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martes, 5 de junio de 2012

pasear el perro

Suena el teléfono a las nueve menos cinco y, para que no se despierte nadie y seguir acá en la máquina, atiendo. Es Ana María Ilari: su saludo es en realidad la continuación de otra charla, no importa si la recordamos, recordamos el hilo, el eco de la charla en la charla y seguimos.
Me habla de una actividad que dará este miércoles en el CCBR, para empezar. Me dice que el título de la actividad (pensada para padres de adolescentes y organizada por psicólogas) es "Mandame un mensajito". Le pregunto si el título es suyo. Claro, ¿de quién si no? Le menciono Loser, de Robertita, le digo que tiene que leer esa novela. Toma nota (Ana María no usa correo electrónico ni busca las cosas en gúguel y me dice, entre otras cosas que se refieren específicamente a este tema, que se escribió con Julia Kristeva luego de que la encontrara en noviembre pasado en Buenos Aires: se escribieron cartas, en papel y por correo postal). Sigue la charla sobre la charla en el CCBR: "Hay tanta reflexión sobre la adolescencia y no dejan a los adolescentes transitar por sus cuestiones con liviandad", me dice. Y también: que hay tanto odio (es decir, contra los adolescentes, acusados de dorgadictos, de perdidos, de molestos). Y esta cosa de los mensajitos: "Tiene que ver con la cuestión de los teléfonos, viste –me dice–, que están todo el tiempo armando redes (sociales), mandándose mensajes, como lo que pasó en Egipto, ¿no?, que se juntaron no sé cuántos miles de personas en una plaza a través de las redes sociales pero después no saben qué hacer. Loas adolescentes lo mismo, se mensajean todo el día, entre muchos chicos, pero después no pueden nunca encontrarse". Y me dice: "N hay nunca acontecimiento". Y entiendo: no sucede el acontecimiento, eso que desborda al sujeto que domina la escena, que se convierte en suceso precisamente porque no hay "mensaje" sobre ello (no en vano Facebook –en su carrera de degradación de la experiencia en la web– ofrece entre sus aplicaciones la de "crear un suceso", es decir, informar sobre una actividad y convocar contactos: como si los sucesos pudieran "crearse"), porque su suceder requiere siempre anticiparse al mensaje. Pero también, como escribe Ana María en su recuerdo del encuentro con Kristeva, el suceso o el acontecimiento como la "oportunidad de la palabra".
Y me cuenta, al teléfono, que sigue saliendo a pasar su perro a la hora de la salida de las escuelas secundarias, precisamente para escuchar a los adolescentes: la esconden el perro y la edad, la disfrazan entre los grupos que salen desaforados de la técnica, como me cuenta. Tras la correa de un perro que no habla, Ana María escucha esos crudos cruces entre los pibes y las chicas e interviene a veces, generando por lo general risa y sorpresa (una chica le dice a un compañero si no quiere ir a tomar una coca cola. Él: "Pero por qué no te vas a la concha de la lora". Y Ana María: "Eh, si eso le respondés porque te invitó a tomar una coca qué le vas a decir cuando te invite a tomar un whisky"), generando una "oportnidad de la palabra".

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