En Rosario me reuní con Santiago Tavella, hablamos en el hotel, intercambiamos correos. Y así.
Foto de Matilde Campodonico.
a Gabi Chaia, primera lectora.
¿Qué canciones en español tienen rimas con términos como Schindler, Google o hipotenusa? Sí, las del Cuarteto de Nos. Y no es que los malabarismos con las rimas vengan con un certificado de calidad, pero en esa extranjería delirante se juega mucho de lo que esta banda de rock uruguaya viene a decir o, mejor, a no decir. Las rimas de Roberto Musso —guitarrista y compositor: “Que no vio luz al final del túnel, que no encontró paz ni buscándola en gúguel”, canta en “Miguel gritar”— parecen parodias, pero nunca sabemos bien qué es lo que parodian, no sabemos, no encontramos el original de esa parodia.
Las canciones que el Cuarteto de Nos ha perfeccionado en sus dos últimos discos, Raro (2007) y Bipolar (2010), como “Yendo a la casa de Damián”, “Ya no sé qué hacer conmigo”, “Breve descripción de mi persona”, “Mi lista negra”, entre otros, tienen de particular que el rasgo de humor que tenían sus temas anteriores —más de 30 años de carrera: empezaron en Montevideo a los 18 años, en 1980, nos cuenta Santiago Tavella, bajista y compositor— se corrió de la historia, de las situaciones de absurdo que solían desplegar en composiciones como “El día que Artigas se emborrachó”, o “Zitarrosa en el cielo”. Así, el humor es un efecto del lenguaje, de la rima, del hallazgo de unos términos a veces estrafalarios que estallan en el mecanismo de la canción: nos reímos, bien no sabemos de qué; la risa por la risa misma.
Pero es que el Cuarteto de Nos no es un grupo cómico, sino un grupo de rock. Y entonces reír con sus canciones es parte de algo que, para decirlo con la cita de Leonard Cohen, “está ahí pero no es del todo real, o es real, pero no está exactamente allí”.
Ese corrimiento es tal vez el meollo del asunto en la historia del Cuarteto. Le pregunto a Tavella cómo era la escena del under montevideano en los 80, cuando arrancaba el grupo. Dice: “Mirá, te diría que previo al 85 todo giraba en torno a esa cuestión de autor; el canto popular y lo que podía tener que ver con el rock no estaba muy aceptado, se tenía la idea de que el rock tenía que ver con el imperialismo, esas cosas. Y dentro de ese contexto no pegábamos mucho. No sé si era porque hacíamos algo rockero, pero el tema del desenfado era visto como una cosa medio frívola. Entonces, después del 85 comenzó a gestarse una movida de rock más o menos importante, pero de la que también estuvimos medio al margen. Tocamos en festivales y todo eso, pero siempre estaba ese estigma: los cantopopu (se refiere a los que hacían canto popular) nos decían que lo nuestro no era comprometido, y los rockeros nos decían “Eso no es rock and roll”. Y así se dio, no tanto con los músicos, con los que siempre hubo muy buena onda, sino a nivel de organizadores y de público. Como que querían las cosas claras y nosotros no encajábamos mucho. Eso es lo que nos pasó toda la vida: qué es lo que hacen estos muchachos en este mundo. Y creo que es lo que nos llevó a tardar mucho más en encontrar un lugar, porque lo tuvimos que fabricar”.
En su respuesta, en la cafetería de un hotel de Rosario, mientras se toma un café con leche que acompaña con un sándwich tostado, Tavella también pronuncia una especie de excusa: “Aunque tampoco somos la recontra vanguardia ni nada por el estilo”, dice.
Y en esa excusa hay como un tanteo. Como si él y sus compañeros en el grupo, hubiesen tanteado de qué se trataba toda esa cruza de cosas: hacer rock, pop, humor, ser uruguayos.
Cierto, los temas tienen su regularidad, su convencionalidad —de otro modo hubiese sido imposible el éxito internacional, el haber estado postulados a un Grammy en 2010 por Bipolar—, pero también hay algo de cierta canción de rock que se desvía, sobre todo en las composiciones de Raro, de Bipolar: temas que, escritos en una primera persona por lo general enfadada, declaran algo, escupen su verdad como los temas generacionales cantados por la primera madurez del rock inglés a fines de los 60, pero lo hacen con un desenfado rioplatense. Temas al modo en que los Who declaraban sus principios en “My Generation”, acá declaran otras cosas en las que los conceptos y la ideología son esquivos: “Ya me reí y me importó un bledo de cosas y gente que ahora me dan miedo./ Ayuné por causas al pedo, ya me empaché con pollo al spiedo./ Ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo./ Ya fui alcohólico y fui lambeta, ya fui anónimo y ya hice dieta./ Ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajo/ y mi legajo cuenta a destajo, que me porté bien y que armé relajo” (“Ya no sé qué hacer conmigo”).
Al fin y al cabo, hay una especie de ontología en sus canciones: “No somos latinos”, “No quiero ser normal”, o la milonga-pop “Breve descripción de mi persona”, que Roberto Musso interpreta en vivo sentado ante una vieja máquina de escribir (dice unas líneas, por el medio: “No profeso ningún credo, ni me creo ningún macho, alcohólico no soy pero a veces me emborracho”), postulan unas máximas en torno al ser que, si bien pertenecen a esos principios del rock setentista, aquí desfilan por una cornisa: como si esos principios estuviesen allí para erigir algo y, también, para demolerlo.
En la Rolling Stone, en una entrevista que le hizo Julieta Venegas al Cuarteto, en el 2008, cuando salió Raro: “Cuando escuché el disco —dice la Venegas— me dieron ganas de rebelarme”. Raro y Bipolar, los discos de la era Juan Campodónico (productor, Dj, ex Peyote Asesino), los dos con su cosa medio oscura, son una rara mezcla de desencanto y rebeldía —y esto le digo a Tavella—, traen una suerte de “juventud extendida” (una extended version de la juventud) en esa trama de letra y música estridente, aunque prolija. ¿De ahí esa inspiración a la rebeldía de la que habla Venegas? ¿Se trata de una rebeldía porque acá aparecen, al modo ambiguo, “bipolar”, de la modernidad tardía, las polvorientas consignas desarticuladas del rock, como un viejo sueño al que saludamos y con el que recordamos quiénes íbamos a ser?
Por correo electrónico, antes de vernos, Tavella escribe: “Creo que la única aclaración a hacer es que la rebeldía que puede verse en las canciones nuestras no es programática o ideológica, creo que es más bien una crónica subjetiva de la relación de uno con el entorno social”.
Justo. En el libro Después del rock, Simon Reynolds dice que la historia del rock está llena de “revoluciones intermitentes”.
Fuimos una noche a ver el Cuarteto de Nos con mi familia a Willie Dixon en Rosario —mi esposa, mi hija de 14 años— y nos encontramos con mucha gente de mi edad, cuarentones avanzados que también llevaban a sus hijos, además de mucha gente joven, claro. “Es como ir a un recital de Luis Pescetti —le digo a una amiga que vigila dónde quedó su niña, allá entre la barra de tragos y el escenario—, pero con pogo”. Las canciones del Cuarteto —para volver sobre lo de la intermitencia de Reynolds— revisitan esa relación titilante en la que padres e hijos se encuentran en el rock. De hecho, cuenta Tavella, entre gira y gira todos llevan una vida bastante normal, todos son padres, salvo Roberto Musso, que está a punto de serlo.
Uruguayos
Cuánto de uruguayo hay en la música del cuarteto es algo que está por verse y no cabría su análisis en estas líneas. Sin embargo hay una uruguayeidad que se palpa en la dimensión de las historias de las canciones, en algunos términos a los que no escapan: me acuerdo de “yesquero” (encendedor), “soutien” (corpiño), etcétera. Incluso hay un video del último disco, del tema “Miguel gritar” que es, tal vez en su sarcasmo, uno de los paisajes más uruguayos que puedan verse en YouTube: el demorado aire de pueblo, con niños a los que se le caen los helados y chicas que juegan al pool y mascan chicle en un club que deviene boliche. Si hay algo sobre lo que el Cuarteto ironiza es la uruguayeidad (la canción de Artigas borracho, la de la ficticia guerra entre Argentina y Uruguay por la nacionalidad de Gardel).
“Lo que decís de esa cuestión de la identidad uruguaya —dice Tavella—: siempre veo que hay una especie de identidad (de Uruguay o de cualquier lugar), que es una identidad mainstream, que es cómo se supone que son los uruguayos, o los argentinos, una suerte de estereotipos. Como en una feria de artesanías, que es lo que pasa en la música, en la literatura, el cine, en todo. A mí me interesa cuando empiezan a pasar otro tipo de cosas que no siguen ese patrón pero te das cuenta de que son muy propias de ese lugar. Nosotros, por ejemplo, musicalmente no jugamos con ninguna de las cosas que se entienden como típicamente uruguayas, sin embrago, creo que en las cosas que tienen más que ver con el lenguaje es donde más se nota esta relación con Uruguay. Para mí esas son las cosas que más tienen que ver con una identidad, que es un proceso dinámico, no una cosa cerrada”.
Y dice también Tavella: “El rock tiene un perfil bastante individualista, te diría que cuando el rock se hace muy social deja de ser un poco lo que es realmente. Por otra parte en Uruguay no existen esos rockeros, esa gente que encuentra en el rock un estilo de vida. Todos hacemos otras cosas. Tenemos otros trabajos. La norma es un poco esa. Pienso que mi hijo posiblemente viva de la música si toca en varios lugares, si produce y graba discos, pero en Uruguay no es viable, ni lo que sucede en Argentina”.
Sin embargo, el disco Otra Navidad en las trincheras, de 1994, puso al Cuarteto de Nos segundo en ventas después de Mediocampo (1984), de Jaime Roos, el disco más vendido en la discografía oriental (y hay que aclarar, 20.000 discos vendidos en un país de 3 millones de habitantes es una suma grossa). “Pegamos mucho con ese disco, pero éramos el único grupo de rock con éxito comercial, los demás eran muy under. Entonces no había una infraestructura como para salir a hacer eso, que fue lo que procuramos hacer en los 2000, cuando pensamos en salir a trabajar a otro nivel, más allá de Uruguay. En 2004 entonces hicimos una recopilación de nuestros temas más conocidos, tocados como los estábamos tocando en ese momento. Ahí nos dimos cuenta de que nos estábamos convirtiendo en algo así como un clásico en el imaginario uruguayo. A partir de ese disco, previo a Raro, nos vieron más en serio”.
En Raro fue decisivo el papel de Juan Campodónico en la producción del disco. “Los discos que se producían en Uruguay en esos años —dice Tavella— eran muy caseros. Sobre fines de los 90 está toda esa movida de la que participa El Peyote Asesino, la banda de Campodónico, como que ahí se aprenden muchas cosas y la generación que las toma es la de bandas como No te Va a Gustar y La Vela Puerca, que se pusieron unos objetivos de calidad mejores que los que había y lograron un producto que se podía pasar en radio en cualquier lugar del mundo, y nosotros, que éramos mucho mayores, dijimos: ‘Vamos a hacer lo que están haciendo estos pibes’. Porque la idea de lo que éramos estaba. Con las diferencias: los discos de los 80 son como más surrealistas, de humor negro. Lo de los 90 era más procaz, medio adolescente, aunque ya no lo éramos. Y lo que estamos haciendo ahora creo que son canciones que tienen un vínculo un poco más claro con la realidad. Y ahí es como que se da un fenómeno de identificación de la gente, la gente escucha las canciones y se ve en ellas. No sé si tiene que ver con cierto realismo, pero la gente lo toma como que tienen que ver con lo que les pasa en la vida. Oímos muchas veces: ‘Esta canción es para mí’, nos dicen mucho eso”.
Primera persona
Pregunta: al escuchar los hits se nota que antes estaba más presente un humor que se desprendía de la historia. Ahora lo que hay en juego son algo así como declaraciones de principios. Dice Tavella: “Sí, una de las cosas que veíamos en Raro y Bipolar es que cuando las canciones no son en primera persona es como si lo fueran. Por ejemplo, en los discos de los 80 nuestros, había mucha canción de inventar un personaje, con nombres muy traídos de los pelos, y de alguna manera eso pone una distancia, por ejemplo “Soy una vieja” era una canción en primera persona y sonaba muy extraño que cuatro tipos en un escenario cantaran que eran una vieja. Por más que escribir primera persona no significa que uno sea el narrador y piense todo eso. Es el caso de Bret Easton Ellis cuando escribió American psycho en primer persona. Hay entonces una aproximación a cierta cuestión más individual que curiosamente la gente toma”.
En esa opción por lo individual, por la primera persona, hay como una radiación política. Y dice Tavella: “Siempre es una cosa vista desde una subjetividad y no afiliada a ningún programa político. Pero sí, porque uno es más o menos progre. Pero las resoluciones de lo que uno es políticamente resultan mucho más pobres que lo que uno puede hacer en una canción, que creo que te abre a muchas interpretaciones, antes que las canciones que declaran algo”.
La cita de Easton Ellis hace pensar en los cruces de lecturas en un grupo de cuatro que llevan treinta años juntos. Hablamos de las bandas de rock de los 90, que recuperaron la estética de las vanguardias de los años 20 y en las que se percibe hasta cierta predilección por el cine y el teatro surrealistas. Menciono que si bien en Uruguay no es muy prolífica la literatura de humor, están Felisberto Hernéndez o Mario Levrero, que abundan en el absurdo.
“Mirá —dice Tavella—, Levrero es de las cosas que leímos cuando éramos jóvenes. Entre los 15 y los 18 años íbamos mucho al teatro. Sobre todo al Teatro del Absurdo, que como era medio hermético podía hacer cosas durante la dictadura. Alberto Restuccia y Luis Cerminara, que introdujeron el teatro del absurdo, fueron dos tipos muy importantes dentro de nuestra cabeza. También los libros de Woody Allen, como Sin Plumas, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, los sabíamos de memoria; o Julio Cortázar. En esa época (mediados de los 80) había leído toda la literatura latinoamericana y Cortázar era el que más me interesaba. La cuestión Beatle también está presente en cómo manejamos las canciones, pero hay otras influencias a nivel conceptual que vienen de cosas que no tienen que ver específicamente con la música. Nosotros nunca fuimos de un palo y siempre fuimos muy permeables a otras cosas, nunca nos consideramos como rockeros. Los 80 en Uruguay tuvieron una notoria influencia del rock argentino, pero yo creo que nosotros teníamos una fuerte voluntad de diferenciarnos. Y en rock siempre preferimos escuchar los originales anglosajones que escuchar en el Río de la Plata a un grupo que hacía ‘onda Hendrix’ o cosas así”.
No es novedad que el Uruguay ha hecho —por razones históricas— cierto culto a la pérdida. Y es que en esa pérdida hay como la renuncia a la grandeza, lo que vuelve lejano y más grande lo perdido: un sueño inconcluso, pero también un horizonte. Las canciones del Cuarteto —sobre todo las últimas—, tienen como protagonista muchas veces a un perdedor, de alguna forma un “perdedor provinciano”, alguien que hace un breve trayecto, ya sea a “La casa de Damián”, o el del ómnibus en “Invierno del 92”, o el que muestra el video de “Miguel gritar”; entonces ese perdedor provinciano, decía, que no ostenta ninguna grandeza, viene a espetarnos con desenfado su pequeña historia. Y es esa pequeñez y ese desenfado lo que hace titilar un horizonte enorme.
Foto: Fernanda Montoro (polaroid).
Recorrido
Nacen en 1984 con la formación hasta 2007 (cuando graban Raro): Roberto Musso (guitarra y voz), Santiago Tavella (bajo y voz), Álvaro Pintos (batería) y Ricardo Musso (guitarra y voz).
En los 80 usaban disfraces en el escenario y también decorados delirantes.
En 1986 publican su primer disco, Soy una Arveja
A fines de esa década se parodiaban haciendo de teloneros de ellos mismos con los grupos Los Bedronclos y Tuquito y Sus Cowboys. El tercer disco, Canciones del corazón, es de 1990.
En 1994, con la salida de Otra navidad en las trincheras obtienen el cuádruple disco de platino en Uruguay y es hasta hoy el disco de rock más vendido en la historia del país. Su público incluye niños de 8 años hasta adultos.
En 1996, con el disco El tren bala, generan polémica con la canción “El día que Artigas se emborrachó”: el Ministerio de Educación y Cultura los denunció a la justicia penal por difamar al prócer nacional. Hubo restricciones para la venta y difusión.
En 2004 editan El Cuarteto de Nos, décimo disco, con 15 reversiones de temas viejos y 3 nuevos, y producción de Juan Campodónico (ex Peyote Asesino), con el que comienzan a escucharse en el exterior.
En 2007 son nominados al Grammy Latino por “Yendo a la casa de Damián”, de Raro, disco con el que salen de gira por América latina. Antes de la salida de Bipolar, en 2009, Ricardo Musso deja la banda y se suman Gustavo Antuña (guitarra) y Santiago Marrero (teclados).
En vivo, abril de 2011, en Willie Dixon, Rosario. Foto de Elena Makovsky.
En la cola del recital en Willie Dixon. Foto de Paulina Díaz.
En Rosario. Foto de Martina Boggio.
Jirones de letras
“Mi lista negra”: “Paso revista y veo al patrón clasista que me echó porque le surgió en su terapia conductista/ y por oportunista están él y su analista/ en mi lista hay gente que se pasó de lista/ Además están esos que no estuvieron cuando yo esperaba que estuvieran ahí/ y los que de mí se rieron cuando caí, esos también están aquí/ mi lista es amarga y es más larga que el número pi/ Mi lista es mi tratamiento en épocas de abatimiento/ es mi escondite y mi aliento frente al padecimiento/ Es mi primer y único mandamiento, es un documento/ y en ella están los nombres causantes de mi sufrimiento/ no miento, mi lista es mi instrumento y no sabe de miramientos así que lo siento,/ que la muestre o que la preste/ va a ser más difícil que verle la sombra al viento”.
“Natural”: “Para funcionar (tengo que estar sedado)/ si quiero agradar (tengo que estar tomado)/ para no enloquecer (tengo que estar dopado)/ para sentir placer (tengo que estar boleado)/ a mi cumpleaños (tengo que ir sedado)/ cualquier decisión (la tomo dopado)/ a pagar impuestos (tengo que ir dopado)/ si tengo un velorio (tengo que ir boleado)”.
“Soy una vieja”: “Mis hijos sólo quieren/ adelantar mi entierro/ por la casa y el dinero/ y yo no digo nada/ para que estén conmigo/ almorzando los domingos.// Tengo que obedecer/ porque soy una vieja/ me tengo que joder/ porque soy una vieja/ ya ni puedo tejer/ porque soy una vieja.// Los guachos de la cuadra/ si salgo maquillada/ me escupen y me tiran piedras/ se ríen de mi aspecto/ no tienen respeto/ y yo no les digo nada”.
“No somos latinos”: “No me jodan más no somos latinos/ Yo me crié en la suiza del sur.// Yo no se bailar ni cumbia ni salsa/ ni me escapé de Cuba en una balsa./ Me parió en Montevideo mi mami/ yo no quiero ir a vivir a Miami.// Hace rato en la radio, en la tele/ me pudrieron a son y a merengue (…) En Colombia me decían gringo,/ o alemán en Santo Domingo/ Y en Honduras, Panamá y Venezuela/ el Uruguay ni saben dónde queda./ Prefiero hablar con un filósofo sueco/ Que con un indio guatemalteco,/ y tengo más en común con un rumano/ que con un cholo boliviano”.
“Zitarrosa en el cielo”: “Zitarrosa en el cielo me contó una vez/ que una historia que él contaba había sido al revés./ No se había levantado a una yira brasilera/ pero el nombre de la mina sí que era de veras.// Stephanie era la princesa hija de Rainiero/ y fue ella quien compró placer pagando con dinero/ y aunque esto no le pareció muy bien a Alfredo/ aceptó porque esa noche estaba medio en pedo.// Al contarle su hazaña a sus amigos comunistas/ le dijeron ‘tu conducta fue muy capitalista’/ Don Alfredo arrepentido se confesó en clave/ escribiendo una canción que su conciencia lave”.
“Así soy yo”: “No me involucro, en la pareja/ Y así no sufro, cuando me dejan/ A nadie quise, jamás en serio/ Y entonces nunca lloro en los entierros.// No pasa nada, si no me muevo/ Por eso todo, me chupa un huevo/ Y no me mata, la indecisión/ Si ‘should I stay’ , o ‘should I go’”.