Pensamos
en el covid-19 como una enfermedad del tracto respiratorio. Cuando las
generaciones futuras recuerden esta pandemia, su símbolo icónico probablemente
será el ventilador. Pero, aunque los problemas respiratorios son el núcleo de
la enfermedad, covid-19 se ha revelado como algo más que una simple neumonía
viral. Los médicos de todo el mundo, incluso en el departamento de emergencias
donde trabajamos, en el Hospital Mount Sinai, en Manhattan, han aprendido por
las malas que el coronavirus no limita sus estragos a los pulmones. Covid-19
puede provocar fallos de los riñones, llevar el sistema inmunológico del cuerpo
a una sobrecarga catastrófica y causar coágulos de sangre que impiden la
circulación en los pulmones, el corazón o el cerebro. Es una enfermedad de
notable complejidad, que incluso los médicos más experimentados luchan por
comprender.
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miércoles, 29 de abril de 2020
domingo, 26 de abril de 2020
insulina & cigarrillos
De mi abuela Antonia, mi abuela rusa –que en realidad era ucraniana–, recuerdo sus pañuelos de seda cubriéndole la cabeza; el paso decidido cuando entraba a la casa de Paysandú por el portón de rejas del costado y abría la puerta de la cocina: si estaba mi padre le hablaba en ruso, parada contra la mesada. Recién cuando terminaba ese protocolo en jerigonza que duraba unos segundos, torcía el rostro para mirarnos y sonreía, como si otro ser descendiera sobre ella.
Pero lo que más recuerdo es la cajita de acero quirúrgico que guardaba mi tía Sofía, donde estaba la jeringa con la que le inyectaba insulina. Antonia murió a fines de los 70, de modo que esos recuerdos pertenecen a una era previa a las jeringas y agujas descartables. Entonces, una jeringa era menos un dispositivo para inyectarse insulina que un objeto precioso: un cilindro de vidrio transparente con su escala de mililitros y su émbolo de vidrio esmerilado, coronado por el apoyo del émbolo de un color azul tornasolado, lo mismo que el anillo de retención del cilindro contenedor. El pivote, en la otra punta, también de vidrio esmerilado, recibía el pabellón preciso de la aguja metálica, que sobresalía como un mástil y largaba en el biselado unas gotas claras y plateadas. En esa jeringa y esa aguja corría algo más que insulina: había algo así como un resplandor industrial y titánico que se proyectaba sobre el cuerpo ya viejo y frágil de mi abuela como diciéndole “Acá llega la maquinaria médica a salvarte el pellejo, y lo hará clavándote su bandera de acero en tus venas desvencijadas”.
mis tres epidemias
Acaso porque la primera vez que viví una cuarentena tenía 9 años, las epidemias me traen algo de la infancia o, al menos, evocan algo del modo en que los niños ven ese mundo en suspenso.
En noviembre de 1972 comenzaron a multiplicarse los casos de meningitis en Paysandú, Uruguay, donde nací. Los principales afectados eran los niños –los enfermos rozaron los 300 casos, que colmaron las salas de pediatría y maternidad del hospital; el único muerto fue un bebé de 1 año en diciembre de ese año, cuando estaban ya relajándose los controles.
Vidrios rotos
Estábamos en clase, una media mañana de noviembre, en el entonces edificio anexo de la Escuela 8 (en Treinta y tres Orientales entre Uruguay y Charrúas), cuando nos dijeron que podíamos irnos, que no habría más clases, posiblemente, en lo que quedaba del mes.
No recuerdo si lo habíamos convenido o no, pero me fui a la casa de mi amigo Néstor, en una planta alta sobre calle Leandro Gómez. Estábamos felices de no tener más clases. Nos encontramos con que el restaurante Artemio, que había funcionado en un local debajo de su casa, se había mudado y podía entrarse por la puerta de entrada. Nos metimos, revisamos cada rincón e hicimos un destrozo de vidrios del que tardamos en darnos cuenta. En un momento, uno de los dos se detuvo a presenciar el desastre y salimos corriendo.
tóxico
Vista esta madrugada: Tóxico, en Cine.ar.
El guión está hecho como en sketches. Se aprecia el grado de "previsión": imaginan una pandemia antes de la pandemia (con los barbijos y el temor al contagio), pero por fuera de esa idea –con la decisión narrativa acaso inmejorable de dar por sentado que el espectador sabe lo que pasa–, todo lo demás acontece en situaciones que deben más a la televisión que al cine.
Lo autoral parece reducido a la elección de una banda sonora y unos actores que a esta altura son apenas una evocación.
La pandemia del film tiene que ver con el insomnio. Maravillosa idea, como otras del film, aunque son sólo ideas.
Me pregunto de dónde viene esa convención de que los chistes no sen cuentan y, como espectadores, debemos aceptar que si los actores se ríen es porque hay un chiste de por medio, aunque nunca nadie lo formule: ¿no hay dialoguistas, una excesiva confianza en las dotes actorales? Cómo saberlo.
La vi de principio a fin. Es poco, acaso algo.
El guión está hecho como en sketches. Se aprecia el grado de "previsión": imaginan una pandemia antes de la pandemia (con los barbijos y el temor al contagio), pero por fuera de esa idea –con la decisión narrativa acaso inmejorable de dar por sentado que el espectador sabe lo que pasa–, todo lo demás acontece en situaciones que deben más a la televisión que al cine.
Lo autoral parece reducido a la elección de una banda sonora y unos actores que a esta altura son apenas una evocación.
La pandemia del film tiene que ver con el insomnio. Maravillosa idea, como otras del film, aunque son sólo ideas.
Me pregunto de dónde viene esa convención de que los chistes no sen cuentan y, como espectadores, debemos aceptar que si los actores se ríen es porque hay un chiste de por medio, aunque nunca nadie lo formule: ¿no hay dialoguistas, una excesiva confianza en las dotes actorales? Cómo saberlo.
La vi de principio a fin. Es poco, acaso algo.
viernes, 24 de abril de 2020
pandemia y ciudad
De creer a los
principales epidemiólogos, la pandemia del nuevo coronavirus va durar y, muy
probablemente, cambiará los hábitos sociales que tanto extrañamos en estos días
de aislamiento.
Si bien las
particularidades del covid-19 –la enfermedad causada por el coronavirus– está
aún en estudio, se teme una segunda
ola y, con ello, la prolongación de las medidas de distanciamiento
social que vuelven al mundo anterior a la pandemia una fantasmagoría.
Sin embargo, la
convivencia de la sociedad –y, en este caso, la sociedad argentina– con una
epidemia, no es nueva. Durante décadas y, sobre todo a principios del siglo XX,
cuando se celebró el
Centenario de la revolución de Mayo, la presencia endémica de la
tuberculosis marcó transformaciones urbanas en las principales ciudades de la
Argentina de entonces –nuestro Parque Independencia y otros “pulmones” verdes
rosarinos son un testimonio palpable de ello– e incluso convirtió a Córdoba en
la provincia con más muertos por la enfermedad, estadística alcanzada luego de
que el clima serrano se promoviera como turismo sanitario ante la falta de una
cura que llegaría recién en la década de 1950, con el descubrimiento de los
antibióticos.
A fines de los 90
el historiador Diego Armus publicó La
ciudad impura (reeditado en 2011
pero sin versión electrónica hasta ahora), donde reconstruye y analiza la
historia de la tuberculosis en Buenos Aires; una narrativa en la que se cruza
la literatura, el tango, el dato histórico, la medicina y la arquitectura: la
tuberculosis era omnipresente en los hábitos y costumbres porteños, al punto
que llevó a transformaciones de la ciudad que configuraron la urbe –en su doble
dimensión, topográfica y cultural o, mejor, “espiritual”– que hoy conocemos.
Antonio Berni, "Primeros pasos" (1936), en el Museo Nacional de Bellas Artes. Una imagen de la costurera que ve en los sueños de su hija los de su juventud.
viernes, 10 de abril de 2020
el mundo no va a cambiar, sino a acelerarse
Atravesamos lo que en todos los
sentidos es una gran crisis. Es natural suponer que resultará un punto de
inflexión en la historia moderna. En los meses transcurridos desde la aparición
de covid-19, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, los analistas han
discutido sobre el tipo de mundo que la pandemia dejará a su paso. Pero la
mayoría arguye que el mundo al que estamos entrando será fundamentalmente
diferente del que existía antes. Algunos predicen que la pandemia provocará un
nuevo orden mundial liderado por China; otros creen que provocará la
desaparición del liderazgo de China. Algunos dicen que terminará con la
globalización; otros esperan que marque el comienzo de una nueva era de
cooperación global. Y aún otros proyectan que recargará el nacionalismo,
socavará el libre comercio y conducirá a un cambio de régimen en varios países,
o que sucederá lo que se mencionó arriba.
Pero es poco probable que el
mundo que siga a la pandemia sea radicalmente diferente del que la precedió.
Covid-19 no cambiará tanto la dirección básica de la historia mundial sino que
la acelerará. La pandemia y la respuesta a la misma han revelado y reforzado
las características fundamentales de la geopolítica en la actualidad. Como
resultado, esta crisis promete ser menos un punto de inflexión que una estación
de tránsito a lo largo del camino por el que el mundo ha estado viajando
durante las últimas décadas.
Es demasiado pronto para predecir
cuándo terminará la crisis. Ya sea en seis, 12 o 18 meses, el tiempo dependerá
del grado en que las personas sigan las pautas de distanciamiento social y la
higiene recomendada; la disponibilidad de pruebas rápidas, precisas y
asequibles, medicamentos antivirales y una vacuna; y el alcance del alivio
económico proporcionado a individuos y empresas.
Sin embargo, el mundo que surgirá
de la crisis será reconocible. Declinación del liderazgo estadounidense, una
indecisa cooperación global, división en el gran poder: todo esto caracterizó
el entorno internacional antes de la aparición de covid-19, y la pandemia los
ha liberado llevándolos a un grado de agudeza mayor que nunca. Es probable que
esas sean las características más destacadas del mundo que sigue.
martes, 7 de abril de 2020
la revolución intergaláctica
Desde su esperanza en la convivencia entre humanos y delfines
hasta sus aseveraciones de que los ovnis provenían de extraterrestres
comunistas, las raras creencias de J. Posadas son hoy una leyenda en incontables
memes. Pero una nueva biografía indaga en su optimismo revolucionario y sugiere
por qué el trotskista argentino es objeto hoy día de una irónica veneración.
David Broder | Jacobin
Posadas (1912–1981) es uno de los trotskistas más famosos —y ridiculizados—, conocido tanto por los cultos a los que dio nombre como por su afirmación de que los ovnis eran una evidencia de sociedades comunistas en otras galaxias. Junto con su creencia de que la guerra nuclear podría acelerar el advenimiento del comunismo (y sus esperanzas de que los delfines pudieran integrarse en la nueva sociedad), la xenofilia de Posadas ha alimentado su legendarización en innumerables páginas de memes, incluso impulsó a algunos a crear la Convención Posadista de los Socialistas Democráticos de América, en la que se distribuyen papeles como si se tratara de un juego de rol.
Para A.M. Gittlitz, autor de un nuevo libro sobre J. Posadas, esta irónica veneración del trotskista argentino también tiene algo que decir sobre nuestro momento político. En tiempos en los que es difícil creer en el futuro, el optimismo salvaje de Posadas aparece como una caricatura de una seriedad y un estricto sentido de fe que ahora casi se nos pierde. En su vastamente fundamentado I Want to Believe: Posadism, UFOs and Apocalypse Communism (Quiero creer –la frase de Fox Mulder en Los expedientes secretos X–: posadismo, ovnis, y comunismo apocalíptico), Gittlitz documenta el lado más serio del activismo de Posadas en el trotskismo latinoamericano de posguerra, al tiempo que sugiere que incluso sus afirmaciones más extrañas no estaban tan separadas de la ovnilogía de la época.
David Broder es el traductor de Los platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha revolucionaria y de la clase trabajadora y el futuro socialista de la humanidad, de J. Posadas. Conversó con Gittlitz sobre el interés de Posadas en lo extraterrestre, la participación de sus camaradas en la Revolución Cubana y cómo se convirtió en una leyenda online.
Para A.M. Gittlitz, autor de un nuevo libro sobre J. Posadas, esta irónica veneración del trotskista argentino también tiene algo que decir sobre nuestro momento político. En tiempos en los que es difícil creer en el futuro, el optimismo salvaje de Posadas aparece como una caricatura de una seriedad y un estricto sentido de fe que ahora casi se nos pierde. En su vastamente fundamentado I Want to Believe: Posadism, UFOs and Apocalypse Communism (Quiero creer –la frase de Fox Mulder en Los expedientes secretos X–: posadismo, ovnis, y comunismo apocalíptico), Gittlitz documenta el lado más serio del activismo de Posadas en el trotskismo latinoamericano de posguerra, al tiempo que sugiere que incluso sus afirmaciones más extrañas no estaban tan separadas de la ovnilogía de la época.
David Broder es el traductor de Los platillos voladores, el proceso de la materia y la energía, la ciencia, la lucha revolucionaria y de la clase trabajadora y el futuro socialista de la humanidad, de J. Posadas. Conversó con Gittlitz sobre el interés de Posadas en lo extraterrestre, la participación de sus camaradas en la Revolución Cubana y cómo se convirtió en una leyenda online.