Andrés Manuel López Obrador es el presidente más a la izquierda de
la historia del país. Millones de mexicanos lo votaron esperanzados, pero la
prensa del libre mercado ya lamenta su populismo.
El 1 de diciembre, ante una agitada multitud de simpatizantes en
el Zócalo, en el corazón de la Ciudad de México, el presidente Andrés Manuel
López Obrador (AMLO) lanzó la “Cuarta Transformación” de México, un ambicioso
proyecto de reforma política, social y ecológica que apunta “a purificar la
vida pública”.
En la inauguración de este proyecto de transformación, un número
récord de mujeres ingresaron en cargos políticos, los ritos indígenas se
incorporaron a las ceremonias presidenciales por primera vez y AMLO entregó más
de la mitad de su salario como presidente, además de vender el avión
presidencial. “Vamos a bajar los salarios de los que están en la cúspide porque
de esta manera podemos ahorrar para atender las demandas de la justicia”, dijo.
Pero si millones de mexicanos se llenaron de esperanza con la
presidencia de AMLO, los comentaristas internacionales se llenaron en su gran
mayoría de desesperación. Retratan
en sus artículos un “retroceso a una era de caudillos, u hombres fuertes del
populismo que la región aparentemente había dejado atrás”. Afirman
que AMLO es “indiferente, aunque no desdeñoso, del proceso democrático”.
Advierten que ya está “espantando a los inversores extranjeros”.
La democracia mexicana
Pero estos informes son una revelación mucho más amplia acerca
de sus autores, y la actitud de los comentaristas internacionales hacia la
democracia en el sur global, que sobre la situación mexicana.
Comencemos con el argumento básico de que AMLO es un peligro
para la democracia mexicana. “¿Pueden las jóvenes instituciones democráticas de
México resistir a un ejecutivo que aspira a centralizar el poder de la misma
manera que lo hizo el legendario Partido de la Revolución Institucional (PRI)
en el siglo XX?”, se pregunta
el Wall Street Journal.
Este retrato de la política mexicana, un autoritario AMLO que
golpea las puertas de las instituciones democráticas de México, es extraño por
una sencilla razón: México no tiene instituciones democráticas.
El experimento mexicano en la democratización ha sido un
desastre incesante: los gobiernos locales han sido capturados por los cárteles,
las fuerzas policiales han sido armadas contra las personas a las que fueron
planeadas para proteger, y los candidatos políticos son asesinados regularmente
por su oposición en el período previo a las elecciones. Si estuviéramos
ubicados en otras partes del mundo, podríamos estar tentados a llamar a México
un estado fallido. El país reportó más de 30.000 homicidios el año pasado, el
número más alto en su historia, aunque de ninguna manera está cerca del número
total, dado el grave problema de los crímenes que no se reportan en México.
Entonces, cuando el Wall
Street Journal nos advierte que nos preparemos para una “tensión
significativa en el dominio de la ley”, debemos preguntarnos honestamente:
¿alguna vez han estado en México?
En el contexto de esta crisis, entonces, un enfoque tibio de la
reforma sería muy insuficiente. Todo lo que no sea una “transformación” a gran
escala permitirá al país deslizarse más hacia el abismo, con víctimas
inimaginables en el camino.
La gravedad de la crisis mexicana ha creado lo que yo llamo “el
doble vínculo de AMLO”: Si tiene éxito en su esfuerzo por reconstruir el estado
mexicano e introducir reformas de gran alcance, será calumniado como un poder
autoritario y centralizador para realizar su plataforma: un Chávez mexicano.
Sin embargo, si no cumple con su ambiciosa plataforma, será calumniado como un
falso profeta.
Amasar poder
El retrato postelectoral de AMLO que hace The Economist expone perfectamente este dilema. Por un lado,
critican las ambiciones de transformación de AMLO: “Lo que parece ser una
responsabilidad adicional es, de hecho, una forma de amasar el poder”, dicen
de sus reformas políticas. Por otro lado, exigen que AMLO siga adelante con
este ambicioso programa o pierda toda legitimidad: “AMLO no tendrá excusas para
fallar”, escriben. En otras palabras, establecen un nivel increíblemente alto
para la nueva administración mexicana, y luego protestan por sus esfuerzos para
eliminarlo.
Pero este comentario apunta a algo más profundo que el mero
sentimiento anti-AMLO. Revela un desprecio mucho más profundo por la voluntad
democrática en los países del mundo en desarrollo.
Una y otra vez, los políticos que introducen reformas
impopulares del libre mercado son celebrados como valientes y duros, haciendo
el trabajo sucio de la modernización económica, incluso si se trata del
sacrificio de su imagen pública. Cuando, por ejemplo, miles de personas se
manifestaron en las calles en contra de la toma de posesión del presidente
Enrique Peña Nieto en 2012, The Economist los desestimó diciendo que su
elección “siempre atraería la protesta”, mientras que rechazaba a los
manifestantes como “jóvenes enmascarados [que destrozaban] las ventanas de
bancos y hoteles”.
En contraste, cuando AMLO y su partido Morena tomaron el poder,
derrocando a las administraciones corruptas de todo el país, se retorcieron las
manos. “Los críticos se han callado”, se quejaron (quizás una de las
formulaciones más extrañas de “la gente está generalmente emocionada” de lo que
uno podría imaginar). Aquí es donde la etiqueta “populista” encuentra su
verdadero propósito: una forma inteligente de descartar la popularidad de AMLO
como la manipulación del descontento de los votantes.
Muchos comentaristas afirmarán que AMLO gana su título como
populista porque hace promesas que no puede cumplir. Pero este es otro doble
estándar. En 2014, The Economist elogió la gran intención de Peña Nieto de “sacudir
la economía”. “Pocos
gobiernos pueden realmente afirmar ser radicales. La administración de
Enrique Peña Nieto está en camino de unirse a esta extraña raza”. Cuatro años
después, condenan a AMLO por sus propias ambiciones. “Andrés Manuel López
Obrador se ha retirado del pragmatismo”, escribieron. “Los mercados están
preocupados”.
La voluntad de los mercados
Aquí, el comentarista muestra sus cartas. Su principal
preocupación no es la voluntad de la gente, sino la voluntad de los mercados.
Cuando el Wall Street Journal (WSJ)
advirtió de una “tensión en el gobierno de la ley”, no se refería a estudiantes
asesinados, mujeres desaparecidas o corrupción desenfrenada en todos los
niveles del gobierno mexicano. Estaban preocupados principalmente por los derechos
de propiedad.
De ahí la preocupación generalizada, en toda la cobertura de la
inauguración de AMLO: por ejemplo con el aeropuerto de la Ciudad de México, un
proyecto de 13 mil millones de dólares que AMLO ha tratado de detener sobre la
base de la oposición local generalizada y la preocupación por su fuerte impacto
ecológico. “Si esto fuera solo por una mala decisión con respecto al
aeropuerto, los mexicanos podrían relajarse”, escribió el WSJ. “Pero un
presidente que cree que puede romper contratos y gobernar por decreto no se
detendrá en la cancelación de nuevas pistas”.
El mandato democrático de AMLO aterroriza a estos comentaristas
porque elimina la posibilidad de disciplina de mercado. Cuando un presidente se
aferra al poder, los mercados pueden acosarlo: las malas perspectivas de
crecimiento alimentan a la oposición, por lo que debe apelar una y otra vez
para obtener la aprobación de los inversores internacionales. El fuerte apoyo
entre los votantes, por el contrario, libera a una administración para
perseguir sus objetivos políticos y, con suerte, para desafiar el reclamo de
los inversionistas internacionales sobre la tierra y los recursos de México.
La nueva administración está lejos de ser perfecta. El asunto del
aeropuerto de la Ciudad de México fue, por todas las cuentas, mal administrado.
Y Morena todavía gira demasiado cerca de la personalidad de AMLO.
Pero la narrativa dominante en torno a la administración de AMLO
se ha escrito al revés. Al centrarse tan estrechamente en temas como el aeropuerto
de la Ciudad de México, pinta a los derechos de propiedad como la base de la
democracia mexicana. Pero en realidad, los derechos de propiedad existentes son
las barreras principales para la democracia mexicana, protegiendo un status quo
indefendiblemente desigual y desastrosamente insostenible. Cuando los medios de
comunicación internacionales fijan la imagen de la confianza de los inversores
como la luz de alerta para las ambiciones autoritarias de AMLO, revelan su
lealtad a los mercados sobre las necesidades y los deseos ordenados
democráticamente de los propios mexicanos.
Debemos prestar atención para que la popularidad de AMLO no se
deslice hacia el populismo barato. Pero dada la fuerza de su doble vínculo,
juzguemos a esta administración por los méritos de su agenda política, la
satisfacción de la gente, y nunca por la aprobación del Wall Street Journal.
* David Adler es investigador en Generation Rent, en Londres. Es ex
becario Fulbright-García Robles en el Colegio de México, Ciudad de México.
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