El olor a pórtland flota en el aire,
envuelve el juego de los niños,
que lo ignoran: ellos también recordarán,
un día, ese pesado perfume
que se desprende de los ladrillos,
el pasto quemado por el sol,
la tierra caliente, la melaza
de agua, barro, yuyos y bichos
suspendidos esta tarde
en esta porción de barrio
sobre el arroyo Yaguarón.
El sauce crece en la barranca. Con desmesura crece. Da sombra a unas matas impenetrables sobre la pendiente. Un enjambre de mosquitos duerme en la pequeña jungla. Y allá abajo, los bañados del arroyo fabrican una planicie hecha de horizonte, de silencio. La ciudad que se erige al sur es San Nicolás. Lo mismo da si fuera Santiago, Liverpool, Curuzú Cuatiá o Cartago. La extranjería es el paisaje de este llano.
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