El miércoles próximo se presenta el libro sobre Rapto del cual escribí el prólogo:
SAVE THE DATE PORQUE TIRAMOS LA CASA POR LA VENTANA 🔥🔥🔥@somosrapto + @ESantafesino 🏆 pic.twitter.com/gm3R8RYnjs— Lucas Canalda (@canaldabites) 12 de diciembre de 2018
“Nada
de gacetillas, nada de agenda. Nuestros textos, nuestras fotos.” Con esa declaración de principios se presentaba Rapto en 2016. La
firmaban el periodista Lucas Canalda y el fotógrafo Renzo Leonard. Desde
entonces Rapto operó en dos zonas de lo
que, para abreviar y entre comillas, llamaremos “el espacio cultural”: la
acumulación y la invitación –hay un multifacético término en inglés que acaso
le quepa mejor que invitación: tease,
como lo leemos por ejemplo en strip-tease
o en teaser: el eco de una tentadora
perturbación.
Rapto acumula desde
2016 extensas entrevistas y descripciones de distintas escenas que ganaron
Rosario, desde la visita de Juana Molina o Adrián Dárgelos con Babasónicos
hasta la intimidad de Checho Godoy en su casa y con sus hijos. Checho integra
el dúo Matilda, la banda electropop más prolífica y persistente de Rosario.
Músicos, sobre todo, pero también dibujantes, periodistas, fotógrafos y
crónicas sobre recitales, la primera marcha feminista en la ciudad (los
feminismos, la ola verde que se despliega en la guerra interior de una mujer
que presta su voz en una entrevista, lo mismo que en la calle y la geografía de
ese gran escenario cultural, atraviesan gran parte de estas páginas como
llamaradas a veces, como chispazos otras). Los entrevistados, salvo los que
vienen de Buenos Aires, están en sus casas, sus lugares de trabajo, en la calle
o en un bar, o saltan de un lugar a otro según el cronista los rastrea en el
tiempo y en su memoria.
Fotografía de Renzo Leonard en Flickr.
Rapto invita,
provoca, agita una conversación sobre la ciudad. El cronista ve a Fernando
Vercelli, uno de los líderes de la primera banda de ska argentina, Scraps,
desde un colectivo, en el barrio de Pichincha. Escribe: “Fernando nació y vive
en zona Sur, pero su deporte preferido es salir solo de noche a recorrer
barrios de Rosario donde sabe, porque le contaron los que ya no están y porque
lo leyó, que hace muchos años ocurrieron historias increíbles. Así desde el
sur, llega a Pichincha, y añora momentos que no vivió. Extraña aquello que nunca
tuvo y le hubiese gustado vivir. Caminando la noche entera, piensa y observa
aquello que lo nutre para escribir otra canción. Y todo está ahí, en Disco Rayado.”
Estos
textos que ahora se presentan en formato libro también añoran momentos no
vividos y recorren con precisión momentos que viven en la crónica. Postulan, a
su modo extenso y a veces fabuloso y fabulesco, que la ciudad no es sino un
rapto, el secuestro de una experiencia que sucede a un costado de la gran
avenida, que ciertas cosas a las que se le entrega una vida están al borde la
ausencia, la alienación o la extranjería.
Si
las preguntas más visibles en estos largos textos son cómo desarrollar una
carrera musical, periodística o artística, hay que leer también la inquisición
fundamental. En un momento de la entrevista a Pablo Jubany el entrevistador
teoriza: “una pregunta es un disparador, una bengala que se lanza hacia una
dirección para indicar un camino, iluminar una zona, tomar perspectiva, y mucho
más; formular una pregunta es encender una zona de respuestas probables, una
zona de posibilidades”; en esa “zona” cabe la interrogación: ¿qué es una
ciudad?
Rapto es acaso un
ensayo de biografía de Rosario, no por su mito infundado o su leyenda oficial,
sino por las vidas que suben y bajan de escena: lugares nocturnos colmados,
donde la temperatura supera la del cuerpo humano, que reciben bandas y solistas
de los que recién tenemos noticias, un agite y un despliegue que atraviesa
generaciones y estilos. Y allí, unos ocasionales protagonistas que no sólo
hablan de su tarea, de la extensión de su tarea en el tiempo hasta llegar a esa
noche particular, también de los lugares y los colectivos que los acompañaron,
desde los sellos que se multiplicaron en la ciudad en los últimos años hasta
los espacios que fogonearon la movida: desde los sellos Rock Villero
–relativamente nuevo– a Polvo Buró o Discos del Saladillo, Ecur (Espacios
Culturales Rosario), el salón de la Asociación Japonesa en calle Iriondo o el
bar Bon Scott en Pichincha hasta el fundacional Planeta X que pisa ya las dos
décadas.
El
procedimiento en cada entrevista-crónica es cierto saber –vida y obra de Nekro,
líder de Boom Boom Kid, Marilina Bertoldi, Juani u Oscar Favre, Pablo Jubany,
Barbi Recanati, las mujeres de Alto Guiso o Richard Coleman, en un listado que
no agota la cantidad de conversaciones de este libro–, pero también cierta
genealogía: las crónicas no esquivan la literatura sobre la que se funda la
ciudad hablada en Rapto, una novela
de Beatriz Vignoli, un breve tomo de Diego Giordano o el blog de Carolina
Taffoni –crítica y periodista–, quien dice en una entrevista, un poco en serio,
otro poco en broma, que escribía “para cuatro freaks”.
Rapto se distingue
de cualquier otro proyecto periodístico, precisamente, en esa elección, en
haber hallado los cuatro freaks
capaces de leerla y multiplicarla. No es una lectura pensada para la masividad,
para la “gente” a la que escribe un periodismo que descarría si usa la primera
persona, como un espectáculo de strip-tease,
en el que la bailarina hace público un movimiento destinado a cada uno de los
espectadores, estas páginas se escribieron para el deseo de cada lector en
particular. “A veces –contesta Dárgelos en la entrevista que puede leerse en el
libro–, la épica de una banda es salir en busca de su público y al público uno
lo inventa, básicamente, mientras va haciendo canciones, lo va llamando como
“el flautista de Hamelin”. Rapto
llama a su público encantándolo, raptándolo.
El
estilo mismo de Canalda en muchas de estas notas suena a un rapto, en el
sentido de iluminación, de desvío –diversión comparte la misma raíz que desvío,
conviene recordarlo– y desvarío: “Una pompa de hammond y la inflexión de un
corno francés anunciaban una libertad barroca que desconocía tiempo y espacio”,
escribe por ejemplo sobre Alucinaria y, en la misma nota: “’Mancha’ es un
carnaval que se anuncia a la distancia, seductor e irresistible; un delírium
trémens orquestal; una conspiración de voces, las mismas que susurraban en los
oídos de esos audaces peatones de las fauces penumbrosas, Wilson, Syd Barrett y
el Miguel Abuelo lisérgico”. Nombres, adjetivos y sustantivos empujan sus
sonidos, son una cortina sonora para una imagen que se distorsiona y se sale de
foco para señalarnos el horizonte hacia el que corre.
Varias
veces en estos textos (texto es un modo de nombrar a estos artículos en los que
el autor ensaya una entrevista, describe una escena, despliega una crónica que
no sólo contextualiza las palabras de un entrevistado: las ubica en esa
biografía mayor que es un momento de la ciudad, de su noche y las luces que la
proyectan) se usa como sinónimo de Rosario “la otrora Chicago argentina”. La
repetición, la extensión de los términos buscados para el reemplazo hacen
pensar en una ironía y, en esa inquisición de toda ironía –uno de los
imprecisos orígenes griegos del término, nos lo enseñaba Paul Ricoeur, dice “yo
pregunto”–, Rosario refulge en sus ecos internacionales, espurios, centrales y
marginales a la vez: la ciudad que se nombra en otra y nombra a la vez una
historia, la del cereal y la mafia, la de la riqueza y la miseria, la de la
ambición y la bajeza. En esas sombras el lector se ubica, como si caminara a
tientas en un bosque oscuro y se guiara a través de sonidos dispersos, pero
precisos.
En
la entrevista a Carlos Rodríguez (Nekro), el líder de Boom Boom Kid repasa su
larga carrera mientras prepara su recital en Rosario –la entrevista, desde
luego, altera en su introducción el momento de la conversación y el del
recital– y dice: “Hay canciones, por ejemplo, que hablan del servicio militar
obligatorio, canciones que yo tenía, que son canciones buenas pero ya no toco
más aunque me gusten. No las toco más porque no tienen sentido. El servicio
militar obligatorio no existe más. Me encanta la música, me encanta la canción,
sí, pero ya no tiene sentido para mí tocarla porque ya no tiene sentido luchar
para eso. Todavía siento, tal vez, por muy ambicioso que sea y tengo todo el
derecho de hacerlo, quiero más amor, más libertad, y no la encuentro ni la veo”.
Rapto es el lugar donde captar esos
rastros de ya no están, no tienen sentido, pero dejaron una huella que, aunque
ya nadie toma, son todavía un testimonio.
En
ese mismo tono, son las palabras de Juani Favre unas de las que mejor describen
la línea de trabajo sobre esta biografía de Rosario que se lleva adelante en
este libro. Juani se refiere a los años iniciales del colectivo Planeta X, de
donde salió una generación de músicos, artistas e intelectuales: “La seguridad
nos la dábamos entre nosotros”, dice y agrega: “Me pega como una contundente
postal de una Rosario que ya no existe. Además, no sé si es una ciudad que se
atreve a lo nuevo, a lo desconocido, parece ser eso mismo de lo que hay que
cuidarse”.
Rapto es,
esencialmente, un ejercicio anacrónico. Para decirlo con las palabras ya
célebres del filósofo
italiano, “es
verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con su tiempo
ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual; pero,
justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, es
capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo”.
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