El paraíso “indie” existe fuera y dentro de la miniserie Top of the Lake: la
misma serie televisiva, producida y distribuida por la BBC 2 británica, el canal Sundance,
productoras de cine australianas y locaciones en Neo Zelanda, es una prueba de
lo primero. Dentro de su trama, incluso, hay un lugar llamado Paradise, al
borde del lago en el sur neozelandés del que los maoríes dicen que su lecho es
el corazón de un demonio. Al Paradise de esta serie llega un grupo de mujeres,
encabezadas por GJ –Holly
Hunter–, que buscan curarse de su adicción a los hombres –dicho así suena
estúpido, qué le vamos a hacer, pero es una forma de sintetizar esa escena tan
particular y compleja– y de las heridas que esos hombres han dejado. Son
mujeres ya grandes que viven en unos containers como si fueran una versión
minimalista del monoblock. Pero, al ser containers arrojados a la orilla del
lago, señalan también esa condición de mercancía abandonada que pesa sobre el
grupo femenino.
Bueno, es que esta parte de la historia es la parte más “Jane Campion”, digamos, de
la miniserie. Campion (Un ángel en mi
mesa, 1990; La lección de piano,
1994) creó y dirigió en su mayoría Top of
the Lake, que puede verse como una película más de su filmografía, sólo que
dividida en siete episodios de 50 minutos cada uno (se emitió entre el 18 de
marzo y el 22 de abril de este año). El McGuffin, la excusa para
construir este relato, es la desaparición de una niña de 12 años que horas
antes de ser vista por última vez intentó ahogarse en las aguas del lago y a
quien las autoridades descubren un embarazo de cinco meses. La detective que
investiga esta desaparición es Robin Griffin (interpretada por Elisabeth Moss, la Peggy
Olsen de Mad Men) y se involucra en
el caso de modo más o menos fortuito: está allí porque es el pueblo de su
infancia y visita a su madre enferma (aunque luego descubriremos que, como otras
mujeres de Campion, no dice todo).
Tui, la niña de madre tailandesa que fue abusada y desapareció sólo deja
un papel en el que dijo que escribiría el nombre de quien la embarazó pero sólo
escribe: “No one”. Las mujeres, en Paradise, hablan pero difícilmente escuchan,
rumian las palabras (el paradigma es Anita –interpretada por Robyn Malcolm–, quien
repite todo lo que dice GJ y todos los personajes que se le cruzan). En esa
sociedad en la que todos los hombres van armados, el patriarca es Matt Mitcham
–Peter Mullan,
inmejorable en su rol de rufián perverso e impotente: su madre lo azotaba con
el cinturón de su esposo muerto–, padre a su vez de Tui, a quien ella apunta
con una escopeta cuando vuelve de la comisaría y se hace público que está
embarazada, en el primer episodio. Así, durante los primeros cuatro episodios
todos se apuntan entre sí, pero como con el pene de Mitcham, es un apuntar
“juguetón”, porque la violencia es obvia, porque las mujeres no hablan y
quienes estuvieron en posición de hablar prefirieron agarrar el cinto o
recluirse en Paradise.
Como el estilo indie es propenso a encontrar admiradores hipertrofiados,
salieron muchos a decir que la miniserie es mejor que un montón de series que
tienen por lo menos tres temporadas. Los vínculos más directos son The
Killing (por su paisaje y por las figuras de los investigadores en
cierta intemperie personal y social) o Justified
(por la extracción social de los personajes vernáculos). Otra para comparar es Rectify: el
torcido centro de la excentricidad mundana, es decir, las comunidades pequeñas,
desvirtuadas por la maldad del hombre y sus complicidades.
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