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martes, 27 de noviembre de 2012

ética del tiempo



 Looper, Rian Johnson (2012).

Siempre pienso en aquella definición del tiempo, tan onotológica, en las Confesiones de San Agustín: el pasado es lo que ya no es; el presente, lo que debe dejar de ser; el futuro lo que aún no es. Claro que Agustín establece una exégesis y una moral en esa definición: para que el tiempo suceda, algo debe originarse en el futuro, empujando hacia el presente ese algo que, indefectiblemente, se deshará en el pasado. Y en lo moral: dejar las cosas en el pasado es una decisión que debe atender, sobre todo, ese origen, esa fuente del tiempo que está en el futuro. La máquina del tiempo, de Herbert George Wells, señalaba esa decisión moral pero de un modo positivo, casi pedagógico. Nuestro héroe elegía marchar con un par de libros para civilizar a la devastada humanidad futura. Volver al futuro, en cambio, se encargaba de un asunto casi técnico: la imposibilidad de cruzarse con ese doble de uno en el pasado, la necesidad de modificar ese pasado de modo de mejorar el presente según los valores de la libre empresa y el capital, la máquina del tiempo y su funcionamiento, etcétera. Terminator fue el primer film en hacer del tiempo un espacio para la ética: el héroe debe decidir aquí como sus acciones pueden modificar un futuro no para que éste se cumpla, sino para que ingrese en la categoría de pasado. En otras palabras, una vez que el futuro nos alcanza, ya es pasado y la peor de las tentaciones podría ser quedar aferrado al pasado. Por eso futuro y apocalipsis (que significa revelación) están siempre vinculados. Porque, volviendo a San Agustín, si ese acontecimiento que genera el tiempo en el futuro es el Advenimiento de Cristo, el pecado más grande consistiría en convertir ese acontecimiento en pasado.
Esto volví a pensar cuando vi Looper hace poco más de una semana. Lo pensaba porque la decisión final que debe tomar el héroe se parece a una decisión trágica y allí, uno que son dos y, en realidad, son tres (otra vez la metáfora trinitaria: el del presente, el del futuro y ese que quedó cancelado en el encuentro de estos dos), debe elegir entre el pasado y el futuro. Cuento (voy a copiar para no perder tiempo redactando): «Looper es un thriller futurista que tiene como uno de sus dispositivos el viaje en el tiempo. En el futuro, el dispositivo sólo es utilizado por los criminales, que envían al pasado a quienes quieren ejecutar. En el pasado los espera un “looper”, un tipo que, no bien se materializa el blanco delante de sus ojos, lo asesina y luego hace desaparecer el cadáver de alguien que, técnicamente, no existe. El cuerpo lleva consigo una serie de barras de plata, la paga del “looper”. El trabajo es rutinario, burocrático, impersonal, y está controlado por un tipo venido del futuro que hace las veces de gerente de sucursal o algo así. Pero una vez –sólo una vez– el “looper” recibe unas pesadas barras de oro. Es porque al que acaba de matar es a sí mismo, pero treinta años más viejo. El sistema obliga a no dejar rastros. Por eso “looper” (por “loop”, en inglés “bucle”). Cuando eso sucede, el “looper” se retira joven y tiene tres décadas para gozar del retiro. Y cuando alguno intenta escapar, las consecuencias son terribles».
O sea que el looper “actual” (Joseph Gordon-Levitt) y su yo 30 años más viejo (Bruce Willis) se enfrentan por su visión del tiempo: para Gordon-Levitt el futuro sigue siendo el origen, la génesis de su presente, va hacia la luz, para decirlo con una frase vulgar. Para Willis, que se aferra a eso que vivió (en el futuro, pero eso no importa, recordemos: una vez presente, el futuro ya se encamina hacia el pasado; ergo: sólo puede ser futuro lo no revelado), el futuro ya no existe.
Creo que las series –que no son muchas– que abordaron de algún modo este tema, también señalan este enfrentamiento y ninguna puede escapar a los parámetros o, mejor, a la ejemplaridad de Terminator.
El caso más notorio es Continuum (que acaso para mayo de 2013 tendrá una segunda temporada): la policía heroína arrastrada hacia el presente con un grupo de terroristas, intenta desbaratar en este tiempo los orígenes de esa banda, aunque sabe que ello puede significar la disolución de su familia en el futuro. Pero también Lost, o la fallida Flashforward, etcétera: en todas alguien convierte algo, un momento, un lugar, una relación en pasado para aferrarse a ello y hundirse; mientras que su opositor (o adversario) intenta resguardar devolviéndolo al lugar de lo no-revelado.
Entonces vuelvo a preguntarme –ya que hablamos de Lost y su retorno a la utopía de los 70 con la Iniciativa Dharma– ¿por qué el afán de ciertas series de regresar al pasado? Mi humilde teoría es que los regresos se producen a tiempos liminares: no sólo Lost regresó a los 70, también películas y series, porque los 70 fueron el último momento del siglo XX en el que se construía o se creía en un futuro. Los actuales regresos al presente señalan, en todos los casos, el gran momento de la conciencia de que no habrá un futuro o, para usar las palabras de Gabriela Massuh, nos toca vivir los tiempos en los que el futuro es un objeto de museo.
En todos los casos, con mayor o menor destreza, lo que se señala es esa relación “ética”, hasta moral con el tiempo de la que hablábamos al principio. Por eso es ejemplar el final de Lost: la gran reunión en la nave de la iglesia, vivos y muertos, para retomar ese viaje que dejó en suspenso la nave caída en la isla.
 Final de Lost.

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