Los hallazgos de WTF.microsiervos son magníficos. Esta vez, un video generado a partir de una aplicación de GTA5 y creado por Merfish, con música de fondo de Offenbach. Una ballena azul, "el mamífero más grande del mundo", que vuela y se desploma sobre la ciudad. Lo descomunal del gag y su absurda repetición provoca una risa llena de inquietud.
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miércoles, 29 de abril de 2015
la banda que no llora
El Cuarteto de Nos tiene nuevo disco y lo presenta en
Rosario este jueves. Todos coinciden en que Habla tu
espejo, décimo cuarto disco de la banda uruguaya y lanzado en octubre
del año pasado, representa de algún modo un quiebre con la trilogía que arrancó
con Raro (2006) y
culminó con Porfiado (2012).
Roberto Musso, guitarrista, cantante y compositor de la mayoría de los temas,
dijo que estas diez nuevas “rompen con la ironía” con la que el cuarteto –que
con la incorporación del tecladista Santiago Marrero ya es un quinteto– había
desembarcado en los escenarios internacionales. Sin embargo, la elección del
término “ironía” acaso no es la más afortunada. Lo que las letras y el sonido
del disco no tienen es el humor desencajado de las composiciones, pero cuando
escuchamos, en “Cómo pasa el tiempo”, “Decimos que queremos ser inmortales y no
sabemos qué hacer en un día de lluvia”, apreciamos intacta la ironía –en la
genealogía griega del término ironía está la sentencia “yo pregunto”–, sólo que
ahora hay un tono mucho más personal, acaso amargo, que disuelve el aire de
tertulia que le conocíamos hasta ahora.
Es
que en los tres años que pasaron desde Porfiado,
Musso fue padre, su madre enfermó de alzheimer y en la banda entendieron que
era hora de encarar otras cosas. “Nosotros –dice
Musso al referirse al
Cuarteto–siempre fuimos de escribir la vida que nos fue tocando vivir, la edad
física, y los acontecimientos personales, aunque quizá a veces esa manera de
contarlo estaba encubierta por el humor, o por una ironía. En este caso es más
o menos lo mismo pero quizá con esa cubierta desplazada y más transparente y
abierta”.
lunes, 20 de abril de 2015
el hombre que sabía demasiado
Se conoció el piloto de una serie producida por
Amazon y basada en la novela El hombre en el castillo, en la que Phlip K.
Dick imaginó un mundo alternativo en el que los aliados habían perdido la
Segunda Guerra. Con producción de Rdiley Scott y guiones a cargo de FrankSpotnitz, el episodio puede verse ya en internet pero habrá que esperar hasta
2016 para ver la serie.
La novela que reúne las obsesiones contemporáneas en torno a
la manipulación mediática, las conspiraciones del estado y la sensación de que
la realidad ha sido tergiversada fue publicada en 1962. Se llamó El hombre en el castillo (The man in the high castle), escrita por Philip K. Dick y publicada
en Argentina, por la maravillosa y hoy desaparecida editorial Minotauro, en
1974.
Es una ucronía. Las ucronías –u-cronos: fuera del tiempo–
son las historias que podrían responder a la pregunta “¿qué hubiera pasado si?”.
En este caso Dick se pregunta: “¿qué hubiera pasado si el Eje, en lugar de los
aliados, hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial?
Los Estados Unidos de 1962 que imagina Dick son eso: un
territorio dividido en tres porciones: el amplio Este, gobernado por los nazis
alemanes, la costa del Pacífico, gobernada por los japoneses y una franja a
medias neutral sobre las montañas Rocallosas.
Hitler se está muriendo y el desmoronamiento del líder
generó una guerra fría entre alemanes y japoneses, que se disputan el dominio
del mundo. Mientras tanto, los protagonistas de la novela –tanto una joven que
quiere saber por qué la policía japonesa asesinó a su hermana cuando iba a
arrestarla en la ciudad de San Francisco, un joven que vive semioculto en las
Rocallosas y un oficial intermedio de las autoridades japonesas que para cada
acción consulta obsesivamente el I Ching– tienen noticias de que están
viviendo, por así decirlo, en la parte fraguada de la realidad y que hay una
alternativa en la que los aliados realmente ganaron la guerra. El autor de esta
noticia, autor a la vez de una teoría sobre esa realidad alternativa, es un ser
misterioso al que se refieren como El hombre en el castillo y cuya morada,
oculta en algún lugar profundo del territorio norteamericano, va camino a
convertirse en un raro Graceland, sin la música de Elvis, pero con el mismo
espíritu.
Al fin
Bien, después de duros contratiempos que la tuvieron en distintas
mesas ejecutivas de varios canales de televisión, la novela tuvo al fin su
primer piloto televisivo para convertirse en una serie. Se emitió en enero
pasado y el 18 de febrero Amazon Studios, cuyos directivos sometieron a
votación pública ese primer episodio, decidieron que habrá nuevas emisiones en
2016.
Con Ridley Scott al frente de la producción ejecutiva (desde 2010 Scott recorrió oficinas de la BBC y SyFy para concretar el pasaje de la
novela al cine o, lo que hoy es casi lo mismo, a una serie de tevé) y Frank
Spotnitz –un ex guionista de Los expedientes secretos X– a cargo del guión,
este primer episodio de casi una hora es un muy logrado regreso a los 60 en un
ambiente enrarecido, algo así como una versión mucho más cinematográfica de
ciertos episodios de la tercera temporada de la serie Fringe, con los
japoneses celebrando la alta tecnología de los aviones alemanes –porque se
olvida que cuando Estados Unidos ingresó a la guerra la maquinaria bélica nazi
era mucho más sofisticada y la mitología que circulaba alrededor de su
tecnología hasta el día de hoy refulge en la imaginación con pactos
sobrenaturales o extraterrestres– y calles californianas desdibujadas por las
imágenes de los autos pequeños de inspiración europea y japonesa.
El televidente remolón que no quiere tomarse el trabajo de
descargarse el episodio de internet y buscar los subtítulos, puede ver el
piloto de El hombre en el castillo en YouTube (aunque aún no tiene subtítulos
en español).
lo que la gente quiere
Hay una película –acaso muy visitada por intelectuales– que
se llama Invasión, dirigida por el argentino Hugo Santiago en base a una idea
de Borges y Bioy Casares y estrenada en Buenos Aires en 1970. Allí, un invasor,
un pulcro hombre ejecutivo con aspecto de tecnócrata, enfundado en un traje
claro, le espeta a un miembro de la resistencia –traje oscuro, apegado a
ciertas tradiciones porteñas–: “Nosotros traemos lo que la gente quiere”. Es de
señalar la frase, porque quien la dice se mueve ajeno al interés popular o ciudadano,
pero en el concepto “gente” logró aislar una tendencia, una demanda que tiene que
ver con la mediocracia y el mercado y que llega para imponerse sobre esa “gente”.
Así, “lo que la gente quiere” es mucho menos la
cristalización de un deseo específico que el hallazgo de un medio para formular
o “editar” una demanda. No sé lo que quiero, pero espero poder expresarlo en
140 caracteres. No sé lo que quiero, pero me sumo a la cadena de Facebook que
despotrica contra el gobierno. No sé lo que quiero, pero voy a narcotizarme con
videos en YouTube que me muestren funcionarios en situaciones incómodas.
Y en este terreno, en el que lo importante es que las cosas
fluyan con “naturalidad”, la derecha –el grupo político que cuenta
históricamente con el beneplácito de los dueños del capital– juega con ventajas.
Ningún otro sector supo convertir en “naturales”, lógicas o razonables medidas
que de sólo pensarlas escandalizan: reducir en tiempos de crisis el salario de
los trabajadores en beneficio de la provincia (cuando las grandes empresas y la
dirigencia política de principios del 2000 no perdieron un centavo), pagar por
el saneamiento de un banco que va a privatizarse casi el doble de lo que cuesta
esa venta, y así.
Tanto el peronismo como socialistas y radicales agrupados en
el Frente Progresista piden ahora un debate. Se entiende, quieren debatir ideas
con el gran ganador de las primarias del domingo, Miguel Del Sel, cuyo
vocabulario político se reduce a dos o tres palabras: corazón y gente.
Es una impresión personal con la que deseo equivocarme, pero
me temo que debatir ideas no va a cambiar el panorama. Quien escogió darle su
voto a Del Sel no lo hizo por sus ideas. Acaso porque el votante sólo se
informa por televisión –donde el debate político suele estar ausente– o por las
redes sociales, donde los algoritmos de las redes agrupan intereses como si se
tratara de una perversa y degradada comunión de conceptos, Del Sel gana porque,
como el tecnócrata de Invasión, “trae lo que la gente quiere”. Incluso la
palabra “idea” –en estos tiempos en los que el ex presidente de Boca Juniors,
Mauricio Macri, se mofa de que llega al fin del “relato”– no goza de gran
aprobación.
Pretender que el Pro es sólo una fuerza arribista que encara
un gobierno de manera improvisada también sería un grave error. El macrismo
logró instalar en los barrios centrales de Buenos Aires un vecinalismo activo,
incapaz de formular conceptos ideológicos, pero con la suficiente decisión y
expeditividad como para provocar pequeños cambios en el barrio, en los espacios
acotados donde se mueve el vecino. La “militancia” de clase media del Pro se
parece mucho a la de las viejas comisiones vecinales, hallaron un espacio allí,
en la micropolítica, en la política de lo cotidiano, porque para las grandes
ligas están Mauricio, Patricia Bullrich y otros nombres destacados, con sus
negocios inmobiliarios millonarios y sus campañas bendecidas por los grandes
medios.
Pretender que el Pro va a
cambiar algo, por otro lado, también sería un error. Esta gente ya gobernó. Más
allá de la diferencia entre el público que rodea un podio de Fórmula 1 y el que
va a un show de Midachi, la formación de Del Sel no difiere mucho de la de
Carlos Alberto Reutemann.
viernes, 10 de abril de 2015
sangre de reyes
A las disparadas, traduzco la nota en AVClub de Joshua Alston sobre Game of Thrones:
«El monumental drama épico Game of Thrones explota sus
mejores materiales de los cambios de régimen, las variaciones en el poder que
dominan el continente de Westeros y reclaman traiciones impactantes, alineamientos
estratégicos y reveses de fortuna. Qué apropiado entonces que, en su quinta
temporada, Game of Thrones navegue por su propio cambio de régimen. Así, el control
sobre ese meticuloso ecosistema comienza a escapar de las manos de George RR
Martin –el novelista cuya serie “Canción de hielo y fuego” inspiró la tira
televisiva de HBO–hacia dos showrunners intrépidos, David Benioff y D.B. Weiss.
«Benioff y Weiss lograron meterse de a poco a la aclamada
fortaleza de Martin mientras el escritor termina con la entrega de sus dos
últimos libros. Así que las ansias que genera esta quinta temporada, cuyo
primer episodio se estrenó en HBO el domingo pasado, no se veía desde el Y2K.
Imagen tomada de AVClub.
«Dadas las demoras de Martin en la entrega de su sexto libro,
Benioff y Weiss discutieron cómo iban a arreglárselas para adaptar parte de los
libros cuatro y quinto de la serie, “A Feast for Crows” (“Un festín para los
cuervos”) y “A Dance with Dragons” (“Danza con dragones”) y, a la vez,
asegurarse que los fanáticos vayan haciéndose a la idea de un Westeros
post-Martin. Ahora que los guionistas despliegan su plan, su visión comienza a
revelarse y los cambios que buscan introducir podrían hacer de Game of Thrones
una serie mejor de la que vinieron produciendo hasta hoy, en la que se nota la
devoción esclava al material original. Martin se enorgullece de su habilidad de
hacer malabares con multitudes de personajes en mundos lejanos. Pero, mientras los
libros permiten que los personajes evolucionen de modo independiente, los
episodios de televisión funcionan mejor cuando hallan la manera de manejar sus
personajes dentro del mismo espacio.
«Aún continúa la batalla de los Siete Reinos, pero el ansiado
Trono de Hierro se disolvió un poco en el trasfondo de la trama. Así que los
esfuerzos por reclamarlo resultan hoy un hábito antes que una convicción. El
recién coronado rey Tommen Baratheon (Dean-Charles Chapman) parece más
dispuesto a acostarse con la oportunista reina Margaery antes que a sentarse en
el trono poderoso, por mucho que le pese a Cersei (la magnífica Lena Headey).
El enfoque sensible y despreocupado de Tommen en el gobierno de Westeros es un
cambio discordante de ritmo, complementario al tema central de la serie, el del
liderazgo ambivalente.
«Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) enfrenta una crisis de
liderazgo similar en Meereen, donde encuentra una resistencia inesperada tras
la última parada de su gira por la emancipación de Essos. Daenerys anhela la
corona, pero teme el resultado de acumular un poder demasiado grande para que
pueda controlarlo. Después de forjar su reputación como la madre de dragones,
Daenerys observa con impotencia cómo su rebaño de fuego sucumbe a sus instintos
naturales destructivos, poniendo en peligro su lugar en un momento en que ya se
ha enfrentado con una desgarradora encerrona en varios escenarios. De los que
compiten por la corona, el único que parece no tener diversión alguna es
Stannis Baratheon (Stephen Dillane) que se está preparando para un gran
resurgimiento en El Muro (The Wall) y hace lobby con el reacio Jon Snow (Kit
Harington) para contar con la ayuda de la Guardia Nocturna. (Hablando de Jon
Snow, su participación en una “cena entre amigos” en “Late Night Show with Seth
Meyers” –se puede ver en YouTube, aunque hasta el viernes no tenía subtítulos
en español–, como parte de la promoción del lanzamiento de la quinta temporada
es un hallazgo sencillo, brillante y desopilante).
«Mientras Westeros se presenta como el mismo campo de batalla
brutal de siempre, los primeros episodios de la quinta temporada tienen un tono
diferente y palpable al de las últimas temporadas. Con la traumática Boda Roja
y sus baldazos púrpuras y catárticos en el retrovisor, la urgencia que alimentó
Game of Thrones a través de la destrucción gradual de la Casa Stark y el
reinado del malicioso Joffrey Baratheon está en gran parte ausente ahora que el
show se reanuda. El estreno de la temporada se titula “Las guerras por venir”
(“The Wars to Come”), un trozo de diálogo que también funciona como una promesa
implícita para los espectadores: los contratiempos ocasionales en la primera
tanda de episodios no son un índice completo de lo que la temporada de 10
episodios les tiene reservado. Y para que nadie piense que el espectáculo ha
perdido su racha violenta, hay suficientes géiseres arteriales para satisfacer
incluso la sed de sangre más insaciable. Un episodio especialmente sanguíneo culmina
en una secuencia contundente de una larga batalla que no se acerca a la de
Blackwater, pero sofoca cualquier preocupación sobre un Westeros más suave y amable.
«Game of Thrones sobresale entre las historias humanas
traducidas a un mundo de fantasía, una habilidad que se refleja en su tendencia
a construir a momentos que dejan sin aliento, como las nupcias fatales o la
liberación de fuego de los esclavos de Yunkai que hizo Daenerys. Benioff y
Weiss hacen el mismo programa pero con un ritmo un poco diferente, confiando
más en el carácter sombrío y la interacción que en poner en escena la próxima
masacre. La quinta temporada también está impulsada por la idea de los duelos
de creencias religiosas, según el universo elaborado de Martin. Eso también es
un gesto de buena voluntad hacia el grupo de fervientes admiradores, quienes rezan
para que el espectáculo mantenga sus estándares de calidad sin Martin.»
Acá, en apóstrofe, sobre Game of Thrones:
También en "Leer series"
lunes, 6 de abril de 2015
libertad como elección o como decisión
Adam Kotsko anota "ociosamente" –según su adjetivo– los márgenes de El reino y la gloria, de Giorgio Agamben.
Así lo leemos en su entrada de Semana Santa:
Así lo leemos en su entrada de Semana Santa:
«La soberanía popular es trinitaria. El Padre es la soberanía popular como tal, que es la fuente de sus dos hipóstasis o actualizaciones: el Estado y el mercado. El estado es el Hijo, una realidad encarnada que con frecuencia está personificada, literalmente, en un individuo concreto (la cabeza del Estado). El mercado es el Espíritu Santo, una entidad más sombría que trabaja principalmente a través de efectos indirectos, la distribución de roles y regalos.
Esta Trinidad comparte una naturaleza divina única en la que todos manifiestan libertad, aunque cada uno a su manera particular. La soberanía popular representa la pura libertad, sin mediación y como tal: nunca puede ser actualizada por completo en el mundo finito. El mercado nos da la libertad en forma de elección, allí donde el Estado nos la ofrece en forma de decisión.»