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viernes, 28 de junio de 2013

lucky

Bueno, fue esta tarde a eso de las 17, gracias a mis amigos de Más Tarde que Nunca que me dí de bruces con Daft Punk, banda-dúo-concepto con la que me había cruzado con indiferencia.
Incluso leí la nota que hizo Simon Reynolds en el New York Times cuando Daft Punk presentó Random Access Memory: "Daft Punk has always had a strong sense of history", anota Reynolds, quien señala muy claramente en qué dirección apunta el álbum como "proyecto" y cómo encajan en él Paul Williams o Georgio Moroder, pero no mucho más. Raro, porque RAM parece el moño de su Retromanía.
El hitazo "Get Lucky", que une con una sabiduría y una sencillez magistral la historia y la actualidad de Nile Rodgers y Pharrell Williams es, desde luego, una puerta excepcional al disco Random Access Memory, que incluye colaboraciones de Giorgio Moroder –hace un monólogo acerca de las cosas que soñaba hacer desde que tenía 16 años hasta que se dio cuenta de que buscaba el sonido del futuro, entonces ese sonido suena en manos del dúo y escuchamos... escuchamos el "aura" (sí, "la lejanía en la cercanía") de ese sonido que ya habíamos escuchado de adolescentes... Incluso Moroder dice en un momento: "Todos me llaman Giorgio", como si fuese un chico que se presenta a la audiencia– y nada más y menos que de Paul Williams. "Touch", la canción de Williams es tan de él, tan de su tónica y su tintura, con esos cambios de melodía y tonalidad, pero flotando sobre ese sonido Daft Punk: no, no se trata de un encuentro entre las cosas de antes y las nuevas, sino de algo que se ha acompañado en no sé qué clase de sincronía, el Paul Williams de "Rainy Days and Mondays" también habita el castillo helado de Tron: en esos dos lugares, en los 70 melódicos que patinaban en la dorada arena de la heroína y en la virtual y digitalizada contemporaneidad, donde la virtud y el valor son modos u opciones de la consola del gamer, está esta música que hace como una pausa "que nos habla de ese invisible extraño –para usar la cita de Benjamin que encabeza este blog–: del futuro que se las dejó aquí olvidadas".
Hay que ver y escuchar a Paul Williams en esta entrevista acerca de su participación en el disco de Daft Punk, de cómo el dúo se inspiró de algún modo en el film El fantasma del Paraíso (Brian De Palma, 1974), ópera del rock pop que traía de la cima a Williams, de cómo recuerda lo patética que era su hambre por la fama y dice que admira esas personas que trabajan de forma anónima, sin esa gula... "Escucho palabras en la música", nada más claro y fabuloso: algo que confronta el silencio de pronto tiene voces y palabras.
En fin, es un buen modo de terminar el día.

miércoles, 26 de junio de 2013

angustia

Hace casi un mes, en una conversación, mi amigo Juan Pablo notaba que el término angustia desapareció del vocabulario habitual de la gente que frecuentamos. Como también hablábamos de series y de la medicina en EEUU, donde él vive, teoricé de manera facilonga esto de que todo estado actual de la psiquis debe ser inmediatamente identificado por su síntoma y ese síntoma debe ser medicable. Así vemos y escuchamos la proliferación de fóbicos, bipolares y Dios sabe cuánta basura farmacológica.
Luego, terminando ya el librito de Quignard en el que me demorado (es que de estos autores suele atraerme más la pereza), me encontraba con este párrafo: "Cuando la música era esporádica, su convocatoria era tan perturbadora como vertiginosa su seducción. Cuando la convocatoria es incesante, la música se convierte en repulsiva, y entonces es el silencio lo que convoca y se convierte en solemne.
"El silencio se ha convertido en el vértigo moderno. Del mismo modo que constituye un lujo excepcional en las megápolis.
"(...) La música que se sacrifica a sí misma atrae de allí en más al silencio como el señuelo al pájaro". (Anoto: lo del señuelo y el pájaro alude a la teoría desarrollada en los fragmentos que hacen al libro: el origen de la música, su fascinación y encanto como un desprendimiento casi ritual de la antigua cacería).
Bien, entonces tenemos que la angustia es en esencia silencio, hay una ausencia de palabras y el ser queda solo ante el ser, que se abisma en ese vacío de lenguaje, la angustia no es quizás un síntoma, sino una ontología: nos muestra los precarios y simbólicos andamios con los que hemos construido una existencia.
En el sanatorio en el que estuve estos días (el de la foto) hay música funcional, unas melodías latinas bastante civilizadas que excluyen parientes guarros como la cumbia o el reguetón y reemplazan el polvillo en el aire que la pulcritud del lugar mantiene a raya.
Ahí, mientras permanecíamos embebidos en esa música "funcional", murió el martes a la noche un joven. Los detalles que supe son minúsculos. Su edad, las causas, pero nada de él. Vi más tarde, en la puerta, un grupo de chicos casi adolescentes, veinteañeros, de los primeros veinte, con sus ropas aún gritonas y sus gestos inconsolables. Escuché también, cuando subí al segundo piso a hacerme una radiografía, a un tío hablar por teléfono y contarle a alguien que durante el día había intercambiado mensajes con el pibe, que le decía que estaba bien, que tomarían una cerveza pronto, que esa rutina que interrumpe el sanatorio, que no es otra que la de la vida, retornaría. Pero lo que con mayor aflicción recuerdo son los gritos de los padres, que escuché desde la sala de guardia en la planta baja, junto con todos los que estábamos allí, y llegaban a través del hueco de la escalera. Gritos que no son palabras ni pertenecen a nada que pueda representarse.
La música funcional desapareció entonces, claro, y el sanatorio se mostró como lo que realmente es: el lugar donde las personas mueren.

domingo, 23 de junio de 2013

ropa usada

Hace dos viernes fuimos a cenar con Vicente a casa de unos amigos que están de paso en la ciudad y alquilaron un departamento sobre uno de los bulevares de Rosario. Poco antes de terminar la velada, la madre de Tomás, quien nació en Boulder, Colorado, unos meses antes que nuestro hijo menor, nos entregó tres pantalones porque ya no le entran al niño y acaso podrían servirle a Vicente.
Fotografía de Juan Pablo Dabove & Susan Hallstead

Antes cabe aclarar: somos una raza vestida, todo lo que llevamos puesto es nosotros, es nuestra forma de entablar una relación con el otro. La ropa es nuestra aporía por excelencia.
Sigo: veinticuatro horas más tarde, ya en casa y poco antes de irnos a acostar, Vicente quiso probarse la ropa. Le escuché: "Tienen olor a Tomás".
A mí la idea de que los niños usen ropa que les pasan otros niños me resulta conmovedora y tierna. Que Vicente reconozca el olor de Tomás en su ropa me recuerda esta cosa física a la que pertenecemos y, en ello, nuestra condición más volátil.

A veces veo a mis sobrinos con ropa de mis hijos y siento que contemplo la "comunión de los santos", qué sé yo...
Miré las etiquetas de los pantalones y Vicente me vio y preguntó qué dice. Es como que toda una experiencia familiar se transfiere con el pase de una ropa. Es decir, la experiencia de preparar al "uno" que es el hijo para los otros. Porque la ropa es, al ser del dominio de los otros, lo que inevitablemente somos: en casi 50 años casi no puedo decidirme por el talle 46 ó 44, como si en esa diferencia se jugara lo que espero que el otro vea al verme "a ciegas".

La ropa es le modo en que devenimos los seres artificiales que realmente somos. Hay pocas cosas más fallutas que quienes pretenden predicar su desinterés por la ropa. Hay pocas cosas más tristes que un niño que sólo tiene ropa nueva.

lunes, 17 de junio de 2013

nuestro weekend

Y el fn de semana del día del padre transcurrió sin mayores sobresaltos, de acuerdo al plan trazado: la cena del viernes, la pintura el sábado y domingo (con soundtrack de Fun Lovin' Criminals), el paseo por calle recreativa (domingo a la mañana) y el hermoso regalo de los niños que eligió mi esposa.


lunes, 10 de junio de 2013

plazos

No me considero un virtuoso de la imaginación, pero mucho antes de entrar a trabajar en un diario me las arreglaba para hacerme una idea de que lo que se publicaba un miércoles, digamos, debía estar en algún lugar de la redacción, digamos, el martes a cierta hora. Lo confirmé a principios de los 80, cuando el querido Oscar Casas me invitó a publicar en la revista Usted. Un jueves al mes, digamos, veía a Oscar putear y blasfemar de lo lindo con un vaso de vino blanco en la mano, un Colorado largo en los labios y una pila de papeles en la mesa de la cocina de su casa sobre calle Guardias Nacionales, en San Nicolás. Para cuando ingresé a un diario no había ya enigma: lo que no es el material diario debe tener una fecha de entrega porque, sobre todo, hay una fecha de cierre, por lo general un par de días antes de ir a imprenta, como en el caso de los suplementos.
Sin embargo, ese misterio sencillo no es tan fàcil de deducir para algunos amigos que están en la academia, en la función pública, etcétera. Puestas por ejemplo en un correo las palabras mágicas: "El cierre es el lunes, necesito los materiales el domingo", suelo recibir el lunes respuestas del tipo: "Esta semana te contesto", como si la semana fuera una unidad para medir horas, en lugar de días. No creo que se trate de personas incapaces de leer un correo, de hecho, mi habitual admiración por el saber me lleva a escribirles porque los sé capaces de desentrañar a Heidegger o a Osvaldo Lamborghini. Y sin embargo, confían en cierta presunción mágica: lo que se entrega un jueves, digamos, puede publicarse el martes anterior. 
Es buena gente, por lo general poco propensa a la superstición, querible incluso y muchas veces conocedora de los procesos de publicación de un diario o una revista, pero tal vez un poco perozosa a la hora de abandonar ciertas fantasías.

arrasar la historia



El vigésimo y último episodio de la primera temporada de la serie Revolution se emitió hace casi dos semanas (siempre en su país de origen y disponible a través de internet). Su “hermana” de género y de producción, por ponerlo de alguna manera, Falling Skies largó este domingo pasado los dos primeros episodios de la tercera temporada. La existencia de las dos tiras (la primera de la NBC, la segunda de TNT, o sea, dos cadenas que vienen un poco lerdas en esto de actualizar el formato de la ficción televisiva como fueron precursoras HBO, AMC o Fox) ha sido incapaz hasta ahora de producir el más mínimo movimiento de las partículas elementales del universo, sólo produjeron una respetable audiencia que las mantienen en el aire.
Como ya lo había señalado J.G. Ballard, en estas series futuristas de ciencia ficción (porque también hay relatos de ciencia ficción que tienen al pasado como fuente de especulaciones, como las maravillosas Crónicas marcianas o Titanic –ya expondremos nuestra teoría al respecto): es el pasado lo que está en juego en estas visiones del porvenir, es decir, nos plantean como dilema los alcances actuales de la ciencia, el atolladero ecológico, demográfico y económico con el que nos desvelan los titulares de diarios actuales.
Además, tienen entre su elenco más o menos célebre (Billy Burke, Giancarlo Esposito y Elizabeth Mitchell en Revolution; Noah Wyle en Falling Skies) algunas figuras femeninas como Tracy Spiridakos o Moon Bloodgood (de una y otra serie, respectivamente), que le permite al televidente más inquieto ver los episodios con la mano.
Las dos series, de una forma bastarda o, mejor, banal, pretenden abrevar en la Historia: en Falling Skies el protagonista es un historiador quien, como se hizo alarde en capítulos iniciales, sería el encargado de “traducir” las acciones de ciertos episodios a la doctrina histórica americana. Es decir, como historiador dotaba de un legado las nuevas batallas en las que una humanidad agazapada y en fuga en su propio planeta resiste una invasión alienígena, hallaba en esas luchas un paralelo histórico que le permitían a los guionistas jugar con los próceres de la historia. Pero todo quedó en un par de discursos en torno a invasores y luchadores de la resistencia (la trama de la serie se parece, además, a la que conocimos en El Eternauta).
En Revolution la humanidad es rehén de una conspiración que dejó sin energía eléctrica a todo el planeta y sumió, en Estados Unidos, a la población al hostigamiento de las milicias. En esta serie no hay tal pretensión en torno a la historia, porque acá la trama va hacia el enigma en torno a quién o qué creó el apagón, lo que deriva en una red de complots que en los últimos episodios alcanzan ribetes absurdos y, lamentablemente, están lejos de provocar risa. Pero aún en su pobreza, hay que decir que en Revolution –es decir, en su trama– se entendió esto: que la gran fantasía del capitalismo es poder llevar a la Historia a su grado cero a partir de la técnica, es decir, que la tecnología que permite al capital reproducirse y expandirse, podría también borrar la Historia, borrar ese horizonte que permitiría a los hombres emanciparse al elegir sus herramientas para erigir un mundo digno de ser vivido.
Revolution, además, era más promisoria: sus capítulos iniciales se habían rodado en la ciudad fantasma de Prypiat, Ucrania, abandonada hace 27 años cuando la hecatombe nuclear de Chernobyl, es decir, la escena de un fin de mundo: el de la tecnología nuclear como fuente de energía y poder. Lo que creímos ver en esas imágenes de los parques de diversión abandonados y los edificios de ventanas vacías devorados por las enredaderas era un final reciente, cercano y, a la vez, un punto de partida. 
En los dos casos, por ineptitud, pobreza o pereza de los guionistas –y de los productores: Steven Spielberg, que no parece haber aprendido de su fracaso con Terra Nova, está al frente de Falling Skies; J.J. Abrams, que aún sigue buscando la isla perdida de Lost, comanda Revolution–, eso que llamamos la historia, el ingreso de lo político en la trama, se escabulle siempre. Tal vez porque en ambos casos las premisas épicas (salvar la humanidad, encender el mundo) con las que se desarrollan las acciones, son incapaces de hacernos ver el pequeño mundo doméstico sobre el que se construyen las grandes tragedias. Por algo las mejores series de los último años renunciaron a esos titánicos actos salvíficos y se dedicaron a mostrarnos, por ejemplo, las microdecisiones de un hombre que se mueve entre la cocina de su casa en un suburbio de Albuquerque (Breaking Bad) y la cocina de metanfetamina que ha montado en un tráiler junto a un ex alumno de la secundaria donde da clases de Química. Y todo para sostener un sueño americano intrascendente: pagar su casa, enviar a su hijo a la universidad, mantener a su esposa satisfecha. En otras palabras, quien quiera escrutar la historia más vale que se meta en el living de la vapuleada clase media.

En fin.
 

martes, 4 de junio de 2013

los justos

Escribe un correo electrónico Pablo Zinni para avisar que esta tarde en MTQN va a entrevistarse a uno de los miembros de ArgenTeam, la comunidad virtual que sube series y películas y nació cuando sus integrantes comenzaron a organizarse en un foro para traducir y hacer subtítulos de series y películas. Esta misma tarde, después de las 18, a su vez, tenemos en el programa nuestra columna VOS (Versión Original Subtitulada) sobre series, en el que hemos insistido más de una vez en esta cosa comunitaria que crean las series que vemos a través de internet.
De paso, Zinni envía este archivo de voz que desconocía de Hernán Casciari, sobre un poema de La cifra, de Borges, que desconocía

domingo, 2 de junio de 2013

naufraga

En un alto en esta mañana solitaria en calle recreativa, me siento a leer un rato a Pascal Quignard en la Estación Ciudad de los Niños. En El odio a la música Quignard desarrolla una teoría en varios capítulos acerca de lo inasible de la música, el silencio en que se funda y su origen, vinculado al remedo del sonido del animal al que se quería dar caza. Así, llega muy cerca del final a una frase de Meister Eckhardt que me revela, en este particular momento, que ciertos cálices no pueden rechazarse sólo porque contienen veneno. Dice Eckhardt: "Si quieres atravesar el mar, naufraga".

sábado, 1 de junio de 2013

pulpería

"Un alto en la pulpería" (ca. 1860), de Prilidiano Pueyrredón, en el Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. Imagen tomada de Wikipedia.

Con la idea de precisar esto de cómo aparece el western en las series, traduzco dos párrafos diminutos deL gran libro de mi amigo Juan Pablo Dabove, Nightmares of the Lettered City, en el capítulo dedicado a "Facundo".
La cuestión acá, grosso modo, es la fundación de la identidad nacional, la manera en que el letrado (Sarmiento), reúne argumentos para reemplazar, con el poder letrado de la ley, la violencia sin Estado de la montonera (el bandidismo).
En párrafos muy próximos, Dabove escribe: "El primer paso para refutar el Volk como principio de homogeneidad cultural y política y, por lo tanto, como la autolegitimación del letrado como instancia mediadora entre el conocimiento europeo y el conocimiento del otro es la invención del desierto como un inicio absoluto y, simultáneamente, como un vacío de la sociedad."

Y, más adelante, llega este párrafo que hace foco en la pulpería y será el centro de futuras elucubraciones: "La pulpería no fue un mercado importante de bienes de capital, ni de trabajo ni de mercancías, porque el gaucho tenía las habilidades suficientes para satisfacer casi todas sus necesidades personales o de trabajo, tenía ganado y suelo como fuentes de provisión. Pero, si la pulpería no era un mercado, tampoco era un ágora en la que los hombres libres de necesidades hubieran de disputarse valores o prioridades. La pulpería era un lugar de reunión, pero era al mismo tiempo una «disociación» a la que le falataba tanto la res publica como un «cuerpo moral colectivo» en términos de Rousseau. Sin asociación o bien común no hay mojones sobre los que construir una reputación o distinguir a un hombre de otro (la destreza en el trabajo, el dinero o la virtud son todas cosas insignificantes en la pampa). La única pericia es el coraje y, a partir de ahí, el facón de la pelea y el duelo sin motivos son la base principal sobre la que erige una reputación en la sociedad rural. 
"La pulpería como un microcosmos de la pampa es una acumulación de singularidades sin «solidaridad orgánica» o división del trabajo: una multitud. Sin embargo, encontramos de nuevo el diagrama que vimos en la obra de Fernández de Lizardi: un grupo que es un simulacro diabólico del cuerpo político real. En esta particular pseudoruralidad, la vida común se regula por un valor único: la violencia como la piedra fundamental de una reputación oral."
La prueba, de ahora en más, será observar qué lugares en las series que vemos funcionan como pulperías. Por ejemplo, nos parece que una suerte de "pulpería" podría ser el estudio de pornografía de Luann Delaney, en las dos o tres primeras temporadas de Sons of Anarchy. ¿Y en Breaking Bad, la mejor de todas las series? Uf, nos tememos que aquí ese lugar de "simulacro diabólico" pueda recaer en la misma familia, de modo que vamos a tomarnos un tiempo y hacer un nuevo post al respecto.