“Abril es el mes más cruel” (“April is the cruellest month”), dice
la primera línea de La tierra baldía, el célebre
poema del poeta angloamericano T.S. Eliot, cuya primera parte se llama “El
entierro de los muertos”. Abril, en el hemisferio norte, es el mes en el que
cede el invierno, el de la renovación, por lo tanto, el de las despedidas. En
abril, el calendario de Estados Unidos recuerda muchas cosas, desde las
primeras batallas por la independencia en 1775; el ingreso en la Primera Guerra
Mundial, en 1917, la masacre
de Waco (entre febrero y el 19 de abril de 1993) y el atentado contra el
edificio federal Murrah
en Oklahoma, el 19 de abril de 1995, célebre hasta septiembre de 2001 por
ser el acto de terrorismo más importante en suelo americano: 168 muertos que
incluyeron 19 niños, destrozados por la explosión de una bomba alimentada con
fertilizante como el que arrasó el 18
de abril pasado una fábrica cerca de Waco. El edificio de Oklahoma fue
volado por tres ex militares asociados a grupos militaristas radicales que se
oponían al control de las armas, tema que el Senado volvía a debatir este año,
este mes, sin posibilidades casi de prosperar.
A estas tristes efemérides el calendario sumó una nueva fecha: 15
de abril de 2013, durante la Maratón de
Boston (una competencia que data de 1897), estallaron dos bombas armadas
dentro de ollas a presión que dejaron tres muertos y más de 160 heridos sobre
la línea de llegada, en la calle Boylston. Todos los datos asociados al funesto
mes dispararon de inmediato las más variadas conjeturas: aunque las fuentes oficiales
demoran la declaración, todo hace pensar que el ataque proviene de esos
sectores supremacistas cuya formación política comenzó en las iglesias
cristianas blancas, continuó en el ejército y siguió en los campos de
entrenamiento clandestinos de ciudadanos que creen que la mejor forma de vestir
a un negro, un extranjero o un judío es con una de esas bolsas de plástico
negro que llevan un cierre para guardar un cuerpo.
Supremacistas
Los supremacistas –grupos que proclaman la supremacía racial, a
veces con fuertes y caprichosos contenidos religiosos– son, a la vez, figuras
casi centrales de muchas series que están entre las más vistas o las más
celebradas por la crítica de la televisión estadounidense actual: Justified, Sons of Anarchy, TheFollowing o la futurista Revolution,
en la que un apagón universal devolvió a la humanidad al siglo XVII y todo el
territorio americano fue copado por milicias a veces enfrentadas entre sí.
Dar por sentado que estos supremacistas están todos animados por
un mismo espíritu, como en la filosofía de Schlegel que alimentara el
totalitarismo, sería un error: “Podríamos decir —nos escribe desde Colorado un
distinguido profesor universitario– que hay al menos cuatro tipos de
supremacistas: 1, los clásicos del Sur; 2, los que surgen de la pauperización
de la antigua clase trabajadora blanca –por ejemplo, los que se ven en la serie
Justified, que eran mineros y
demócratas, antes de que todo el valle junto a la cadena montañosa de
Appalachia colapsara, pero también las milicias de Wisconsin, Michigan, el así
llamado «rust belt»–; 3, los que surgen del contacto o el conflicto con las
poblaciones inmigrantes (los de california, como se ve en la serie Sons of Aanarchy); 4, los que abrevan en
la tradición del oeste (la milicia de Montana, por ejemplo). Todos coinciden en
ciertas cosas básicas, pero tienen «linajes» históricos diferentes, dado que
surgen de realidades diferentes”.
Los grupos de supremacistas, a la vez, son conocidos por sus
representaciones en series y películas en las que aparecen como la AryanBrotherhood, el brazo de la población penitenciaria de la Aryan Nation, que
constituyen menos de un 1% de los presos en cárceles federales estadounidenses
y a quienes les sindican el 20% de las ejecuciones dentro de los presidios, así
como tráfico de drogas, extorsión, prostitución de reclusos y otros delitos
asociados al crimen organizado. En California –la referencia podría ser, otra
vez, Sons of Anarchy– estos blancos a
los que también se los denomina “White trash” (basura blanca, por su extracción
pobre, marginal e inculta), se asociaron a los reos de origen mexicano
vinculados a los carteles de la droga y enfrentan, entre rejas, a los
afroamericanos de la Black Gerilla Family. Las series, al menos las citadas, a
las que podrían sumarse tiras como BreakingBad u otras que ya no se emiten,
como The Wire, señalan con cierto
énfasis político el paso de muchos de estos militantes supremacistas por el
ejército y, sobre todo, por campañas de las fuerzas armadas americanas en
Oriente Medio.
La
ruta del odio
La institución que controla y observa todo este fenómeno, la Southern Poverty Law Center (SPLC) tiene
incluso en su sitio en la red un “Mapa del odio”, en el que se señalan los puntos
de adoctrinamiento, de entrenamiento militar y aquellos lugares donde
ocurrieron episodios que se desprenden del odio racial.
En el blog (splcenter.org/blog), desde la SPLC postean y analizan
el ataque con bombas en Boston del 15 de abril pasado. Escriben: “¿Quién fue
responsable por el mortal ataque terrorista en Boston? Lo hicieron los
musulmanes. No, fue un inmigrante ilegal. Pensá de nuevo, fue un gay. Momento,
no estás atendiendo a las claves: nuestro propio gobierno encaró de nuevo un
acto terrorista para promover sus metas más nefastas. Desde el lunes pasado,
cuando ocurrió el ataque, todos apuntaron el dedo en estas direcciones, tanto
quienes sostienen teorías conspirativas hasta quienes manipulan
profesionalmente el odio”. Y cita: “«Es casi seguro afirmar ya que este ataque
fue perpetrado por un islamista”, declaró el martes un post en el sitio del TeaParty Nation. Y señalaba como causa evidente para ese acto
de violencia: «Tenemos un gobierno que no está comprometido con la protección
de América». La entrada encadenaba así al Islam con lo que Ronald Reagan
llamaba «Imperio del Mal» para referirse al comunismo, y advertí que las bombas
de Boston eran otro evento que presagiaba la violencia futura en una «guerra
ideológica» que sólo podría ganarse si se fuese más duro, si los líderes
políticos de Estados Unidos fueran más anti-Islam. Eso, por supuesto, sería lo
cabal para el Tea Party”.
La entrada en el blog del SPLC terminaba con una cita del pastor
de la Iglesia Bautista de Westboro, Sam Phelps-Roper, dueño de uno de los
discursos más cargado de odio racial de todo el país, quien declaró en un video
de 7 minutos que Dios había enviado las bombas para vengar la decisión de (la
Corte) de Massachusetts de permitir el matrimonio entre personas del mismo.
“Gracias, Dios, por este justo juicio”, dice Phelps-Roper a la cámara según
puede verse en el sitio de esa iglesia, al que se accede en la web mediante la
sutilísima dirección: GodHatesFags.com (DiosOdiaALosPutos.com).
El del SPLC es una llamado a la reflexión, a la sensatez. Aunque,
si conocemos al white trash tal como nos lo muestran las series (personajes que
no pueden distinguir si “onanista” –onanist,
en inglés– es un insulto o un halago), es dudoso que nuestros esbirros del odio
lleguen algún día a desintoxicarse leyendo esas páginas.
Libertad,
libertad
Los supremacistas suelen ser libertarios en un sentido que es raro
comprender para nuestra cruzada formación de algún modo positivista y católica.
Si su dios es el “personal Jesus” de la canción y las leyendas (un Jesús que se
revela de forma muy personal, con interpretaciones de la Biblia que no obedecen
a tradición alguna), el Estado se reduce a la Patria, que también es mucho más
personal. De modo que ese estado –y esta tesis es la de Harold Bloom en su
libro American Religion– está siempre
en formación, por eso la necesidad de defenderlo a sangre y fuego a través de
la Segunda Enmienda, que permite a los ciudadanos armarse. La postura, en
términos generales, es rechazar los impuestos y promover un sentido de la
libertad que está siempre al borde o fuera de los márgenes de la ley (acá, de
nuevo, el ejemplo más cabal es la serie Sons
of Anarchy, en el que el concepto de anarquía es entendido en un sentido
antiestatal que promueve la iniciativa privada).
“No todos los grupos libertarios –nos escribe nuestro académico en
Boulder, Colorado– son extremistas. Hay libertarios de derecha y de izquierda,
respetables y de los otros. En Colorado, por ejemplo, que es un estado “liberal”
(de izquierda, digamos) hay muchos libertarios, esto es, gente en contra de la
intromisión gubernamental, pero por lo mismo a favor de la legalización de las
drogas (que se acaba de aprobar, en el caso de la marihuana), del matrimonio
gay, en contra las guerras externas, etcétera (todas reivindicaciones de la
izquierda). Son gente mayormente integrada al proceso político. El héroe es (el
congresista republicano) Ron Paul”.
Influencia
El argumento que postula que grupos de la naturaleza como los que
venimos describiendo hayan perpetrado el ataque en la Maratón de Boston tiene
un punto flaco: rara vez tales grupos actuaron contra un blanco como ése, más
bien prefieren los edificios gubernamentales, como el Murrah de Oklahoma. Pero
tiene a favor, a falta de información concreta sobre quién fue detenido el
jueves pasado tras una identificación de los videos de vigilancia, varias
circunstancias: que en el estado de Massachusetts se haya aprobado el
matrimonio gay, que la maratón reuniera competidores de todo el mundo,
etcétera. La carta con veneno que recibió el presidente Barack Obama –cuyo
color de piel y la promesa electoral de controlar las armas, más la efectiva
aceleración de esta propuesta tras la incursión de un desequilibrado armado en
un jardín de infantes de Newtown, con 20 niños y seis adultos muertos el 14 de
diciembre pasado, despertó la ira de la Asociación del Rifle (NRA) y otros
radicales–, según declaraciones oficiales, no agrega mucho a la investigación.
Mientras tanto, la sospecha de que habían detenido a un sospechoso, el
miércoles pasado, movilizó a una multitud de ciudadanos frente a los tribunales
bostonianos.
“La influencia de los
supremacistas es nula –nos escriben desde Colorado–. Son loquitos pintorescos a
veces, peligrosos otras. Muy marginales (no hay un político que conozca que
reivindique una posición supremacista), que se suelen pelear entre ellos (como
en la serie Justified). Lo que ocurre
es que ha habido una convergencia de «tono» entre estos supremacistas y el
racismo (disfrazado de libertarianismo) del partido republicano –o de ciertos
sectores del partido– a partir de la elección de Obama. Todo responde además, a
lo mismo: la ansiedad cultural de ciertos grupos ante las transformaciones
demográficas y culturales en Estados Unidos. Pero eso está desapareciendo. Las
derrotas de los republicanos en las últimas elecciones, y la velocidad con la
que el matrimonio gay va camino a imponerse, el ascenso de las mujeres y las
minorías, es una evidencia de hacia dónde va la historia. El supremacismo es
una reacción, pero una reacción de un grupo históricamente en declive. Nadie se
preocupa mucho por ellos, salvo cuando hacen cosas. Y como acá las armas son
muy disponibles, se pueden hacer muchas cosas. Es un milagro que no pasen más cosas
horribles, con la disponibilidad que hay”.
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