Boardwalk Empire puede traducirse como Imperio de los tablones; el boardwalk del título refiere a los tablones de madera con los que estaban hechas las veredas de la antigua Atlantic City, meca del juego a principios del siglo 20, donde está ambientada la serie que lleva ese nombre y se estrenó en HBO a fines de octubre. En Argentina, donde tiene un título poco sutil: El imperio del contrabando, dejando afuera el ambiguo sentido de boardwalk, en el que se sugiere la debilidad y la familiaridad de ese imperio ya desvanecido.
Producida por Martin Scorsese (quien a su vez dirigió el piloto de casi hora y media) y escrita por Terence Winter (responsable de la ya clásica Los Soprano), Boardwalk Empire comienza con una fiesta celebrada el 15 de enero de 1920 en uno de los salones de Atlantic City para recibir el inicio de la Prohibición, o la Ley Seca (que se extendería hasta 1933). Sus protagonistas son Nucky Thompson (Steve Buscemi), su protegido Jimmy Darmody (Michael Pitt), la joven madre irlandesa Kelly Macdonald (Margaret Schroeder) y, entre otros Stephen Graham, que interpreta a un joven Al Capone, todavía un matón de poca monta, o Vincent Piazza, en el papel de un ascendente Lucky Luciano, entonces ladero de Arnold Rothstein (Michael Stuhlbarg).
Scorsese, cuyo estilo mostró siempre su fascinación por la captura de la realidad cruda (al modo de un John Cassavettes) y la maniera más florida, como la de su admirado Michael Powell, para poner un ejemplo; encuentra en el desarrollo de esta serie televisiva —de la que los ejecutivos de HBO ya anunciaron una segunda temporada— el medio ideal: alto estilo (la recreación de una época, como en Pandillas de Nueva York, La edad de la inocencia o Casino) y la cosa cruda de Toro salvaje o Calles de Nueva York. Además, la performance de Buscemi, la aparición de una nueva camada de gángsters que se abren camino en los 20 (Capone, Luciano, el mismo Darmody) favorecidos por la corrupción en torno a la prohibición del alcohol, le permite a Scorsese-Winter no sólo mostrarnos el funcionamiento de la mafia del contrabando y el juego, sino la teatralidad de una nueva especie de hombre público y de criminal, en el que siente el aliento de la Primera Guerra —pero también de la guerra en términos generales— y el desaliento del retorno a casa. Eso, más detalles que el espectador nota casi al pasar, como una orquesta de blancos que ironizan una cortejo fúnebre de una botella de bourbon con las caras pintadas de negro, o unos tipos en la vereda de tablones que llaman a unirse al Ku-Klux-Klan, o el auditorio de damas decentes que invitan a Nucky Thompson a hablar contra el alcohol; esas cosas, decíamos, más las historias individuales de personajes que son siempre —por la ciudad en la que transcurre todo, porque son los años de la inmigración, porque es el fin de la guerra—, quienes cambian sus nombres pero no su lengua —los mafiosos judíos, los contrabandistas polacos, los matones italianos—; bueno, todo eso les permite a Scorsese-Winter hablar o mostrarnos los Estados Unidos, sobre todo porque están hablando-mostrando algo que conocen: la representación, el modo en que una persona se vuelve personaje o una vida se torna novela. Ya cada vez es más frecuente que las series de televisión de nivel, como esta o como Mad Men, la citada Los Soprano o The Wire, por citar unas pocas que comparten dramatismo y calidad, esbocen un panorama histórico que de alguna manera es una lectura de la actualidad —como no puede ser de otra manera—. Boardwalk Empire profundiza esa sensación de lectura con escenas tan lejanas como familiares: la incubadora con vidriera que muestra a bebés de 500 gramos o el modo en que Thompson (Buscemi) se gana el aprecio de sus votantes. Uno siente que algo nace ante sus ojos y se abisma cuando cae en la cuenta de que todo eso nació hace mucho.
Contemporaneidad
Un asunto a desarrollar sería el de la contemporaneidad. Del mismo modo que Mad Men nos vuelve contemporáneos del futuro imaginado en los primeros 60, Boardwalk Empire nos vuelve contemporáneos, por ejemplo, de Edward Hopper, quien pintaba por esos años su serie de cuadros pos-góticos, pre-pop, como se los quiera llamar. Esos cuadros en los que los Estados Unidos hallaron su hito iconográfico, su popularidad y su intimidad, acaso una intimidad pública.
Hay algunas cuestiones que me generan dudas, y tiene que ver con determinada autoría en estas series. El ignoto David Chase pergeñó Los Soprano, y no veo en forma cristalina tal autoría en Boardwalk Empire. Sí comparto aquello que nace a nuestros ojos, y también esa forma política de hacer política, tan antigua y contemporánea. La cocina de la política se da en los burdeles, en el despacho donde transita el dinero y bajo el peso de las presiones. También veremos como en una cama se deciden los "como sigue" de las historias, y como todo es efecto de negociación. Nucky es el ejemplo más valioso y un acierto de tal elección. La maniera compositiva de la serie, es producto de varios factores y, creo, escapan al dominio de las constantes scorsesianas. Allí, donde Margaret llora tímidamente por la batalla contra el alcoholismo del marido, luego dará un memorable discurso ante los grandes hombres y mujeres de la época; allí, donde Al Capone comienza a vislumbrar el camino para su futuro ya conocido; los ejemplos son sobrados y manifiestos. Pero si algo nos subraya esta serie, es justamente en mostrarnos como el azar, la circunstancia y la oportunidad, llevó y constituyó el camino de los EEUU en esos tiempos. Entender tal recorrido construye un trazado que excede al del contrabando, para erigir un país a través de la sangre del capitalismo. Esa sangre que se esconde entre legales e ilegales, que hacen lo que pueden, hasta que riegan las calles. Todo se cocina allí en la altura, y la cámara no dejará de mostrar la desmesura de esos tiempos. Los grandes arcos argumentales enlazan los contenidos de cada capítulo y es allí donde el éxito de una serie se determina: si en Soprano los pulsos de la serie eran contundentes, en The Wire eran como un susurro: y ambos funcionaron. En esta Boardwalk Empire, y tras ver 10 de sus 12 capítulos, el tono elegíaco es el de la Historia cruzada con el melodrama que lo sostiene: de cómo Lansky salvó su vida por una decisión del momento, y como Nucky se apiada, filmado con esa manera scorsesiana, sí, pero en manos de un director menor, y sí, con esa "intimidad pública". El brillo de estas series exceden y con creces lo que destila el cine contemporáneo. A no temer que por allí, pase (aquí y ahora) lo más renovador de las imágenes contemporáneas. O el refugio donde la narración se escribe con mayúsculas.
ResponderEliminarsí, y hay algo más que, antes que comentarlo, te tiro, marcelo, esto de la fertilidad. es decir, en boardwalk empire hay algo de lo fértil de esa generación que está en escena que se juega: el hijo sordo de capone, los no hijos de nucky —quien suele detenerse a mirar a los prematuros en la vidriera de la incubadora que está junto al hotel, como si la procreación, en esa tierra de promisión, fuese un espectáculo–, los hijos adoptivos de darmody, los hijos huérfanos de mrs. schroeder... siempre hay alguna madre o un padre con un cochecito paseándose por el boardwalk de atlantic city, a la salida del hotel y, cunado no hay un crío de por medio, el guión lo resalta, como en el caso del viajante que se lleva a esa mujerzuela con pretensiones y acosa a nucky, para terminar encontrándose con el "muerto vivo" de la masacre que causan darmody y capone. es cierto, como decís, que no parece haber una autoría, que las series recuperan al fin ese "espíritu de unidad" que dio lo mejor del tango, del jazz y buena parte del cine de hollywood. lo que a mí me cuesta ver —y a la vez me fascina— es con cuántas cosas se va armando esta "visión" de la época o, en otros términos, cómo la época nos ofrece una visión de las cosas. en fin. siempre agradecido.
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