El año pasado, legisladores de Nueva Jersey y
Pensilvania propusieron legalizar en sus estados la marihuana recreativa. Se
produjo un debate. Algunos argumentaron que legalizar el porro haría que crezca
el crimen; otros, que bajara. Hay evidencia para favorecer a los optimistas: un
artículo reciente en el Journal of
Economic Behavior & Organization informa que, después de que el Estado
de Washington legalizó la marihuana recreativa, en 2012, las violaciones
disminuyeron allí hasta en un 30 por ciento y los robos, alrededor de un 20 por
ciento.
Sin embargo, también hay muchos pesimistas sobre la
legalización: muchos de ellos trabajan como agentes de la ley. Curioso por
saber sus puntos de vista, contacté a más de 75 alguaciles de condado en California,
Colorado, Maine, Massachusetts, Michigan, Nevada, Oregón, Vermont y Washington,
estados donde la marihuana recreativa es legal. (También es legal en Alaska).
De los 25 sheriffs que me respondieron, la mitad dijo que no habían notado una
tendencia, y el resto estaba seguro de que la legalización de la marihuana
había aumentado el crimen. “Podemos decir por nuestra experiencia que cada vez
que se esté cerca de la marihuana, o de la industria de la marihuana, la
probabilidad de resultar víctima de algún tipo de delito es mayor”, dijo Ray
Kelly, sargento del sheriff en el condado de Alameda, California. Paul Bennett,
capitán del Departamento del Sheriff del condado de Riverside, en California,
me dijo: “Puedo decir que los policías en las calles, y específicamente los
oficiales de narcóticos, experimentaron un aumento en el crimen violento, todo
relacionado con el tráfico de marihuana, las ventas y el cultivo, tanto legales
como ilegales”. Pregunté a los alguaciles sobre el artículo en el Journal of Economic Behavior &
Organization. “Quien le haya dado esas estadísticas está tan lleno de
basura que ni siquiera puede ver cuán ridículas son estas declaraciones, puede
citarme al respecto”, dijo Kendle Allen, el sheriff del condado de Stevens,
Washington. Frank Rogers, el sheriff del condado de Okanogan, Washington, tenía
una hipótesis diferente: “Tal vez cuando lo escribieron se estaban deleitando
con un poco del pastito verde”.
Ilustración de Nick Little en The New Yorker.
Si fumar marihuana es causa del crimen es una
pregunta importante: forma opinión sobre si fumar marihuana debería ser un
delito. Según el FBI, hubo más de 600 mil arrestos por posesión de marihuana en
2018, aproximadamente el 6 por ciento de todos los arrestos a nivel nacional.
Incluso si un arresto no conduce a prisión, crea antecedentes penales,
interrumpe la vida laboral y familiar, y acumula honorarios legales y otros
costos; además, la aplicación de las leyes contra la marihuana se centra de
manera abrumadora en las comunidades pobres de color [el “of color”, se sobrentiende
en inglés, refiere a todas las comunidades que no son “blancas”, incluye a
latinos, afroamericanos, asiáticos].
Causa y
efecto
Dada la importancia de la pregunta, es tentador
tomar partido: legalizar el porro conduce a más crímenes o no. Y sin embargo,
la verdad puede ser incognoscible. “No tenemos un buen mecanismo para rastrear
por qué una persona comete un delito”, me dijo Timothy Tannenbaum, un teniente
de alguacil en el condado de Washington, Oregón. “No estoy seguro de que la
mayoría de los datos que busca estén disponibles”. En un correo electrónico, el
portavoz del sheriff Joseph McDonald, de Plymouth, Massachusetts, advirtió que “a
menudo es difícil identificar la marihuana como la causa o el elemento
disuasorio de una conducta criminal”. Le llevé todas estas respuestas a David
Weisburd, un criminólogo de la Universidad George Mason. “Los alguaciles
plantean una pregunta importante”, dijo Weisburd. En su opinión, es probable
que los efectos de la marihuana sobre el crimen sigan siendo confusos; de
hecho, el efecto de casi cualquier cosa sobre el crimen rara vez es transparente
como el cristal.
Sabemos algunas cosas sobre las causas y la
prevención del delito. El “Manual de delitos relacionados”, de
2009, un libro de referencia compilado por tres criminólogos, enumera más de
cien factores de riesgo demográficos, económicos, relacionales,
institucionales, cognitivos y biológicos; en conjunto, sugieren que los hombres
jóvenes en tiempos difíciles se encuentran con problemas. Un informe de 2015 del
Centro para la Justicia de Brennan identifica una docena de explicaciones
plausibles para la gran disminución de la delincuencia que se desarrolló en los
Estados Unidos entre 1990 y 2010, entre ellas, más policías, una disminución en
el consumo de alcohol, una economía más fuerte y la adopción de CompStat, un
enfoque basado en estadísticas para administrar los departamentos de policía,
inaugurado en la policía de Nueva York. Pero cada uno de estos factores puede
explicar solo un pequeño porcentaje del panorama más amplio. Después de
analizar 169 estudios de criminología publicados entre 1968 y 2005, Weisburd
descubrió que, en promedio, cada estudio –a pesar de combinar muchas
variables–, podía explicar solo un tercio de los cambios que se dieron en la
delincuencia. Un informe de 2018 en la Revista
Anual de Criminología concluyó que los hallazgos en uno de cada diez
estudios de delitos no podían ser replicados, y que otro 15 por ciento eran
solo parcialmente replicables.
“El mundo es complicado”, dijo Weisburd. Muchas
personas están seguras de saber cómo reducir la delincuencia. Y promueven la
aprobación o derogación de leyes basadas en esa convicción. Pero el crimen y
las estadísticas del crimen son más misteriosas de lo que parecen.
El
crimen
El primer problema para entender el crimen es que
medirlo es más difícil de lo que se piensa. El Departamento de Justicia aborda
el problema de dos maneras. El Programa Uniforme de Denuncia de Delitos del
FBI, o UCR (Uniform Crime Reporting), solicita datos de unas 20 mil agencias de
aplicación de la ley en todo el país. Simultáneamente, la Encuesta Nacional de
Victimización del Delito de la Oficina de Estadísticas de Justicia, o NCVS
(National Crime Victimization Survey), entrevista a una muestra nacional de
unos 150 mil ciudadanos preguntándoles si han sido víctimas de un delito.
Las dos bases de datos tienen problemas. Uno obvio
es que no hay consenso sobre lo que se considera actividad criminal. En algunas
jurisdicciones, sólo los delitos dignos de encarcelamiento son considerados
crímenes. En otros, las infracciones multadas también cuentan. (¿Manejar a alta
velocidad es un delito? ¿Qué pasa con los hombres que se sientan en el
transporte público con las piernas muy abiertas –manspreading–, que tiene
multas de 75 dólares en Los Ángeles?) Como la UCR extrae sus datos de los
investigadores y el NCVS, de las víctimas, pueden presentar imágenes muy
diferentes del crimen. Según el UCR, la violación casi se duplicó entre 1973 y
1990. El NCVS, por el contrario, muestra que disminuyó alrededor de un 40 por
ciento durante el mismo período. Los investigadores de la Universidad de
Vanderbilt investigaron la discrepancia; descubrieron que en la tendencia al
alza de la UCR, los datos se correlacionaron con aumentos en el número de mujeres
policías, y con la llegada de centros de crisis por violación y reformas en los
estilos de investigación. En resumen, podría ser que un enfoque modernizado
para la vigilancia de la violación aumentara drásticamente la frecuencia con la
que se informaba al tiempo que reducía su incidencia. Pero historias coherentes
como estas solo a veces surgen de los datos en conflicto.
En 2016, un panel convocado por las Academias
Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina sobre la modernización de las
estadísticas de delitos de la nación concluyó que necesitamos incorporar datos
adicionales que complementen la UCR y el NCVS –datos más detallados y
cuidadosamente clasificados. Pero la panelista Janet Lauritsen, criminóloga de
la Universidad de Missouri, St. Louis, reconoció que recopilar e informar
estadísticas detalladas requiere recursos y capacitación que no están debidamente
disponibles en los departamentos de policía. Mientras tanto, las ideas
derivadas de un conjunto de datos a menudo resultan incompatibles. En 2007, por
ejemplo, un estudio realizado por Jessica Reyes, profesora de la Universidad de
Amherst, llegó a la conclusión de que la eliminación del plomo de la gasolina a
finales de los años setenta y principios de los años ochenta podría explicar el
56 por ciento de la reducción de la violencia del crimen entre 1992 y 2002.
(Reyes se basó en una gran cantidad de literatura que teorizó que el plomo, al
dañar el cerebro de los niños, los había hecho más propensos a convertirse en
delincuentes). Ese estudio utilizó datos del UCR. Cuando Lauritsen y sus
colegas volvieron a realizar el análisis con datos de la NCVS, se encontró que
la gasolina con plomo tenía aproximadamente cero efecto sobre las tendencias de
la delincuencia violenta.
Sistema
caótico
Incluso si tuviéramos medidas perfectas de las
tasas de criminalidad, tendríamos que ordenar la correlación de la causalidad.
El consumo de drogas puede ser un factor de riesgo para cometer un delito, un
comportamiento que se correlaciona con él y, por lo tanto, ayuda a predecirlo.
Y, sin embargo, las drogas en sí mismas podrían no ser causa del crimen. El uso
de drogas y la delincuencia pueden tener otras causas (desempleo, por ejemplo,
o falta de vigilancia). La conexión también podría ser aleatoria. Los criminólogos
algunas veces describen el crimen como un “sistema caótico”, y un sinnúmero de
factores que contribuyen a él.
El paso del tiempo hace que sea especialmente
difícil separar la correlación de la causalidad. Los estadísticos siempre están
atentos a un fenómeno que llaman “regresión hacia la media”. Si el crimen
aumenta al azar, pronto puede volver a los niveles promedio por sí solo. El
aumento y la posterior reducción pueden ser un problema estadístico. Y, sin
embargo, una intervención fortuitamente cronometrada, una nueva ley, por
ejemplo, aprobada a raíz del aumento aleatorio, puede parecer, incorrectamente,
lo que puso el crimen bajo control. “Hay evidencia empírica de esto al acelerar
la represión”, me dijo Mark Kleiman, investigador de políticas públicas de la
Universidad de Nueva York, quien murió en julio. “Normas de tráfico más duras
tienden a ser promulgadas inmediatamente después de los picos de mortalidad
carretera, y la reversión a la media hace que parezca como si esa dureza
funcionara.” La medición de los efectos de los nuevos castigos, por otra parte,
requiere averiguar si la gente los conoce. “Lo que importa para la disuasión no
es cuánto castigo realmente se aplica, sino cuánto castigo piensan que tendrán
los delincuentes potenciales”, continuó Kleiman. “Si la percepción se desentiende
del castigo, cosa que presumiblemente ocurre, entonces se tiene otro desastre
de modelo en las manos”.
Mecanismos
Los mecanismos también importan: además de saber
que algo funciona, queremos saber por qué funciona. Los autores del artículo
sobre marihuana en el estado de Washington sugieren que legalizar la marihuana
podría reducir el crimen al sedar a las personas, mediante la sustitución de
alcohol u otras drogas –disminuyendo el atractivo del mercado negro y permitiendo
que la policía se concentre en otros delitos. Sin embargo, describir los
mecanismos es más fácil que demostrar su existencia. Los criminólogos a veces
toman pistas de la investigación médica y hacen ensayos controlados aleatorios.
Pero Robert Sampson, un sociólogo de la Universidad de Harvard, argumenta que,
debido a que los departamentos de policía y los vecindarios no son
laboratorios, estos ensayos a menudo están diseñados y ejecutados de manera
imperfecta. Muchos tampoco logran rastrear los efectos a largo plazo de los
programas contra el crimen que estudian.
En algunos casos, deben pasar décadas antes de que
los efectos de una intervención se hagan visibles. El primer ensayo aleatorio controlado
a gran escala de criminología, el Estudio de la Juventud de
Cambridge-Somerville, tuvo lugar entre 1939 y 1945. Los investigadores juntaron
a 253 pares de niños que vivían en hogares de jóvenes del área de Boston por
edad, inteligencia, estabilidad en el hogar y otros factores, luego se arrojó
una moneda para ver quién de cada par recibiría asesoramiento, tutoría y un
viaje al campamento de verano. Los resultados iniciales mostraron que las
intervenciones tuvieron poco efecto. Luego, en los años setenta, una criminóloga
llamada Joan McCord rastreó a casi todos los hombres. Encontró que los recibieron
consejo eran en realidad más propensos a haber cometido múltiples delitos, y
tenían tasas más altas de alcoholismo y enfermedad mental.
El campamento, al parecer, había fallado. (Quizás
reunir a muchos niños en riesgo en un solo lugar había profundizado sus
problemas). En 1992, un metanálisis de 443 estudios publicados sobre programas
de delincuencia juvenil descubrió que un tercio de ellos había hecho más daño
que bien. La evidencia sugiere que DARE y Scared Straight –programas actuales
similares al Estudio de Juventud–, también pueden haber sido contraproducentes.
En algunos casos, los resultados se invierten, para
volver a invertirse más tarde. A principios de los años ochenta, el Experimento
de Violencia Doméstica de Mineápolis descubrió que el arresto obligatorio de
delincuentes redujo en un tercio la violencia contra las víctimas. Muchos
estados promulgaron leyes que exigen arrestos por violencia doméstica. Sin
embargo, en las siguientes décadas, seis estudios que se repitieron en
diferentes ciudades encontraron efectos mixtos; algunos incluso sugirieron que
los arrestos fomentan la venganza contra las víctimas. En 2002, un trío de
criminólogos publicó un metanálisis de esas experiencias en Criminology & Public Policy.
Descubrieron que sus colegas en los años ochenta habían seguido el camino
correcto: esa política funcionaba después de todo.
Más allá de medir el crimen y determinar sus
causas, una tercera dificultad radica en predecir los efectos de las
intervenciones. Peter Grabosky, un politólogo, escribió que “la tendencia a
generalizar en exceso” podría ser “la trampa más común” en el estudio de las
intervenciones contra el crimen: “Lo que funciona en Wollongong podría fallar
en Palm Island”, dijo. Barrios, ciudades y estados son diferentes.
Efectos
políticos
Lo contrario también es cierto: el crimen no es un
fenómeno puramente local, y las intervenciones en un lugar pueden afectar el
comportamiento criminal en otro. Legalizar la marihuana en un estado, por
ejemplo, podría reducir el robo allí y aumentar el tráfico de drogas en otro
lugar. “La legalización estatal no es lo mismo que la legalización nacional”,
me dijo Jonathan Caulkins, profesor de políticas públicas en la Universidad
Carnegie Mellon. Incluso en un solo lugar, las disminuciones en un tipo de
delito pueden generar aumento en otros. “El mayor efecto de la legalización de
la marihuana ha sido el aumento de personas que conducen bajo la influencia de
la marihuana”, dijo Will Reichardt, el sheriff retirado del condado de Skagit,
Washington. Debido a que la detección de marihuana requiere una prueba de
sangre o saliva, que a menudo se administran en un hospital, en lugar de un
alcoholímetro: vigilar eficazmente las carreteras se ha vuelto más lento y
costoso. Tales efectos indirectos de los cambios en la ley son difíciles de
predecir. Por esta razón, Sampson argumenta, “los practicantes (es decir, los
policías en acción) podrían ser mejores ‘teóricos’ acerca de qué podría
disparar un cambio de política en el terreno, cosa sobre la que los
criminólogos académicos teorizan con un considerable margen de error”.
Sampson cree que los criminólogos deberían dedicar
menos tiempo a tratar de descubrir qué causa la delincuencia (en muchos casos,
es una tarea imposible) y, en cambio, investigar los efectos de las políticas
de aplicación de la ley. Dicha investigación podría proporcionar a los
políticos y votantes una visión más contextual de las medidas propuestas para
combatir el crimen. Como disciplina, señala Sampson, la criminología no se
centra precisamente en los delincuentes y sus motivos; también estudia las
comunidades, la economía y los tipos de concesiones que los ciudadanos están
dispuestos a hacer. En febrero de 2019, por ejemplo, un artículo en la American Sociological Review analizó el efecto de Operation Impact
de la policía de Nueva York –un esfuerzo de varios años para aumentar la
vigilancia en los barrios de mayor criminalidad de la ciudad– en 250 mil
estudiantes entre los 9 y los 15 años. El estudio encontró que, aunque la
operación probablemente condujo a una reducción de la delincuencia, también
redujo significativamente los puntajes de los exámenes de los niños
afroamericanos, a quienes los policías detienen en la calle más que a cualquier
otro grupo. Dicha investigación sugiere que las intervenciones contra el crimen
no pueden contemplarse de forma aislada. Afectan a la sociedad en su conjunto.
Los criminólogos pueden estar en desacuerdo sobre
cuestiones de causalidad, pero están de acuerdo en que los extraños subestiman
la complejidad de la criminología. “Todos piensan que saben qué causa el crimen”,
me dijo Sampson. Lauritsen estuvo de acuerdo: “Todos tienen una fuerte opinión
de que algún factor es responsable, ya sean videojuegos, mala música o
actitudes sexistas”, dijo. Kleiman se quejó de los “modelos muy primitivos que
las personas tienen en sus cabezas” cuando se trata de delitos: “La mayoría de
esos modelos implican que una mayor severidad del castigo es mejor, lo cual es
casi seguro falso”. Continuó: “Cualquiera que no haya estudiado esto
profesionalmente tiene más confianza de la que debería tener. Hay que mirarlo
con mucha dedicación para ver lo confuso que es”.
La sobredeterminación
Los criminólogos enfrentan un problema que es común
en muchos campos: la sobredeterminación. ¿Por qué alguien comete un delito?
¿Fue la presión de sus pares, la pobreza, una familia deshecha, ventanas rotas,
genes defectuosos, malos padres, falta de vigilancia, gasolina con plomo, Judas
Priest? “Podrías seguir hurgando hacia atrás y atrás y atrás y atrás, y te
preguntás cuándo, en última instancia, vas a trazar la raya”, me dijo
Lauritsen. “El dibujo podría estirarse en miles de puntos”. Los criminólogos no
son los únicos investigadores que estudian sujetos sobredeterminados: los
biólogos, que durante mucho tiempo han buscado los genes específicos de las
enfermedades, se han dado cuenta de que muchos rasgos y enfermedades pueden ser
“omnigénicos” –determinadas por innumerables genes. El sociólogo David Matza
resumió la dificultad en 1964: “Cuando los factores se vuelven demasiado
numerosos, estamos en una posición desesperada de argumentar que todo importa”.
Aún así, está en la naturaleza humana preferir
historias comprensibles a la complejidad ininterpretable. Nos gustan las
historias simples, y preferimos algunas historias sobre otras. Un estudio de
2007 en el European Journal of Social
Psychology mostró que las personas encontraron que las explicaciones para
eventos como los incendios forestales eran satisfactorias cuando involucraban a
personas. (El incendio provocado puede ser un acto sin sentido, y es solo un
pequeño porcentaje de los incendios forestales, pero es más apreciable que un
infierno provocado por la luz solar concentrada al atravesar vidrios rotos, en
parte porque se puede castigar a una persona, pero no a una botella.) Otra
investigación muestra que evitamos las explicaciones que implican soluciones
que no nos gustan. En 2014, los investigadores de la Universidad de Duke
pidieron a algunos partidarios del control de armas que leyeran un artículo que
contenía evidencia falsa de que las armas a menudo ayudan a los propietarios en
caso de una invasión de la vivienda. Después de leer el artículo, que parecía
justificar la posesión de armas, redujeron sus estimaciones de la frecuencia
con la que ocurren las invasiones de viviendas. Los principios morales pueden
dar forma a lo que se piensa de los hechos en los que deberían basarse: un
estudio de 2012 en la Universidad de California descubrió que los sentimientos
cambiantes de las personas sobre la aceptabilidad moral de la pena capital
afectaban sus creencias sobre cuán efectiva era esa práctica como elemento
disuasorio criminal.
El crimen tiene una carga moral, y también nuestras
historias al respecto. Cuando Joan McCord, la investigadora que rastreó a los
hombres de Cambridge-Somerville, publicó por primera vez sus hallazgos sobre el
fracaso del proyecto, en 1978, recibió llamadas telefónicas amenazadoras y
gritos llenos de insultos de personas que no querían creer sus hallazgos: los
programas que ella estaba investigando encajaban en una narrativa positiva y
redentora que la gente encontró difícil dejar de lado. Ya en 2017, el Fiscal
General, Jeff Sessions, todavía promocionaba el éxito de DARE [las siglas del
programa también se leen como “desafío” o “atrevimiento”].
Quizás, cada vez que alguien ofrezca una
explicación especialmente convincente para un aumento o disminución de la
delincuencia, debemos ser cautelosos. Podríamos reconocer que la criminología
también es lenta y confusa, con respuestas que pueden llegar décadas más tarde
o no llegar. La complejidad moral y social del crimen hace que las
descripciones simples de él sean aún más atractivas. Al escuchar una
explicación de su ascenso o caída, podríamos preguntarnos: ¿qué tipo de
historia está tratando de contar su portador?
* Matthew Hutson,
es un escritor científico que vive en Nueva York. Es autor de The 7 Laws of Magical Thinking (Las siete leyes del pensamiento mágico).
Publicado en The New Yorker bajo el título “The Trouble with Crime Statistics”. Traducción
y edición: P.M.
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