A mediados del año pasado la cargada agenda electoral dejó de lado la ley de Canon Digital que impulsa en el país Sadaic y los senadores Miguel Ángel Pichetto y Rubén Giustiniani. A fines de año hubo embestidas similares en España y Estados Unidos: las nefastas leyes Sinde, Sopa, Pipa, etcétera; incluso Twitter, la red de microblogging protestante (iconoclasta y prestigista), habilitó la censura de contenidos según el país. Y hace dos semanas el FBI, una agencia federal estadounidense, detuvo por piratería y fraude a Kim Dotcom, el potentado dueño de Megaupload, uno de los sitios de almacenamiento de archivos más populares del globo, que vive en Nueva Zelanda (es como imaginar que la Federal detiene a un directivo de Shell en Londres por violar leyes antimonopólicas en Argentina). Parece que estamos ante un umbral y que las futuras generaciones acaso ya no conozcan la internet tal como la conocemos hasta ahora.
Kim Dotcom, foto de AFP.
Poco después de que se conociera la detención de Dotcom –a quien el blogger español Leónidas Martín Saura señala como uno más de los zares capitalistas, en otras palabras, un pirata tal como lo son Bill Gates o el finado Steve Jobs–, el sitio TechCrunch publicó una nota en la que señalaba la particular saña del FBI contra Megaupload y esbozaba, citando las fuentes debidas, una teoría: el cierre del sitio –porque, a todo esto, es un sitio popular pero de ninguna manera el único que ofrece almacenamiento masivo de archivos– podría deberse al proyecto de Dotcom de poner en línea el almacenador de música Megabox y DIY, un servicio de distribución de ganancias entre artistas, aún entre aquellos que ofrecieran su material para descarga gratuita, lo que vendría a desbancar la industria musical tal como persiste hasta ahora (es decir: grandes ganancias para las compañías, poquísimas para el creador y amurallamiento tras los derechos de autor).
El sitio TorrentFreak (lugar imprescindible para saber qué descargar y a través de qué servidores para todos aquellos que usamos intercambio de archivos par a par vía Torrent) informó por primera vez sobre este proyecto en diciembre de 2011. Según Dotcom, Megabox iba a ser un competidor directo de iTunes, incluso ofrecería películas gratis a través de Megamovie, sitio que se lanzaría en 2012 y sería una suerte de cine digital.
“En teoría –leemos en TorrentFrek–, el creador del contenido podría subir sus videos a Megabox y tendría el 90% de las ganancias por la venta del producto, que se pagaría con otro servicio de pago local llamado Megakey”. Dotcom había declarado: “Vamos a pagar a los artistas, incluso si se trata de descargas gratuitas. El modelo de negocio Megakey ha sido probado con más de un millón de usuarios y funciona”.
Asimismo, TechCrunch muestra algunos números: Megaupload era lo suficientemente grande como para salir airoso con su plan de Megabox. Antes de cerrar el sitio estaba en el lugar número 13 entre los más visitados de la internet global, contabilizaba el 4% del tráfico mundial de la red y contaba con 180 millones de usuarios registrados y más de 50 millones de visitas diarias. Además, Megaupload era un servicio confiable para muchos artistas que distribuían su trabajo en la red.
Lo que por lo visto no funcionó es pretender quitar del medio a la industria musical, que habría llamado al FBI y puso tras las rejas al gordito de Megaupload, acusado de fraude organizado, lavado de dinero y varios cargos de piratería.
A una escala muy distinta, el sistema de Megabox-Megaupload es el que plantea Hernán Casciari con su revista Orsai –comentado en su momento en este mismo espacio–: “Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero le pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los .pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en internet. Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil”, explica Casciari y reflexiona: “Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra».
El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal. El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar. No es responsabilidad de los lectores que no pagan que un autor sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan”.
El director de cine Jim Jarmusch publicó hace muy poco en su sitio una especie de declaración de principios que reza “Robá de cualquier parte” y culmina con la cita de Jean-Luc Goddard: “No importa de dónde tomaste las cosas, sino de adónde las llevás”.
En estos últimos años, los que vemos series y películas por internet, series y films que no sólo no tienen fecha de estreno en el país, sino que, cuando llegan, los miserables distribuidores de cable locales fraccionan a precios obscenos o que, seguramente, no se estrenarán ni se conocerán en ningún formato, hemos asistido a un reparto de dones inédito: desde los generosos “subidores” que graban la serie en su lugar de emisión, le quitan los comerciales y las suben en alta definición hasta los traductores como los de Argenteam o subtitulos.es (“Difunde la palaba”), que se encargan cada noche de poner en español lo que estaba en inglés, alemán, sueco o japonés y, también, los que toman uno de estos subtítulos y lo corrigen, y lo vuelven a subir, y discuten lo apropiado o no de traducir tal o cual frase. Debe haber oportunistas, claro; pero la sola acción de “subir” ciertos materiales implica la mayoría de las veces un compromiso de capacidades e intereses que sólo un burro o un cínico tildaría de piratas.
El sitio TorrentFreak (lugar imprescindible para saber qué descargar y a través de qué servidores para todos aquellos que usamos intercambio de archivos par a par vía Torrent) informó por primera vez sobre este proyecto en diciembre de 2011. Según Dotcom, Megabox iba a ser un competidor directo de iTunes, incluso ofrecería películas gratis a través de Megamovie, sitio que se lanzaría en 2012 y sería una suerte de cine digital.
“En teoría –leemos en TorrentFrek–, el creador del contenido podría subir sus videos a Megabox y tendría el 90% de las ganancias por la venta del producto, que se pagaría con otro servicio de pago local llamado Megakey”. Dotcom había declarado: “Vamos a pagar a los artistas, incluso si se trata de descargas gratuitas. El modelo de negocio Megakey ha sido probado con más de un millón de usuarios y funciona”.
Asimismo, TechCrunch muestra algunos números: Megaupload era lo suficientemente grande como para salir airoso con su plan de Megabox. Antes de cerrar el sitio estaba en el lugar número 13 entre los más visitados de la internet global, contabilizaba el 4% del tráfico mundial de la red y contaba con 180 millones de usuarios registrados y más de 50 millones de visitas diarias. Además, Megaupload era un servicio confiable para muchos artistas que distribuían su trabajo en la red.
Lo que por lo visto no funcionó es pretender quitar del medio a la industria musical, que habría llamado al FBI y puso tras las rejas al gordito de Megaupload, acusado de fraude organizado, lavado de dinero y varios cargos de piratería.
A una escala muy distinta, el sistema de Megabox-Megaupload es el que plantea Hernán Casciari con su revista Orsai –comentado en su momento en este mismo espacio–: “Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero le pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los .pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en internet. Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil”, explica Casciari y reflexiona: “Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra».
El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal. El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar. No es responsabilidad de los lectores que no pagan que un autor sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan”.
El director de cine Jim Jarmusch publicó hace muy poco en su sitio una especie de declaración de principios que reza “Robá de cualquier parte” y culmina con la cita de Jean-Luc Goddard: “No importa de dónde tomaste las cosas, sino de adónde las llevás”.
En estos últimos años, los que vemos series y películas por internet, series y films que no sólo no tienen fecha de estreno en el país, sino que, cuando llegan, los miserables distribuidores de cable locales fraccionan a precios obscenos o que, seguramente, no se estrenarán ni se conocerán en ningún formato, hemos asistido a un reparto de dones inédito: desde los generosos “subidores” que graban la serie en su lugar de emisión, le quitan los comerciales y las suben en alta definición hasta los traductores como los de Argenteam o subtitulos.es (“Difunde la palaba”), que se encargan cada noche de poner en español lo que estaba en inglés, alemán, sueco o japonés y, también, los que toman uno de estos subtítulos y lo corrigen, y lo vuelven a subir, y discuten lo apropiado o no de traducir tal o cual frase. Debe haber oportunistas, claro; pero la sola acción de “subir” ciertos materiales implica la mayoría de las veces un compromiso de capacidades e intereses que sólo un burro o un cínico tildaría de piratas.