La salud mental, que en Argentina
tiene una ley nacional –ahora
limitada por un decreto que habilita otra vez las internaciones y el paradigma
médico tradicional– abarca tanto el tratamiento de la enfermedad como de las
adicciones. El tema, complejo, siempre invisiblizado, es expuesto en toda su
relevancia a través de este manifiesto que tradujimos de la revista neoyorkina
Ozy.com, donde se prevé que para 2030 las enfermedades mentales crecerán al
nivel de una epidemia como la del sida en los 80. El suicidio, síntoma de este
tipo de padecimiento, es la causa principal de muertes, a nivel global, de
chicas adolescentes.
La memoria de la epidemia de VIH
Sida permanece vívida para quienes atravesaron los 80. Estaba en todos lados y
en ninguna parte a la vez: se erigía como una asesina y, simultáneamente, era
barrida bajo la alfombra por las autoridades estadounidenses. Las personas con
HIV Sida dieron pelea sin acceso a cuidados médicos apropiados y quedaron en
una posición estigmatizada y vulnerable a la discriminación.
Hoy en día la enfermedad mental
se ubica en un espacio similar. Uno de cada cuatro personas la sufren de algún
modo, muchos al enfrentar violaciones a los derechos humanos, la escasez de
servicios y el estigma. Sobre todo, la enfermedad a menudo resulta mortal: en
la actualidad el suicidio es la causa fundamental, a nivel global, de la muerte
de chicas cuyas edades van de los 15 a los 19 años. Tanto como el HIV
Sida se expandió a millones de nuevos casos durante más de una década, se
espera que las enfermedades mentales aumenten de manera considerable hacia 2030.
El problema es que la enfermedad no está siendo focalizada como una crisis
global. Del mismo modo que lo vimos con el VIH Sida, las acciones efectivas
podrían ahora mismo salvar a millones, pero eso no puede provenir de un grupo
aislado. Ya que en estos días se celebra el Día Mundial de la Salud Mental,
vamos a tomar este momento para comenzar a trabajar juntos y poner un mojón próximo
a 2016 como punto de inflexión fundamental para la salud
mental.
Fotografías de Isis Milanese pertenecientes a su muestra La vida después, para la que la fotógrafa visitó durante dos años las casas que habitan pacientes de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros y son parte de un dispositivo de desmanicomialización promovido a partir de la nueva ley de Salud Mental.
Poner sobre la mesa la urgencia
y la complejidad del problema resultó fundamental para hacer grandes avances,
como el rápido desarrollo de innovaciones, el activismo y la localización
geográfica y cultural que redundaron en una gran diferencia, con puntos de
inflexión críticos que incluyeron un mejorado entendimiento y a consideración
del tratamiento como un derecho humano, sin que importara la raza, la
sexualidad o la clase social. Los compromisos dramáticos en el financiamiento
solidificaron los esfuerzos, y su impacto colectivo detuvo e invirtió la
expansión del VIH. En 2015, aproximadamente unas 15 millones de personas
recibieron tratamiento. Comparadas con las 770 mil que recibieron tratamiento
en 2000, en esta década fuimos testigos de logros ambiciosos que estableció la
comunidad global al asegurarse de que todos aquellos que viven con VIH
recibieran soluciones que les salvaran la vida.
En tanto, la grieta de la salud
mental es uno de los problemas mundiales más devastadores y subfinanciados.
Afecta a más de 450 millones de personas. Se padece en escuelas, lugares de
trabajo, cárceles y hogares; impacta en la vida diaria de las personas, ya se
trate de privilegiados o de pobres. Pero impacta con mayor profundidad a los
jóvenes, a quienes le abona el territorio para una vida de dificultad y, a
menudo, de tragedia.
Por fortuna, la salud mental
hizo tremendos avances en los dos años pasados. A través de las Metas de
desarrollo sustentable (SDG, según sus siglas en inglés), la salud mental fue
incluida en la agenda de desarrollo de las Naciones Unidas por primera vez y,
en abril de 2016, en el Banco Mundial y en la Organización Mundial de la Salud
discutieron cómo trasladar a la salud mental al tope de las prioridades de los
desarrollos globales. Sin embargo, la salud mental rara vez se considera uno de
los problemas más acuciantes de nuestro tiempo, y tomar medidas al respecto
carece del nivel de urgencia que hemos visto para otros problemas en la salud
global. El estigma es fuerte, la voluntad política es escasa y tal y como vimos
con el HIV Sida, las poblaciones marginadas se ven afectadas de manera
desproporcionada.
Al contemplar cómo el movimiento
en torno al VIH Sida logró superar sus barreras y prosperar, proponemos que el
movimiento por la salud mental adopte cuatro lecciones clave.
1. Construir un movimiento
intersectorial. Los esfuerzos individuales no pueden atender el problema. Como
en el VIH Sida, la enfermedad mental no se acopla del todo con el sector de la
salud y atañe a cuestiones como la economía y los derechos humanos. De modo que
su abordaje requiere de la participación activa de los actores de todos los
sectores.
2. Establecer mediciones con
plazos y objetivos viables. Onusida lanzó recientemente un objetivo 90-90-90,
con el objetivo para el 90 por ciento de las personas con VIH a ser
diagnosticados; el 90 por ciento, tener acceso a los antirretrovirales, y el 90
por ciento, lograr la supresión viral para el año 2020. Para la salud mental,
vamos a aspirar a un 50 por ciento de reducción en las tasas de suicidio en
2030.
3. Mantener una programación
flexible, adaptable y basada en la comunidad. Las respuestas al VIH Sida son unas
para Rusia y otras diferentes para Kenia. Del mismo modo, las respuestas de
salud mental deben estar adaptadas al contexto específico y dirigidas a nivel
local.
4. Capacitar a los enfermos para
construir una red fuerte de movimientos de base. Las personas que viven con una
enfermedad mental ya están haciendo demandas y exigen un cambio, pero necesitan
apoyo.
Habiendo enfrentado crisis
globales similares, sabemos lo que funciona: la activación de tratamientos ya
probados y modelos que se apliquen en conjunto. Lanzamos una nueva iniciativa
de salud mental de múltiples partes interesadas llamada mhNOW (mh, por “mental health” –salud mental–, “now”: ahora) que
pretende llevar la salud mental a la corriente de acción principal. Activará la
necesidad del cambio a través de los jóvenes y en las ciudades, donde se
soporta la mayor carga de salud mental y, a la vez, tienen el potencial más
importante para generar impacto. mhNOW trabajará con organizaciones jóvenes para
activar movimientos que desestegmatizen las enfermedades que afectan la salud
mental y conformen una cultura duradera de inclusión social.
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Salud mental en Rosario
El 12 de septiembre pasado, en
Rosario, el Movimiento de Usuarios y Trabajadores en defensa de la Ley Nacional
de Salud Mental convocó a una jornada en la que se debatió y diagnosticó la
situación actual de la ley. Confluyeron allí organizaciones de usuarios,
dispositivos sustitutivos a las lógicas manicomiales, trabajadores municipales
y provinciales, hospitales de atención primaria, centros de día, organizaciones
sociales, colegios profesionales, sindicatos, según lo relevó una
nota de Radio Universidad.
“Estamos ante la necesidad de
sostener, ejecutar y planificar la implementación de la Ley Nacional N° 26.657
de Salud Mental, en tanto expresión jurídica de una perspectiva de derechos
humanos y protección de los usuarios de salud mental, acorde a las políticas
públicas que los sectores democráticos venimos impulsando”, afirmó la concejala
Norma López en la sede del Colegio de Psicólogos donde se efectuó la jornada.
La edila –según lo publicado en
el sitio de Radio Universidad (radio.unr.edu.ar)– indicó que “la luz de alerta
se encendió en diciembre cuando el nuevo gobierno nacional anunció la
designación, al frente de la ex Dirección y actual Programa de Salud Mental, de
un funcionario involucrado en la represión al Borda y el achicamiento de la red
asistencial en Salud Mental en la Ciudad de Buenos Aires: Andy Blake, cuyo
primer anuncio fue el desarme de todo lo que se piense como equipos
territoriales".
En ese sentido, señaló que “con
un gobierno como el macrista que concentra en grandes empresas la generación de
acciones para que ciudadanos accedan a sus derechos, tenemos dudas acerca del
manejo de la salud mental desde la mirada economicista –un buen negocio– y
biologicista, sin el sostenimiento del respeto a los usuarios”.
Por otra parte, la legisladora
aseguró que “la Asamblea y el Colegio vienen reclamando a las actuales
autoridades nacionales la plena implementación de la Ley; exigiendo la creación
del órgano de revisión y un plan de salud mental de parte del Estado provincial
y pidiendo implementar políticas que apunten al cumplimiento de un 2020 sin
manicomios en todo el territorio nacional”.
El Movimiento de Usuarios y
Trabajadores en defensa de la Ley Nacional de Salud Mental 26657, indica en que
"la Ley parte de considerar que el sufrimiento en salud mental no es un
estado inmodificable; que los usuarios son sujetos de derecho a quienes se les
presume capacidad jurídica; que los diagnósticos no pueden ser utilizados
discriminatoriamente; que los tratos inhumanos y crueles no son terapias; que
el consumo problemático es un problema de salud, no algo a criminalizar. La Ley
obliga por lo tanto al Estado a que las personas reciban un trato respetuoso de
sus derechos”.
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Neoliberalismo bipolar
En su prólogo
al libro “Realismo Capitalista”, del crítico cultural británico Mark Fisher
(Caja Negra, Buenos Aires, 2016), Peio Aguirre puntualiza algunos de los
aspectos fundamentales del libro, entre ellos su análisis sobre educación y
salud mental en el neoliberalismo.
“A partir de su vivencia como
profesor de secundaria –escribe Aguirre–, Fisher define con precisión las
patologías de los desórdenes de hiperactividad juvenil dentro del capitalismo
en relación con lo compulsivo de la cultura de consumo. Lo que médicamente se
llama dislexia deviene ahora en poslexia; la capacidad para procesar la densidad
de imagen del capital es infinitamente superior a la necesidad de leer. En el adolescente
actual, existe una subjetividad posliteraria, una interpasividad centrada en la
inhabilidad para hacer cualquier cosa que no sea perseguir el placer y la
gratificación inmediata. Fisher captura esta paradoja neoliberal de la
felicidad a partir de lo que él denomina la ‘hedonia depresiva’. Si la
depresión se caracteriza habitualmente como un estado de anhedonia, la
condición a la que se refiere está marcada por todo lo contrario. Encontramos
aquí una llamada a repolitizar el ámbito de la salud mental al vincular
enfermedad y posfordismo. ¿Y si los desórdenes
en la memoria tan comunes en la
juventud no fueran sino la consecuencia de una parálisis en el sentido de la
temporalidad y la sensación de estar viviendo dentro de un presente continuo
sin comienzo ni fin, día tras día?
“Siguiendo a Christian Marazzi, Fisher apunta
que ‘si la esquizofrenia es la enfermedad mental que señala los límites
exteriores del capitalismo, como quieren Deleuze y Guattari, el trastorno
bipolar puede ser la enfermedad mental propia del interior del capitalismo’. Ya
sea en el trabajo posfordista o en la academia, los ubicuos sistemas de
evaluación y la autoevaluación, las auditorías permanentes y la postergación
indefinida de los deberes conducen a un cuadro psicológico donde impera la
ansiedad perpetua y la insatisfacción. Fisher se adentra entonces en la senda
de pensadores que han hecho del biopoder y la biopolítica uno de los ejes
principales a la hora de pensar las consecuencias del capitalismo rapaz y
depredador, como Franco ‘Bifo’ Berardi y Paolo Virno.”
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