de la letra de “Malena”. Nelly Omar iría a Uruguay más tarde, pero en otra circunstancia: había caído el gobierno de Perón y la Revolución Libertadora (1955) la incluyó en una de sus listas negras por su amistad con Eva Perón, por la canción “La descamisada”, por todas esas cosas que trajo ese Golpe de Estado.
Osvaldo Soriano había entrevistado a Lucio Demare, compositor de la música de “Malena”, en enero de 1974, dos meses antes de la muerte de Demare, quien había dicho en esa charla: “La música de «Malena» la hice en no más de 15 minutos. Manzi me había entregado los versos unos diez días atrás. Pensé: «Esta noche va a venir Manzi y por lo menos le voy a decir cómo empieza el tango». Entonces me senté en un café y lo escribí de corrido, sin pulir y sin cambiar nada”.
Acho Manzi, hijo de Homero, dijo que nunca en su casa se habló de quién era la Malena de los versos, pero que en un programa de radio su padre habría dicho que la mujer que tenía en mente para esa canción era la cantante y actriz María Esther Lerena, quien en 1922 protagonizó junto con Ignacio Corsini el film Milonguita. En esa época el cine era mudo y los artistas solían cantar sus partes acompañados de guitarristas detrás de la pantalla. Manzi tenía 17 años cuando se pasaba la película; la alusión a Lerena en la letra, veinte años después, sería entonces un recuerdo, lo que reafirma aquella máxima que dice que conocer es recordar. “La «verdadera» Malena —declaró el hijo de Manzi— nació del recuerdo fogoso de un muchacho de 17 años que revivió sus sentimientos cuando adulto”. Acho Manzi también cuenta que fue recién en 1965, en un programa de televisión que conducía Antonio Carrizo, cuando se instaló la pregunta acerca de quién era Malena.
Vuelvo a la actuación de Nelly Omar —quien cumplirá 100 años en 2011— en la primavera de 1992, a cualquiera de las otras dos a las que fui a verla al teatro El Círculo: en la última, la de 2007, el peso de la edad se notaba apenas en los tonos muy altos en los que Omar suele terminar algunas canciones, pero la voz seguía siendo, de algún modo, la de esa niña cuya juventud se alimenta de la vigencia del mito. “Malena soy yo”, me había dicho. Claro, ¿quién más si no?

Malena
Música de Lucio Demare, letra de Homero Manzi.

Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.

Tu canción
tiene el frío del último encuentro.
Tu canción
se hace amarga en la sal del recuerdo.
Yo no sé
si tu voz es la flor de una pena,
só1o sé que al rumor de tus tangos, Malena,
te siento más buena,
más buena que yo.

Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón.

domingo, 18 de septiembre de 2011

schedule

Tras visitar Linkillo, Machacas, Tvcountdown y sitios al voleo, pude hacerme una agenda de series de lo que queda del año e, incluso del año próximo. Además de The Walking Dead, que comienza el domingo 16 de octubre; de Boardwalk Empire, que empieza el domingo 25 de septiembre; Fringe, que comienza el viernes 23 de septiembre, también entran en la lista:

De esta última (creada por el principal responsable de 24 y uno de los escritores de X-Files) ya se emitió el piloto, que puede hallarse en DarkVille.
Y en caso de tener que esperar demasiado entre una y otra, ya pensé en darle una chance a la canadiense Durham County, cuyas imágenes me conquistaron hace tiempo.

leave your HAT on

Conocí a Harold Alvarado Tenorio (HAT) en un encuentro de literatura en el CCPE, el año pasado. Intercambiamos correos y al cabo de unos días recibí el primer mensaje: virulento y abundante en información, el relato era también una summa de argumentos conspirativos.
Sin embargo, HAT une en sus estallidos electrónicos varias tradiciones latinoamericanas, la principa: la indignación político-moral por cuestiones que tienen que ver con la cultura, lo público, etcétera. Son argumentos que solemos leer en la historia de la literatura rioplatense hasta los años 60, pero sobre todo en los 30, 40. De modo que leer a HAT es de alguna manera un anacronismo, lo que lo vuelve más atractivo y, para mí al menos, válido. Cierto, propende con frecuencia a la incorrección, vicio cada vez más ramplón en el Río de la Plata, pero lo hace con entusiasmo y con nombre y apellido.
Bien, el asunto es que el 1 de septiembre pasado recibí un mensaje de Editorial Norma con el desalentador mensaje: «POR FOCALIZACIÓN EN EL SECTOR DE EDUCACIÓN SE DESINVERTIRÁ EN CUATRO LÍNEAS DEL NEGOCIO DE LIBROS
«Como parte de su  proceso de focalización,  Carvajal Educación espera convertirse en la compañía latinoamericana que ofrece el portafolio más completo de productos y servicios para atender a todos los actores del sector educativo.
«Por esta razón, Carvajal Educación concentrará  sus esfuerzos y recursos para atender las diferentes necesidades de la comunidad educativa, decidiendo desinvertir  de manera paulatina en las siguientes líneas de negocio que no atienden de manera directa este mercado:
·         Libros de ficción adultos
·         No ficción
·         Verticales de bolsillo
·         Autoayuda y crecimiento personal
«En este contexto, continuarán en el mercado las  líneas  de  gerencia, literatura  infantil  y juvenil, licencias, textos escolares, diccionarios, soluciones  educativas (tableros digitales…) y papelería (cuadernos, morrales,  lápices de colores y material para arte escolar, carpetas, pastas de argolla y archivo escolar).
«Carvajal  Educación  agradece a los periodistas y a los medios de comunicación su apoyo en dar a conocer las novedades de las diferentes líneas. Igualmente, valora la estrecha relación con la editorial y el  compromiso que los caracteriza en el ejercicio de su profesión.
Para mayores informes, por favor contáctese con Comunicaciones Corporativas:
Claudia M. González R. Directora de Cuenta MB Comunicaciones. PBX: + 57 1 6423011, Cel. + 57 3103211790, PIN 26C8DA68, Claudia.gonzalez@mbcomunicaciones.com. Bogotá - Colombia»
Incluso escribí en el diario un breve comentario bajo el título «Desinversión educativa»: «Iván Illich fue un pensador mordaz y genial que se dedicó a la educación (llamarlo pedagogo o cientista de la educación sería insultarlo). Escribió La sociedad desescolarizada en 1971, que hoy sigue siendo radical. Demostró que montar escuelas o cadenas de comida chatarra puede ser lo mismo. Uno recuerda esas ráfagas de pensamiento caliente de Illich al recibir este tipo de correos del grupo Carvajal.

Esta tarde me encuentro con este mensaje de HAT sobre el mismo asunto que es, a la vez, un pormenorizado panorama de las operaciones culturales colombianas, al menos desde el punto de vista de nuestro remitente.

Norma: auge y caída de un tigre de papel
Por Harold Alvarado Tenorio

Hace un par de semanas Roberto Burgos Cantor, Santiago Gamboa y Andrés Hoyos lamentaron el fin de las colecciones Vitral de ensayo y La otra orilla, y su premio homónimo de narrativa, de la editorial Norma de Carvajal y Cía., luego de un cuarto de siglo de la más obstinada, metódica, maliciosa y fulera aventura editorial que se haya cometido en América Latina. El premio, con un remoquete de 100.000 dólares, duró siete años, y contaba con el arbotante de Proartes, una fundación que lucra a Carvajal controlada por Amparo Sinisterra, ex bailarina que ha ocupado poderosos cargos en la industria cultural colombiana como ordenadora del gasto y directora de Colcultura y el Ministerio de Cultura de ese país.
Porque a nadie más que a unos terceros sirvieron esos veinticinco años de publicaciones de una pretendida nueva literatura: nadie cree hoy que Alfonso Carvajal, Alvaro Mutis, Antonio Garcia, Daniel Samper, Fernando Cruz, Fernando Quiroz, Gioconda Belli, Hector Abad, Juan Carlos Botero, Juan David Correa, Juan Gabriel Vasquez, Juan Manuel Roca, Julio César Londoño, Luisa Valenzuela, Mempo Giardinelli, Nulida Piñon, Oscar Collazos, Patricia Lara, Ricardo Silva Romero, Roberto Burgos, Santiago Gamboa, Santiago Mutis o William Ospina hayan cambiado, en algo, la sintaxis, prosodia o las ideas en una América Latina donde sólo sirvieron de publicistas del despilfarro de cientos de millones de pesos del dinero público que Carvajal y Cía. usó para convertirse en una multinacional de la educación.
Una aventura que tuvo varios nigromantes comandados por ese ideólogo de la dilapidación que es Alvaro Mutis junto a los hermanitos Moises y Jorge Orlando Melo y sus alfiles Adriana Mejia, Ana Roda, Araceli Morales, Consuelo Araujo, Doris Angel, Elvira Cuervo, Gloria Triana, Isadora de Norden, Juan Luis Mejía, Laura Restrepo, Marcela Moreno, Maria Candelaria Posada, Maria Paulina Espinosa, Marta Zen, Ramiro Osorio y Rocio Londoño, quienes desde los puestos públicos se dieron a la tarea de llenar las arcas de Carvajal y el conglomerado Prisa, de Jesús de Polanco, que viviera en la Colombia de la marimba sus mejores días, con más de ochenta empresas de fachada en la misma capital de la república. La historia menuda de este tigre de papel es la siguiente.
Todo comenzó, como ha sugerido entre líneas y mala leche Andrés Hoyos, con el fin de la revista Alternativa y la aparición de la Editorial Oveja Negra, convertida de la noche a la mañana en una poderosa empresa editorial y política merced al triunfo literario de GGM y a las astucias y componendas financieras del gobierno de Lopez Michelsen y José Vicente Kataraín, su gerente estrella. Fue en esa vieja casa de la Calle 18, al lado del restaurante El Trébol, donde crecieron uno por uno los personajes que han decidido la vida cultural de Colombia desde entonces. Allí están no sólo los jefes guerrilleros sino los pintores, periodistas, poetas y escritores que han contralado los medios y las empresas de las artes, con Belisario Betancur, conocido entonces como “La Mirla” ocupando todo el cielo de ese mundo.
Pero un dia Carmen Balcells oyó que en América se vendían sobre tirajes de las ediciones del ya Premio Nobel y tratando de escurrir el bulto Katica, como le decían entonces, acusó falsamente a sus colaboradores de piratería. Eso explica la astucia de Roberto Posada al pregunta si GGM era tan leal con sus amigos cómo dejaba que la implacable catalana dejara fuera del gran negocio a quien para entonces exportaba más de 10 millones de dólares en libros, falsos o verdaderos, cada año. Por algo fue el editor estrella de los años de auge de la ventanilla siniestra de que habló Carlos Lleras Restrepo.
La voz que había contado todo a Carmen Balcells no era otra que la más dolida, aun cuando aparentemente feliz, con el triunfo de GGM. Y esa misma voz ofrecía la solución: ceder los derechos de autor del Nobel a una empresa muy sólida pero que carecía de una línea editorial dedicada a la literatura: Norma, eso si, siempre y cuando se colaborara también con la expansión del mercado del libro para el grupo Prisa en América con su correspondiente nicho para Norma en España. Desde entonces Alvaro Mutis sería promocionado, a la sombra de GGM, como uno de los grandes escritores, y novelistas, óigase bien, de América Latina. 8 novelas en 6 años produjo el iluminado ganador del Premio Príncipe de Asturias, Reina Sofia y Cervantes, concedidos bajo el imperio de José María Aznar [1996-2004] y sus ministros de Cultura Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, Mariano Rajoy y Pilar del Castillo.

La historia había comenzado –dice una crónica de esos años escrita por el mutisiano Fernando Quiroz-- el 24 de agosto de 1993, la víspera del cumpleaños número setenta de Alvaro Mutis, otro de los escritores manejados por Balcells y editados por Norma. Esa noche, la editorial ofreció un coctel en honor de Mutis, en el Teatro Colón de Bogotá, al que estaban invitados, entre otros personajes, García Márquez y su agente literaria. Unas horas antes, sin embargo, Moisés Melo se había reunido con Carmen Balcells en un restaurante del norte de Bogotá, y había conocido las reglas del juego para aspirar a los derechos del Nobel, toda vez que la catalana había logrado convencer a Gabo de la inconveniencia de seguir con la Oveja Negra.”

A este entramado se agregó desde entonces la peregrina idea de que había que dotar a América Latina de hermosas bibliotecas llenas de libros españoles. Lo que permitió a Moises Melo y su hermano Jorge Orlando desde el sillón mullido de la red de Bibliotecas del Banco de la Republica distribuir por el orbe los libros de Vitral y La Otra Orilla, donde por supuesto se publicaron primero a Roberto Burgos Cantor y Santiago Mutis Durán, dándose aquel el lujo de disfrutar “del hábito que consistía en mandarles a libreros y reseñadores un ejemplar anticipado del libro por salir, en papel rústico y tapa de cartulina.” Hoy hay en Colombia más de 2000 bibliotecas, la mayoría de ellas en casas podridas y abandonadas, repletas de cajas de libros publicados por Prisa y sus socios. Burgos Cantor es otro invento de Alvaro Mutis.
La ruina de Norma comenzó el dia que Carmen Balcells descubrió que también le habían pirateado los libros de Gabito. Pero lo más grave era que el Banco de la Republica, en cabeza de su gerente cultural, Dario Jaramillo Agudelo, no estaba dispuesto a permitir que se siguieran comprando las mismas enormes cantidades de los libros de Norma para los canjes mundiales de la Biblioteca Luis Angel Arango, porque a él interesaba era el Fondo de Cultura Económica de México, una empresa tan corrupta como la misma sub-gerencia del Banco de la República y a quien incluso Jaramillo Agudelo instaló una librería ambulante en los sótanos de la Luis Angel, y la editorial española que lo haría invisible, Pre-textos. Por esas y otras causas debió dejar su puestico de izquierdista en reposo Don Jorge Orlando Melo.
Norma llegó a tener un catalogo de 80 pretendidos escritores nacidos en Colombia, unos 280 de diversos orígenes y edades y un premio anual de 100 mil dólares. Ninguno de ellos dijo nunca que Alvaro Mutis es un pésimo novelista y un mediocre poeta. Y todos, hasta los difuntos, han bebido escocés en su casa de Ciudad de México y han pasado por la Feria de Guadalajara.
A los contribuyentes colombianos está debiendo Álvaro Mutis, desde aquel año en que enviara la mujer de Julio César Turbay Ayala en una avioneta de la Esso para que un médico le curara el asma, en Estados Unidos, su gloria y su fama.


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