Páginas

miércoles, 28 de noviembre de 2012

prosopopeya


Desde el programa De Ushuaia a La Quiaca me invitaron a participar de su sección El escritor, el músico y el bar. De modo que me facilitaron una velada sin cargo en El Aserradero y allá fui. De vuelta tenía que escribir una crónica sobre eso que había visto. Se puede leer también acá (aunque sin enlaces).
Aldana. Foto de su perfil en MySpace.

No sé quién canta en el disco que han puesto de fondo, pero me suena algo en un rango de canción muy amplio, que me recuerda aquél disco de Caetano Veloso de mediados de los 90 que tantas y lamentables réplicas tuvo en estos años. Pero me gusta el lugar.
El Aserradero, al que llego por primera vez, es un lugar acaso anacrónico –y el anacronismo es para mí un lugar de resistencia y de encanto–: entre peña, bar y cantina. Las empanadas son exquisitas y por “vino de la casa” ofrecen un tinto fresco y generoso. Hay algo amable en todo eso y lo agradezco. Amable acaso por anacrónico: sólo hace falta estar ahí, elegir unas empanadas, una calabacita rellena y acompañar en silencio al cantor que está enfrente con una guitarra. Más tarde, al final de mi velada, anunciarán a un cuarteto de tres guitarras y voz que hace milongas y vino de Paraná. No me queda claro, pero me hago la idea de que los tipos pasaban por Rosario, fueron hasta El Aserradero y pidieron permiso para subirse al escenario. Cuando nos vamos, es decir, cuando mi esposa y yo salimos ya del local, los escucho todavía hacer unas cosas que me recuerdan a Daniel Melingo, acaso menos reo, con las cuerdas bien sincopadas y la franqueza de los octosílabos que silban en la noche la música de la lengua del Río de la Plata.
¿Cuántos somos en el bar? Unas 50 personas. Hay lugar entre las mesas. Mario Díaz, la atracción principal de la noche, tiene algunos seguidores, un tipo gigantesco y joven que está con la novia en la mesa adelante nuestro y le hace fotos de vez en cuando. Pero antes de Mario Díaz canta Aldana Moriconi. “Me cae bien”, dice mi esposa. Y es cierto, es difícil no simpatizar con una persona así. Con su enorme sonrisa nos muestra un paredón de dientes blancos. Flamea en el taburete cuando canta y nos caga a gritos. Tiene el micrófono agarrado con cierta delicadeza, no como los rock singers, que se aferran con el puño cerrado sobre el micrófono como si fuese la última pieza que los sostiene sobre la tierra. Aldana apoya el pulgar por debajo del cuerpo del aparato y deja las yemas de los otro cuatro dedos anclados sobre la parte superior, casi como si fuese una flauta. Y entonces sí, recoge el aire de abajo de su cintura, levata el cuerpo y clava unas notas altísimas a grito pelado. Hace temas del repertorio “universal-argentino” (el término es a medias de mi esposa): es decir, unas canciones que a fuerza de estar “bien” cantadas podrían ser de cualquier época, cualquier lugar del país o del mundo. “Barro tal vez” (que el pianista respeta en su simpleza y delicadeza), la canción del remanso Valerio, de Jorge Fandermole (infaltable, casi como una declaración de principios) y así.
Los alaridos de la señorita Moriconi, contrariamente a lo que podría esperarse, vuelven anodinas las canciones, incluso aquellas que nacieron del modo insustancial y laborioso con el que suelen fabricarse las canciones en cierta tradición rosarina.
Entonces sí, viene Mario Díaz con su guitarra. Parece que el señor Díaz estuvo comiendo canelones en casa de la señorita Moriconi y lo menciona en el escenario. Intercambian comentarios acerca de la comida, de su hechura y de lo bien que se la pasa uno comiéndosela.
Mario Díaz es de Huinca Renancó (al sur de Córdoba) y trae con su guitarra canciones de todo el país. Cuenta la historia de cada canción y menciona los poetas que le acercaron una letra, las circunstancias de esa composición, como una zamba que una pareja se pone a bailar en un sector de mesas vacías, o el encuentro entre un letrista que llegó hasta su puerta para alcenzarle unos versos para un huayno. Estoy encantado. Desconozco casi todos los temas, salvo el primero, una de esas cosas horribles que hace Litto Nebbia –cuya grandeza no pongo en dudas como sí su capacidad para filtrar su producción: uno tiene que buscar los temas buenos entre toneladas de grabaciones que se parecen a veces al discurso de un loco– y que Díaz canta casi con devoción. Dice, incluso, que su último trabajo grabado se llama Nebbiando. La debilidad de Díaz es Nebbia, sin dudas. Tomó el dubidú larai larai con el que Nebbia comenzó a acosarnos en los 80 y así.
Mario Díaz. Foto de Redacción 351.

El canto de Díaz es sereno, pero también ostenta algunos tecnicismos (además del dubidú, claro) y unos agudos que pisan el falsete. Acaso por ser del interior verdadero (Rosario es un margen, antes que un interior), me formulo la teoría acaso estúpida de que Díaz oficia también de recopilador en su espectáculo: esto lo hice con un poeta de Neuquén, esto con un jujeño, esto con un santiagueño, y así cobra cierto cuerpo un país que, al menos para mí, fue siempre una suerte de literatura. No llega a ser un mapeo, sino eso, un cuerpo que se mueve en la penumbra.
Luego está esto de “los poetas”, es decir, esas manos que han puesto letras a las canciones. Recuerdo en particular una (porque iba a tomar nota con el Evernote del telefonito inteligente, pero temí que pensaran que era uno de esos imbécles que va a un show y se pasan la noche texteando o mandando tuits, de modo que no anoté el repertorio): “El árbol de mi patio”, del poeta pampeano por adopción (nació en Acebal, Santa Fe) Edgar Morisoli y música del mismo Díaz. El recurso que ejemplarmente gobierna estas letras es la prosopopeya (la personificación, como la llamábamos en la escuela): el árbol nos comenta cosas, lo mismo que el viento y otros seres inanimados. No digo que no salga buena poesía del discurso de las plantas, los minerales o las flores, pero a mí se me hace que eso doméstico que el folclore –o cierto folclore– encuentra como reemplazo del gran canto del campo una vez terminada su epopeya hace ya varias décadas, no parece transmisible en experiencia, sino en estos restos de nostalgia que hablan de patios y plantas que señalan un pasado, un momento de esplendor. ¿Por qué ya nadie puede decir “yo” en las canciones?
Pero esto, además, viene pegado al tema del canto: tengo la idea de que ese canto hinchado de técnicas que en el mejor de los casos aspira a los trucos de la bossa nova o el amaneramiento de algunos géneros brasileños es el síntoma de decadencia y final. No conozco cantores ni leyendas populares que hayan “cantado” del modo que suelo escuchar en estos casos. Cantar, en la tradición folclórica, es hallar la música del habla; cuanto más lejos del habla y más próximo a eso que se entiende por “canto” –hablo de música popular: Yupanqui, Zitarrosa, Bob Dylan o Paolo Conte, lo mismo da–, más sospechoso o incierto me parece el resultado (la caricatura de toda esa movida podrían ser los Zupay, descriptos dicen que por Borges en la pregunta: “¿Cuáles, esos que uno cristiano canta y otros de atrás le hacen burla?”).
Pero quién sabe. Una canción que encuentra a su público sigue siendo, más allá de mis pobres ilusiones, un misterio digno de contemplar.
Antes de irme saludo con efusión a Mario Chiappino, el dueño de El Aserradero. Hasta el año 2000 trabajábamos en el desaparecido diario El Ciudadano, cuando cada noticia traía la buena nueva de ese periódico que crecía. Él hacía las noticias de la región y se reportaba con Chacho Pron en la oficinita que estaba como en un entrepiso del edificio de la calle Dorrego, en el que Chacho respiraba los cigarrillos negros que fumaba Manolo Robles. Me alegro de verlo a Chiappino en este lugar.

martes, 27 de noviembre de 2012

ética del tiempo



 Looper, Rian Johnson (2012).

Siempre pienso en aquella definición del tiempo, tan onotológica, en las Confesiones de San Agustín: el pasado es lo que ya no es; el presente, lo que debe dejar de ser; el futuro lo que aún no es. Claro que Agustín establece una exégesis y una moral en esa definición: para que el tiempo suceda, algo debe originarse en el futuro, empujando hacia el presente ese algo que, indefectiblemente, se deshará en el pasado. Y en lo moral: dejar las cosas en el pasado es una decisión que debe atender, sobre todo, ese origen, esa fuente del tiempo que está en el futuro. La máquina del tiempo, de Herbert George Wells, señalaba esa decisión moral pero de un modo positivo, casi pedagógico. Nuestro héroe elegía marchar con un par de libros para civilizar a la devastada humanidad futura. Volver al futuro, en cambio, se encargaba de un asunto casi técnico: la imposibilidad de cruzarse con ese doble de uno en el pasado, la necesidad de modificar ese pasado de modo de mejorar el presente según los valores de la libre empresa y el capital, la máquina del tiempo y su funcionamiento, etcétera. Terminator fue el primer film en hacer del tiempo un espacio para la ética: el héroe debe decidir aquí como sus acciones pueden modificar un futuro no para que éste se cumpla, sino para que ingrese en la categoría de pasado. En otras palabras, una vez que el futuro nos alcanza, ya es pasado y la peor de las tentaciones podría ser quedar aferrado al pasado. Por eso futuro y apocalipsis (que significa revelación) están siempre vinculados. Porque, volviendo a San Agustín, si ese acontecimiento que genera el tiempo en el futuro es el Advenimiento de Cristo, el pecado más grande consistiría en convertir ese acontecimiento en pasado.
Esto volví a pensar cuando vi Looper hace poco más de una semana. Lo pensaba porque la decisión final que debe tomar el héroe se parece a una decisión trágica y allí, uno que son dos y, en realidad, son tres (otra vez la metáfora trinitaria: el del presente, el del futuro y ese que quedó cancelado en el encuentro de estos dos), debe elegir entre el pasado y el futuro. Cuento (voy a copiar para no perder tiempo redactando): «Looper es un thriller futurista que tiene como uno de sus dispositivos el viaje en el tiempo. En el futuro, el dispositivo sólo es utilizado por los criminales, que envían al pasado a quienes quieren ejecutar. En el pasado los espera un “looper”, un tipo que, no bien se materializa el blanco delante de sus ojos, lo asesina y luego hace desaparecer el cadáver de alguien que, técnicamente, no existe. El cuerpo lleva consigo una serie de barras de plata, la paga del “looper”. El trabajo es rutinario, burocrático, impersonal, y está controlado por un tipo venido del futuro que hace las veces de gerente de sucursal o algo así. Pero una vez –sólo una vez– el “looper” recibe unas pesadas barras de oro. Es porque al que acaba de matar es a sí mismo, pero treinta años más viejo. El sistema obliga a no dejar rastros. Por eso “looper” (por “loop”, en inglés “bucle”). Cuando eso sucede, el “looper” se retira joven y tiene tres décadas para gozar del retiro. Y cuando alguno intenta escapar, las consecuencias son terribles».
O sea que el looper “actual” (Joseph Gordon-Levitt) y su yo 30 años más viejo (Bruce Willis) se enfrentan por su visión del tiempo: para Gordon-Levitt el futuro sigue siendo el origen, la génesis de su presente, va hacia la luz, para decirlo con una frase vulgar. Para Willis, que se aferra a eso que vivió (en el futuro, pero eso no importa, recordemos: una vez presente, el futuro ya se encamina hacia el pasado; ergo: sólo puede ser futuro lo no revelado), el futuro ya no existe.
Creo que las series –que no son muchas– que abordaron de algún modo este tema, también señalan este enfrentamiento y ninguna puede escapar a los parámetros o, mejor, a la ejemplaridad de Terminator.
El caso más notorio es Continuum (que acaso para mayo de 2013 tendrá una segunda temporada): la policía heroína arrastrada hacia el presente con un grupo de terroristas, intenta desbaratar en este tiempo los orígenes de esa banda, aunque sabe que ello puede significar la disolución de su familia en el futuro. Pero también Lost, o la fallida Flashforward, etcétera: en todas alguien convierte algo, un momento, un lugar, una relación en pasado para aferrarse a ello y hundirse; mientras que su opositor (o adversario) intenta resguardar devolviéndolo al lugar de lo no-revelado.
Entonces vuelvo a preguntarme –ya que hablamos de Lost y su retorno a la utopía de los 70 con la Iniciativa Dharma– ¿por qué el afán de ciertas series de regresar al pasado? Mi humilde teoría es que los regresos se producen a tiempos liminares: no sólo Lost regresó a los 70, también películas y series, porque los 70 fueron el último momento del siglo XX en el que se construía o se creía en un futuro. Los actuales regresos al presente señalan, en todos los casos, el gran momento de la conciencia de que no habrá un futuro o, para usar las palabras de Gabriela Massuh, nos toca vivir los tiempos en los que el futuro es un objeto de museo.
En todos los casos, con mayor o menor destreza, lo que se señala es esa relación “ética”, hasta moral con el tiempo de la que hablábamos al principio. Por eso es ejemplar el final de Lost: la gran reunión en la nave de la iglesia, vivos y muertos, para retomar ese viaje que dejó en suspenso la nave caída en la isla.
 Final de Lost.

sábado, 24 de noviembre de 2012

adoquín del sur: mujeres en paisaje

adoquín del sur: Mujeres en paisaje: Con la muestra “Mujeres entre las ciudades y las sierras” Chabi (Isabel Isla Blum) expone por vez primera en su ciudad natal, luego de habe...

martes, 20 de noviembre de 2012

el ángel de la historia


Esta y todas las fotos pertenecen a Raúl D'Amelio.

Salvo excepciones, como la del año 2004 y durante el III Congreso de la Lengua, cuando el entonces saludable gobierno español puso varios miles de euros para mostrar en el Museo Histórico Provincial Julio Marc (en Rosario, junto al laguito del Parque de la Independencia) la exposición de Ramón Gómez de la Serna, hasta ahora esa institución no había mostrado o, mejor, revisado, nada de su agitado pasado. Pero este jueves (22 de noviembre a las 19.30) la muestra Arte Colonial parece reunir y señalar en las piezas del siglo XVIII un relato distinto que intenta inaugurar nuevas lecturas en torno el nacimiento mismo de la colección y el museo.

Tales piezas son pinturas, platería, imaginería y mobiliario, que incluye un frontal de altar de un convento franciscano de Lima y tabernáculo de plata realizado para un iglesia de Puno, en el que celebrara misa el papa Juan Pablo II cuando visitó Rosario en 1987; junto con un retablo de madera del siglo XVIII del área surandina: dos de los “objetos” más imponentes de la colección que construyeran Ángel Guido –si se observa bien se ve la familiaridad entre el edificio de la institución, que él creó, y el Monumento Nacional a la Bandera– y Julio Marc.

viernes, 16 de noviembre de 2012

la modernidad envejecida de rosario


Paulina Scheitlin, "Peletería".

Luis Vignoli, "Barra".

La Editorial Municipal de Rosario continúa con su tarea de refundación de la ciudad, en términos simbólicos, se entiende. A las colecciones de literatura (que incluyen clásicos rosarinos, premios de poesía, novela y, recientemente, novelas breves con dos inmejorables libros) sumó hace tiempo los libros de fotografías. También, con clásicos, como las del Rosario decimonónico, las de Joaquín Chiavazza de los 60 o las de los nuevos fotógrafos que replicaron un volumen histórico de la Biblioteca Vigil. Este miércoles presenta dos nuevos tomos que registran la ciudad desde cierto margen: no por marginales, sino por enmarcar un fuera de centro.
Así, este 21 de noviembre a las 19 en el CEC (Paseo de las Artes y el río), la EMR dará a conocer, a modo de inicio de una nueva colección cuyo equivalente podrían ser los volúmenes de crónicas (los libritos naranja), La Noche, de Luis Vignoli, y El Centro, de Paulina Scheitlin. Dos libros muy distntos entre sí que incluso contaron con la edición fotográfica de la artista y fotógrafa Lila Siegrist, además del equipo de la editorial encabezado por el escritor Oscar Taborda.

El centro
El libro de Scheitlin recoge la serie de fotografías que la autora hizo a lo largo de varios años sobre los rincones “envejecidos” del centro rosarino. Es decir, el diseño de una ciudad es una pantalla política: nos muestra las decisiones políticas, el modo en que su élites y su gente habitó un espacio y peleó por él; nos muestra qué fue considerado central, qué quedó relegado a los márgenes; qué de aquél centro no pudo sobrevivir a las nuevas centralidades y así permanecen como flecos, irradiando una suerte de penumbra sobre el espacio mutante de lo central.
La técnica de Scheitlin consiste en pasar desapercibida mientras dispara con una Canon analógica que hay que enfocar a mano sobre hoteles sin estrellas, lavanderías, viejas galerías, boliches, verdulerías o en la calle; desde el colectivo, sin que los sujetos en el cuadro sospechen que están siendo fotografiados: esas escenas de una ciudad desangelada son parte de algo bello. “La belleza estaba en todas partes”, como decía una frase de Virginia Woolf que Scheitlin citó en una muestra suya.
Las imágenes tienen muchos tubos fluorescentes, espejos manchados –como desteñidos–, vidrieras que conocieron días mejores, gente sola en los bares, en un mostrador. Esos espacios, declaró una vez la fotógrafa, “son realmente el espíritu de la ciudad”. Scheitlin no usa flash y la luz tiene cierto tono uniforme, como si fuesen tomadas detrás de un vidrio como muchas de las escenas de las fotos. Parecen pinturas y siempre recuerdan al observador el manto de penumbras que rodea a todo lo que se erige contra el tiempo

La noche
Las fotografías de Luis Vignoli son parte del enorme archivo que el fotógrafo tiene de cuando recorría con su cámara los boliches, discos y locales bailables alternativos de la larga noche de los 90 en Rosario y al tiempo que Vignoli trabajaba para revistas sociales.
Cuando el fotógrafo expuso esas fotos, hace poco más de un año, la gente que estaba en la inauguración se buscaba en las fotografías. Hubo quienes alzaronn una criatura para que vea a mamá en una mesa, rodeada de chicas, con dos galanes parados atrás, sosteniendo unas latas de cerveza con el viejo diseño de Quilmes.
Lila Siegrist, quien rastreó registros rosarinos de gente bailando en la noche hasta una revista del año 1948, anota a propósito de este libro: “El material de espurio de las revistas de vida social, de la noche y la moda de los años noventa conforma el repertorio de La noche de Luis Vignoli, donde el estándar esperado por esas publicaciones está apenas corrido para ubicarse en el sector de lo impublicable. Así es como Luis comienza a producir un cuerpo de obra a partir del remanente visual de una noche plagada de contradicciones amorosas y visuales, de brillos y sombras, tan propios de aquellos años en que se enmarca este recorte epocal: 1990 y 1998”.

Luis Vignoli, "DJ"; Paulina Scheitlin, "Bar". 

La noche, Luis Vignoli. Rosario, 2012, EMR. 60 páginas, 18 x 15 cm.
El centro, Paulina Scheitlin. Rosario, 2012, EMR. 56 páginas, 18 x 15 cm.
Ediciones de 500 ejemplares. (Tipografía Rosario, www.omnibus-type.com.) Precio: $ 50. Dónde conseguirlos: Stand de la emr (peatonal Córdoba y Corrientes). Oliva Libros - Entre Río 548. Buchín Libros – Entre Ríos 735. Peccata Minuta – Pasaje Pam. Club Editorial Río Paraná – Velez Sarfield 395.

martes, 13 de noviembre de 2012

full paraná metal jacket

Me recuerda aquella máxima de Wallace Stevens: "La realidad es sólo la base, pero es la base". La presidenta, a quien seguiríamos con gusto de no ser por estos detalles, estuvo este lunes en Villa Constitución. Al lado del metalúrgico Antonio Caló, se jactó de estar más cerca de los trabajadores que aquellos gremialistas que terminan perjudicando a los mismos obreros... y así. Pero sería una estupidez detenerme a dar mis argumentos cuando tenemos a mano esta brillante radiografía del caso Paraná Metal que escribió nuestro amigo Germán de los Santos en Cruz del Sur:



El revés de la trama

«La larga historia que encierra Paraná Metal, con parvas de anuncios que hasta ahora navegaron en potencial, actúa de contención al discurso de la presidenta Cristina Fernández de proferir como un hecho la reapertura de la fábrica que nació a fines de los 50 como Acinfer. La planta, que se originó como una firma satélite de Acindar pasó de ser una de las fundiciones más importantes del país, con más de 1300 trabajadores, a una industria abandonada como hasta hace poco, con 149 personas con tareas de mantenimiento asignadas.

lunes, 12 de noviembre de 2012

pensar la fe


El teólogo gallego Andrés Torres Queiruga estuvo en Rosario a fines de septiembre, donde el arzobispado le prohibió dar una charla dentro de su ámbito por no coincidir con sus opiniones. Sin embargo, el español habló para una nutrida concurrencia en el CMD Noroeste, donde dijo: “Todos tenemos derecho a razonar nuestra fe”.
Imagen tomada del blog Hora de verdad.


Cayó la tarde en el auditorio del Centro Municipal de Distrito Noroeste, en Provincias Unidas y Junín. Una de las empleadas no sabe quién es Andrés Torres Queiruga, pero dice que el auditorio está lleno y, como en la pregunta escuchó “conferencia del teólogo”, agrega: “Ah, sí, vimos pasar unas monjas”.

viernes, 9 de noviembre de 2012

poesía rusa

 Con Natalia Litvinova nos hemos escrito en este mismo espacio. La leíamos en sus blogs de traducciones y poesía. Luego la conocimos cuando vino al XIX Festival Internacional de Poesía, el año pasado. Entonces nos enteramos que de tener una "s" entre la eme y la a, nuestro apellido estaría vinculado a Moscú. Sin la "s", apenas a la amapola... Entonces, como en la canción de James Osterberg, "who would believe a little rose".
Este sábado vuelve a Rosario para leer su poesía junto con Javier Galarza con quien, a su vez, ha desarrollado un seminario sobre "Paul Celan y la poesía rusa". 
La cosa será en el bar Jekyll y Hyde (Mitre 343, esquina pasaje Zabala) este sábado 10 a las 19 en una edición especial del ciclo Timia, que organiza Ale Méndez.

jueves, 8 de noviembre de 2012

semillas suicidas


Había leído bastante sobre su novela anterior, La intemperie, que recién empecé ahora como si buscara permanecer en la atmósfera en la que me sumió La omisión, segunda novela de Gabriela Massuh, que leí con alguna demora, preguntándome a veces si no se trataba, al fin y al cabo, de una de esos coqueteos de clase con la literatura al modo en que Jauretche –según recuerdo lo poco que leí de Jauretche y porque no me acuerdo del argumento de David Viñas– habla de Beatriz Guido ("la escritora del medio pelo"). Es decir, sospeché en algunos pasajes que la autora ponía a su narradora a discurrir sobre demasiadas cosas que tienen que ver con el gusto y las preferencias de cierta clase social alta. Así como hallé otros párrafos que me desvelaron. Pero, me dije al cabo de unas páginas, ¿no son esos detalles en torno a las preferencias de una clase lo que hacen a cierto kitsch argentino? La omisión transcurre así entre varios círculos: la intimidad de una mujer mayor que enviudó hace poco y se queda sola en su coqueto departamento, con su empleada doméstica –los hijos hacen su vida, se han vuelto casi extraños–, el recuerdo y la amistad con una compañera de la facultad, la noticia de que su esposo llevaba una doble vida, la memoria de una infancia en el campo... Como veo que ha sucedido antes, La omisión vuelve a "cifrar" la política: "¿soja o infancia?", como señala María Moreno en la contratapa.
Por ahora quería citar este diálogo entre Matilde (la protagonista) y Sara, la amiga reencontrada, que, como la charla del final del libro, es maravilloso:
«—Yo sé muy bien que a los sojeros de aquí se les hace agua la boca hablando de las bondades de la sociedad del conocimiento. ¿Qué patraña es esa, de qué me están hablando? (...) Eso dicen. Yo misma lo vi por televisión a ese Soropol, Logrópoto, Porotel, Robocop o como se llame. Decía "Exportamos conocimiento a Venezuela" y se sentía Einstein. Se refería a esa semilla maldita, la terminator, esa que se suicida. Porque hay una semilla que se suicida, ¿no?
—Sí, una semilla manipulada para que no dé fruto (...).
—Mirá si no me doy cuenta de lo que pasa. Buen futuro nos espera si el conocimiento se concentra en una semilla suicida... –Matilde había empezado a divertirse–. La semilla Robocop.
—Hablando en serio, ¿sabés lo que yo pienso? –preguntó Sara.
—No, decime.
—Que la soja es la gran venganza del peronismo contra la clase ganadera tradicional.
(...)
—¿No te parece una buena idea construir un museo del futuro? –dijo Sara de pronto–. (...) Como el futuro dejó de existir, bueno sería dedicarle museos y monumentos para que las generaciones futuras se enteren de cómo era.»
Acá creemos que ese museo son las series.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

daniel garcía's corpus


Daniel García, ya lo dijimos, el mejor artista de Rosario de la contemporaneidad, inaugura este viernes su muestra Corpus en el edificio del ex banco Nación, ahora el Espacio Cultural Universitario (en San Martín entre Córdoba y Santa Fe: cero información en la web).
Por qué nos gusta tanto García es difícil de dilucidar. Qué hallamos ahí es otra cosa: Daniel García ensaya, a veces con la engañosa simpleza con la que usa su nombre, la tarea de darle cuerpo a las "cosas" que pinta. La máxima de Magritte ("Esto no es una pipa"; es decir, es la imagen de una pipa) pierde todo valor acá: García procede como los iconógrafos y practica la iconofilia. "Esto es un cuerpo", podría decir, porque su original se ha perdido.
Pero para qué abundar si tenemos a mano el texto que escribió Daniel (sí, encima Daniel es de los artistas que escriben y, para colmo, escribe de maravillas), donde además encontramos tantas reflexiones familiares en torno al monstruo y lo que muestra. Reproducimos ese texto:

Algunos apuntes sobre Corpus
por Daniel García

“Il existe en nous plusieurs mémoires: le corps, l’esprit ont chacun la leur.” (“Existen en nosotros varias memorias: el cuerpo y el espíritu tienen cada uno la suya.”), Honoré de Balzac, Esther Heureuse

Cuerpos. Y espíritus. Al menos, dos tipos de memorias. En todo caso la cita de Balzac fue, aún antes de haberla leído, el origen de este corpus, de este conjunto de obras, que no constituyen un relato, un discurso. Por un lado, puros cuerpos, “acéfalos y sin falo” como diría Jean-Luc Nancy. Por el otro, cabezas, céfalos (kefalaí [κεφαλαί]), sin cuerpo.

sobrenatural


Conocía a Rodolfo Santullo en Maldonado. Luego él vino al encuentro de historietistas Crack Bang Boom que hace Marcelo Rizzo y ahí volvimos a vernos. Intercambiamos correos, esas cosas. A fines del año pasado me pidió un cuento para una antología de escritores argentinos y uruguayos. Le dije que sí, cómo no.. Hace poco más de un mes salió el libro, tal como lo reseña esta nota de El Observador. Leemos: «La idea surgió durante el verano pasado de la cabeza de Rodolfo Santullo. 
Escritor, guionista de historietas, docente de escritura, periodista colaborador de El Observador y gestor cultural en diversos ámbitos, a Santullo se le ocurrió la idea de reunir a varios narradores que colaboraran con un proyecto de cuentos tituladoSobrenatural
Para esto realizó un llamado a escritores uruguayos y argentinos. La consigna fue simple: había que entregar un cuento de calidad de temática fantástica y de tamaño variable (no menos de tres páginas, no más de treinta), antes del final de febrero. 
De todas las invitaciones cursadas, once escritores respondieron enviando sus cuentos. Nueve uruguayos y dos argentinos quedaron dentro  de un conjunto más o menos aleatorio y rioplatense, ya que un argentino vive en Montevideo y varios uruguayos residen del otro lado del río.  
Los argentinos son Manuel Soriano (el que vive en Montevideo) y el cordobés Luciano Lamberti. La muestra de uruguayos también es bastante representativa del territorio. Participan el sanducero Pablo Makovsky (que vive hace años en Rosario, Santa Fe), el canario Martín Bentancor, el montevideano Horacio Cavallo, el olimareño Ignacio Fernández de Palleja, el coloniense (y ex goleador de varios equipos del fútbol local) Daniel Baldi, el propio Santullo (nacido en México pero montevideano de adopción), Albérico Tajamares desde San Ramón, el otro montevideano Germán Videla, y cierra la lista el fernandino Valentín Trujillo, quien además es periodista de este diario.»
Bueno, ahora sólo falta que Marcos Vergara me entregue mi ejemplar como me dijo Rodolfo que haría.
Sobre la polémica en torno al prologuista hablaremos luego. Acá hay una reseña más sesuda. Y acá el sitio de la editorial.

martes, 6 de noviembre de 2012

"una aberración desafortunada"

Imagen tomada de 30reasons.org.

Súpermartes en Estados Unidos, Adam Kotsko, a quien sigo en An und für sich, se pregunta en su última entrada: "¿Qué es un partido político en Estados Unidos?"
Lo que escribe, salvo por la referencia a los padres fundadores, sobre aquello en lo que han devenido los partidos se parece mucho a lo que sucede, imagino, con los partidos en todo el mundo y, sobre todo, en Argentina, donde pronto empezaremos a hablar de "narcopolítica" para referirnos a todos esos partidos cuyas campañas son financiadas por narcotraficantes. Pero más allá de la anécdota, lo que Kotsko señala es, ni más ni menos, la degeneración de la política en el capitalismo tardío. La entrada también es una suerte de colofón a otra, "Garantías políticas", en la que se pregunta precisamente qué garantiza la democracia capitalista que no el comunismo. Por último, no es extraño que un intelectual formado en la teología encare este tipo de distinciones, ¿no?
Escribe:

«En este día de elecciones me encuentro desorientado en torno a qué son realmente los partidos políticos americanos. Por cierto no son partidos parlamentarios clásicos. Hay demasiados emprendimientos de negocios entre los políticos (quienes pueden elegir libremente con qué partido identificarse), y la estricta disciplina partidaria es vista, para la mayoría de los observadores, como una aberración desafortunada.

«Tampoco son órganos coherentes de ninguna clase en particular o interés ideológico. De modo más vívido, los demócratas solían ser el partido de los racistas del Sur y en las décadas recientes se convirtieron en el partido de los afroamericanos. Sólo en los tiempos cercanos los dos partidos se acomodaron prolijamente de acuerdo a un eje derecha-izquierda (de modo que cada republicano está a la derecha de cada demócrata), pero eso parece haber sucedido antes por defecto –en la medida en que los republicanos en endurecido su postura de derecha, los demócratas han absorbido a todos los demás, de modo que la incoherencia de la coalición democrática es directamente proporcional a la coherencia de los republicanos.

«Obvio que la idiosincracia de los erreglos de la constitución de los Estados Unidos es un factor enorme en estas cuestiones. Las elecciones sucesivas y los procedimientos arbirtrarios conspiran para forzar a los partidos a cooperar para que todo se haga y se milite en contra de la coherencia ideológica.

«En un sentido muy real podríamos decir que esto refleja la “sabiduría” tan pregonada de los Fundadores, quienes diseñaron la república mientras vigilaban con un ojo el peligro de las facciones. ¡Realmente no tenemos “partidos” como aquellos que encontramos en otras democracias parlamentarias –su diseño fue exitoso!

«Pero lo que tenemos en su lugar es algo incluso peor: dos aparatos por completo nihilistas y oportunistas que compiten por el poder en esos términos. Los “partidos” no buscan el poder para implementar sus programas o servir a sus electores –abogan por políticas y cortes electorales en la medida en que les permitan ganar poder. Si dudamos de esto, sencillamente podemos observar la trayectoria de Mitt Romney y su carrera a la presidencia. »  

lunes, 5 de noviembre de 2012

"mi tristeza es mía"

En un texto que recuerdo pero no podría citar, mi amigo el Director decía que toda una época había escrito esa frase de Leonardo Favio en "Mi tristeza es mía": "que nadie me hable del amor, para mí la luna es un lugar". Hoy me acordé cuando escuché la canción. Sí, y Favio también supo encarnar esa época, es decir, ponerle el cuerpo. Ahora que Favio murió los despistados de siempre van a salir a atarlo al ataúd de Leopoldo Torre Nilsson. ¿Alguien vio una película de Nilsson? Y si la vio, ¿le parece que Nilsson puede haber sido el "maestro" de Favio? Favio lo decía porque Nilsson lo llevó a filmar, le dio una mano, fue bueno con él. DE ahí en más son obras que se excluyen. Pero no era esto de lo que quería hablar... "Mi tristeza es mía y nada más".
Acá una entrevista de 2005 hecha por mi amigo Enegé y publicada en bruto en su blog.


Mi tristeza es mia by Leonardo Favio on Grooveshark

jueves, 1 de noviembre de 2012

¿hablará de la muerte?


Y resulta que ahora Tamara Kamenszain, de quien hablamos y citamos acá, va a estar en Oliva libros este viernes. La noticia me llega por correo electrónico gracias a Gilda DiCrosta, parece que en la librería la difusión se realiza mediante una de las redes sociales. Una pena.
Aprovecho para reproducir uno de los magníficos últimos textos (de 2012) de La novela de la poesía (libro que reúne la poesía de Kamenszain) en la página 373, bajo el título, precisamente, "La novela de la poesía"Dice:

¿Ya hablé de la muerte?
Murió mi hermano
murieron mis padres
murió el padre de mis hijos
tantos amigos murieron
y dije y digo que no están más.
¿Eso es hablar de la muerte?
Dejé anotado que se fueron
les dediqué libros los nombré
por sus nombres me anoticié
de que nadie me contestaba.
¿Eso es hablar de la muerte?
Ensayé todo lo que pude
insistí con estribillos ajenos
“debajo estoy yo” debajo estoy yo”
pero Pizarnik ya había nacido
enterrada Alejandra Alejandra
se hizo llamar desde chica
y eso sí que es hablar de la muerte.
Yo solamente la cito
porque nací en una generación
y eso no es hablar de la muerte
si el cuerpo camina solo
plegarse con otros al paso del tiempo
es un deporte literario:
“La muerte y la vida estaban
Otra cosa son los enfermos.
Viel Temperley se estaba muriendo
cuando escribió Hospital Británico
para encontrar en sus libros anteriores
un modo de hablar de la muerte.
En cambio cuando murió mi hermano
me dijeron que se lo habían llevado
a curarse a un hospital.
¿Eso es hablar de la muerte?
Mis padres me mintieron para que no sufriera
y ahora la que miente soy yo
esto no es
hablar de la muerte todavía
no me hice llamar
y lisas y llanas las palabras
solas se me adelantan.
Si pruebo con metáforas
la escena avanza melancólica
y un telón negro anuncia por los pliegues
que el mundo está en black out
puertas adentro de lo que nos espera.
Perlongher levantó la persiana
y en el centro de su día más claro
curado del barroco
insistió en negrita por duplicado
con un canto que no era ningún cuento:
“Ahora que me estoy muriendo”
“Ahora que me estoy muriendo”.
El poema se llama
“Canción de la muerte en bicicleta”
parece un chiste
pero no de humor negro
que quede claro:
NO DE HUMOR NEGRO.
Eso es hablar de la muerte.
Los enfermos saben lo que dicen
los que nacimos en una generación
seguimos jugando con palabras
como si tuviéramos toda la vida
por delante un cuaderno a rayas
por detrás nuestros muertos queridos
hay que seguir hay que seguir
me digo como a mi edad
se suele decir la gente
cuando habla sola
para no hablar de la muerte