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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

martes, 11 de octubre de 2016

la locura neoliberal

La salud mental, que en Argentina tiene una ley nacional –ahora limitada por un decreto que habilita otra vez las internaciones y el paradigma médico tradicional– abarca tanto el tratamiento de la enfermedad como de las adicciones. El tema, complejo, siempre invisiblizado, es expuesto en toda su relevancia a través de este manifiesto que tradujimos de la revista neoyorkina Ozy.com, donde se prevé que para 2030 las enfermedades mentales crecerán al nivel de una epidemia como la del sida en los 80. El suicidio, síntoma de este tipo de padecimiento, es la causa principal de muertes, a nivel global, de chicas adolescentes.


La memoria de la epidemia de VIH Sida permanece vívida para quienes atravesaron los 80. Estaba en todos lados y en ninguna parte a la vez: se erigía como una asesina y, simultáneamente, era barrida bajo la alfombra por las autoridades estadounidenses. Las personas con HIV Sida dieron pelea sin acceso a cuidados médicos apropiados y quedaron en una posición estigmatizada y vulnerable a la discriminación.
Hoy en día la enfermedad mental se ubica en un espacio similar. Uno de cada cuatro personas la sufren de algún modo, muchos al enfrentar violaciones a los derechos humanos, la escasez de servicios y el estigma. Sobre todo, la enfermedad a menudo resulta mortal: en la actualidad el suicidio es la causa fundamental, a nivel global, de la muerte de chicas cuyas edades van de los 15 a los 19 años. Tanto como el HIV Sida se expandió a millones de nuevos casos durante más de una década, se espera que las enfermedades mentales aumenten de manera considerable hacia 2030. El problema es que la enfermedad no está siendo focalizada como una crisis global. Del mismo modo que lo vimos con el VIH Sida, las acciones efectivas podrían ahora mismo salvar a millones, pero eso no puede provenir de un grupo aislado. Ya que en estos días se celebra el Día Mundial de la Salud Mental, vamos a tomar este momento para comenzar a trabajar juntos y poner un mojón próximo a 2016 como punto de inflexión fundamental para la salud mental.
Fotografías de Isis Milanese pertenecientes a su muestra La vida después, para la que la fotógrafa visitó durante dos años las casas que habitan pacientes de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros y son parte de un dispositivo de desmanicomialización promovido a partir de la nueva ley de Salud Mental.
En el punto de mayor crecimiento de la epidemia de VIH Sida, la gente luchaba por el acceso a tratamientos que les salvaran la vida mientras la clase política se negaba a reconocer el problema. La estigamatización, el secreto y la vergüenza caracterizaron esa experiencia. Más allá de las limitaciones sociales, los escasos fondos y la subestimación del problema hicieron aún más difícil que la epidemia obtuviera el reconocimiento que requería. También entraron en escena factores sociopolíticos y económicos: en 1998 la mortalidad de negros relacionada con el sida en Estados Unidos era unas diez veces mayor que la de los blancos y tres veces superior a la de los hispanos. Mientras que la crisis del VIH Sida fue en sus orígenes etiquetada como un problema de salud de la comunidad gay, al mismo tiempo fue asociada, a nivel mundial, con las poblaciones marginales.
Poner sobre la mesa la urgencia y la complejidad del problema resultó fundamental para hacer grandes avances, como el rápido desarrollo de innovaciones, el activismo y la localización geográfica y cultural que redundaron en una gran diferencia, con puntos de inflexión críticos que incluyeron un mejorado entendimiento y a consideración del tratamiento como un derecho humano, sin que importara la raza, la sexualidad o la clase social. Los compromisos dramáticos en el financiamiento solidificaron los esfuerzos, y su impacto colectivo detuvo e invirtió la expansión del VIH. En 2015, aproximadamente unas 15 millones de personas recibieron tratamiento. Comparadas con las 770 mil que recibieron tratamiento en 2000, en esta década fuimos testigos de logros ambiciosos que estableció la comunidad global al asegurarse de que todos aquellos que viven con VIH recibieran soluciones que les salvaran la vida.

En tanto, la grieta de la salud mental es uno de los problemas mundiales más devastadores y subfinanciados. Afecta a más de 450 millones de personas. Se padece en escuelas, lugares de trabajo, cárceles y hogares; impacta en la vida diaria de las personas, ya se trate de privilegiados o de pobres. Pero impacta con mayor profundidad a los jóvenes, a quienes le abona el territorio para una vida de dificultad y, a menudo, de tragedia.
Por fortuna, la salud mental hizo tremendos avances en los dos años pasados. A través de las Metas de desarrollo sustentable (SDG, según sus siglas en inglés), la salud mental fue incluida en la agenda de desarrollo de las Naciones Unidas por primera vez y, en abril de 2016, en el Banco Mundial y en la Organización Mundial de la Salud discutieron cómo trasladar a la salud mental al tope de las prioridades de los desarrollos globales. Sin embargo, la salud mental rara vez se considera uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo, y tomar medidas al respecto carece del nivel de urgencia que hemos visto para otros problemas en la salud global. El estigma es fuerte, la voluntad política es escasa y tal y como vimos con el HIV Sida, las poblaciones marginadas se ven afectadas de manera desproporcionada.

Al contemplar cómo el movimiento en torno al VIH Sida logró superar sus barreras y prosperar, proponemos que el movimiento por la salud mental adopte cuatro lecciones clave.

1. Construir un movimiento intersectorial. Los esfuerzos individuales no pueden atender el problema. Como en el VIH Sida, la enfermedad mental no se acopla del todo con el sector de la salud y atañe a cuestiones como la economía y los derechos humanos. De modo que su abordaje requiere de la participación activa de los actores de todos los sectores.

2. Establecer mediciones con plazos y objetivos viables. Onusida lanzó recientemente un objetivo 90-90-90, con el objetivo para el 90 por ciento de las personas con VIH a ser diagnosticados; el 90 por ciento, tener acceso a los antirretrovirales, y el 90 por ciento, lograr la supresión viral para el año 2020. Para la salud mental, vamos a aspirar a un 50 por ciento de reducción en las tasas de suicidio en 2030.

3. Mantener una programación flexible, adaptable y basada en la comunidad. Las respuestas al VIH Sida son unas para Rusia y otras diferentes para Kenia. Del mismo modo, las respuestas de salud mental deben estar adaptadas al contexto específico y dirigidas a nivel local.

4. Capacitar a los enfermos para construir una red fuerte de movimientos de base. Las personas que viven con una enfermedad mental ya están haciendo demandas y exigen un cambio, pero necesitan apoyo.

Habiendo enfrentado crisis globales similares, sabemos lo que funciona: la activación de tratamientos ya probados y modelos que se apliquen en conjunto. Lanzamos una nueva iniciativa de salud mental de múltiples partes interesadas llamada mhNOW (mh, por “mental health” –salud mental–, “now”: ahora) que pretende llevar la salud mental a la corriente de acción principal. Activará la necesidad del cambio a través de los jóvenes y en las ciudades, donde se soporta la mayor carga de salud mental y, a la vez, tienen el potencial más importante para generar impacto. mhNOW trabajará con organizaciones jóvenes para activar movimientos que desestegmatizen las enfermedades que afectan la salud mental y conformen una cultura duradera de inclusión social.
  

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Salud mental en Rosario

El 12 de septiembre pasado, en Rosario, el Movimiento de Usuarios y Trabajadores en defensa de la Ley Nacional de Salud Mental convocó a una jornada en la que se debatió y diagnosticó la situación actual de la ley. Confluyeron allí organizaciones de usuarios, dispositivos sustitutivos a las lógicas manicomiales, trabajadores municipales y provinciales, hospitales de atención primaria, centros de día, organizaciones sociales, colegios profesionales, sindicatos, según lo relevó una nota de Radio Universidad.
“Estamos ante la necesidad de sostener, ejecutar y planificar la implementación de la Ley Nacional N° 26.657 de Salud Mental, en tanto expresión jurídica de una perspectiva de derechos humanos y protección de los usuarios de salud mental, acorde a las políticas públicas que los sectores democráticos venimos impulsando”, afirmó la concejala Norma López en la sede del Colegio de Psicólogos donde se efectuó la jornada.
La edila –según lo publicado en el sitio de Radio Universidad (radio.unr.edu.ar)– indicó que “la luz de alerta se encendió en diciembre cuando el nuevo gobierno nacional anunció la designación, al frente de la ex Dirección y actual Programa de Salud Mental, de un funcionario involucrado en la represión al Borda y el achicamiento de la red asistencial en Salud Mental en la Ciudad de Buenos Aires: Andy Blake, cuyo primer anuncio fue el desarme de todo lo que se piense como equipos territoriales".
En ese sentido, señaló que “con un gobierno como el macrista que concentra en grandes empresas la generación de acciones para que ciudadanos accedan a sus derechos, tenemos dudas acerca del manejo de la salud mental desde la mirada economicista –un buen negocio– y biologicista, sin el sostenimiento del respeto a los usuarios”.
Por otra parte, la legisladora aseguró que “la Asamblea y el Colegio vienen reclamando a las actuales autoridades nacionales la plena implementación de la Ley; exigiendo la creación del órgano de revisión y un plan de salud mental de parte del Estado provincial y pidiendo implementar políticas que apunten al cumplimiento de un 2020 sin manicomios en todo el territorio nacional”.

El Movimiento de Usuarios y Trabajadores en defensa de la Ley Nacional de Salud Mental 26657, indica en que "la Ley parte de considerar que el sufrimiento en salud mental no es un estado inmodificable; que los usuarios son sujetos de derecho a quienes se les presume capacidad jurídica; que los diagnósticos no pueden ser utilizados discriminatoriamente; que los tratos inhumanos y crueles no son terapias; que el consumo problemático es un problema de salud, no algo a criminalizar. La Ley obliga por lo tanto al Estado a que las personas reciban un trato respetuoso de sus derechos”.

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Neoliberalismo bipolar 

En su prólogo al libro “Realismo Capitalista”, del crítico cultural británico Mark Fisher (Caja Negra, Buenos Aires, 2016), Peio Aguirre puntualiza algunos de los aspectos fundamentales del libro, entre ellos su análisis sobre educación y salud mental en el neoliberalismo.
“A partir de su vivencia como profesor de secundaria –escribe Aguirre–, Fisher define con precisión las patologías de los desórdenes de hiperactividad juvenil dentro del capitalismo en relación con lo compulsivo de la cultura de consumo. Lo que médicamente se llama dislexia deviene ahora en poslexia; la capacidad para procesar la densidad de imagen del capital es infinitamente superior a la necesidad de leer. En el adolescente actual, existe una subjetividad posliteraria, una interpasividad centrada en la inhabilidad para hacer cualquier cosa que no sea perseguir el placer y la gratificación inmediata. Fisher captura esta paradoja neoliberal de la felicidad a partir de lo que él denomina la ‘hedonia depresiva’. Si la depresión se caracteriza habitualmente como un estado de anhedonia, la condición a la que se refiere está marcada por todo lo contrario. Encontramos aquí una llamada a repolitizar el ámbito de la salud mental al vincular enfermedad y posfordismo. ¿Y si los desórdenes
en la memoria tan comunes en la juventud no fueran sino la consecuencia de una parálisis en el sentido de la temporalidad y la sensación de estar viviendo dentro de un presente continuo sin comienzo ni fin, día tras día?
“Siguiendo a Christian Marazzi, Fisher apunta que ‘si la esquizofrenia es la enfermedad mental que señala los límites exteriores del capitalismo, como quieren Deleuze y Guattari, el trastorno bipolar puede ser la enfermedad mental propia del interior del capitalismo’. Ya sea en el trabajo posfordista o en la academia, los ubicuos sistemas de evaluación y la autoevaluación, las auditorías permanentes y la postergación indefinida de los deberes conducen a un cuadro psicológico donde impera la ansiedad perpetua y la insatisfacción. Fisher se adentra entonces en la senda de pensadores que han hecho del biopoder y la biopolítica uno de los ejes principales a la hora de pensar las consecuencias del capitalismo rapaz y depredador, como Franco ‘Bifo’ Berardi y Paolo Virno.”

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