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lunes, 17 de diciembre de 2018

el libre mercado ya condena a méxico


Andrés Manuel López Obrador es el presidente más a la izquierda de la historia del país. Millones de mexicanos lo votaron esperanzados, pero la prensa del libre mercado ya lamenta su populismo.


El 1 de diciembre, ante una agitada multitud de simpatizantes en el Zócalo, en el corazón de la Ciudad de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lanzó la “Cuarta Transformación” de México, un ambicioso proyecto de reforma política, social y ecológica que apunta “a purificar la vida pública”.
En la inauguración de este proyecto de transformación, un número récord de mujeres ingresaron en cargos políticos, los ritos indígenas se incorporaron a las ceremonias presidenciales por primera vez y AMLO entregó más de la mitad de su salario como presidente, además de vender el avión presidencial. “Vamos a bajar los salarios de los que están en la cúspide porque de esta manera podemos ahorrar para atender las demandas de la justicia”, dijo.
Pero si millones de mexicanos se llenaron de esperanza con la presidencia de AMLO, los comentaristas internacionales se llenaron en su gran mayoría de desesperación. Retratan en sus artículos un “retroceso a una era de caudillos, u hombres fuertes del populismo que la región aparentemente había dejado atrás”. Afirman que AMLO es “indiferente, aunque no desdeñoso, del proceso democrático”. Advierten que ya está “espantando a los inversores extranjeros”.

De hecho, la esperanza de los mexicanos parece ser directamente proporcional al temor de este comentarista. En lugar de celebrar el mandato democrático de AMLO, como evidencia de la visión compartida de cambio de la gente, como la base para una transición legítima de la violencia y la corrupción hacia un futuro más brillante, lo temen. “AMLO será el presidente mexicano más poderoso en décadas”, advierte The Economist. “López Obrador es una amenaza más grande para la democracia liberal que Bolsonaro”, concluye el Financial Times.

La democracia mexicana

Pero estos informes son una revelación mucho más amplia acerca de sus autores, y la actitud de los comentaristas internacionales hacia la democracia en el sur global, que sobre la situación mexicana.
Comencemos con el argumento básico de que AMLO es un peligro para la democracia mexicana. “¿Pueden las jóvenes instituciones democráticas de México resistir a un ejecutivo que aspira a centralizar el poder de la misma manera que lo hizo el legendario Partido de la Revolución Institucional (PRI) en el siglo XX?”, se pregunta el Wall Street Journal.
Este retrato de la política mexicana, un autoritario AMLO que golpea las puertas de las instituciones democráticas de México, es extraño por una sencilla razón: México no tiene instituciones democráticas.
El experimento mexicano en la democratización ha sido un desastre incesante: los gobiernos locales han sido capturados por los cárteles, las fuerzas policiales han sido armadas contra las personas a las que fueron planeadas para proteger, y los candidatos políticos son asesinados regularmente por su oposición en el período previo a las elecciones. Si estuviéramos ubicados en otras partes del mundo, podríamos estar tentados a llamar a México un estado fallido. El país reportó más de 30.000 homicidios el año pasado, el número más alto en su historia, aunque de ninguna manera está cerca del número total, dado el grave problema de los crímenes que no se reportan en México.
Entonces, cuando el Wall Street Journal nos advierte que nos preparemos para una “tensión significativa en el dominio de la ley”, debemos preguntarnos honestamente: ¿alguna vez han estado en México?
En el contexto de esta crisis, entonces, un enfoque tibio de la reforma sería muy insuficiente. Todo lo que no sea una “transformación” a gran escala permitirá al país deslizarse más hacia el abismo, con víctimas inimaginables en el camino.
La gravedad de la crisis mexicana ha creado lo que yo llamo “el doble vínculo de AMLO”: Si tiene éxito en su esfuerzo por reconstruir el estado mexicano e introducir reformas de gran alcance, será calumniado como un poder autoritario y centralizador para realizar su plataforma: un Chávez mexicano. Sin embargo, si no cumple con su ambiciosa plataforma, será calumniado como un falso profeta.

Amasar poder

El retrato postelectoral de AMLO que hace The Economist expone perfectamente este dilema. Por un lado, critican las ambiciones de transformación de AMLO: “Lo que parece ser una responsabilidad adicional es, de hecho, una forma de amasar el poder”, dicen de sus reformas políticas. Por otro lado, exigen que AMLO siga adelante con este ambicioso programa o pierda toda legitimidad: “AMLO no tendrá excusas para fallar”, escriben. En otras palabras, establecen un nivel increíblemente alto para la nueva administración mexicana, y luego protestan por sus esfuerzos para eliminarlo.
Pero este comentario apunta a algo más profundo que el mero sentimiento anti-AMLO. Revela un desprecio mucho más profundo por la voluntad democrática en los países del mundo en desarrollo.
Una y otra vez, los políticos que introducen reformas impopulares del libre mercado son celebrados como valientes y duros, haciendo el trabajo sucio de la modernización económica, incluso si se trata del sacrificio de su imagen pública. Cuando, por ejemplo, miles de personas se manifestaron en las calles en contra de la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto en 2012, The Economist los desestimó diciendo que su elección “siempre atraería la protesta”, mientras que rechazaba a los manifestantes como “jóvenes enmascarados [que destrozaban] las ventanas de bancos y hoteles”.
En contraste, cuando AMLO y su partido Morena tomaron el poder, derrocando a las administraciones corruptas de todo el país, se retorcieron las manos. “Los críticos se han callado”, se quejaron (quizás una de las formulaciones más extrañas de “la gente está generalmente emocionada” de lo que uno podría imaginar). Aquí es donde la etiqueta “populista” encuentra su verdadero propósito: una forma inteligente de descartar la popularidad de AMLO como la manipulación del descontento de los votantes.
Muchos comentaristas afirmarán que AMLO gana su título como populista porque hace promesas que no puede cumplir. Pero este es otro doble estándar. En 2014, The Economist elogió la gran intención de Peña Nieto de “sacudir la economía”. “Pocos gobiernos pueden realmente afirmar ser radicales. La administración de Enrique Peña Nieto está en camino de unirse a esta extraña raza”. Cuatro años después, condenan a AMLO por sus propias ambiciones. “Andrés Manuel López Obrador se ha retirado del pragmatismo”, escribieron. “Los mercados están preocupados”.

La voluntad de los mercados

Aquí, el comentarista muestra sus cartas. Su principal preocupación no es la voluntad de la gente, sino la voluntad de los mercados. Cuando el Wall Street Journal (WSJ) advirtió de una “tensión en el gobierno de la ley”, no se refería a estudiantes asesinados, mujeres desaparecidas o corrupción desenfrenada en todos los niveles del gobierno mexicano. Estaban preocupados principalmente por los derechos de propiedad.
De ahí la preocupación generalizada, en toda la cobertura de la inauguración de AMLO: por ejemplo con el aeropuerto de la Ciudad de México, un proyecto de 13 mil millones de dólares que AMLO ha tratado de detener sobre la base de la oposición local generalizada y la preocupación por su fuerte impacto ecológico. “Si esto fuera solo por una mala decisión con respecto al aeropuerto, los mexicanos podrían relajarse”, escribió el WSJ. “Pero un presidente que cree que puede romper contratos y gobernar por decreto no se detendrá en la cancelación de nuevas pistas”.
El mandato democrático de AMLO aterroriza a estos comentaristas porque elimina la posibilidad de disciplina de mercado. Cuando un presidente se aferra al poder, los mercados pueden acosarlo: las malas perspectivas de crecimiento alimentan a la oposición, por lo que debe apelar una y otra vez para obtener la aprobación de los inversores internacionales. El fuerte apoyo entre los votantes, por el contrario, libera a una administración para perseguir sus objetivos políticos y, con suerte, para desafiar el reclamo de los inversionistas internacionales sobre la tierra y los recursos de México.
La nueva administración está lejos de ser perfecta. El asunto del aeropuerto de la Ciudad de México fue, por todas las cuentas, mal administrado. Y Morena todavía gira demasiado cerca de la personalidad de AMLO.
Pero la narrativa dominante en torno a la administración de AMLO se ha escrito al revés. Al centrarse tan estrechamente en temas como el aeropuerto de la Ciudad de México, pinta a los derechos de propiedad como la base de la democracia mexicana. Pero en realidad, los derechos de propiedad existentes son las barreras principales para la democracia mexicana, protegiendo un status quo indefendiblemente desigual y desastrosamente insostenible. Cuando los medios de comunicación internacionales fijan la imagen de la confianza de los inversores como la luz de alerta para las ambiciones autoritarias de AMLO, revelan su lealtad a los mercados sobre las necesidades y los deseos ordenados democráticamente de los propios mexicanos.
Debemos prestar atención para que la popularidad de AMLO no se deslice hacia el populismo barato. Pero dada la fuerza de su doble vínculo, juzguemos a esta administración por los méritos de su agenda política, la satisfacción de la gente, y nunca por la aprobación del Wall Street Journal.

* David Adler es investigador en Generation Rent, en Londres. Es ex becario Fulbright-García Robles en el Colegio de México, Ciudad de México.

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