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martes, 1 de octubre de 2013

goodbye breaking bad

La última temporada de Breaking Bad, que Vince Gilligan –un guionista y director muy comprometido en los 90 con los guiones de X-Files–, desarrolló por momentos como si se tratara de un western, tuvo siempre un especial cuidado en la puesta en escena, es decir en el diseño y duración de los planos. En estos últimos seis episodios, sin embargo, confirmó la tendencia según la cual el cine es hoy el que vemos en este tipo de producciones para televisión: no sólo tuvo detalles impecables, también los episodios fueron dirigidos, entre otros, por Rian Johnson, acaso uno de los directores más prometedores de los últimos tiempos de quien vimos en Argentina Looper, estrenada el año pasado.
En los ocho episodios finales Walter White transporta sus millones en barriles como si se tratara de un cadáver, de hecho, son los mismos barriles en los que disolvió cadáveres en ácido en temporadas anteriores. Ese muerto que el ex profesor de secundario lleva a rastras es, como dirá varias veces y lo remarcará en el episodio final frente a sus ex compañeros de universidad –hoy dos millonarios dedicados a la industria química que quieren deshacerse de su pasado junto a White donando 28 millones de dólares para ayudar a adictos a la metanfetamina–, el fruto de su “trabajo”.
Como ya lo expusimos aquí, Breaking Bad es, con todos sus matices, una serie sobre qué es el dinero y el trabajo en un mundo narcocriminalizado. En otras palabras, una serie que se pregunta cuál es la diferencia entre el dinero habido por la industria farmacéutica, el de la droga o el de las armas. Entre otras cosas acaso más importantes, como la forma en que se construyen los relatos.
"I did it for me. I liked it. I was good at it. And I was really... I was alive."







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