La serie The
Killing, cuya primera temporada se estrenó en Argentina a través de
Direct TV en septiembre del año pasado, largó su segunda temporada en su canal
de origen, AMC (la misma de Mad Men, Breaking
Bad o The
Walking Dead), el domingo 1 de abril pasado, lo que significa que
cualquier persona más o menos habilidosa en el uso de internet
puede comenzar a seguir una de las tiras más celebradas de 2011 (los premios
que recogió a fin de año estuvieron a la altura de la cantidad de espectadores
que tuvo: 2,7 millones en su debut en Estados Unidos, una cifra baja para los
hits de la tevé basura, pero lo suficientemente alta para llevarla al culto).
The
Killing es un policial
atípico: menos centrado en la tecnología policial al estilo de las CSI, que
en las reacciones de los investigadores del crimen de la adolescente Rosie
Larse, las de su familia –que comienza un proceso de quiebre y disolución en el
dolor– y la del ambiente político con el que aparece mezclado el crimen.
Adaptación de la original de la televisión
danesa Forbrydelsen
(El crimen) y escrita también por Veena Sud, los productores de The Killing señalaron varias veces que
la elección para la escenografía de la ciudad portuaria Seatle, al norte y
sobre la costa del Pacífico, en la que siempre llueve y a la que rara vez vemos
en planos abiertos (lo que incrementa la sensación de intimidad, pero también
de claustrofobia), viene a remedar el paisaje europeo en América del Norte, a
darle una pintura de gótico americano a una historia en la que un solo
asesinato basta para hacer tangible el Mal y disparar todas las hipótesis en
torno a quién fue el asesino.
La serie sigue, como en su primera
temporada, el día a día de la investigación. Si el día 12 (último capítulo del
2011) culminaba con la detective Sarah Linden (la fabulosa Mireille Enos) a
bordo de un avión, a punto de viajar a la ciudad donde su prometido acaso ya no
la espera (cansado de la adicción al trabajo de su novia) cuando una llamada le
advierte que es falsa la foto con la que resolvió que el asesino era Darren
Richmond (Billy Cmbell), candidato a alcalde de Seatle; el día 13, primer
episodio de la segunda temporada comienza con Linden y su hijo de vuelta en el
aeropuerto de partida.
Historias
mínimas
Lo que en la primera temporada aludía, más
allá de esa intimidad viciada del crimen, a una conspiración, en la segunda
cobra materialidad: entramos en la historia de Stephen Holder (Joel Kinnaman),
el compañero de Linden, ex agente de Narcóticos, ex adicto, quien parecía ser
“el traidor”. También la historia de Linden, cuyo hijo le fue retirado en algún
momento anterior al comienzo del caso a través del que conocemos al personaje
debido, precisamente, a la adicción de la madre al trabajo; también esta
historia comienza a mostrársenos de modo sesgado, a través de comentarios de
sus superiores, de miradas, de desvíos en los que reverbera la naturaleza casi
sobrenatural a la que pertenece la naturaleza humana y, claro está, el crimen
que nos ocupa.
Pero, sobre todo, comienza a recomponerse
el rompecabezas Larsen, sobre todo el de Stanley (Brant Sexton, otro actor
enorme, en todos los sentidos), padre de Rosie, la adolescente asesinada, y sus
vínculos con un mafioso polaco. Los métodos de Stanley ya lo llevaron en la
primera temporada a tomar la justicia por sus manos al atacar a uno de los
docentes de Rosie, sospechoso de haber matado a la joven. En el segundo
episodio de la segunda temporada, Stanley recurre directamente al mafioso Janek
Kovarsky (Don Thompson), del que se desvinculó hace casi dos décadas para
erigir su familia.
Doble
danesa
Mireille Enos dijo en una entrevista que se
publicó en el blog
del sitio de AMC que prefirió no ver la versión original de la tevé danesa para
poder componer su propio personaje sin que influyera el que hizo la actriz Sofie
Grabel. De todos modos, Grabel y Enos trabajaron juntas en el set de la segunda
temporada: la danesa interpreta en el segundo episodio a la fiscal de distrito Christina
Niilsen, quien reabre la investigación y permite que Linden vuelva a hacerse
cargo del caso.
Cuando
en la entrevista mencionada le preguntan a Enos (ella misma de creencias
mormonas y una de las esposas del pastor polígamo en la imponente serie Big Love) por qué los personajes se
muestran tan fríos entre sí, la rubia responde: “Hay que tener en cuenta que
algunos de ellos se conocen hace menos de dos semanas, que es el tiempo en el
que transcurre la historia”. Y es que parte de esa materialización del Mal que
parece ser el procedimiento de la serie consiste en darle al tiempo la espesura
de la homogeneidad: ese crimen impune ha detenido el tiempo, hundiéndolo en esa
atmósfera mojada, en ese bosque siempre igual en el que todos se juegan la vida
pero, sobre todo, se juegan el alma.
Mireille Enos y Sofie Grabel en el segundo episodio de la segunda temporada.
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