Recién llegado de Brasil a
Nueva Orleans, donde es profesor de la Universidad de Tulane, el crítico cultural y teórico de la
literatura Idelber Avelar se presta a esta entrevista en la que disecciona el
proceso por el cual su país llevó al poder a Jair Bolsonaro.
En esta
conversación Avelar desmenuza el trágico error de Lula cuando alentó la
candidatura de Bolsonaro creyendo que su candidato, Fernando Haddad, lo
derrotaría en un balotaje. También, traza una línea de continuidad entre la
campaña de “fakenews” de las elecciones de este año y las que
en 2014 llevaron a Dilma Rousseff a la presidencia demonizando a Marina Silva;
sostiene que el proceso de memoria histórica y de juicios a los responsables de
la última dictadura argentina hacen muy difícil que en el país emerja un
Bolsonaro y concluye que la actual derrota de las izquierdas en la región
comparte el mismo “horizonte epocal” que la de los 70: es la misma derrota.
En 1999, antes de que en
Argentina se reabrieran las causas de lesa humanidad por los crímenes de la
última dictadura cívico-militar, antes de que Luiz Inácio Lula da Silva ganara
su primera presidencia, y cuando Hugo Chávez apenas asomaba en Venezuela, el brasileño
Idelber Avelar publicó Alegorías de
la derrota, un
libro magistral que analizaba los procesos de representación de la memoria de
la dictadura en la democracia y postulaba que las dictaduras que se propagaron
en América latina desde los 60, eran la condición misma de las actuales
democracias, que no cuestionaban el orden neoliberal impuesto a sangre y fuego
y se asumían como débil remedo de los intentos de democratización radical que
habían propuesto los gobiernos populares derrocados.
—Al tiempo que asumía Lula, Brasil quedaba reducido a los fotogramas del
film Ciudad de Dios. El filósofo Vladimir Safatle dijo que Brasil vive
una “guerra civil de baja intensidad”, con unos 60 y pico de miles de muertos
al año por homicidio. ¿Cómo observás esa representación de Brasil en las
ficciones?
Imagen tomada del sitio de la Tulane University.
—¿Cómo postularías una actualización de Alegorías de
la derrota en la actualidad?
—Creo que tendríamos que prestarle
atención a algunos procesos que son específicamente nacionales y que ocurrieron
en los últimos 20 años. Creo todavía que la hipótesis básica del libro sigue
siendo válida, es decir, que las dictaduras y los llamados procesos de
redemocratización no se oponen sino que son parte de un mismo devenir histórico
a través del cual las clases dominantes latinoamericanas realizan lo que llamo
la transición epocal, la transición de un modo de acumulación fundamentalmente
nacional a un escenario en el que ya no hay trabas para la acumulación en un
modelo global, neoliberal. Pero también creo que algunas diferencias
específicas nacionalestendrían que ser enfatizadas y trabajadas con más
detalle. Me refiero sobre todo a los procesos de elaboración de la memoria que
se han producido de manera tan diferente en Argentina y Brasil en los últimos
20 años. Creo que en el caso de Argentina no sería exacto hablar de una amnesia
institucional. Se trata de un país que ha discutido su destino en las últimas
décadas sistemáticamente en el terreno de la memoria. Queda claro en la forma
como los gobiernos kirchneristas se apropiaron de un discurso acerca de la
memoria y los derechos humanos para convertirlo en política de Estado. Nada
remotamente semejante ocurrió en Brasil, donde no hemos juzgado ni siquiera a
un solo dictador, ni un solo torturador. Ese déficit de memoria, la forma
particularmente amnésica a través de la cual se producen los pactos políticos
en Brasil nos ha llevado a una encrucijada que está emblematizada en la
elección de (Jair) Bolsonaro, que es un personaje político que me parece
impensable en Argentina. Es muy posible que se constituya una derecha dura en
Argentina, viable electoralmente, pero no me parece que ese trabajo específico
de negación de la memoria que realiza Bolsonaro sea factible en Argentina.
—Jair Bolsonaro representa, según los analistas más destacados, un link
con el Brasil de la dictadura –que muchosseñalan como no vinculada a la ola de
ajustes neoliblerales. ¿Qué representa para vos Bolsonaro?
—En primer lugar, lo que más llama la
atención respecto a lo que podríamos entender como la relación de Bolsonaro con
el neoliberalismo es cuán antineoliberal ha sido Bolsonaro en los últimos 28
años como diputado. El histórico de votación de Bolsonaro es notablemente
semejante en materia económica al histórico de votación de la izquierda
desarrollista, me refiero al hecho de que Bolsonaro ha votado junto con el PT
en contra de todas las medidas de liberalización de la economía, ha votado a
favor de mantener determinadas prerrogativas corporativas del funcionalismo
público, de las empresas estatales y de defensa de esa dimensión que podríamos
llamar patrimonialista del Estado brasileño. Ese fenómeno es lo más notable y
me parece que no está suficientemente percibido fuera de Brasil. Se ha puesto
mucha atención a la dimensión reaccionaria, militarista, homofóbica, misógina y
cuasi fascista de la candidatura de Bolsonaro, con muy buenas razones, pero el
histórico de ese personaje como básicamente un representante de lo que llamamos
“bajo clero” en Brasil: los diputados de la base, que negocian a puertas
cerradas su adhesión a las medidas de turno de la mayoría que esté liderando el
Congreso en ese momento. La candidatura de Bolsonaro se legitima como
candidatura viable solo cuando logra despegarse, desconectarse de ese histórico
de votación –que es, subrayo, corporativista, pro-funcionalismo público,
pro-empresas estatales, pro-desarrollista y pro-Brasil grande, de todos esos
elementos de su histórico de votación sólo queda como viable electoralmente en
2018 la idea de Brasil grande, pero él legitima su candidatura en el momento en
el que llama a Paulo Guedes, un economista ultra-neoliberal para hacer aceptable
su candidatura al mercado financiero. El mercado, durante meses enteros, busca
una candidatura que le resultara más confiable.
Pero ninguna respuesta de lo que
representa para mí Bolsonaro estaría completasin la mención a la dinámica
particular que permite que el bolsonarismo emerja como fuerza política que es
su relación antagónica con el lulismo. No se puede enfatizar eso lo suficiente
–y es importante que fuera de Brasil eso sea visible. Hasta pocos días antes de
la primera vuelta de las elecciones estaba clarísimo que la única posibilidad
de que Bolsonaro venciera un balotaje era contra el lulismo. Bolsonaro lo sabía
y presentó su candidatura como la del anti-Lula. Y Lula lo sabía todo el tiempo
y por eso opta claramente por no atacarlo, por legitimarlo, por escogerlo como
adversario ideal en un balotaje. El error de cálculo de Lula fue imaginar que
en un balotaje el rechazo a Bolsonaro sería tan abrumador que llevaría a su
candidato a la victoria. Eso se probó un error trágico, irresponsable y
previsible para todos los que veníamos acompañando con atención el fenómeno del
antipetismo. Sigue siendo correcto, creo, que cualquiera de las otras
candidaturas –Marina Silva, Ciro Gomes, Geraldo Alckmin– hubiera derrotado a
Bolsonaro en el balotaje con cierta facilidad, pero la lucha por la hegemonía
en la izquierda, lo que podríamos llamar el hegemonismo petista se impuso en un
cálculo absolutamente kamikaze, suicida de Lula en la cárcel que nos lleva a
esa extrañísima elección en la que los dos principales candidatos del balotaje
serían derrotados por cualquiera de los tres o cuatro candidatos siguientes.
Tenemos entonces un balotaje entre los dos candidatos más odiados en 2018. El
petismo tiene en la sociedad brasileña una característica electoral particular,
es una fuerza política que arrastra seguramente el 25 por ciento de la sociedad
brasileña a cualquier movimiento suyo, pero arrastra también el antagonismo
clarísimo del 50 por ciento de la población, más o menos. Entonces llegó a un
punto en que es inviable electoralmente como fuerza para el Ejecutivo nacional,
pero que es lo suficientemente fuerte para arrastrar al despeñadero cualquier
alternativa a él y optó por hacerlo y el resultado se llama Jair Bolsonaro.
—En las especulaciones hasta ahora periodísticas sobre Bolsonaro aparece
el argumento de que la dictadura brasileña no fue del todo neoliberal y que
entre los militares impedirá un vuelco total al neoliberalismo de Bolsonaro.
—Creo que no sería inexacto decir que la
dictadura brasileña no fue neoliberal, es decir, si uno mira la historia de la
constitución de gigantescos aparatos estatales de cultura, de turismo, de cine,
de planeamiento regional, en fin, la dictadura brasileña tiene una dimensión
que podríamos llamar nacional-emprendedurista que, desde luego, las dictaduras
chilena y argentina no tuvieron. Pero tampoco me parece inexacto decir que la
dictadura brasileña, igual que la argentina y chilena, abrió paso para la
instalación de un orden capitalista global, o la inserción de Brasil en ese
orden al eliminar todos los focos de resistencia a ese proyecto. Creo que se
pueden afirmar las dos cosas simultáneamente. La dictadura brasileña no tiene
un proyecto neoliberal pero elimina del cuerpo social las fuerzas que se le
podrían oponer. Entonces, en el caso de la dictadura brasileña hay que subrayar
ese aspecto nacional-emprendedurista, estatizante en muchos casos, y que comparte
con la izquierda lulo-dilmista un imaginario fuertemente desarrollista que cree
en el Estado como gran fuerza inductora del desarrollo y el crecimiento.
Entonces, la entrada de Brasil al orden capitalista global en las últimas
décadas combina estos dos movimientos, combina un movimiento estrictamente
neoliberal de eliminación de derechos laborales, privatización,
desreglamentación de los mecanismos de regulación del capital financiero, en
fin, una serie de medidas que son neoliberales con otro conjunto de medidas y
visión de mundo que podríamos llamar nacional-desarrollista y que sigue en este
momento dominante en la izquierda brasileña, tan dominante que en su gran
mayoría la izquierda brasileña no ha empezado a reflexionar sobre las posibles
complicidades entre estas dos visiones de mundo y las posibles
responsabilidades del nacional-desarrollismo de izquierda en la instalación de
un orden dominado y hegemonizado por la derecha, que es el orden que tenemos
post-2018.
—¿Podría decirse que hay varios imaginarios que pugnan por narrar
Brasil: uno carioca, otro más paulista y descarnado? ¿Cómo desembocan esos
imaginarios en Bolsonaro?
—Podríamos decir que están en pugna
diferentes imaginarios políticos en las formas de narrar Brasil en los últimos
años. Una posibilidad es esa que señalabas en la pregunta, imaginarios
regionales que están en pugna y muchas veces en procesos violentos de
colonización del uno por el otro. Podríamos imaginar por ejemplo que hay un
imaginario amazónico en la cultura brasileña que queda soterrado o colonizado a
partir de la dictadura militar con su concepción de la Amazonia como territorio
a ocupar. La dictadura concibe la Amazonia como un territorio vacío y como
colonia energética, que no es muy distinto de la manera como, en particular, el
gobierno de Dilma imaginó la Amazonia, sobre todo como colonia energética, que
al incorporarse a la patria sirve a un proyecto de Brasil grande. Esta
colonización de unos imaginarios por otros es un proyecto que sigue
desplegándose en la ascensión de Bolsonaro. En Bolsonaro se combinan
imaginarios reactivos, no sólo reaccionarios, tanto en la dimensión histórica
como en otra que podríamos llamar “comportamental”. Por un lado, como todos los
fascismos, el bolsonarismo nos propone un período de oro, de hecho llegó a
decir que su proyecto era retroceder Brasil 50 años, en el que supuestamente el
ciudadano de bien podría caminar por la calle sin temer a la violencia, se
cumpliría la ley, etcétera. El bolsonarismo es un fenómeno popular, una
reacción arraigada en la sociedad brasileña que ha movilizado una parcela
considerable no sólo de las clases medias sino también de las populares.
—Hubo
mucho de esa “narrativa” llamada fakenews en las elecciones de Brasil,
difundidas a través de redes y WhatsApp. ¿Creés que el actual estado de cosas
ha sustituido de alguna manera el pensamiento crítico e histórico?
—Las fuerzas sociales que han recurrido en
los últimos años a la noción de pensamiento crítico no han estado lo suficientemente
atentas, me parece, a las dimensiones mitológicas de su mismo pensamiento. Si
tomamos la elección de Bolsonaro y el papel de las “fakenews” en esa elección
lo que más llama la atención no es el carácter novedoso del fenómeno, sino las
líneas de continuidad de ese fenómeno con el discurso dominante de la campaña
electoral de 2014, que fue el discurso dilmista acerca de cómo su coalición,
con el PMDB de Michel Temer –no nos olvidemos– era la depositaria de una
reflexión crítica sobre la desigualdad social brasileña. La campaña de 2014 fue
también caracterizada por el “fakenews”, aunque en aquél entonces el término no
existía. La versión dominante que impuso el dilmismo, por ejemplo, para la
figura ambientalista de Marina Silva, que queda destruida como entreguista
neoliberal después de la masacre propagandística liderada por Joao Santana,
director de campaña de Dilma. Esa semejanza entre lo que le hace el
lula-dilmismo a Marina –acusada no sólo de neoliberal, sino de fundamentalista–
en 2014 y lo que le hace Bolsonaro al lulo-dilmismo en 2018 es notablemente
semejante aunque el vehículo fundamental en la campaña de 2014 haya sido la
televisión y hasta cierto punto las redes sociales, Facebook y Twitter, y el
hecho de que el vehículo de la campaña de Bolsonaro haya sido el WhatsApp.
Entonces, podríamos decir que 2018 en Brasil representó de hecho el momento de
derrota de un discurso fuertemente atravesado por imaginarios no cuestionados
pero que se pensaba como depositario de la reflexión crítica.
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